Titulo Je t'aime.

FraseLos placeres violentos poseen finales violentos y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo en que se consumen el fuego y la pólvora, en un beso voraz.

Autor: William Shakespeare (Romeo y Julieta acto ll escena Vl).

Autor del fic: Arekusa

Autor del manga: Masashi Kishimoto


Palabras en cursiva : pensamientos.


Je t'aime

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Arremetió contra el frágil cuerpo del rubio, arrinconándolo con sus brazos en la esquina de la habitación. Su pecho desnudo se movía frenéticamente de arriba a abajo. Sus grandes ojos azules lo miraban desafiante y aún así podía sentir su miedo; era casi palpable y eso, insólitamente, lo alentaba a seguir.

– Lárgate Itachi – habló irritado Deidara, cansado de repetir esa frase más de una vez esa noche.

El aludido sonrió divertido, como si su desprecio lo alentara a seguir. Con su mano derecha tomó la barbilla de su acompañante con fuerza, los movimientos bruscos que él rubio hacia para zafarse eran en vano. Miró su rostro detenidamente, lo observó por unos segundos: su nariz fina, los labios delgados, la mirada fiera, sentía entre sus dedos como contraía su mandíbula apretando los dientes. Su sonrisa creció al darse cuenta que ese viaje no había sido en vano, aún lo deseaba.

Al no recibir respuesta alguna por parte de su agresor, Deidara le escupió a la cara y volvió a forcejear. Sin embargo, como las veces anteriores, solo logró avivar el deseo de Itachi.

– Si tan solo cooperaras – murmuró limpiándose el rostro con la mano libre. Suspiró. Su rostro perdió la sonrisa de hacía unos segundos sin quitar la vista de él, lo amaba ¿Acaso no lo veía?

Deidara conocía bien esa mirada, la había visto miles de veces antes cuando el moreno perdía el control, simplemente se perdía en sus pensamientos y desaparecía del mundo. Ausente seria el adjetivo ideal. Nunca le ocultó sus problemas, desde un inicio le había contado todo sobre él e incluso su familia se lo advirtió al rubio miles de veces; pero Deidara, más encaprichado que enamorado, había seguido viéndolo. En muy poco tiempo fueron a vivir juntos, Itachi era todo lo que siempre había esperado de un hombre. Aún no podía encontrar el momento de quiebre de la relación, simplemente despertó un día y se dio cuenta que no podía más, lo seguía amando sí, pero el hombre que dormía a su lado ya no era la misma persona de antes. Ahora que lo pensaba fríamente, tal vez fuera culpa suya que las cosas terminaran de esa manera, que se hiciera tan dependiente de él, al punto de la obsesión. Hacia dos meses que había tomado la dura decisión de internarlo y le había dolido en el alma, pero no iba a dar vuelta atrás. Lo amaba y haría lo que fuera mejor para él, aún si eso significaba separarse.

– Jamás cooperaría contigo – dijo casi escupiendo las palabras. Apretó los dientes enmarcando su mandíbula y dándole un toque salvaje a su rostro. Le dolía tratar así a la persona que amaba, con la que había compartido tanto, pero debía hacerlo, debía alejarse de él antes que empeorara. – ¡Suéltame ahora mismo! – gritó golpeado el pecho del moreno con ambas manos en un torpe esfuerzo por alejarlo.

Una fría ventisca entró por la ventana, en la habitación se podía observar la sombra de las grandes ramas de los árboles de afuera moviéndose. Itachi las miró, a pesar de ser grandes se veían tan frágiles, al igual que el cuerpo que tenía frente a él. Suspiró lamentándose, él quería ser amable, quería tratarlo con dulzura como siempre lo había hecho, pero el rubio no cooperaba y si no quería cooperar, él lo haría cooperar.

Bajó una de sus manos hasta el cuello del rubio, casi acariciándolo, pronto su mano libre se unió también a dicha caricia. Su piel era suave, los vellos dorados brillaban con la luz de la luna. Una zona tan delicada y frágil. Cuantas veces sus labios habían pasado por ahí, cuantas veces había marcado esa piel a besos.

– Su-suel-ta-me – balbuceó Deidara tomando con ambas manos los brazos de Itachi, arañándolos – Ita…

Habia sido su compañero, su novio, su amante ¿Porqué tuvo que internarlo? ¿Porqué no podían seguir con su relación? ¿Ya no recordaba los buenos momentos? ¿Cuando él era su todo?

– Ahh...– respiró con dificultad. Sus manos ya no arañaban, solo se aferraban a los brazos del Uchiha.

¿Porqué? ¿Porqué? Si él lo amaba, si él quería que estén juntos ¿Porqué Deidara no podía sentir lo mismo? ¿Acaso lo odiaba? ¡No! Su rubio jamas lo odiaría. Deidara fue el único que estuvo ahí para él siempre, el único que confío en él incluso cuando su propia familia no lo hacia, él único que jamas lo llamó loco.

El azabache sintió contraerse el cuello bajo sus manos, esto lo hizo volver a la realidad. Su vista se posó en los ojos azules que tenia enfrente, habían perdido su característico brillo y los sentía ausentes. Las manos del rubio ya no sujetaban sus brazos, estaban al lado de su cuerpo. Al no notar mas resistencia por parte de su acompañante, fue cediendo el agarre, el cuerpo de Deidara calló sobre el suyo y antes que caiga al suelo lo sujeto con fuerza, abrazándolo. Lo sintió pesado, débil. Se agachó ligeramente y tomó sus piernas con uno de sus brazos, lo alzó con delicadeza y depositó en la cama en la que meses atrás dormían abrazados.

Quedó de pie al lado suyo, observándolo tendido en el lecho con el pecho desnudo. Cuerpo esbelto, tonificado, piel tostada y grandes ojos azules. Era hermoso, nunca se había sentido así por nadie antes.

Ven rogó el rubio estático en el lecho.

Itachi lo observó con sorpresa, solo hacía unos minutos lo había estado echando de su casa y ... Sacudió su cabeza por pensar aquello, ahora que Deidara mostraba nuevas ganas de cooperar, podían intentarlo una vez más. Sonrió verdaderamente feliz por ello. Con lentitud ubicó sus rodillas entre las piernas de él y sus brazos a ambos lados de su cuerpo. Quería observarlo toda la noche, seguramente mañana amaneciera nuevamente lejos de él y lo último que se llevaría seria ese recuerdo. Agachó su rosto, acercándolo al suyo y pudo ver sus labios teñidos de un color violáceo. Probablemente fuera el frío de la noche, pensó. Los besó y efectivamente estaban fríos y si Deidara tenía frío, él se encargaría de calentarlo.

Juntó nuevamente sus labios con los de él. Moviéndose lentos, sin prisa, despacio, quería guardar cada sensación en su memoria. Sus alientos se mezclaban, sus lenguas danzaban al compás de su respiración. Era grato sentir nuevamente aquel aroma embriagador que tanto había añorado dentro de aquellas cuatro paredes blancas. Descendió sutilmente por su cuello, sus manos habían dejado huella en esta zona, besó y lamió cada una de ellas con amor. Siguió bajando hacia su pecho y se detuvo en sus pezones, sabía que Deidara era sensible en ese lugar y los succionó y mordisqueo cuanto quiso. De sus pezones pasó a su abdomen, a su ombligo, cuando llegó a sus caderas ya había dejado un rastro de saliva que iba desde su boca. Retiró sus pantalones junto a su ropa interior y dejó caer sus piernas.

Se alzó frente a él y lo observó nuevamente, echado con las piernas abiertas y él entre ellas, se mordió el labio inferior deseoso de su cuerpo. Solo Deidara lograba seducirlo de esa manera. Acarició el vientre del rubio y subió hasta su pecho y de su pecho descendió nuevamente a su vientre, acariciando el vello púbico, bajando a su miembro, acarició sus testículos y siguió descendiendo hasta introducir un dedo en su entrada trasera.

Ahh gimió.

No había gestos de dolor por parte de Deidara y se aventuró a insertar otro dedo en él con ayuda del lubricante de un preservativo que halló en su bolsillo. ''Alguien ha estado jugando con esta parte'' pensó al sentir que sus dedos ingresaban con facilidad. Con su mano libre bajo su buzo y sacó su miembro ya erecto, lo junto al del ojiazul y empezó a frotarlos juntos.

– Ugh… – jadeó de manera gutural Itachi al sentir el contacto de pieles.

A lo lejos escuchó unas sirenas. Estaba seguro que eran "ellos" y venían por él. Sacó los dedos que tenía dentro del rubio y cogió una almohada que agilmente colocó bajo su trasero. Tomó las largas piernas de su amado y las alzó, apoyándolas sobre el torso de su dueño. Tiró el preservativo encestandoló en el bote de la basura, si lo iban a encerrar otra vez por lo menos quería el privilegio de correrse dentro de su Dei.

Acomodó su miembro entre las nalgas de Deidara y empezó a empujarlo lento, lo último que quería era volver a hacerle daño.

– ¡Arg! – gruñeron ambos al sentir lo delicioso que era aquello.

Itachi tomó una de las piernas de su amado y beso su tobillo a la vez que empezaba con el vaivén de caderas. Su otra mano se ocupaba del miembro de Deidara, acariciándolo de arriba a abajo y ejerciendo presión en la punta.

Entraba y salía de él sin brusquedad, alternando con movimientos circulares, el placer que sentía dentro de su compañero era inigualable. Nadie entendería jamás lo que sentía por el rubio, como lo deseaba, cuanto lo amaba. La velocidad de las estocadas iba en aumento, el sonido de sus cuerpos chocando aplacaba por momentos el sonido de las sirenas que se iban acercando cada vez más. Casi lo había olvidado. Suspiró sintiendo como su erección seguía creciendo dentro de la cavidad del otro, dejó caer las piernas del rubio alrededor de él y lo cogió de las caderas, atraiéndolo más a su entrepierna. Quería disfrutar más de aquello, una lástima que debía apurarse.

Las olas de placer iban en aumento, su cuerpo empezaba a hormiguear desde su nariz hasta las puntas de sus pies, sus uñas se clavaban en la piel del las caderas del rubio sintiendo el hueso. Inclinó su rostro hacia el pecho de Deidara y lo besó, dejando marcas en el. Pecho, hombro, cuello, barbilla recorría con su boca hasta que finalmente llegó a su objetivo, sus labios. Un roce que quemaba más que sus cuerpos. Lamió y mordisqueo sus labios hasta que los entre abrió y sus lenguas pudieron juntarse al fin. Sus alientos se entremezclaban y sus dientes chocaban de tanto en tanto. Se distanciaron por falta de aire por unos segundos y juntaron sus frentes sintiendo que se acercaban al final.

– T…te…amo – susurró Deidara.

''Lo sé'' pensó Itachi incapaz de responderle. Los espasmos de de placer eran cada vez más fuertes y de su boca solo salias gemidos. Finalmente se aferro a la cintura del rubio como si su vida dependiera de ello.

Cerró el folder amarillo que tenía entre sus manos y suspiró. Viró su sus ojos y los detuvo en los del moreno que tenía sentado en frente, buscando una pizca de arrepentimiento, mas como era común en su trabajo, no la encontró.

– Y bien Itachi ¿Qué puedes decirme de tu última salida? – Preguntó el doctor. Apoyando sus brazos a ambos lados de la amplia mesa que lo separaba del paciente

– ¿Qué quiere que le diga? – respondió socarronamente el moreno, dejando caer todo su peso en el respaldar de la silla.

El doctor suspiró, con pacientes como él debía tener paciencia.

– Que me digas porqué lo hiciste – mencionó calmado.

– Que hice qué – habló fastidiado el Uchiha

– Así que no te acuerdas. – dijo el doctor con sarcasmo. Suspiró por enésima vez y volvió a abrir el historial de Itachi – Entró al apartamento de su ex conviviente, Deidara – empezó a leer el informe – luego de una acalorada discusión, el paciente Uchiha Itachi, lo tomó del cuello con ambas manos y lo asfixió hasta provocarle la muerte. – el semblante del Uchiha cambió dramáticamente.

''¿Qué? ¿Muerto? De qué demonios estaba hablando ese doctor. Deidara estaba vivo ¡Vivo! Sí, tal vez fue un poco brusco, pero no lo asfixio. O por lo menos eso es lo que recordaba… ¡No!''

– El cadáver muestra huellas de forcejeo y violación post mortem– concluyó el doctor su lectura. – ¿Ahora si recuerdas algo?

Itachi posó una de sus manos en su frente y se inclinó sobre su propio cuerpo mirando el suelo, se sentía mareado, asqueado, nauseabundo. Y no era para menos, había matado a Deidara, el amor de su vida, el único ser por él que habría dado todo, su todo... y no solo eso ¡Había cogido con su cadáver! La sola idea le era repugnante.

De pronto montones de imágenes, cual película antigua, se amotinaron en su mente: las persuasiones de Deidara para que se vaya, los forcejeos, las contracciones de su cuello, las sirenas, sus labios morados, los ojos azules opacos, desorbitado… y el placer.

Ahora que lo pensaba bien, no estaba tan malo haber pecado de necrofilia si era con Deidara.

Total, él lo amaba y eso nadie se lo discutía; un amor poco sano e ilógico, que cruzaba los límites de lo obsesivo con lo posesivo; y chocaba con la fina línea de lo enfermizo.

Pero amor al fin y al cabo.


Como preámbulo al día del amor, quise hacer algo romántico. Sin embargo, como ya pudieron leer, fue un intento fallido /

Aun así, espero les haya gustado.

Gracias por leer :)

Corregido 2018