Oscuridad. Frío. Tinieblas cerniéndose en ella, envolviéndola de espinas sin dejar que pudiera moverse, quitándole el necesario aire de sus pulmones para ahogarla, inmovilizándola impidiendo que no pudiera moverse ni un ápice. Necesitaba escapar de allí y alcanzar la luz que tan lejana veía, cual estrella casi imposible de alcanzar.
Se sacudió de agonía con tal de no dejar escapar ni un lamento ni grito de dolor de sus labios. No iba a hacerlo. Era una kunoichi y se estaba entrenando para tener el umbral de dolor tan alto como fuera posible. Él la había estado preparando para crecer como ninja, como asesina y no había pensado nunca en rendirse porque eso no iba con ella. Pero lo que le había hecho la había partido en dos. La había traicionado, engañado, abandonado.
—No te necesito, pero si quieres puedes quedarte. Algún día tal vez me seas de utilidad.
Su tétrica y maliciosa sonrisa quedó plasmada en su mente y sus colmillos la dejaron marcada.
Y el dolor azotó de nuevo en su cuerpo.
Despegó su cuerpo del colchón por culpa del violento espasmo que la sacudió de arriba a abajo. Sus ojos se nublaron durante unos segundos y el oxígeno que había en su habitación le pareció insuficiente. Sin saber muy bien cómo logró situarse en el borde de la cama y sin poder evitarlo una fuerte arcada amenazó con salir de su garganta, aunque al final sólo quedó en una molesta nausea.
Su cuerpo estaba empapado en sudor humedeciendo la ropa del pijama, que por un momento juró que iba a quitárselo. Aun así desechó esa opción, pues en el fondo su piel se erizaba por culpa del frio invernal que la acariciaba. De todos modos dejar que esa sensación calara en sus huesos no fue nada comparado con el momento en que aquellas oscuras aspas vibraron en su cuello dejando arder la zona en un irritante calor.
—Maldito seas…—fue lo único que se le ocurrió decir a la vez que oprimía con su mano aquella marca que tanto la estaba haciendo sufrir.
Intentó calmarse probando de nuevo en acostarse y cubrir todo su cuerpo con el edredón, pero aquel dibujo en su piel no le daba tregua.
Harta de esperar que un inalcanzable y apacible sueño la dominara esa noche, la mujer se levantó tambaleándose en el intento por culpa del mareo que acarreaba tener que contener el chakra oscuro que emanaba lentamente de las tres aspas de la Marca de la Maldición.
Ni se molestó en encender la luz de su habitación ni de su casa en general, simplemente llegó a la puerta de la entrada como pudo, cogió la llave, se puso una chaqueta y, estando ya afuera, le dio una vuelta a la cerradura.
Una vez fuera de su apartamento se encaminó hasta las escaleras para, en lugar de bajarlas, subirlas. Quería ir a la azotea. Necesitaba ir allí y, a pesar de que sabía que estaba nevando, le importó poco. Así que a pequeños pasos, aquellos que su cuerpo le permitía dar en su deplorable estado, se encaminó hasta el último piso del edificio. De vez en cuando tuvo que apoyarse en la pared en los instantes en que las sacudidas intentaban hacerse con las pocas fuerzas que le quedaban, pero con mucha insistencia y sin dejarse vences, logró hacerse con el pomo de la última puerta y, cerrando durante unos instantes sus acaramelados y ojerosos orbes, la abrió.
En un primer momento tuvo la sensación de que saldría empotrada contra la pared debido al fuerte soplido que le brindó el poderoso viento del invierno, pero se mantuvo allí, quieta. Dejando que su piel bajo las diversas capas de ropa que llevaba se acostumbrara a esa gélida sensación.
A cada paso que daba sus huellas quedaban marcadas bajo la gruesa capa de nieve que se extendía por toda la superficie, dejándolo todo bajo un manto blanco y congelado.
La mujer se acercó a la barandilla y posó sus ya frías manos sobre el helado metal. Como si fuera electricidad el frio recorrió su cuerpo haciendo especial énfasis sobre la zona dorsal de su cuello, que contrarrestó el profundo y abrasador calor que emanaba de la marca.
Por un momento pensó que estando allí se resfriaría, siendo madrugada y nevando sobre toda Konoha, y más con lo que tenía pensado hacer a continuación. Pasando de largo de las consecuencias comenzó a quitarse la chaqueta, tensando aún más su cuerpo debido a la muy baja temperatura que caracterizaba a esa estación del año en especial.
Necesitaba calmar el dolor que constantemente la azotaba con frío, con hielo, con la nieve. Cogió un puñado de ésta y a pesar de comenzar a dejar de sentir su mano se la llevó a su cuello. En el preciso instante en que tocó la piel donde tenía dibujada las tres aspas, la nieve se derritió convirtiéndose enseguida en agua. Lo repitió varias veces, no le importaba mojar el pijama, lo único que deseaba en esos instantes era calmar el fuego que sentía en su interior.
—Bastardo…me las pagarás…juro que pagarás por todo el daño que me has hecho—masculló entre dientes la kuniochi agarrándose más fuerte a la barandilla con la mano libre.
Era imposible. El mártir que llevaba pesaba demasiado como para soportarlo. Juró que iba a desplomarse en el suelo, o a precipitarse por el edificio.
—Me muero…—susurró para sí misma notando como el mareo volvía a ella sin que lo hubiera llamado, a la vez que su respiración se debilitaba. De nuevo sentía como si el aire no le bastara para llenar del todo sus pulmones, y lo peor de todo era que sentía cómo su frágil cuerpo se marchitaba siendo demasiado flojo como para pelear contra ese chakra oscuro que inundaba su ser.
"Demasiado débil, Anko" resonó de repente en su cabeza haciendo que su cuerpo se sacudiera por el daño, sus orbes acaramelados casi se salieron de sus cuencas por el estallido de la Marca, pero intentaba dominarse para intentar mantener la cordura y no dejarse llevar hasta llegar a la locura. Deseaba con tanta fuerza que aquella tortura terminara…pero su más preciado anhelo nunca llegaba.
El viento hacía que sus hebras moradas bailaran al compás de éste, despeinándola y casi deshaciendo el típico peinado que ella solía llevar. Hincó las rodillas en la nieve, aún apegada a la barandilla mientras sus manos resbalaban lentamente por los barrotes. "Voy a matarte…" fueron las palabras amenazantes que terminaron de golpearla haciendo que por poco dejara caer todo su cuerpo en el helado suelo.
—¡Anko, por favor! ¡Despierta!
Le pareció oírlo tan lejos, que incluso desechó la idea de prestar atención.
—Por favor Anko, levántate…apóyate en mi.
—Ku-Kure…nai…—apenas podía articular palabra. Quería llorar, pero no lo hizo. Llorar era para los débiles, y ella no lo era.
—Asuma ayúdame, por favor—la desesperada y alterada voz de Kurenai fue suficiente como para que el ninja que la acompañaba cargara el pasivo cuerpo de la pelimorada, que cerró sus ojos. Se desmayó.
—¡Anko! ¡Anko, por Kami…!
—Kurenai, avisa a Kakashi. Él es el único ahora que puede ayudarnos. ¡Rápido! ¡La llevaré a casa!
Escuchando atentamente la masculina voz de Asuma, la kunoichi hizo todo lo que su pareja le pidió.
Bajando lo más rápido que pudo las escaleras finalmente llegó al portal donde vivía uno de los mejores ninjas que presumía tener Konoha. Aporreó con fuerza la puerta varias veces hasta que el pomo de ésta giró pausadamente.
—Espero que sea de vida o muerte. —su pasiva y ronca voz debido al sueño que tenía se oyó en la entrada, aunque viendo la expresión de angustia que llevaba la Yuhi enseguida no dudó en aseverar su cubierto rostro.
—Anko. Está muy mal Kakashi, tienes que venir por favor, necesitamos tu ayuda ahora.
Los dos ninjas subieron hasta el piso de la pareja.
—¡Asuma! —gritó la mujer sin querer pensar en el estado de su amiga.
—Kurenai, en la habitación—musitó por lo bajo el peliplata dirigiéndose a toda prisa hacia la estancia en la cual se encontraron con Asuma en el marco de la puerta y a la kunoichi de cabello morado tumbada en la ya deshecha cama.
—Está ardiendo y apenas respira…—fueron las palabras suficientes como para que el Hatake se acercara aprisa al borde de la cama y, sin siquiera pensarlo dos veces, acercara su mano desenguantada al cuello de la mujer.
Apartó la mano, pues se obligó a retirarla para no quemarse.
—Tráeme un paño frío y un kunai. —pidió el ninja de hebras plateadas sin apartar su fija mirada del rostro de la pelimorada.
Se veía tan débil que cualquiera diría que era una hábil, fría y calculadora kunoichi, especializada en la infiltración y en los asesinatos a enemigos letales. Las ojeras que decoraban su rostro junto con las perlas de sudor que resbalaban por su piel la hacían ver vulnerable y su cuerpo, inmóvil, le hizo pensar por un momento que había dejado de latir su corazón.
El ninja se alarmó y sin darse cuenta situó su dedo índice junto con el corazón en uno de los laterales del cuello de la chica así tranquilizándolo en el momento en que notó el lento bombeo de la sangre por sus arterias.
—Kakashi—Asuma lo llamó de ese modo captando su atención para después entregarle el arma junto con el paño que le pidió.
—Apartaos—habló e Ninja Copia casi dando una orden haciendo que tanto como el hombre barbudo y la otra mujer se observaran sin entender las palabra del shinobi—Por lo que pueda pasar. Esto es muy serio.
Entonces el peliplata apartó los morados mechones de la frente de la Mitarashi para poder ponerle el paño helado, eso ayudaría a bajar la brusca subida de temperatura. Acto seguido comenzó a realizar varios sellos desconocidos para los otros ninjas de la sala y, sin perder un segundo, colocó la palma de su mano sobre las tres aspas que había dibujadas en el cuello de la ojicaramelo.
Como si se tratara de pura adrenalina, aquello que hubiera pasado la barrera de esa marca sacudió bruscamente el cuerpo de la ninja, que abrió sus ojos a duras penas, pues volvía a sentir dolor y parecía ser que volvía a estar consciente de nuevo.
—Duele…—atinó a decir la Jonnin agarrando la camiseta del shinobi que estaba a su lado sin apartar sus entrecerrados orbes color caramelo de él.
—Intenta soportarlo, Anko. Solo serán unos minutos—respondió el Hatake intentando calmar a la mujer, que se concentró para no gritar de agonía.
—Anko…—Kurenai no daba crédito a lo que los rubíes que tenía por ojos observaban. Una única vez fue la que la Yuhi presenció cómo su amiga enloquecía por culpa del sello que la había atormentado durante años, y juró que no desearía volver a ver cómo casi la que seguía siendo su mejor amiga casi moría.
Sin poder reprimirlo, Kurenai se sentó en el borde contrario al del Hatake, se sentía con la obligación de permanecer al lado de ella.
—Kurenai, apártate. Puede ser peligroso, así que no debes-
—No voy a alejarme, Kakashi. No puede estar sola…no quiero que se sienta sola.
El Hatake no rebatió esas sinceras palabras, simplemente se mantuvo con su mano sobre la Marca Maldita intentando reorganizar los canales de chakra de la Miatarshi haciendo que una pequeña parte de la energía oscura que poseía se filtrara a través del sello y quedara expulsada gracias al jutsu que minutos antes había realizado.
De repente el pulso de la kunoichi comenzó a acelerarse y lo que antes había sido un cuerpo débil, esta vez la tensión se apoderó de cada músculo provocando que su tronco se doblara de ese modo chocando con el cuerpo del peliplata, que la sujetó firmemente a con el brazo que tenía libre. Las ganas de dejar escapar esa agonía con un desgarrador grito se convirtió en un rápido pero enérgico mordisco sobre el hombro del Ninja Copia, que dibujó una mueca de gran molestia bajo su máscara.
—Tranquila—susurró al oído de la mujer a sabiendas de que le estaba costando un mundo tener que controlarse.
Durante los primeros minutos Kurenai se mantuvo alerta de que otra violenta sacudida azotara a la Mitarashi, pero al ver cómo sus hombros comenzaban a destensarse y cómo su cabeza lentamente fue apoyándose sobre el hombro del peliplata, la calma volvió parcialmente a ella. Entonces Anko perdió de nuevo el conocimiento.
—¡Anko!
—Calma. Es por el jutsu, no despertara hasta dentro de un rato. —informó el shinobi dejando con mucho cuidado a la mujer de nuevo reposar sobre el colchón.
—Qué demonios ha pasado, Kakashi—quiso saber Asuma, que se situó al lado de su pareja acariciándole la espalda a modo de consuelo. No quería verla de aquella manera tan angustiante.
—Probablemente se le haya descontrolado el sello un poco—aclaró el ninja sin dejar de observar a la pelimorada yacer en la cama. Su profundo orbe azabache intentó analizarla, pero sólo pudo ver tormento, y mucho daño a su persona, físicamente y psicológicamente.
—¿Un poco? ¿Estás de broma? ¡Si casi no lo cuenta! —dijo Kurenai molesta por lo pasivo que sonó el Hatake al hablar.
—Kurenai…—intentó apaciguar Asuma con suavidad en su voz.
La Yuhi dirigió su preocupada mirada a la ya más tranquila Mitarashi, que dormía a pesar del revuelo que había en la habitación. El cansancio había podido con ella y los presentes en la sala lo sabían, pero tanto Asuma como Kakashi se dirigieron al salón para dejar que la pelinegra cambiara de ropa a su amiga.
—Kakashi, esta vez…no ha sido como las demás—dijo el Sarutobi encendiendo un cigarrillo para después clavar su mirada sobre el otro, que enfundó sus manos en los bolsillos de su pijama.
—Tienes razón. Esta vez podría haber pasado algo serio, es cierto que podría haber muerto. —desveló el peliplata mirando como caían los copos de nieve a través del cristal de la ventana.
Los dos hombres esperaron a que saliera la Yuhi de la habitación para decidir qué harían con la Mitarashi en ese estado, si dejarla donde estaba o avisar a la Godaime y hospitalizarla, aunque para su sorpresa la ojiescarlata no salió sola.
—¡Anko, espera!
—No creas que voy a quedarme aquí, me voy a mi casa—su voz sonó tan arisca que en ese momento Asuma habría querido intervenir.
—Estás loca, no puedes irte así sin más después de lo que te acaba de pasar, ¿¡no lo entiendes!? —quería convencerla la Sensei del equipo 8 sujetándola un hombro para evitar que diera un paso más, cosa que no evitó.
—¡Entiendo perfectamente lo que me acaba de ocurrir! Y si ahora me disculpáis…me marcho—respondió la pelimorada decorando su voz con enfado. —Ah, y ni se os ocurra decirle nada de esto a Tsunade—advirtió casi amenazante para después salir por la puerta de la casa de Kurenai.
El silencio reinó durante unos segundos en el salón dejando a los ninjas presentes confusos y un tanto molestos por las palabras tan desagradecidas de la Mitarashi. No entendían la repentina reacción de la kunoichi y, a pesar de todo, ninguno quiso mediar palabra.
—Buenas noches—se despidió un adormilado Kakashi dando la espalda y levantando su brazo a modo de despedida. Al traspasar el marco de la puerta de entrada desapareció en una bola de humo con la que tanto Asuma y Kurenai pensaron que atajaría para llegar hasta su piso.
Cuál era el motivo de sus ingratas palabras, y porqué se había marchado tan molesta. Sus compañeros la habían ayudado y Kurenai no había dejado de preocuparse por ella ni un segundo.
—Maldita seas, Anko…—se maldijo ella misma golpeando con su puño la helada pared del pasillo para después apoyar su espalda en ella una vez que llegó de nuevo a su hogar.
Se llevó las manos a la cabeza sin creer lo tan desagradecida que había estado, y de repente un nudo en la garganta amenazó en ella. Era una miserable que no se merecía tenerlos. Sus amigos, los pocos amigos que tenía y ella los había tratado de esa manera tan vil y despreciable.
Su espalda resbaló lentamente hasta que sintió su trasero encima del suelo. Apoyó sus codos sobre las rodillas y se abrazó a sus piernas. Se sentía desprotegida ante él. Odiaba admitirlo, pero tenía miedo, mucho miedo de que los fantasmas del pasado volvieran a ella, atormentándola sin poder vivir.
Se sintió los ojos húmedos por culpa de las lágrimas que pedían a gritos salir, pero ella no se lo permitió. No iba a hacerlo, ella no era una débil, era una kunoichi, muy buena por cierto. No iba a llorar.
Se levantó de nuevo y miró el reloj del salón: eran las cuatro de la madrugada. Se dirigió a su habitación y, sin querer pensar en nada, se metió en la cama cubriendo su cuerpo con el edredón. Finalmente cerró sus ojos y, dejando que el tiempo pasara, por fin cayó derechita en los brazos de Morfeo.
Gracias por leer :)
¡Os deseo una feliz Navidad a todos!
