El ciclo del Desfile de los Cien Demonios había terminado. Ahora todo era serenidad, paz e incluso, aburrimiento... Pero así había sido la vida casi siempre para Sorinozuka, después de todo. Tal y como su guarda espaldas le decía siempre, era un vago sin determinación. Aunque ella ni nadie en la Mansión Ayakashi sospechaban si quiera que sí había una meta secreta que lo impulsaba a hacer algo más que ser absolutamente normal y perezoso. Y esa razón tenía un caracter inestable, nulo trato a cualquier cosa con olor a testosterona, un fetiche retorcido hacia las chicas, y le deseaba la muerte la mayoría del tiempo. Pero seguía siendo su pequeña motivación, al fin y al cabo.

Todos sus amigos ya sabían que en realidad, él era una exelente persona. Alguien fuerte y preocupado por los demás, quién fue capaz de ver morir a todos sus amigos y aún así intentó rehacer su vida. Claro que fue miserable y todo esto ocurrió en un futuro alternativo que, afortunadamente, no iba a llegar para ellos.

Sorinozuka estaba contento, pues finalmente había logrado ser amigo cercano de su SS. Ahora la acompañaba cada vez que podía a todos sus trabajos de exorcismo, aunque fueran extraños y hasta peligrosos en ocaciones. Él inconcientemente estába preocupado por ella, quien constamente luchaba en contra de yokais, su familia y todo hombre que se acercara demasiado. Sí, era bastante cabezota a pesar de su edad y estatus social. Se negaba completamente a casarse con un "pervertido maloliente" -hombre- y tener descendencia como mandaba la tradición de su linaje.

Se sonrojó instantáneamente al recordar aquel día, en que todos se volverían a reunir en la Mansión. A la doncella de las nieves la habían encerrado en su casa, e incluso le habían puesto un kimono extraño para sellar sus poderes. Ella rechazó de plano al pretendiente que estaba presionandola, ignoró las llamadas atención y se quitó el abrigo que llevaba sobre el tradicional vestido nipon, dispuesta a desnudarse completamente para escapar y volver con todos a la Maison de Ayakashi-kan. El oji-verde había ido a buscarla, dispuesto a llevarla de vuelta, y se quedó paralizado flotando al verla, tan determinada y valerosa como siempre. Solo que ahora estaba desnudándose, y en frente de un hombre con traje elegante y cara en blanco por la sorpresa.

Vio las curvas de su cuerpo, su piel nívea, su largo cabello platinado, su expreción de fría determinación. Por poco y se queda mirando como se desvestía por completo y huía por su cuenta, cuando logró reaccionar justo antes de que ella dejara ver su cuerpo por completo al hombre de traje elegante, y se interpuso entre ella y él. Se quitó el abrigo, con un nudo en la garganta y un tanto nervioso (cosas que obviamente, no demostró), sin voltear, para no terminar topándose de bruses con la desnudéz de su amiga. Nobara se vistió rápidamente con su chaqueta, él se transformó y salió de allí con ella en su espalda. Y aunque todo aquello sucedió muy rápido, su corazón se aceleraba cada vez que lo recordaba, no podía evitarlo.

- ¡Holgazán, vas a llegar tarde de nuevo si no mueves tu trasero hacia la escuela! - La voz de una mujer madura taladró en su cabeza y lo hizo reaccionar. Él solo suspiró con una de sus leves sonrisas y se marchó a completar los últimos meses de escuela que le quedaban, despidiendose con un gesto llano.

Ya estaba acostumbrada a verlo en las nubes, en todo los sentidos de la frase. Pero últimamente, aquel idiota se perdía demasiado en sus pensamientos, no escuchaba sus reprimendas y perdía el hilo de las conversaciones.

- ¡Seguramente está enamorado! - Dijo despreocupadamente el cien ojos, mientras alzaba un dibujo de dos conejos tomados de las manos. - ¡Después de todo RenRen es muy guapo y popular entre las chicas~!

- ¡Mi orinal humano tiene razón! - Vociferó el maniático ex-prometido de Shikarin. - ¡Él es joven y despreocupado! ¡Complétamente M!

Nobara, quien comúnmente los ignoraba o los dejaba hechos bolitas de helado, los miró con una extraña expresión en el rostro. Para después congelarlos a ambos y marcharce del comedor. Habían dado en un punto que era insospechadamente sensible. Zange había logrado sembrar la semilla, ahora se divertiría viéndola germinar.

¿Por qué de pronto sintió intranquilidad? Era producto de las estúpidas palabras de ese par, sin duda alguna, pero ¿por qué le afectaron tanto? La sola idea de ver al trozo de algodón besando a una estudiante se le antojó repulsiva. Quizás era que le había dado demasiado asco inmaginar a ese pervertido haciendo cosas con una pura y hermosa chica de uniforme escolar. Pero, en el fondo, la guarda espaldas sabía que ese no era el motivo de su fuerte y repentina desazón. ¿Entonces, cuál era el motivo?

Cogió una de sus revistas, para obtener un poco de diversión, pero ni si quiera sus chicas en bikini lograron apartar de su mente la intranquilidad anterior. ¿Quizá debía seducir a alguna chica hoy para aliviarse del pesado sentimiento? No, no podría hacerlo. Había perdido práctica desde que comenzó a trabajar como SS, y no estába de ánimo. Desde que había iniciado su trabajo en la mansión Ayakashi, no volvió a tener ninguna aventurilla.

La Doncella de las Nieves siempre sintió un gran asco hacia los hombres. Todo el mundo pensaba que ella era simplemente homosexual y un muy pervertida. Ninguno sabía que era algo mucho más doloroso, confuso, tormentoso y complicado que eso: Nobara nació en un ambiente absolutamente machista, dónde las sirvientas eran tratadas como perros amaestrados y las mujeres solo servían para continuar con el legado familiar. Por su belleza fue acosada desde joven por hombres mayores e interesados. Todos los hombres eran un desperdicio de oxígeno y espacio para ella. Bueno, casi todos.

Había logrado hacer amistad con algunos de ellos, pero le seguían causando un poco de repulción. Sin duda alguna, las chicas son lo mejor~ Eso era lo que siempre pensaba, y había sentido, hasta que llegó a Ayakashi-Kan. A los quince años tuvo su primer amor: una profesora que usaba portaligas descaradamente en el trabajo. Se obsesionó con ella y la acosó bastante, pero jamás ocurrio nada más que una amenaza por parte de la profesora (la mujer decía que la iba a demandar si la volvía a pillar tomándole fotos debajo de la falda). Ningún hombre le había llamado la atención jamás. Bueno, casi.

Estuvo toda la mañana con la extraña sensación de amargura en su pecho. Decidió salir al jardin a tomar un poco de aire para despejarce, y justo cuando estaba logrando apartar la sensación molesta, escucha risas juveniles cerca.

- ¡He, no vale Renshou-Kun! - Dijo una hermosa chica de lentes, mientras le daba una palmada en hombro derecho a su protegido. - ¡Devería ser Rika-chan quien lo haga!

- ¡Hikari-chan tiene razón! - Afirmó otra chica a su flanco izquierdo, de largos cabellos castaños. - ¡Es trampa Ren-tan!

- De acuerdo, chicas. - Dijo el del medio con una sonrisa despreocupada, mientras le pasaba su celular a la cuatro ojos y le revolvía el cabello a la otra. - Siempre terminan haciendo lo que quieren.

Nobara tenía los ojos abiertos de par en par, Sorinozuka había traído a dos chicas a la mansión de la nada. - Chicas, ella es Yukinokouji Nobara, mi SS...

Ambas muchachas iban a saludar cordialmente a la mujer que cuidaba de su amigo, pero el ambiente se enfrió de súbito, mientras que un aura espesa y amenazante envolvía a la mensionada mujer. Un miasma oscuro y helado rodeó todo el lugar y las chicas, quienes atemorizadas, de despidieron fugazmente de Renshou y se largaron de la Mansión Ayakashi, pensando en que algunos rumores acerca de ella eran ciertos.

- Oye, actuando así nos vas a dejar mal... - Empezó a decir Sorinozuka, extrañado por la repentina actitud agresiva de su SS. Pero se calló cuando vio que la mujer a su lado seguía enojada.

Nobara lo agarró y le hizo una de sus clásicas llaves de lucha libre profesional. Lo dejó semiconciente en el piso y se marchó a su habitación. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué había reaccionado así? La joven mujer se encerró en su cuarto abrazada a sí misma, con unas inexplicables ganas de llorar. ¡Esas dos chicas estában enamoradas del royo de algodón parlante! ¡Se les notó a kilómetros! ¿Por qué las había traído a casa ese idiota? ¿Gustaba de una de ellas? ¿¡Gustaba de ambas!? ¡Tsk! ¿Y eso a ella que le importaba? ¡Lo que el mocoso hiciera o dejara de hacer no era de su interés! ¿Pero entonces, por qué había actuado de esa manera?

Por su parte, el joven de cabello castaño oscuro se levantó tambaleante, se sacudió el polvo y se largó a su habitación. ¿Cómo había terminado todo así? ¡Pero si él había traído a sus amigas por Nobara! ¡Estaba seguro que si veía a una linda y tímida chica de lentes y a una extrovertida y sensual escolar se desangraría por la nariz! Sorinozuka sólo quería ver aquella adorable expresión, escucharla decir ¡MANIAC!, para luego verla felicitándolo y dándole un par de palmaditas en el hombro por haberle presentado a unas chicas lindas. ¡Pero ella se había enfurecido! ¡¿En dónde se equivocó?! Renshou solo quería volver a tener un momento de amistad cercana con ella, y verla sonreír como cuando rescataron a Maki-sensei. Pero no había resultado.

Suspiró, su pequeña motivación era todo un reto. Pero simplemente ignorarla no era una opción. Ella era una astilla en su corazón. Una astilla que a momentos se hundía, pero luego aflojaba. Una astilla que se volvía invisible ante los demás, pero lo acompañaba en su soledad. Una astilla de hielo, un pedazo de iceberg que se negaba a derretirse, sin importar lo cálido que fuera su corazón. Porque eso era Nobara Yukinokouji para él. Un trozo de hielo incrustado en su corazón. Porque él sabía que era imposible. Porque él no era adecuado para ella. Porque él no era una mujer. De hecho, era todo lo contrario: su amplia espalda, sus definidos músculos, su cabello desgarbado, su voz varonil. Era simplemente, un metro ochenta exactos de testosterona y demás hormonas masculinas, propias de su edad. Lo macho se le salía por los poros. Lamentablemente.

Quizás, si hubiera tenido un aspecto un poco más delicado como Watanuki, o fuera ligeramente afeminado como Natsume, Nobara hubiera podido soportarlo y serían más cercanos. Pero no, claro. Él devía expeler esa vírilidad un tanto amenazante, como Kagerou y Soushi, y por lo tanto, quedar completamente fuera del rango visual de Nobara. Ah~, el destino era tan caprichoso. ¡Cómo le hubiera gustado ser del agrado de su SS! Sí, lamentablemente para ambos (aunque ella no supiera), Sorinozuka Renshou estaba enamorado de Yukinokouji Nobara. Total, completa y absolutamente enamorado de sus largas piernas, de sus caderas perfectas, de sus grandes senos, de sus hermosos ojos, de su cabello rubio, de su valentía, de su reciliencia, de su fuerza. De todo lo que ella era y sería por la eternidad. Bendecía ser un atavista como ella, para conocerla nuevamente muchas veces. Volver a encontrarse con sus orbes celestes y sonrisa encantadora. Pero no importaba todo lo que sucediera, los años que pasaran, siempre era lo mismo: ella prefería la suave y tersa piel de las chicas, y no el olor penetrante y molesto de los hombres; y él, siempre era un hombre alto y masculino. Ninguna de las malditas veces en que había vuelto a nacer, había nacido como chica, y por lo tanto, nunca había logrado nada importante con la hermosa Doncella de las Nieves. De hecho, esta era la primera vida en dónde habían logrado ser amigos cercanos, y por lo tanto, Sorinozuka deseaba simpatisarle lo suficiente, como para dejar una pequeña huella en ella y ser recordado como un amigo, alguien agradable con el que se podía estar tranquilamente, y no una asquerosa mezcla de testosterona y masculinidad. Para que así, en su siguiente vida, volvieran a ser buenos amigos. Eso era lo que hacía a Renshou a levantarse en las mañanas para ir a la escuela, el motivo de seguir con la descendencia del linaje, el por qué fingía que estaba bien, la causa de sus suspiros, lo que lo motivava a seguir viviendo.

La joven mujer de cabellos platinados lloró en su habitación hasta dormirse. Ahogada en la rabia de no saber de quién estaba enamorado el idiota de su protegido. Yes, ella sabía que el tapete volador estaba enamorado desde hace mucho. Las palabras de Zange y Shousein solo habían confirmado sus sospechas. Y lo peor de todo es que a ella le había afectado demasiado este hecho. Y eso sumaba mas ira a su llanto.

Era muy confuso y doloroso, una tormenta violenta, que en vez de enfríar su corazón, le provocaba un calor intenso. Y eso era algo intolerable. Pero en todas sus vidas ocurría lo mismo: lo conocía, e inevitablemente devía convivir con él, ya fuera por trabajo, estudios o casualmente. Siempre lo encontraba de nuevo. Era irritante. ¡Devería morir y no volver a reencarnar, o nacer con más años de diferencia! ¿¡Por qué hacía eso!? ¿¡Por qué aparecía y le provocaba ese molesto calor en el pecho!? Y lo peor de todo, es que una vez sentía por primera vez ese calor en el pecho, lo podía volver a sentir en cualquier momento. Esa alta temperatura la acosaba, no la dejaba en paz a momentos: se extendía por su cuerpo y era muy difícil lograr que volviera a bajar, o llegaba a ella cuando estaba sola, o al despertar por las mañanas. En ocaciones llegó a congelar toda su habitación por huir de alguna manera de ese calor.

¡Tsk!, ese mocoso siempre era un infortunio. Pero, devía admitir que no era un mal chico del todo, simplemente le desagradaba aquel calor insoportable. Su sonrisa ligera, sus gestos de amabilidad, su mirada. Todo eso y más desencadenaban de inmediato ese calor.

Dio un respingo cuando llamaron a su puerta. No tardó mucho en abrir, pues tenía la secreta esperanza de que Karuta-chan quiciera hielo para hacer helados. Pero claro, no era ella.

- Hola. - Dijo sencillamente él.

- Hola. - Contestó ella, mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban y el calor se agolpaba en su interior. - ¿Qué quieres? - Preguntó de la manera más cortante que pudo, en un intento por alejarlo...

El calor era más intenso que nunca, e iba en aumento. Lo observó con el seño fruncido, descubriendo su mirada afligida y penetrante, su bello tatuaje/marca de nacimiento, el cabello suelto y húmedo. Él podría ser modelo, era bastante... Era muy... Vaya, era realmente muy...

- ¿Por qué estábas llorando, Nobara? - Contra-Preguntó Renshou, tomándo con delicadeza el rostro de la mujer con una de sus cálidas manos.

La Doncella de las Nieves se congeló, irónicamente. Las manos de su protegido eran tan sorprendentemente suaves y agradables, que no pudo evitar preguntarse si el resto del cuerpo de Sorinozuka era igual. Un momento... ¿¡En qué estába pensando!?

- No me toques, o voy a teñirte de rojo. - Amenazó de pronto, en un intento inútil por alejarlo. Porque él reaccionó agarrándo su hombro, que se encontraba descubierto.

El calor se concentró con rapidéz en el lugar, y Nobara se desesperó. Dio un brincó hacia atrás y se tropezó con un mueble, callendo estrepitosamente en la alfombra de entrada a la sala de estar. Se puso de pie con ímpetu y al darse vuelta, volvió a caer, pero de bruces al sofá. Renshou, que observaba muy preocupado por la serie de extrañas reacciones de su guardaespaldas, se acercó a ella para ayudarla a levantarse. La Doncella de las Nieves, al darse cuenta de las intenciones de su protegido, se revolvió en el sofa y todo terminó en un embrollo más grande: Sorinozuka terminó cayendo sobre ella en el sillón de cuero negro.

Se miraron a los ojos por más de dos minutos. Renshou jamás la había tenido tan cerca, y estaba disfrutando grabar para siempre los bellos rasgos de Nobara. Sus brillantes ojos cielo, los hilos de oro desordenados, y la nívea tez sonrojada. Parecía un angel.

Ella estaba en una situación similar, en los verdes y penetrantes ojos de Renshou brillaba algo que reconoció como deseo, y este hecho aumentó más el calor que sentía. Las facciones del muchacho eran marcadas, varoniles y perfectas. La marca de la flor de loto le sentaba de maravilla. Yukinokouji Nobara no conocía ni conocería jamás a otra persona que le quede tan bien aquella marca. Su corazón se cocinó en su jugo cuando miró los labios ajenos con detenimiento. Oh, por Kami-Sama, eran absolutamente sexys. Justa proporción y poseían color delicado, algo que la rubia no había visto jamás en ningun hombre. Involuntariamente los acarició, y para su sorpresa, RenRen cerró los ojos y besó la yema de sus dedos, e inmediatamente el calor cubrió toda su mano derecha, pero la calidéz fue reemplazada por electricidad cuando Sorinozuka lamió su dedo.

Atrapó con la boca el delicado indice de la Doncella mientras sostenía su mano con firme suavidad. Luego le dió una pequeña mordida.

Nobara había empezado a jadear sin darse cuenta, la cálida lengua de Renshou se sentía condenadamente bien contra su piel. - Más... - Gimió, entrando en un peligroso y azucarado transe.

Sorinozuka no se hizo de rogar y le dió gustoso lo que pedía: dejó en libertad la diestra de la joven mujer y rozó sus labios con delicadeza en el mentón ajeno. Nobara automáticamente hechó hacia atrás la cabeza, indicándole que siguiera con su recorrido. Renshou besó con haínco el cuello de la rubia, dejándo marcas rojisas por donde se posaban sus labios. El jadeo dio paso a los gemidos. Ambos estában inevitablemente excitados. Las sensaciones que el otro les probocaba eran incomparables a cualquier experiencia anterior.

Cuando por fin se besaron en los labios, algo sacó súbitamente de su transe a Nobara; algo duro y desconocido presionaba su bajo vientre... Y entonces, ocurrió lo que sellaría la excistencia de ambos, y de todas las vidas que siguieran a esta: Nobara se aterrorizó y sus poderes se salieron de control.

Los paramédicos trasladaron el cuerpo casi sin vida del joven a un hospital privado, mientras las criadas de la mansión Ayakashi limpiaban la sangre de las paredes.

- ¿Nobara? - Fue lo primero que dijo al recuperar la conciencia luego de cinco meses en coma absoluto. Ririchiyo pensó que era una broma de mal gusto que su mente le estaba jugando.

La adolescente iba a visitar a su amigo una vez a la semana desde que ocurrió el accidente, y nunca lo vio si quiera tener un reflejo o parpadeo involuntario. De hecho, los doctores afirmaban que era casi imposible que despertara, y habían sugerido la posibilidad de desconectarlo. Pero obviamente todos se opusieron a esto.

- ¿Nobara? - Repitió Renshou, confundido y débil. Pero Ririchiyo no fue capaz de decirle donde estaba. Ella simplemente llamó a la enfermera con todas sus fuerzas, sobresaltando al recién despertado y confundiéndolo un poco.

En segundos se armó todo un escándalo, los doctores chequeando su estado, las enfermeras entrando y saliendo y Shikariin Ririchiyo llamandolos a todos menos a Yukinokouji, preocupando al joven. Luego de dos horas, la sala número 78 estába llena de avatistas melosos y felices.

- ¿Te sientes bien, RenRen? - Preguntó Zange mientras lo acarisiaba con aires maternales.

- Come... - Susurró Karuta mientras ponía una patata frita en la boca de Renshou.

- ¡Muy bien, orinal humano! - Vociferaba el desequilibrado de Kagerou, apareciéndo repentinamente en la habitación. - ¡Eres un completo Masoquista por esperar tanto tiempo sin dar señales de vida!

- ¡Kage-Sama, baje la voz! - Suplicó la tengu, moviendo sus manos en un intento por captar la atención del mencionado. - ¡Estamos en un hospital!

- Es un alivio que hermano mayor despertara. - Menciono con su acostumbrada voz delicada el zorro. - Ririchiyo-sama estaba muy triste por su causa...

- ¡No digas esas cosas, Miketsukami-kun!

- ¿¡Dónde está Nobara!? - Exigió saber finalmente Sorinozuka. ¿Por qué Ririchiyo no la había llamado? ¿Por qué estaban todos menos ella acompañándolo? ¿Qué había sucedido en todo este tiempo? ¿Ella estába bien? Las preguntas eran miles, y contribuían a la confusión y angustia que sentía.

- Noba-chi dejó Ayakashi-kan. - Empezó a decir Shousein, con la falta de todo tino acostumbrada. - Dijo que no quería volver a verte en esta vida ni en las siguientes.

Sorinozuka Renshou sintió dolor. Un dolor mayor al que sitió cuando se quebró una pierna, e incluso mayor al que sintió cuando la Doncella de las Nieves clavó en él estacas de hielo afiladas. Era el dolor de haber fallado. Justo cuando estaba cerca de la cima, tropezó estúpidamente. Su pequeña motivación... Ya no estaba para él.