Autora: 24 de Diciembre de 2014. He comenzado a releer la historia para volver a continuarla. Estoy de vacaciones, y aunque me prometí que pasaría en Word todos los apuntes de la universidad, me prometí continuar todas las historias. Así que aquí estoy.

Amen mi hermosa y perfecta beta Joe (Pandasick) por ser la personita más hermosa y genial del universo y ¡Corregir los 22 capítulos de A 3 Pasos de Ahorcarte!

¡Eso es un sacrificio que merece altares! ¡Es una mártir!

Disclaimers: Hidekaz Himaruya, sabes perfectamente cómo van las cosas. Los personajes oficiales son tuyos, los OC son del fandom y la historia es mía. Así que no te quejes amor si luego la historia hace ganar dinero y a ti solo te toca un tercio.

Advertencia: Malas palabras.

-X-

Capítulo 1: "MALDITO NUEVO COMIENZO"

-X-

— ¡Dios, Alfred! ¡Esto ha sido la gota que derramó el vaso! ¡Eres un irresponsable!—las uñas color granate se aferraban con fuerza al volante, mientras observaba por el espejo retrovisor de la todoterreno, al silencioso muchacho en el asiento de atrás.

Sus ojos turquesa refulgieron aún más furiosos al no ver una mínima reacción del menor.

Regresaban de la reunión que había tenido con el director del colegio y donde le habían avisado sobre la "gracia" que se le había ocurrido hacer a ese imbécil.

El muchacho seguía mudo, pegado al respaldo del asiento mientras escondía en su mano un pequeño papel blanco. Un papel que su querida madre vería solo cuando él y su hermoso trasero estuvieran escondidos en un lugar seguro.

Porque él sabe, si se le ocurriera la grandiosa idea de mostrarle esa lámina de celulosa en el auto, con total seguridad ocurrirían dos, no, cuatro posibles escenas.

En la primera, su madre se volvería loca de la ira y sacaría las manos del volante sólo para ahorcarlo, chocarían con la fuente que estaba en la plaza por la que estaban cruzando.

Y lo mataba a él de por medio. No.

En la segunda en cambio, tras un ataque de ira perdería el control de sí misma y le daría por cometer un genocidio atropellando a los simples y tranquilos peatones que van caminando por las calles viviendo su feliz mundo de chasispirulandia.

Se quiere ahorrar el cargo de conciencia.

En la tercera le daba un infarto y se muere ahí mismo. Dejando el control del auto a merced de la suerte.

Y él no sabe cuántas posibilidades de vida le quedan si se atreve a manejar la camioneta para salvar su vida con el cadáver de esa vieja estorbando.

La última escena que Alfred se barajaba era una mezcla de las anteriores:

Atropella a los pobres imbéciles que se le ocurrió salir a caminar justo hoy y le da un infarto haciendo que choquen contra la fuente.

Muere nuevamente.

Siendo sinceros, ninguna opción le agradaba en lo más mínimo.

Aparte, no quería ponerse a trabajar para pagar el arreglo de la Hummer y tampoco quería ser prófugo de la justicia junto con esa odiosa mujer, sabía que era más que obvio que si le dice al policía la situación o lo mete en un psiquiátrico o se ríe de él.

"¿Sabe oficial? Le dije a mi madre de la existencia de este papelito brillante que ve en mi mano y en un ataque de locura le dio por atropellar a los tipos que caminaban por el lugar. ¡Juro que no es mi culpa! ¡O no toda!"

Sí claro, como si fueran a creerle tal cosa.

Tendría que huir a México y vivir quién sabe qué penurias lejos del Internet. Ni siquiera quería imaginárselo, no podría soportarlo.

No.

Es mejor especificar. Podría soportar una vida en cualquier otro lugar valiéndose de sí mismo pero…

No podría soportarla a ella.

Suspiró decaído. El papel rozó el dorso de su mano haciéndole cosquillas, no dejándole olvidar su existencia. Con la yema de los dedos pudo sentir la textura que el sello del instituto le daba a uno de los costados de aquella carta. Aquel sello que hacía de compañía a la escritura a mano del director.

Su hermosa y comprensiva madre se daría cuenta de que el rezo ahí escrito no era una broma pesada. Suspiró agotado.

En estos momentos una botella de Whiskey no le haría nada mal.

-X-

— ¡ALFRED FREDERICK JONES! ¡Qué rayos significa esto!— Alfred suspiró resignado. Con que finalmente había encontrado el papel casualmente escondido bajo el viejo teléfono de pedestal, reliquia del abuelo según su padre, que estaba en la sala de estar.

Por lo menos había tenido tiempo para abastecerse de víveres y demás elementos necesarios para su supervivencia dentro de su habitación.

Su madre iba subiendo, lo sabía por los fuertes golpes a los peldaños que hacían sentir que se romperían de una patada.

Esto iba a dar para largo, se dijo, así que buscó en sus bolsillos una cajetilla de cigarros.

Cuando ya iba a tomar el conjunto de nicotina siente como la manija de su puerta es girada bruscamente sin éxito. Se sentó en unos de los pufes azul marino que había en su habitación, observando desinteresadamente como su progenitora luchaba por destruir ese simple pedazo de madera pintada de blanco con unos puñetazos que el mismo Bruce Lee habría envidiado

— ¡Abre esta inmunda puerta, mocoso!— ¿Creía que acaso era suicida? Apoyó sus codos sobre las rodillas en silencio.

No llegaría a tocarle un pelo a menos que pudiera derribar la puerta, que junto con el armario y el escritorio que había puesto de barrera, hacían tal vez, unos trescientos kilos.

Con el cigarro sin encender sobre sus labios observó la hora en el reloj de la pared.

8:07 PM

La poca luz que traspasaba las cortinas le daba en el rostro, dándole un toque melancólico.

Buscó y rebuscó en sus bolsillos su encendedor para prender pronto el maldito tubo con tabaco, preguntándose donde rayos podría estar dicho aparatito azul con estrellas blancas. Quizá lo habría dejado debajo del pupitre del salón. Tch.

Se rascó la cabeza, resignado. Perdió su encendedor favorito.

— ¡Quédate ahí maldito mocoso!— ¿Y qué creía que iba a hacer? Obedecería con gusto aquella orden. Se levantó y fue al escritorio a buscar la reserva de encendedores que guardaba, sabiendo de su facilidad para perderlos— ¡Eres una verdadera vergüenza para la familia! ¡Nosotros estamos siempre pensando y preocupándonos por ti!

¿Qué?

Los dedos del muchacho quedaron congelados dentro del cajón, justo a milímetros del ansiado objeto de metal.

¿Familia?

¿Preocupados por él?

¡Eso era una asquerosa mentira!

Si se hubieran preocupado por él y su hermano no hubiera pasado nada de lo que ha ocurrido en todo este año ni en el anterior.

— ¿Acaso no me vas a responder? ¡Por Dios Alfred! ¿Qué rayos pensabas para comenzar a tomar alcohol en el colegio y luego golpear a uno de tus compañeros? ¡El chico está en el hospital y tú citado al tribunal por acoso!

Su cuerpo se congeló por la impresión. Sacó con lentitud su mano con el encendedor de U2, que antaño había sido de su padre, miró sin expresión la puerta que ya había dejado de ser aporreada. Lo del tribunal no se lo habían contado pero no era algo que pudiera afectarlo en lo más mínimo.

Dio dos pasos hacia la puerta y se apoyó en la muralla muy suavemente, cerrando los ojos. Quería escuchar toda la mierda que su madre le tiraba.

Sonrió en una mueca trizada, el labio inferior tiritaba levemente.

— ¡Y ahora me entero de que estás expulsado de tu colegio! ¿Qué mierda piensas que vas a hacer? ¡Tus notas son horribles! ¡Tu historial de conducta es igual al del peor de los delincuentes! ¡Ningún colegio te aceptará!— Un sólido y solitario puñetazo se encajó al otro lado de la puerta. Un puñetazo tan cerca de la cara de Alfred que hizo que se removiera su cabeza unos milímetros de la pared— ¡Eres un maldito egoísta! ¡Dañándonos con tus mentiras y tu manía de dártelas de rebelde! ¡Nos dañas a todos, pero eso a ti no te importa, no claro que no, qué le va a importar a un ego-!

Todo transcurrió tan rápido para Alice, que en un abrir y cerrar de ojos estaba gritándole a la puerta y al otro está con su hijo mayor mirándola furioso a centímetros de distancia, asustándola.

— ¡Quién carajo te crees como para decirme esas mierdas!— Rugió— ¡Tú no eres nadie para opinar de esa forma de mí porque tú no sabes un carajo de lo que ha sucedido! ¡No sabes por qué lo hice y ni te importa realmente! ¡Sinceramente, no te importo ni yo ni Matthew! ¡Y no me vengas con mentiras, puta barata porque sabes perfectamente que no hiciste nada cuando Matt lo necesitaba y tuve que ir yo a protegerle!

Respiró cada vez más acelerado, con la furia recorriéndole las venas. La ira era un veneno, un veneno corrosivo y lacerante, que aumentaba el pulso de su corazón y detenía toda flor de luz, dejando que todo se volviese rojo. Rojo. Rojo sangre.

Su madre seguía mirándole fijamente, congelada, como un ciervo encandilado.

Ver ese rostro en ella no hacía más que instar a Alfred en seguir gritándole.

— ¿Sabes qué? Si tanto te molesta mi existencia en tu asquerosa casa, échame de aquí o consígueme una pocilga para vivir. ¡Así te dejo en paz para que vivas con tu asquerosa familia perfecta que no es más que una mentira! Me harías un favor también pues así no veo tu jodida cara que no hace más que enfermarme todos los malditos días.

Se mordió la lengua para no gritar.

Pestañeó repetidamente para no llorar.

Apretó sus puños para aparentar ser fuerte y que nada de lo que había dicho su hijo le había afectado.

Que el miedo a ver fijamente sus ojos llenos de rencor e ira no eran más que una pesadilla. Que el Alfred que ella conocía nunca había pasado esa metamorfosis tan espantosa. De un dulce conejito a un toro bravo que estaba a segundos de cornearle y tirarla por las escaleras.

Su adorado Alfred, el niñito que siempre que discutía con Frederick iba a abrazarle y decirle que no se veían lindos peleados.

El mismo niño que siempre le decía en los desayunos que tendría un buen día porque él siempre estaría ahí para cuidarla, protegerla y defenderla como el héroe que era.

No.

Eso que estaba al frente suyo no podía ser su bebé.

— Mi pequeño. Tú no eres mi pequeño ¿Dónde está…?— habló con ojos vidriosos y la voz débil como un hilo a punto de romperse, tan frágil.

Verla en ese estado hacía que Alfred quisiera vomitarle en la cara. Se preguntaba él cómo se podía ser tan hipócrita. Lloraba como una mártir, como si estuviera fatigada de tanto que intentara ayudar y protegerlos.

¿Cómo podía verse en el espejo todas las mañanas, sin vergüenza?

Sonrió cínico mientras la señalaba.

¿Cuándo fue?

— Hicieron que se ahogara en este infierno, yo simplemente soy el que está para sustituirlo…— sus ojos se endurecieron—… Y no te hagas la tonta, que tú misma ayudaste a que sucediera eso.

Dicho eso, cerró la puerta con tal fuerza que no hubo una pared en esa casa que no retumbara. La mujer, con las rodillas tan temblorosas que hacían imposible su permanencia en pie, cayó hasta el frío piso de madera con los ojos fijos en la puerta pintada de blanco.

Vulnerable. Débil.

¿Cuándo fue?

Poco a poco, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, lágrimas que alcanzaron el límite de lo que sus dolidos ojos podían soportar y se derramaron recorriendo su rostro. Sus manos temblaban abiertas, llenas de impotencia y congoja. Comenzó a sollozar sin vergüenza alguna ni intenciones de esconder su rostro.

¿Cuándo fue que Alfred se convirtió en eso?

Por el espacio de la puerta entreabierta el único testigo de todo el espectáculo, miraba apretando su mandíbula hasta que cada músculo se sentía adolorido. Al escuchar el primer sollozo de su progenitora no soportó más y cerró los ojos.

Era toda su culpa.

-X-

Después de azotar la puerta, Alfred permaneció en su cama haciendo una y otra vez el mismo juego: despertaba la llama apagada del encendedor y después la asesinaba soltando la palanca.

Encender, apagar.

Despertar, dormir.

Crear… vivir.

Un ciclo que nunca terminaba.

La luz anaranjada de los faroles que se colaba por las cortinas mal cerradas resaltaba sus facciones perdidas.

Pasaron minutos y minutos antes de que se acabara el combustible del encendedor. Horas eternas donde estuvo jugando. Cuando la llama se extinguió para siempre, Alfred se quedó mirando el techo, su rostro tan impenetrable seguía en un mundo aparte y desconocido.

Esto era una basura.

Vivir era una basura.

Finalmente el sueño lo venció y lo arrastró a un mundo terrorífico donde distintas imágenes y mundos lo torturaban. El peor de los sueños fue el último antes de despertar sobresaltado y con el cuerpo cubierto de sudor.

Fue arrastrado a un mar oscuro del cual no podía salir de nuevo a flote.

Monstruosas manos lo arrastraron a las profundidades y él gritaba, gritaba y se ahogaba cada vez más.

"¡No puedes contra nosotros!" chillaban del fondo de las aguas "No eres lo suficientemente fuerte". Comenzó a ahogarse, a perder la conciencia. Con dificultad, logró ver a su familia en la superficie.

Matthew decepcionado. Su madre riéndose de él. Su padre molesto.

Su cuerpo se congelaba y los gritos de las bestias lo ensordecían enloqueciéndolo.

Hasta que una pálida mano lo sujeta y lo lleva hasta arriba haciéndolo libre y dejándolo respirar desesperado.

Despierta.

4:53 AM

-X-

— Marco, no era necesario de que vinieras conmigo— con una caja llena de Dios-sabe-que cachivaches en mano, miraba a su hermano apoyado en el piso. Con infinita paciencia le volvió a repetir que su nombre era Matthew pero el otro no le interesó mucho.

Miró el departamento teóricamente vacío, claro si no se contaba la multitud de cajas de todos los tamaños descansando en la suave alfombra color arena.

— Claro que era necesario. Después de todo lo que has hecho por mí…— se encaminaba a uno de los cuartos pero quedó congelado en su posición, dándole la espalda a su hermano mayor— Además, ¿Quién limpiaría el huracán que dejas a tu paso?

— Son simples detalles. Si pude vivir más de diez años en mi habitación donde toda la mierda se concentraba en un espacio diminuto ¿No crees que en este lugar que es mucho más grande se me complicaría demasiado?— giró y sonrió radiante al otro que lo observaba rodeado de cajas desde donde se supone debería estar el salón de estar.

— No seas tonto, yo… espero que entiendas que…— miró sus manos que se frotaban la una contra la otra tratando de apaciguar su nerviosismo, su hermano lo veía con curiosidad— Yo no puedo dejarte solo, no luego de todas las cosas que has hecho por mí ¿Entiendes? Además creo que quizá… podría ser agradable convivir en un departamento los dos. Tal vez…

Matthew se removía nervioso, siempre había sido tímido y lo de expresarse siempre le había costado. Alfred lo sabía

— ¡Claro que va a ser genial vivir conmigo! Mucha gente se estaría peleando tu lugar en este departamento, eres todo un privilegiado, Michelle.

— M-a-t-t-h-e-w ¡Matthew! ¿Tanto te cuesta recordar mi nombre?— pasó de largo el comentario ególatra del chico, ya acostumbrado a que saliera con alguna de esas estupideces. Había entendido perfectamente el mensaje escondido que iba tras de todas esas palabras.

Gracias.

¿Cuándo fue la última vez que Alfred se había comportado así?

Hace mucho tiempo, demasiado para Matthew, que sólo deseaba con todo su corazón que estos amenos momentos ocurrieran con más normalidad.

Su pecho se encogió. Por mucho que deseara eso sabía que era imposible. Solo le quedaba atesorar cada momento cálido que hubiera con el tonto de Alfred.

Se levantó y lentamente sin subir la mirada del esponjoso piso, se acercó y lo abrazó como si la vida se le fuera en ello.

— ¿Mattie?

El tonto de su hermano que se sacrificó por defenderlo.

-X-

— Bien, ¿A dónde debemos ir?— Casi trotando siguió el apresurado paso del mayor que lo ignoraba olímpicamente, aún molesto por ser despertado tan temprano.

Era el primer día de clases en instituto en que su padre había logrado inscribirlos, así que no podía llegar tarde justo el primer día y eso le había explicado una y otra vez a Alfred cada vez que lo miraba con expresión moribunda y unas ojeras que lo hacían confundirse con un mapache.

¡No era su culpa que haya estado jugando hasta las tres de la mañana sus tontos videojuegos!

Suspiró fastidiado. Había soportado las miradas asesinas toda la mañana, que le hubiera apagado el calefón, teniendo que ducharse con agua fría, que se haya comido su desayuno dejándole solo migas de panqueques y que le haya hecho plena zancadilla en la calle. Pero que le ignorara para cuando hablaba de un tema tan importante como la localización del colegio lo irritaba.

— Alfred F. Jones, repito nuevamente, ¿A qué lugar debemos ir?— puso su tono de voz más grave logrando que el otro se dignara a mirarlo desganado y le señalara con un no muy agradable gesto de dedos una parada de autobús. Comenzaron a cruzar la calle— ¡Ya te he dicho el por qué yo…!

— ¡Matthew!

Todo ocurrió demasiado rápido. Un bocinazo y el rostro horrorizado de su hermano. No alcanza a voltear para ver qué ocurre cuando siente un empujón que lo tira lejos haciéndolo chocar contra el duro pavimento.

Lo demás fue negro.

— ¿Te encuentras bien?— por un minuto creyó haber muerto, pero la punzada de dolor a un lado de su cabeza le indicó lo contrario, además de las cálidas manos que lo remecían levemente. Abrió los ojos y encontrándose con los brillantes verdes de un chico a centímetros de su cara. No sabe hacer nada más que chillar y ponerse rojo como un tomate.

El desconocido lo miró asustado.

— Hey, estás muy cerca de mi hermano— de un manotazo lo empujó a un lado y se posicionó al lado de Matthew— ¿Te llevo a un hospital?

Confundido mira al joven, ahora de pie, que fulmina con la mirada a su consanguíneo.

Intenta levantarse pero al hacerlo se marea y habría caído al piso si no es por el muchacho que lo agarra de una mano.

— Niño, debes mirar por donde caminas sino es porque te empujo ese camión te hubiera arrollado. Ten más cuidado por favor.

Asiente nervioso por la cercanía mientras su hermano mayor observa todo con una ceja enarcada.

¿De qué se las daba ese idiota?

— L-lo lamento.

— Sí, si, como sea, gracias por impedir que a mi hermano lo hiciera papilla un camión. Ahora regresa al circo raro de donde viniste y déjanos en paz, enano cejotas

El aludido quedó perturbado.

Los ojos verdes brillaron peligrosamente.

Y pasó a la furia.

— Escúchame bien, pedazo de imbécil ¿A quién le dices enano cejotas?

— Pues a ti ¿O estás sordo acaso?— le interrumpió con prepotencia.

— Lo más que nos puede diferenciar son dos centímetros. Idiota. ¿Eso para ti califica como un enano? Además tengo diecisiete, estúpido— señaló sonriendo condescendiente. Sus miradas chocaron y la tensión se sentía en el alrededor, hasta unos curiosos se acercaron a ver el extraño espectáculo— No sé de qué te burlas, si por lo menos no soy un gordo cuatro ojos como tú.

— ¡¿Qué?!

Matthew intentó decirles que no discutieran pero el par lo ignoró olímpicamente.

El menor lanzó un último grito que amenazaba con hacer explotar su cuerpo de la presión y los dos demonios lo apuñalaron con sus miradas que se movieron sincronizadas en su dirección.

El joven de ojos verdes pareció calmarse al ver lo pálido que estaba el joven de cabello ondulado y se fue, no sin antes despedirse de él y empujar por el hombro al otro.

— ¡Hey, no escapes que aún no termino contigo!— echando fuego por la boca tuvo intenciones de correr tras él, si no es por Matthew que se le tira encima.

— ¡Detente!

-X-

Los pasillos del instituto eran recorridos por cientos de estudiantes encerrados en su propia burbuja. Se veían juntos, pero en tan distantes en la realidad, preocupados solo por sus vidas.

O eso sentía Matthew que iba tras su indiferente y furioso hermano.

¿Qué tan irritado estará como para haber ignorado a esas chicas que le guiñaron el ojo? Para el menor esto era como el Armagedón, nunca en su vida había visto que su hermano desaprovechar la situación para aumentarse el ego creyéndose irresistible.

Subieron las escaleras hacia el segundo piso y caminando por los pasillos, llegaron hasta donde Matthew recibiría clases por el resto del año.

Sala 2-C

— Entra— señaló fastidiado el mayor. Matthew no sabía si hacerlo o no. Le preocupaba lo que llegara a hacer Alfred mientras estaba fuera de su vista, se preguntaba seriamente si iría a clases luego de que él entrara a su salón. Comenzó a tronar sus dedos como siempre que se ponía nervioso y el mayor lo notó—… No me iré a pelear ni nada por el estilo, tonto. Ahora entra que llegaré tarde a mi mierda de salón.

Antes de que pudiera decir algo, su hermano lo agarró de un brazo y lo tiró bruscamente al salón para luego cerrar la puerta.

Estúpido Alfred.

Comenzó a subir al tercer piso. No tenía ganas de estar ahí, pero mientras no conociera como se movía ese lugar no dejaría solo a su Matthew para escaparse por ahí a emborracharse o ir a los videojuegos. Toda esta mierda lo fastidiaba y el pillarse con ese estúpido niñito lo dejó peor.

Aún tenía ganas de asestarle un buen golpe que le rompa uno o dos de sus perfectos dientes para ver si se atrevía a tratarlo de nuevo así.

De su sudadera, cubierta por la chaqueta negra del uniforme, sacó su caja de Marlboro y a la mierda los pobres imbéciles que lo quedaban mirando babosamente. Que fueran unas nenitas que no se atrevieran a llevar un cigarrillo a la boca en la escuela no era su problema.

Siguió subiendo las escaleras y de repente sin haberlo previsto siquiera, chocó contra alguien haciéndolo caer al piso. Regañando abre los ojos, cerrados por acto reflejo, y descubre frente a él una muy agradable sorpresa.

Esto no podía estar pasando.

Esto no podía estar pasando.

— ¡¿TÚ AQUÍ?!

El grito doble resonó por todo el instituto.