Disclaimer: todos los personajes que aparecen tanto en este mini relato como en los siguientes pertenecen a George R. r. Martin, no existe fin lucrativo en la publicación y realización del fanfic.
¡feliz día de la amistad! Para los que se inscribieron en los sanvalentineros de Hijos de la Rebelión, esta serie de cuatro drabbles. Espero la estén pasando lindo.
Dedicatoria: este primer capítulo, con todo mi amor fraternal para Flory, espero te guste.
¡Disfruten!
Árboles I – Ned Stark & Catelyn Tully.
Si bien los años de convivencia en el castillo de invierno le han dado una familiaridad amistosa con casi todo cuanto le rodea –las nieves ligeras de verano, el manantial que recorre como sangre por las venas las paredes de granito durísimo, aquella austeridad casi gélida, las criptas subterráneas y amenazadoras cuyos fantasmas, a veces, se ciernen sobre sus sueños–, cuando Catelyn Tully penetra en el frondoso bosque de dioses (las secuoyas ausentes y la claridad inexistente le gritan que no es Aguasdulces, el sitio que huele a infancia, menta y besos robados), siente aquella vaga extrañeza, la sensación de que no pertenece al frío Norte.
A pesar de que un trozo de hielo se hizo sitio en su cálido interior hacía mucho tiempo atrás (y vaya qué bien se sintió. Catelyn rememora aún, con los ojos cerrados, el goce supremo que la invadió cuando el sombrío y desconocido joven se adueñó de su cuerpo y alma) ella sigue siendo el río que fluye sobre las piedras, el sol que dora pieles con destellos broncíneos, en fin, la dulce iridiscencia en los paisajes opacos. Y el bosque de Dioses, que tiene el frío tono de los ojos de Ned en el espíritu y el rojo crepúsculo en las hojas de su árbol, le dice con sus susurros incomprensibles de ramas agitadas que ése no es su hogar, ni aquellas sus deidades adoradas.
El vestido azul de la mujer acompaña al siseo de las ramas cuando camina por aquella inóspita tierra, ignorando la siempre extraña presión en la base del estómago. Sabe dónde está su marido y qué hace, los años de matrimonio le han ayudado a conocerlo. Lo sabe menos dado a sonreír que Brandon, más sombrío, a veces taciturno. Conoce que necesita la soledad como una planta el agua, pero cree que un momento más sin compañía terminará por hundirlo en la culpa por acciones en que él no tuvo opción de decidir.
Catelyn lo encuentra allí, arrodillado al pie del sabio Árbol Corazón, más viejo que el propio tiempo. Recuerda vagamente la decepción experimentada en el momento en que su señor padre le había informado que no se casaría con Brandon, el héroe devorado por las fauces de dragón –más adelante, el Matarreyes le diría de qué modo–, y en cambio tendría como marido a aquel joven de rostro equino y apariencia esquiva. Mirándolo ahora, rezando sus plegarias (tal vez, pidiéndole perdón a la desdichada Lyanna), la mujer se dice que no cambiaría a Ned ni por cien Brandon. El invierno tuvo el efecto inverso en ella al que tiene en todas las flores, pues a éstas las mata; a la noble dama la condicionó para vivir.
Cuando él alza la cabeza, los ojos grises envueltos en piedra chocan contra los azul oscuro de su esposa. El Bosque, más que nunca, le murmura a través del viento que le silva en la cara, alborotando sus cabellos y metiéndose por entre las faldas, dice que ella no pertenece allí ni jamás será esa su tierra. Le ignora. Porque mientras Ned Stark esté allí, con la sonrisa floja, melancólica, la mirada perdida en un pasado escrito con sangre y rebelión, cualquier sitio sería su casa.
–¿Qué dijo el maestre, mi señora? –Ned es todo cortesía y palabras gentiles, hay en su boca la presta modulación del honor y las buenas maneras. Catelyn se sienta a su lado, la luz y sombra fluctuando en su pelo.
–Que los síntomas son correctos –la perfecta dama criada para agradar apenas puede contener la sonrisa que acude curvando su boca, llenando todo ese bosque con esperanzada dicha–. La sangre lunar no me ha venido porque… estoy en cinta.
Otro niño. Después del pequeño Robb, la dulce Sansa y Arya, la tan parecida a su padre. Lord Eddard Stark de Invernalia lucha contra el fuego del verano y después se rinde, sin poder resistir la alegría desbordante que acomete el castillo de hielo construido en su corazón. Estrecha a su esposa en un abrazo cálido, que llena aquellas dos almas de fe y confianza en el porvenir.
Brandon se llamará, lo deciden cuando aún están aferrados a ese abrazo. Y sin saber cómo, Catelyn Stark siente que ese niño, todo lo contrario a ella, sí pertenecerá al Bosque. A esos Dioses que le son tan ajenos.
