Nota de la autora:

El fic consta de tres partes, ni una más ni una menos ^^

Este capítulo en concreto participó, en Agosto de 2014, en un concurso de relatos para una tienda de tés, de ahí el título alusivo.

Mientras lo escribía pensé que:

1. Es sencillo imaginar que: la mata de rizos rubios es Emma, pero...

2. No consta que la persona que habla en un primer instante sea mujer (o al menos procuré no delatar al personaje con ningún pronombre), aunque...

3. La frase: un té, tan oscuro como el iris de mis emocionados ojos, homenajea a Regina.

Para Z, porque no sé qué haría sin ella.

Gracias por leer :)


Como cada día, a mitad tarde, me senté en mi rincón favorito de la cafetería.

Como cada día, repasé, de lado a lado, el amplio ventanal y me deleité contemplando el contraste urbano con la fría piedra del edificio más singular de la ciudad.

Como cada día, pedí un té aromatizado, aunque el sabor podía variar según mi estado anímico y la climatología del exterior, en el que disolví dos terrones, que también podían ser tres dependiendo de lo mucho que me quisiera endulzar el día.

Como cada día, removí la cucharilla, desgranando el bloque hasta disolverlo.

Como cada día, mientras la taza cerámica restauraba la palidez de mis heladas manos, esperé un par de minutos para empezar a degustar el líquido elemento, dejando que éste viajara a través de mi garganta y llegara a calentarme el alma.

Entonces, como cada día, esperé a que el olor del té acariciase mis sentidos para pasear, de la mano de mi imaginación, por la gran sala de la construcción medieval vagando de columna a columna entorchada, llegar a las escaleras del jardín y subir hasta las almenas.

Pero ese día, mientras disfrutaba de la compañía de mi té en el más agradable de los ambientes, dejé de fantasear.

Ese día la taza dejó de ser mi espada y a las expiraciones afrutadas dejé de denominarlas "aliento de dragón".

Ese día me percaté que, al otro lado de la calle, había vida más allá de mi estimada arquitectura medieval.

Ese día me centré en una mata de rizos rubios, indomables, cuya torpeza por caerse alguno de los carboncillos competía con una belleza de finos rasgos, hoyuelo en la barbilla y ojos aguamarina.

Ese día dio paso a muchos más.

Esos días aprecié que ella solía realizar pequeños gestos, previos a empezar el boceto, como el de recogerse la melena en una alta coleta, o el de procurar una gran concentración y fruncir un poco el ceño cuando las líneas no eran de su agrado.

Esos días ella, a pesar del frío y la humedad tan característicos de esa época del año, se quedaba embobada contemplando el patrimonio arquitectónico antes de lanzar una mirada de aprobación a sus láminas.

Otros días también dibujaba el entorno.

Incluso había días en los que entraba en la cafetería, dejando el abrigo en el respaldo de la silla, para relajarse tomando una infusión.

Eran días que, al igual que mi té, tenía varias posibilidades de uso, ¿pero tantas como las de atreverme a decir algo? ¿Algo como un: hola, te llevo observando desde hace casi un mes? Habría parecido una persona obsesiva-compulsiva rozando la psicopatía.

Estaba claro que ni ese, ni cualquier otro día, se me hubiera dado bien iniciar cualquier tipo de conversación porque, ni ese ni cualquier otro día, a pesar de presumir internamente que ella se percataba de mi existencia, la valentía jamás hizo acto de presencia.

Aunque eso ha cambiado, hoy, viernes.

Hoy es un viernes diferente al resto de anodinos viernes. Hoy es un viernes irrepetible.

Es un viernes en el que ella ha decidido acercarse pronunciando un escueto hola y sentándose enfrente.

Se excusa diciendo que la vista es demasiado privilegiada como para perdérsela.

No sé si eso ha sido un cumplido o se ha referido a la posición que ocupa mi mesa, pero no soy capaz de contestar.

Me sorprende pidiendo un té, tan oscuro como el iris de mis emocionados ojos.

Pestañeo. Quizás debiera pellizcarme para comprobar que no deliro, pero escucho claramente el tintineo de la cuchara y observo los últimos chapoteos de la bolsa del té en el agua caliente.

Realiza una mueca de disgusto, se moja ligeramente los labios, que deben saber realmente amargos por culpa del té, y me mira mientras pregunta cómo puede gustarme tanto esa bebida.

Por lo visto también me ha estado espiando, y por lo visto no encuentro tan extraño la formulación de cuestiones invasivas porque las realiza ella pronunciando las frases con espontaneidad y naturalidad.

Me encojo de hombros mientras vacía los dos azucarillos de más que había pedido a la camarera. Tampoco sabría explicarle cómo, o desde cuándo, tengo tal afición por el té y lo único que respondo, con una voz muy tenue, es que debería removerlo bien.

Entonces ella sonríe, de una manera tan genuina que se contagia.

Quizás sean las luces, el ambiente y el té especial de Navidad que lo hace todo más mágico y diferente pero, a partir de hoy, los viernes pasan a ser mi día favorito de la semana.