Advertencias:

Spoilers, spoilers, spoilers. Spoilers por todos lados. Si aún no habéis visto el tercer y último capítulo de la segunda temporada de Sherlock (BBC) es mejor que no leáis el fic; primero, porque no sabréis qué pasa; y segundo, porque os fastidiaré la intriga de un capítulo de la serie absolutamente fabuloso. Avisados quedáis :)


PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Era consciente de que había gente a su alrededor, pero no oía lo que decían ni notaba sus manos agarrándole para que no volviera a caer al suelo. Tampoco sentía sus piernas, era como si estuviera flotando por encima del suelo, lo cual era absurdo, por supuesto, estaba claro que eran aquellas personas quienes le sostenían en pie, pero todo su cuerpo parecía tan poco importante y tan ajeno a sí mismo que en esos momentos John creía ser sólo mente y ojos. Ojos que no podían apartarse de la figura que yacía en el suelo.

—Sherlock… —no sabía cuántas veces había susurrado su nombre, pero por alguna razón no podía dejar de repetirlo, como si creyera que a fuerza de escuchar que le llamaban, su amigo tuviera necesariamente que abandonar aquella grotesca actuación y reconocer que estaba vivo, que todo había sido una farsa.

—¿Cómo se llama, señor? —preguntó alguien a su derecha, tomándole el pulso. Qué tontería, tomarle el pulso a él, ¡era a Sherlock a quién tenían que tomárselo! A Sherlock, para que se dieran cuenta de que no estaba muerto; de que, a pesar de las apariencias, todavía estaba vivo— ¿Señor?

John empezó a negar con la cabeza de manera inconsciente. No quería atención para él, sino para su amigo, pero de pronto vio cómo alzaban su cuerpo entre varias personas y lo ponían en una camilla. Llevó una mano hacia delante para detenerles, pero sus reflejos estaban adormecidos y sus cuerdas vocales parecían estar mudas excepto para pronunciar una única palabra.

—Sherlock…

Se llevaron la camilla y la gente empezó a dispersarse, sólo quedó el hombre que le seguía tomando el pulso con obstinación.

—¿Cómo ha dicho? ¿Sherlock? ¿Es así cómo se llama? —dijo— Será mejor que me acompañe dentro un momento, señor Sherlock, ha estado a punto de perder el conocimiento y creo que no sería prudente recorrer las calles de Londres en este estado.

John tenía la vista fija en el charco carmesí que había quedado en la acera. Tampoco había tanta sangre, pensó la parte más fría y analítica de su mente, uno creería que de una altura tan grande…

—Sherl… —el nombre se quebró en su garganta y no pudo continuar. Agachó la cabeza y se llevó la mano a la cara, los hombros caídos, las piernas aún temblorosas; la viva imagen de la desolación.

El hombre le llevó al interior del hospital y le dejó sentado en una silla de la salita de espera. Le susurró algo a una enfermera, que asintió en silencio, y se perdió por una de las puertas del edificio.

—¿Necesita algo, señor Sherlock? —dijo la enfermera— ¿Quiere un vaso de agua? ¿Hay alguien a quién deba llamar?

John levantó la cabeza y miró a la joven a la cara. ¿Alguien a quién llamar? No, no había nadie. No pensaba contactar con Mycroft ni aunque la vida le fuera en ello y a la señora Hudson… a la señora Hudson no podía decírselo por teléfono. Negó con la cabeza y la enfermera volvió a ocuparse de lo suyo, asegurándole que para cualquier cosa que necesitara no dudase en llamarla.

Se quedó allí sentado, solo, mirando las baldosas del suelo con un único y doloroso pensamiento en la cabeza. Una sola imagen, nítida, cruel, imposible. Sherlock saltando al vacío. Sherlock saltando. ¿Por qué? ¿Por qué, en nombre de Dios? Si sólo pudiera entender eso…

Todo lo que le había dicho por teléfono era como una broma de mal gusto, una pesadilla que queda grabada en tu mente durante horas después de despertar, amargándote el día a pesar de saber que era todo mentira. Porque era todo mentira. Sherlock no era ningún fraude, Moriarty era real. John podía no ser tan brillante como su amigo, podía no ser ningún genio de la deducción, pero no le hacía falta nada de todo eso para saberlo. La convicción nacía en sus entrañas, lo sentía con tanta claridad como las lágrimas que corrían por sus mejillas, cosquilleando, dejando una humedad y una tirantez en la piel que no se molestó en quitar con la mano. Lo sabía en el fondo de su ser y las absurdas palabras de Sherlock en su "nota" de suicidio no iban a hacerle cambiar de opinión.

—¿Por quién me has tomado, Sherlock? —No le importó descubrir que estaba hablando solo en voz alta, ni que la señora del bolso marrón que estaba sentada a su lado se había girado hacia él para mirarle extrañada— ¿Por quién me has tomado? ¿Tan imbécil me consideras? ¿De verdad piensas que voy a tragarme todas esas patrañas sin más, como los que leen esos periódicos sensacionalistas? Merezco un poco más de crédito, ¿no crees? —John sintió que la rabia se acumulaba en su interior y el sabor a bilis inundaba su boca. Apretó los puños, que reposaban sobre sus muslos— Y tú no eres tan listo como creía si has pensado por un segundo que iba a decir todas esas cosas horribles sobre ti. Nunca, jamás, ¿me oyes? Jamás le diré a nadie que eres un fraude, ya puedes ir quitándotelo de esa dura cabeza tuya…

A velocidad de vértigo, la rabia se convirtió en una insoportable punzada de dolor que traspasó el corazón del hombre e inundó sus ojos de lágrimas una vez más. Un sollozo ahogado escapó de sus labios y John se llevó la mano a la boca, cerrando los ojos con fuerza.

La señora del bolso marrón se levantó de su asiento y se fue a una silla unos metros más hacia la derecha.

oOoOo

No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. De hecho, tampoco sabía qué hora era cuando había llegado allí. Las Sherlock en punto, quizá; o las Sherlock menos cuarto. El reloj había dejado de tener sentido desde que Sherlock se estrelló contra la acera de la calle, ¿qué más daba la hora que fuera? Era hora de que Sherlock volviese. Pero no volvía.

Quién sí apareció fue Molly, que se abalanzó sobre él y le acogió en un abrazo envolvente y compasivo.

—Oh, John, John… —dijo, y John se dio cuenta de que estaba llorando— ojalá no hubieras tenido que verlo… —se apartó un poco y se quedó en cuclillas ante él para mirarle a la cara.

Consideró que debía decir algo; al fin y al cabo, Molly había estado a todas luces enamorada de Sherlock. Sin embargo, ¿qué podía decir? ¿"Lamento tu pérdida"? Era absurdo, ella nunca le había tenido, de modo que tampoco le había podido perder.

—Molly… —empezó, vacilante— lo siento… no he podido hacer que desistiera de su idea —de pronto, ya no estaba pronunciando palabras de consuelo para ella, sino que estaba desahogando su frustración—. No he podido ayudarle, no me ha dejado, no he podido ayudarle, no sabía qué hacer… —el dolor le embargó de nuevo, como una oleada violenta e inesperada, y se encontró sollozando mientras agarraba las manos de la mujer como si pudieran darle la fuerza que le faltaba a su espíritu— Dios mío, Molly, ha saltado delante de mí, se ha suicidado ante mí y no he podido hacer nada, ¡nada! ¿Por qué no me ha dejado ayudarle? Es tan absurdo, no tenía por qué hacerlo. Lo habríamos podido solucionar, nadie en su sano juicio podría tragarse aquella sarta de estupideces.

Ella le miró con ojos tristes y dijo, con voz suave:

—Me temo que no puedo darte respuesta para eso —vaciló unos instantes y luego añadió—. ¿Has llamado a alguien?

John parpadeó.

—¿Llamar a alguien?

—Para que venga a buscarte, ¿por qué no llamas a Harry?

—¿Harry? ¿Para qué iba a llamarla? Ella no conocía a Sherlock. No en persona. Tendría que haber venido por Navidad y pensaba presentarles entonces, pero… —negó con la cabeza y se masajeó los ojos con los dedos— supongo que ya no podré hacerlo.

—John, no lo digo por Sherlock, sino por ti. Deberías ir a casa a descansar, pero no creo que sea buena idea que te quedes solo ahora. Ella cuidará de ti.

—No necesito descansar —replicó John—. Y mucho menos necesito irme a casa.

—Pero John, sé razonable. Me quedaría yo misma contigo si no fuera porque tengo que encargarme de… bueno, tengo que ocuparme de Sherlock.

John la miró con horror.

—¿Vas a ocuparte tú misma de…? Oh, Dios, no puedo ni pensarlo. Sé que yo no sería capaz de hacerlo.

Por un segundo, una mirada de culpabilidad cruzó los ojos de la joven, pero John estaba tan alterado que no se dio cuenta.

—No, yo… bueno, mira, John, yo misma me quedaría a tu lado, pero tengo mucho trabajo por delante. Tienes que irte a casa, llama a Harriet o a quién quieras, pero llama a alguien para que no estés solo.

—Yo le haré compañía —dijo una voz a su derecha.

Los dos se giraron y se encontraron con Greg Lestrade, que observaba a John con expresión consternada.

—Ah, no, creo que paso —dijo John, poniéndose en pie con rigidez—. No es ahora cuando te necesito, sino hace unas horas, cuando Sherlock todavía estaba vivo y todo tu departamento le creía un asesino múltiple.

—John, yo nunca he creído eso de él.

—Pues has hecho un buen trabajo ocultándolo.

Lestrade pareció devastado.

—Tenía las manos atadas, mi superior me dio la orden directa de que le detuviera, pero eso no quería decir nada, todo este asunto habría podido aclararse, yo no tenía ninguna duda. No podía imaginar que… —el policia se interrumpió, una expresión de dolor cruzando su rostro— John, si hubiera creído por un segundo que iba a hacer algo así jamás… —sacudió la cabeza con aflicción— yo le apreciaba, lo sabes, ¿verdad?

John hizo un sonido impreciso, algo entre una risa amarga y un resoplido, y se marchó del hospital sin pronunciar una sola palabra más.

oOoOo

Sus pasos le dirigieron a Baker Street y no se dio cuenta de ello hasta que estuvo ante la puerta del 221B.

Pensó en darse la vuelta y alejarse de allí, pero entonces se le ocurrió que quizá nadie había avisado a la señora Hudson, y se obligó a entrar en la vivienda. Nada más traspasar el umbral, el móvil empezó a sonar. Lo había hecho con bastante insistencia durante todo el tiempo que había pasado en la sala de espera del hospital, pero John había rechazado cada una de las llamadas de Mycroft. No tenía nada que hablar con él.

Volvió a rechazar la llamada entrante y golpeó con los nudillos la puerta de la señora Hudson. Cuando le abrió, la mujer le recibió con ojos llorosos y se abrazó a él con tristeza.

—Oh, John, es terrible, terrible… mi pobre muchacho…

John acarició su espalda y miró hacia el interior de la casa para encontrar a Mycroft sentado en una silla, sujetando el mango de su paraguas entre las manos y mirándole con expresión inescrutable. Fue más de lo que pudo soportar.

—Señora Hudson —dijo, apartando a la mujer lo suficiente para que pudieran mirarse a la cara—. No puedo volver ahí —aseguró, señalando la escalera que subía a las habitaciones que compartía con Sherlock—, lo entiende, ¿verdad? No puedo volver. Todavía no. Tengo que… tengo que marcharme de aquí.

La mujer asintió entre sollozos, se secó las lágrimas y volvió a asentir.

—Claro que sí, cielo, claro que sí que lo entiendo. Yo también voy a echar tanto de menos todo el alboroto que él hacía siempre…

Un nudo se instaló en la garganta de John. Se mesó la barbilla y las comisuras de la boca con los dedos, intentando calmarse, y cuando lo hubo conseguido, repitió:

—Tengo que marcharme. Lo siento. Me alegro de ver que tiene compañía —"Aunque la compañía sea el causante de la destrucción de Sherlock", pensó—, estoy seguro de que Mycroft se quedará con usted todo el tiempo que haga falta.

Le dirigió al hombre una mirada de advertencia y se dio media vuelta para salir de allí lo antes posible.

—John —llamó Mycroft desde dentro—, necesito hablar contigo.

Pero él ya había salido por la puerta del 221B y se encaminaba calle abajo a paso rápido. Sin embargo, no pudo ir muy lejos, un guardaespaldas ancho como un armario le bloqueó el paso y cuando se giró para dar media vuelta vio a Mycroft acercándose a él.

—No estás siendo razonable —dijo.

—¡¿Razonable? —gritó John, exasperado— ¿Quieres que sea razonable? Está bien, seré razonable.

Se acercó a él a paso rápido y le plantó un puñetazo en la cara que le hizo tambalear. Mycroft se echó atrás y se palpó la nariz con gesto de dolor.

—Vuelve ahí dentro y haz que la señora Hudson te cure la nariz —dijo John—, le sentará bien ocuparse de alguien más durante un rato. Y no la dejes sola, ¿me oyes? Eso es todo lo que tú y yo tenemos que hablar. Nada más.

Se dio la vuelta para alejarse de allí, pero el guardaespaldas volvía a bloquearle el camino. Mycroft le hizo una seña al hombre para que le dejara pasar y John se marchó con paso enfurecido.