Inazuma eleven no es de mi propiedad, sino, Atsuya estaría vivo, Haruna casada, y con Touko con más protagonismo.
Los banderines se ondeaban con las ráfagas de viento, y había uno que otro aldeano que seguía colocando guirnaldas sobre las fachadas de madera. Los caminos desiguales pintados de gris, se veían mucho más llenos con tanta gente aglomerada.
Celia trataba de pasar a través de los huecos de pocos milímetros que se hacían entre los cuerpos de las personas y los pomposos vestidos de las mujeres. Numerosas veces había sido golpeada por codos puntiagudos y disparos de magia de los Magician que no tenían cuidado. Sus ojos verdes se alzaban de entre las nucas de las personas, y sus lentes de vez en cuando se le caían en su cara porque siempre se le desacomodaban, pero por más que se alzaba de puntillas hacía el frente, no lograba encontrar ni a Vivianne ni a Jude.
—¡Celia!
Debido al éxito obtenido al tratar de observar por encima, agacho su cuerpo por debajo de las faldas de distintos tonos, tratando de que por lo menos entre las piernas se viera la sombra amarilla que ese día traía Vivianne en su vestido.
Efectivamente, Vivianne se hallaba hasta un extremo donde no tantas personas transitaban, y donde estaba un viejo negocio de figuras de cristal que a Celia le encantaba.
Abriéndose paso a empujones y reclamos, Celia llegó hasta la puerta del viejo local, y justamente enfrente de la chica castaña y su hermano. Celia extendió los brazos con emoción y Vivianne le correspondió la sonrisa, abriendo los brazos también, esperando ser abrazada. Lastimosamente, Celia no corrió hacía ella, sino a Jude que se jalaba constantemente de la manga. La castaña frunció el ceño con molestia, mientras que Celia se reía un poco por su actitud.
—En este festival hay más personas que de costumbre. —Dice Vivianne ignorando por completo el hecho anterior.
Cada año, celebraban un festival en nombre al trato de Concordia que había salvado a las tribus de guerras y disputas; de muerte y tristeza, invitando a la Isla Caelum estar en armonía, completa paz que se brindaba entre todos los aldeanos.
Celia formaba parte de la tribu Stellarum, y solo en el festival podía ver a su hermano, que a su diferencia, iba en Nox. Vivianne siempre los acompañaba y conocía a Celia desde su infancia. Era una relación de amistad que no podían romper.
Celia agita con una sonrisa, mientras que gira a ver de vez en cuando a su hermano. Por esta ocasión, Jude no trae sus gafas, sino que deja a la vista sus ojos rojos, que a Celia siempre le habían gustado. Vivianne les dice que como siempre vayan a apartar lugar en la plazuela, dentro de poco, los Reyes llegarían a hacer la ceremonia oficial de cada festival, y daría comienzo a la verdadera celebración.
Emocionados como cada año ante la petición, caminaron hacía la plazuela y se acomodaron frente a una gran plataforma de piedra que sobresalía del suelo por unos cuantos centímetros. Casi al borde, había seis tronos acomodados en orden, con el cojín granate con bordados de distintos tonos. Detrás de estos, había una enorme estatua, una tan enorme que les recordaría por siempre, una que porta el nombre de Concordia en su rostro.
Su misma Diosa, la Diosa de Concordia.
Los cabellos estáticos se tremolaban con una brisa inexistente; sus ojos cerrados bajo una venda gris; sus manos unidas en una plegaria silenciosa; y sus alas, hermosas y grandes que se ondeaban, que la envolvían en un aura de tranquilizante calma.
Vivianne y ella se pusieron a cada costado de Jude, mientras que alzaban la vista con clara emoción, Jude por su parte era tan serio como los cubos de hielo que un vendedor vendía en un negocio continuo.
—¿Crees que suceda algo interesante hoy? —Pregunta Jude mientras que inclina un poco la cabeza para susurrarle a Celia.
Ella le gira a ver con cierta molestia, gruñendo por lo bajo.
—Siempre ocurre algo interesante. —Dice ella con una sonrisa, y Jude la corresponde.
De inmediato toda la multitud acalla su algarabía, y ella y sus amigos giran a ver hacía la plataforma de piedra. Por los escalones que hay a los costados, comienzan a subir un chico y una chica. El primero, un chico de cabellos albinos, se posiciona a la derecha con una postura muy rígida, mientras que a su costado se coloca la chica de cabellos salmones mientras ajusta los botones de su chaqueta. Ambos visten de negro cordial, y sobre las solapas de los sacos llevan un diminuto símbolo plateado.
—¡Que dé comienzo a la ceremonia oficial de este festival! —Alza la voz el chico.
Todos alzan sus manos, o ríen mientras gritan con clara emoción, alegres que como cada año se celebre aquel festival. Celia y Vivianne aplauden con fuerza, y Jude lo hace de manera más calmada. Poco se da cuenta de que Celia rebusca entre la multitud buscando a alguien.
—¡Den bienvenida a sus reyes!—Es turno de la chica de gritar por sobre la multitud, difuminando los gritos formantes del alboroto hasta llegar al sosiego.
Ambos se retiran con movimientos rígidos por los escalones de los costados y se pierden entre una masa de gente que se acumula alrededor de la plataforma. La calma dura unos instantes, esperando en silencio a que lleguen, y es así como sucede.
Por la parte de atrás de la plataforma, ingresan en dos líneas—cada una pasa a un costado de la estatua—seis personas de movimientos elegantes, y de porte majestuoso. Caminan elevando el mentón en una digna posición de su clase, y ondean sus capas y vestidos por el suelo gris. Las coronas de todos, brillan ante los rayos solares, y sus zapatos se pierden hasta que llegan al frente. Todos llevan sus palmas elevadas al frente, y hacen que floten ciertas piezas talladas en metal y uno a uno se colocan frente a cada trono, posicionándose en silencio y serenidad.
El primero es un hombre canoso, de porte fuerte y orgulloso, con la túnica negra cayéndole larga sobre sus hombros, y con una media luna plateada en sus palmas. La segunda es una mujer de dorados cabellos, de ojos pálidos y cristalinos, envuelta en un aura luminosa que en sus palmas lleva un sol. Hay también un hombre de cabellos negros, con los ojos purpúreos, y con una sonrisa que le cruza el rostro, eleva con orgullo un lirio violeta que flota en un aura rosada. La siguiente es una mujer de cabellos grisáceos, con pecas en todo su rostro, y con un reloj de arena en sus manos, dibujado en su rostro. El otro hombre es de cabellos azulados, y este trae en sus manos una estrella. La última, menuda y pequeña, tiene los cabellos claros como el blanco, y sus ojos extraños son como azul cristalizado, ella por su parte porta un copo de nieve en sus manos.
Regidos por perfecta sincronía, todos hacen reverencia ante sus reyes, ante sí colocados. Todos sonríen a sus reyes, sin estar cansados.
De entre la fila camina hacía al frente la mujer de cabellos dorados, y alza sus manos aún portando el sol con una sonrisa plasmada en su rostro.
—¡Recibamos con alegría el festival de concordia! —Grita y empuja sus manos, el símbolo se pierde en el cielo cuando llega a la altura de los ojos de la estatua y todos los demás le siguen, acompañados de gritos de euforia y alegría, y una ola de aplausos.
La multitud se disipa cuando los reyes terminan de dar la ceremonia, y es cuando se ven tonos vivos albergados en cada rincón del lugar. Vivianne, Jude y Celia caminan por la acera con parsimonia mientras charlan un poco de cosas triviales, pero Celia sigue alzándose de puntillas sobre las cabezas de todos, como si buscara a alguien, y justo al final, sin que los otros dos se den cuenta, hace un puchero pequeño cuando no encuentra su objetivo.
—Oigan…—Ambos se giraron a ver a la menor quien seguía caminando con la vista hacía el frente. —¡Vamos hacía allá! —Grita con alegría mientras se aleja corriendo de entre todo el tumulto de gente que bloquea el paso. Tanto Vivianne como Jude la observan alejarse del lugar y se giran a ver para comenzar a seguirla.
Celia comenzó a apartarse cada vez más de toda la gente que se hacía más al centro de la calleja principal, pero conforme avanzaba se comenzaban a disipar gran cantidad de personas y resultaba mucho más cómodo respirar. Sobre las aceras de ambas calles empedradas que derivaban otro esquema de calles de terracería, había numerosas casas encimadas una contra la otra, demasiado juntas, y a un lado del conjunto de cedros, la biblioteca del lugar destacaba. Era una vieja casa de madera con vitrinas hechas de hielo mismo, gracias a los que formaban parte de Fractals y había numerosas enredaderas que adornaban los tablones de madera. Celia se asomó por la ventanilla del lugar, pero no logró encontrar ni siquiera un rastro de vida. Giro su cabeza hacía atrás para comprobar si Jude y Vivianne la seguían pero no había tampoco rastro de los dos; alzó los hombros con indiferencia, y abrió la puerta rechinante que hizo sonar la campanilla de la tienda.
Casi al entrar recibió una ola de aroma a polvo y a viejo, con las partículas revueltas sobre cada esquina de la vieja casa, un olor tan irritante que haría escocer la nariz a quien no estaba acostumbrado. A la esquina derecha, justo al lado de la ventana, el viejo escritorio era cubierto también por una fina capa de polvo en las orillas, y sobre el viejo taburete que se hallaba frente a él, Doreen Briny se hallaba sentada leyendo un rugoso libro escrito a mano, con las páginas amarillentas y gastadas, que al ser pasadas era el único sonido que cubría el lugar. En la primera estantería del lugar, la muchacha de cabello castaño que siempre ayudaba a Doreen se arrastraba por el suelo tratando de atrapar un pequeño gato que hace poco la biblioteca había adoptado.
—¡Doreen, Lía! —Gritó con molestia mientras empujaba un pequeño banco de plata.
Doreen apenas se inmuto del potente grito de la chica de cabello azulado y Lía casi se golpea la cabeza con la mesa donde estaban los más viejos tomos. Doreen alzó la cabeza con lentitud mientras se ajustaba los lentes y le observa con sosiego y calma, alzando un poco las cejas cuando ve a Celia en su pequeño local. Lía por su parte le observa temerosa, tratando de quitarse un poco todo el polvo que le había caído encima.
—¡Prometieron que irían! —Gruñe mientras que las señala acusadoramente, Doreen desvía su vista hacía su libro, ignorándola, y alza los hombros con claro desinterés, Lía sonríe nerviosa pero sigue viéndola con la cabeza gacha.
—No es lo nuestro. —Dice Doreen en un susurro frío sin levantar la vista. Sin que ambas vean realmente a Celia, esta lanza un resoplido de enojo y molestia, pero es interrumpido por el sonido de la campanilla que cuelga de la puerta, y esta se azota gravemente contra la pared del lugar.
Lía se asusta nuevamente, dando un respingo, y Doreen al fin alza la vista, para ver los asustados ojos de Celia al oír tremendo estruendo.
Jude y Vivianne llegan cansados, con la respiración agitada y con las manos apoyadas en las rodillas, las gotas aperladas de una fina capa de sudor les recorren la frente, como si hubieran tratado de correr mucho y esquivar cosas, pero cuando Celia los ve bien, tienen las facciones cubiertas por una capa de miedo y temblor, con la sombra del pavor que oscurece ambos rostros, y se dibuja en sus ojos.
—¿Q-Qué ha pasado? —Celia está asustada por la repentina aparición, porque los ojos de su hermano son oscuros y están llenos de miedo, porque la falda del vestido de Vivianne está cubierta de algo blanco, porque ambos están asustados.
Y porque no es algo común.
—Deben ir todos a la plazuela, ahora. —Habla Jude en lugar de Vivianne, quien aún no retoma su compostura. Doreen permanece apacible, pero se levanta de la silla.
—Vamos. —Doreen se acomoda junto a Celia, y Lía se levanta rápidamente mientras sostiene en sus brazos al pequeño gato, las más pequeñas se mantienen temblorosas y asustadas, y Vivianne y Jude salen por la puerta, guiándolas. Doreen toma la vieja llave de la biblioteca y comienza a cerrar con seguro esta.
Ni Celia ni Lía comprenden.
Pero cuando salen al exterior para llegar a la plazuela, se asustan aún más de lo que ya están.
Una horrible ráfaga de viento azota cada rincón del vacío lugar. Empuja con ferocidad toda cosa ligera y en un rastro efímero, el viento ya se lo ha llevado. Las hojas de los árboles se escabullen entre el frío resoplido causante del glacial clima, y el feroz viento chilla con molestia, golpeando las cosas que no pueden marcharse pero que hacen un sonoro ruido incesante.
Celia se abraza a sí misma para conservar el calor, y entrecierra los ojos porque una capa de tierra de las calles consecutivas le llega hasta ella. Avanzan con cierta dificultad por la calle empedrada, donde las piedras tratan de mantenerse en orden contra las frías ráfagas. Los banderines que habían colocado se agitan con fuerza que ni siquiera se nota el color de cada uno, y las guirnaldas de lavandas y claveles se descuelgan de las fachadas de madera. Los vidrios retumban, amenazando con caerse y entre los soplos veloces de viento, se notan copos de nieve que Celia pensaba que solo caían en Diciembre.
Era sorprendente. Hace unos minutos, el lugar tenía un aura cálida y soleada, con el cielo azulado despejado de nubes. Y ahora todo era gris, acompañado de un frívolo paisaje.
Cuanto más avanzan lejos de la biblioteca, observan que las pocas personas que se habían quedado en sus hogares o que transitaban por esas calles, son desalojadas por guardias reales para ser llevados al viejo palacete cerca de la plazuela y la calle principal.
Celia tiembla, y su hermano le coloca la chaqueta oscura que ese día traía. Todos arrastran los pies, con los ojos llorosos, y con las piernas entumidas. Expirando vaho de frío, y con la nariz roja y congelada por el viento.
Les cuesta a todos llegar a la plazuela, donde ya hay varias personas aglomeradas, hombro contra hombro, mientras agachan la cabeza, y tratan de alejar el frío. Sobre la plataforma donde los tronos se habían colocado, solo está la reina de Fractals. Se ve todavía más pequeña de lo que es, y su cabellera casi blanca se ondea con fuerza con el viento, pareciendo un tumulto de copos de nieve en el vendaval.
Mueve los labios con dificultad, haciendo notar las venas marcadas tintadas de azul en sus labios, y los vuelve a mover, pero ni Celia ni nadie a su alrededor le comprende. La ventisca es tan fuerte, y sopla con tal vigor, que el ruido opaca su voz.
Ella sabe que nadie le entiende, así que abre aún más su boca, y trata de gritar con toda la energía que tiene.
—¡Venid conmigo hacía el palacete! —Se le oye distorsionada, pero por lo menos es legible.
Todos comienzan a avanzar con lentitud, gracias al ventarrón, hacía adelante, para entrar al palacete. Unos empujan a otros, con tal de llegar primero y tomar el calor en sus manos.
Poco a poco se forma una turba molesta, que parece un río sin control, empujándose y corriendo por la plataforma al palacete. La reina ya no se encuentra, y no hay nadie quien los calme.
De repente, la corriente de aire se vuelve tan violenta que azota con fiereza las casas y los lugares, rompiendo en miles de trozos todos los cristales, que explotan en un azul cristalizado y les caen a todos, quienes tratan de protegerse con las manos. Es tanta la saña, que uno de los cedros se cae con lentitud al suelo, y golpea este, retumbando en el lugar, y rompiendo las piedras de las calles, levantando más tierra.
Todos gritan con temor, todos se dejan llevar por la desesperación. Corren, gritan, empujan. Es un río caótico, una masa de gente descontrolada por el miedo. Se golpean con crueldad, bañados en sudor, dejando expirar temor. A Celia la empujan, y casi cae, sino fuera gracias a Jude quien la sostiene a tiempo de la mano. Los chillidos se escuchan cercanos y a veces lejanos. La turba molesta avanza sin cuidado, corriendo, alejándose. Unos se quedan atrás y otros caen al suelo, tratando de protegerse de los pies que llegarían a aplastarlos. Todo no tiene control, todo es demasiado turbio y desordenado. Unos se hacen cortes profundos en los pies al pisar los cristales, al caer encima de ellos. Unos lloran, otros gritan, los niños temerosos apenas se sujetan de la falda de su madre, sollozando.
Es tanta la vorágine, que los de atrás ni siquiera se dan cuenta que ya están frente al palacete. Es tanto el desorden que nadie se detiene a ver hacía atrás. Es tanta la anarquía que no se dignan a ayudar. Los ciega, los asusta, los consume.
Frente a las puertas de madera, los mismos chicos que habían anunciado a los reyes, se encuentran. Tratan de calmar a la muchedumbre desordenada. De calmar su enojo, su ira, su miedo. Los de adelante gruñen de pavor, sin calmarse, sin entender. Solo gritan, avientan insultos, golpean los tablones. Hans y Victoria tratan de calmarlos, y dejarles entrar al palacio, pero nadie hace caso.
—¡Escuchad! —Gruñe Victoria tratando de que todos la escuchen, de superar al viento. —¡Calmaos y os dejaremos entrar!
Algunos le hacen caso, tratan de calmarse y de controlar el temblor que los consume, unos tratan de sollozar en silencio y dejar de gritar. Poco a poco comienzan a ingresar a lugar, ignorando el reciente temblor, el reciente grito, el reciente ruido de una casa cayéndose, rompiéndose en miles de pedazos.
Celia y los demás son casi los últimos en entrar, pero son los más silenciosos y calmados que puede haber en la parte de atrás. Cuando ingresan, el calor los recibe y los calma de a poco.
El lugar es enorme, con las paredes hechas de mármol, resistiéndose al torbellino. Es la sala principal, el salón donde realizan los bailes, ahí todos caben, pero no hay chimeneas ni algo que los calme. Sobre otra plataforma esta vez hecha de mármol, se encuentran otros seis tronos vacíos, e inexplicables. Tienen diseños tallados sobre el oro y la plata que los adorna, y los cojines son mucho más elegantes que los de afuera.
Victoria y Hans son los últimos en entrar, y empujan las puertas rechinantes hasta cerrar el palacete, esperando sobrevivir al violento frío que arrecia al lugar.
El suelo es amplio y tiene forma circular, alrededor hay numerosos ventanales que cubren las paredes del lugar. De otras puertas, esta vez hechas de madera, surge una hilera de criados uniformados que comienzan a andar por toda la sala a paso apresurado, contrastando con los tonos coloridos de los vestidos y trajes de las personas y aldeanos. Cierran las ventanas y las aseguran con seguro, cierran las persianas, dejando caer el trozo de tela afelpado.
No están los reyes, ni aparecen por ningún lado, pero las personas comienzan a inquietarse demasiado. De todas formas, el calor comienza a aparecer con más grados, conforme aíslan el salón de toda corriente de aire helado. Otra hilera de sirvientes comienzan a repartir mantas afelpadas a todos a su alrededor. De entre ellos destaca una joven de cabellos verdosos que Celia reconoció como Silvia, pero la que le entregó la manta a ella, a su hermano y a sus amigos, fue una joven albina muy parecida a Hans.
El suelo estaba cubierto por una enorme alfombra que lo adornaba cuando no había fiestas demasiado importantes, así que la mayoría se había sentado sobre esta, tratando de mantenerse aferrados al calor que el sitio les proporcionaba.
Sin embargo, la mayoría de las personas parecían desesperadas, ansiosas. Solo queriendo ver a los reyes, y que estos hicieran algo, que solucionaran algo. Todos perderían sus hogares ante la helada, porque jamás en su vida había sucedido algo parecido, ni siquiera en Diciembre, ni siquiera en Invierno.
—¿Qué crees que haya sucedido?—Pregunta Vivianne a Doreen, como si ella supiera más al estar leyendo libro tras libro.
No obstante, ella alza los hombros, sin saber. Vivianne frunce el ceño, y agacha la cabeza, viendo un punto indefinido entre sus pies, y los hilos que entretejían la alfombra.
Entre el sosiego, y los murmullos consecutivos a la pequeña charla de Vivianne, surge entonces un silencio profundo, trémulo. Todos alzan la vista, para fijarla en algún punto en las escaleras teñidas de vino.
Por ellas, bajan con lentitud las zapatillas de una jovencita. Con un vestido elegante, cayéndole suelto hasta sus pies. Los cabellos castaños de ella le caen por sus hombros, trayendo en el pecho un signo plateado. Los ojos de ella son fríos, son serios. Y debido al tono de su vestido, y la forma de este, ella es una consejera. Detrás, marcha un joven de porte estricto, con los cabellos cremas, y con los ojos castaños profundos, sin pizca de emoción. Viste de negro, y es obvio que también es un consejero.
Las miradas de todos les siguen sus pasos, viéndolos dirigirse hacía la plataforma donde se acomodan los tronos. Uno a cada lado, hombro con hombro, con los ojos al frente.
Un hombre entonces se levanta de la multitud, tratando de encararlos.
—¡¿Dónde están los reyes?! —Y no es el único.
Casi todos se levantan, tumbando unos sus mantas al suelo. Todos preguntan los mismos, alzan sus puños, alzan su voz, esperando respuestas. Todo es un barullo, todos comienzan a hablar al mismo tiempo, y a gritar. Celia tiene que colocarse de vez en cuando sus manos sobre sus oídos tratando de acallar esos sonidos.
—Ellos no hablaran con ustedes sino hasta mañana. —Dice la jovencita con voz pausada, y le siguen murmullos, quejas, molestia.
—¡Imposible! —Grita una mujer.
—¡Queremos verlos ahora! —Grita esta vez un hombre.
Y siguen, como una fila infinita.
—Por ahora, estaréis resguardados en las habitaciones del castillo. Sin embargo, al ser demasiados, tendréis que compartir las recamaras para no hacer falta ni excluir a ninguno. Se les otorgara libertad para elegir quien dormirá con cada uno. —Dice nuevamente ella, a través de los gritos.
—Entonces, permitidme preguntar algo, hablando por todos. —Dice un hombre, proclamando de poco el silencio. Nelly gira a verlo con lentitud, y asiente casi de forma inexistente. —¿Qué es lo que está sucediendo? —Formula por encima de todos, y todos le acompañan.
Gritan, preguntan lo mismo una y otra vez.
—Eso no lo sabréis sino hasta mañana. —Dice Axel a su lado, y comienza a apartarse del lugar, seguido de Nelly y sus pasos.
Comienzan a subir el tono de su voz pero no le hacen caso. Ignorados, molestos.
Molestos con los reyes, con los consejeros, con los demás, pero por sobre todo, con la nieve.
Otros criados dirigen por las escaleras a parte de la multitud, llevándoselos a sus correspondientes habitaciones. A los más calmados.
Una joven de cabellos morados de nombre Camelia, dirige a Celia y sus amigos por la escaleras, pasando por un ancho pasillo lleno de puertas, hasta que llegan a la antepenúltima, casi al final, de frente a una pintura de caballos blancos.
—Dormiréis aquí hasta que los reyes den nuevo aviso. —Dice ella con voz amigable, mientras sujeta la perilla plateada, abriendo la puerta, crujiendo bajo su propio peso. Observa entonces con más detenimiento al grupo entero, y su vista se queda fija en Jude. —Los reyes reunirán a todos el día de mañana. —Informa poco después, y se marcha.
Jude asiente en lugar de todas y entran a la respectiva habitación.
Hay solo tres camas respectivamente acomodadas en el lugar, cubiertas de mantas y sabanas, con baúles enfrente de estas. La ventana está enmarcada por un marco tintado de color azul, con pintura rosa y purpurea que se entremezcla, con puntos plateados que forman estrellas. Sobre las paredes están dibujados peces de tonos distintos, similares a los que nadan en los lagos de Fractals. Y entre ellos una enredadera de color verde donde crecen rosas de distintos tonos. Sobre el suelo hay un patrón de rombos. En la madera de la cama se dibujan pájaros silbando. Hay notas de música talladas sobre los muebles de madera. Pintado sobre las lámparas hay un par de gatos, un par de lobos, un par de ciervos. Y sobre el techo hay un cielo azul, donde un dragón se enrosca sobre una roca, donde sus alas lo refugian.
—Curiosa habitación para ser del palacio. —Dice Jude mientras admira el lugar.
Vivianne camina entre las cosas y toca cada detalle de las paredes, cada detalle del suelo, de las lámparas, de los muebles.
—Parece que le perteneció a un artista. —Dice Doreen mientras ajusta sus lentes y examina el patrón que se dibuja sobre el suelo.
Celia comienza a avanzar sobre la habitación admirando los detalles, pero se acerca a la ventana para ver de cerca el marco, y las cortinas manchadas de tinta y pintura, donde habían escrito cosas que ahora son indescifrables. Celia sujeta la punta de las persianas y observa detenidamente aquellas palabras.
Pero entonces sus ojos dejan de ver aquel blanco, y ven el cristal.
Exclama de miedo y asombro, con los ojos llenos de sorpresa. Los demás le prestan atención y se dirigen a paso lento hacía ella.
Y cuando observan por la ventana, se estremecen de miedo, y guardan su sorpresa.
Porque la nieve ha sepultado los hogares, la aldea.
Y porque la Diosa de Concordia, ahora está rota.
Y porque todo está hecho pedazos, ahora congelados.
¡Hola! Bueno, como han de saber ya, este es el fic que corresponde a la B en el reto ABC [Si leyeron Arpa Azul, de seguro me comprenderán xD] Se supone que lo iba a subir en Divciembre, porque era un fic por cada mes, pero con todo eso de las festividades, exámenes y bla bla bla, no lo pude subir.
Últimamente he estado algo inactiva por aquí xD
Pero wuano. Aquí está el próloguito de este fic! [¿] Este es el más largo que escrito yo .-. xD
—Nombre Europeo:
—Tribu: [Stellarum, Nox, Magician, Dust, Lux, Fractals]
—Apariencia:
—Personalidad:
—Don: [Los de Stellarum serán poderes mentales, los de Nox serán poderes relacionados con la oscuridad, a su vez, los de Lux tendrán poderes relacionados con la luz. Los de Dust son poderes variados, los Fractals son poderes relacionados con la naturaleza, y los de Magician, están relacionados con La magia.] [Más información por MP]
—Historia: [Aquí si tienen dudas, pueden preguntarme por MP]
—Pareja:
Ehem, ahora tratare de continuar las historias pendientes que tengo ñ.ñU
¡Nos leemos!
