Mi abuelo solía decir que los recuerdos son como las hojas del árbol más frondoso del bosque; verdes y vívidos, parece que siempre van a permanecer allí pero sin embargo, en el momento menos pensado, comienzan a caer y a perderse en los oscuros senderos del tiempo.

Al principio no entendía muy bien qué significaban aquellas palabras, yo tan solo tenía siete años por aquel entonces. ¿Qué clase de niña de siete años puede empezar a pensar de ese modo? Pero no tardé demasiado en entender qué quería decir.

Todo comenzó una fría tarde de invierno, estaba toda la familia reunida en torno a la chimenea y comíamos ese delicioso turrón de nueces que solía preparar la abuela Lily. Mi primo Craig ya iba por su tercer pedazo de turrón cuando mi abuelo le arreó con fuerza con el bastón, gritando que cómo se le ocurría comer dulces antes de cenar. En aquel momento reinó el silencio en el salón, lo recuerdo bien. Mi madre se acercó a mi abuelo y con toda la entereza que pudo le dijo que hacía apenas una hora que habíamos cenado. Mi abuelo abrió mucho los ojos y la miró desconcertado, sin entender qué pasaba. Aquel fue el primer suceso de tantos otros que le siguieron. Mi abuelo olvidaba las cosas, se confundía con facilidad y tenía la extraña manía de guardar los zapatos y las llaves de casa en el frigorífico. Yo no entendía qué era exactamente lo que pasaba a mi alrededor pero sí intuía que algo estaba mal con el comportamiento de mi abuelo. Al principio sus rarezas me parecía divertidas, ¿a quién no lo hace gracia encontrarse un zapato en la nevera? Pero la cosa no tardó en ir a más. Se olvidó de Lucy, Matt, Cody... Mis primos y hermanos fueron desapareciendo de su memoria de forma progresiva. Tal vez porque siempre fui su favorita o porque era la que siempre estaba a su lado después de aquella experiencia que marcó un antes y un después en mi vida, pero fui la última en desaparecer de sus recuerdos.

El día que se olvidó de mi lloré mucho.

Aquel día cambió mi vida drásticamente. Ese fue el detonante de muchos sucesos que ocurrieron a mi alrededor. Se llevaron al abuelo y lo ingresaron en un hospital donde dejaban a gente como él, yo solía pensar que era como una especie de perrera para ancianos. Mi madre y mi abuela iban siempre a verle, a mí me dejaban muy de vez en cuando ya que no querían que viera qué cosas pasaban allí. Aquellos fueron meses muy confusos para mí, nadie me explicaba qué pasaba, mi madre lloraba mucho y mi padre siempre andaba maldiciendo entre dientes. Yo me veía envuelta en una oleada de sentimientos y emociones extrañas, añadidas a cosas extrañas que sucedían a mi alrededor. Tardé un tiempo e darme cuenta de que era yo quien provocaba que las puertas se cerraran, que los vestidos cambiaran de color y que las galletas de chocolate aparecieran en mi cuarto. Mirándolo con retrospectiva, creo que fue hasta bueno lo que pasó con mi abuelo, ya que así nadie prestaba atención a mis rarezas y la historia siguió su curso.

Dos años después, en mi cumpleaños número diez, mi abuelo tuvo uno de esos momentos de lucidez que eran tan poco habituales. Estábamos él y yo en su habitación, él miraba por la ventana con aire ausente, ignorándome, y yo jugaba con una muñeca, contándole a mi abuelo pequeñas aventurillas que me habían sucedido. Fue entonces cuando se giró y mirándome fijamente me dijo:

-¿Sabes lo frustrante que es no recordar nada? ¿Mirar a la gente que te rodea, que te mira con esa expresión anhelante, y no saber quiénes son? ¿Saber que tienes recuerdos, que están ahí, pero en el momento en el que estás a punto de alcanzarlos, se escapan de entre tus dedos como granos de arena? No, claro que no, qué vas a saber tú. -ese momento de lucidez hizo que le mirara estupefacta sin saber si llamar a mi madre o quedarme junto a él, oyendo lo siguiente que diría. Opté por la segunda opción, tal vez fue un impulso egoísta de mi tierna mente, pero quería que esas palabras fueran mías y solo mías. -Sólo tienes diez años, te queda toda una vida por delante; sé consciente de que no va a ser bonito. Vas a sufrir, vas a llorar; pero también tiene sus buenos momentos; tu primer beso, esa canción especial... Querrás recordar todo eso y los malos recuerdos te atormentarán. Y sin embargo, llegará un momento en el que comprenderás que todo lo que nos sucede en la vida, ya sea bueno o malo, merece la pena ser recordado, pero puedes encontrarte conque para ese entonces ya es demasiado tarde. Intentar solucionarlo, buscar un remedio para ello... no dejes que eso te suceda a ti. No acabes como yo.

Mi abuelo fue el detonante para que surgiera este diario. Este cúmulo de ideas, de momentos especiales de mi vida.

No quiero acabar como él, frustrada por los recuerdos. Inalzanzables. Traviesos. Especiales.