El jardín sin rosales

No podía conciliar el sueño, a decir verdad, se le había hecho costumbre. Tenía miedo afrontar esa misma escena que la había acechado desde varios años atrás. Nadie lo sabía cómo ella. Nadie comprendería, o siquiera, se atrevería a escuchar por qué se enamoró de él. No tenía además, las agallas de revelarlo.

La luna siempre le iluminaba el rostro, infiltrándose a la fuerza por una hendidura de su ventana, la que no se atrevía abrir por completo desde ese día. Uno que otro ruido nocturno estrellaba la quietud con la que intentaba acostumbrarse. ¿Qué hacía? Bueno, era necesario llorar un poco, las lágrimas ya le escaseaban. Lo había hecho tantas veces en el pasado, que le parecía absurdo detenerse a lagrimear por lo mismo. -¿Por qué? ¿Por qué estoy nuevamente aquí?—Se preguntaba casi entre un lamento. Angelina era una hermosa mujer, muy bendecida tanto en cuerpo cómo en alma; de un porte tan maravilloso, al igual que su voz y sus palabras, con un matiz elocuente; cuidadosa en su andar y ademanes. Era una dama muy admirada por los suyos, en especial, por su hermosa cabellera escarlata. Algunos dudaban sobre su preparación académica, pues no era nada común que las mujeres eligieran instruirse en la ciencia. Angelina siempre se caracterizó por mantener una solidez tremenda en sus decisiones. Era muy complicado hacerla cambiar de parecer, sólo, sí realmente le parecía correcto. Sin embargo, el ser médico, no fue una decisión que formuló desde pequeña, nació luego de ese trágico suceso y su aparición.

Angelina nació en una familia noble, de las más adineradas en Inglaterra, en la época victoriana. Se sentía opacada ante la belleza de su hermana menor, Rachel, quien poseía unos radiantes ojos azules, dotados de una poderosa seducción y, dueña de una envidiable cabellera dorada, casi competía con los sublimes rayos del sol. Detestaba su cabello rojo, no era muy común, pero, no relucía cómo el dorado de su hermana.

Cuando cumplieron la edad para estar en sociedad, su madre, había sido alertada sobre una noticia muy tentadora: Lord Vicent Phantomhive, un poderoso aristócrata, estaba en busca de una esposa. Muchas familias adineradas aprovecharían una ocasión cómo esa. Los Durless no podían aspirar menos. Por eso, la madre de Angelina y Rachel, las llevó hasta la aclamada mansión Phantomhive, sí, una imponente construcción con tantos relatos en cada una de sus habitaciones. Era lo más correcto, asegurar el futuro de una de sus hijas y por supuesto, el de su familia. Les exigió vestir lo más fino que encontraran, sin olvidar, resaltar su belleza.

-No quiero que pasen desapercibidas, nosotros no somos los Burns o los Croft o cualquiera de los otros; somos los Durless. —Les aseveró su madre, mientras agitaba su abanico dentro de la diligencia. —Quiero que sonrían, no las quiero ver tímidas ni calladas. Son ya todas unas señoritas, y los caballeros gustan de una buena charla. —Subrayó al clavarles sus ojos a las dos damitas que parecían gélidas frente a ella.

-No te preocupes, madre. Angelina y yo, no somos cómo las otras chicas. —Respondió con cierta inocencia la joven de cabellos dorados.

-Por favor, niñas. No parezcan tan abandonadas de este mundo, sean refinadas pero no fáciles, sean agradables, pero no frágiles. —Espetó.

Las madres se tomaban muy en serio la búsqueda de un buen prospecto para sus hijas. Un simple malentendido, mancharía para siempre el apellido de sus familias. Angelina no dijo ni una sola palabra, ni siquiera asintió. Se mantenía escéptica. Ya le habían comentado sobre el magnífico porte del que gozaba Lord Phantomhive: un joven agraciado, mayor tal vez unos tres o cinco que ella y Rachel; conferido de una belleza única, decían algunas mujeres que su sonrisa hechizaba a cualquier corazón, y tratándose de una mujer, la dominaba por completo.

–Tonterías. —Se dijo Angelina.

Cuando llegaron a los terrenos de la colosal mansión, se espantaron al ver tantas señoritas esperando entrar y ser aprobadas por el apuesto Lord. Angelina buscaba entre los vestidos y colores vivos, algunos estridentes, una cabellera cómo la suya. Desafortunadamente no la había. Era la única con ese color tan estrepitoso. Rachel se mantenía taciturna, ni siquiera se había tomado la molestia de estudiar el lugar.

Ya era su turno, las dos señoritas Durless fueron presentadas ante un hermoso príncipe. Ambas quedaron sin palabras, conservaban sus sonrisas, pero la cálida bienvenida de Lord Phantomhive, les había hechizado el juicio. –Buenas noches, mi señor.—Respondió muy elocuente la señora Durless, haciendo una reverencia.—Ellas son mis hijas, la mayor, Angelina Durless-le saludó también con una reverencia—,y Rachel Durless.—Ambas,-continuó su madre—están instruidas mi señor, saben cocinar, tejer, cantar, tocar el violín y el piano, bueno, el piano Angelina y el Violín, Rachel; gustan de la poesía, de la literatura, del teatro y de una buena velada.—Acercó su madre, a ambas señoritas.-¿No cree qué son hermosas, mi señor?—Insistió la señora Durless. La pelirroja casi se desvanecía, si no fuera porque el encantador Lord Phantomhive le sostuvo la mano para besarla. Saludó a las dos hermosas jovencitas. Incluso, elogió el carmín tan vivo y dominante de Angelina, desde luego que irrumpía afablemente en la habitación, aunque fuera lo contrario para ella, sin embargo, Phantomhive le dijo "que no tenía por qué esconderse con semejante cabellera tan bella y bien cuidada". Eso dibujó una sonrisa en el tieso rostro de Angelina, era como si se hubiese abierto una ventana en una pieza brutalmente oscura. No obstante, Lord Phantomhive, al dirigirse a la dorada, sonrío más, estaba conmovido ante la indomable belleza de su hermana menor. Su madre también sonrío, pero con otro sabor, lucía soberbia. Angelina permaneció como una estatua, era un ornamento más.

Luego de unas semanas, apareció Lord Phantomhive en su morada, pidió una audiencia a solas con la señorita Rachel. Los moradores de ese lugar casi saltaron de la emoción, en especial Rachel y su madre. Angelina subió de inmediato a su pieza. Cerró bajo llave la puerta y se cubrió las orejas con una almohada. No podía tolerar aquello. -¿Atreverse quién? ¿Él o ella?—se preguntaba entre lágrimas. Era cierto: su hermana se casaría con el hombre que había enamorado su alma.

Pasaron dos meses para llevar a cabo la tan esperada boda. Angelina se miraba al espejo, no sabía si odiarle a él o a ella. No obstante, debía aceptarlo, no había nada más qué hacer. Era su hermana, la quería mucho. ¿Por qué odiarla? No era además esa clase de mujeres que escuchan sus arrebatos y cometen tonterías. Asistió al encuentro amoroso y espiritual de su hermana y Lord Phantomhive. Hubo un gran festejo esa noche, los esposos, las charlas, las bebidas, el baile, todo era tan sano. Excepto para Angelina, fingiendo que también formaba parte de ese júbilo y de ese lugar.

Sin embargo, pasados varios meses, el Barón Barnett, sin antes mencionar que había estado detrás de la señorita Angelina, a quien vio en el gran Salón de la Mansión Phantomhive, la había estado cortejando. Un hombre apuesto y dueño de una generosa herencia. Angelina accedió entrar en su cándida seducción, pero, le hizo saber que siempre tendría en su corazón al hombre que le hizo vibrar su espíritu. Barnett continuó frecuentándola, no le importó, simplemente estaba muy enamorado. Nuevamente los Durless festejaron nupcias; a las que asistieron Rachel y su esposo, Lord Phatomhive. Angelina lo vio entre la hilera izquierda de invitados, en la Catedral. Respiró hondo y profundo y se abrió paso hasta el altar, ahí, otro hombre la recibiría.

Todo marchaba con normalidad, ambas mujeres Durless casadas y en sus respectivos hogares. Angelina fue quién primero dio la nueva: estaba embarazada. Toda la familia lo aplaudió y lo celebró. Era un orgullo y una inmensa alegría recibir a un nuevo integrante. Rachel se acercó con tanta efusividad a su hermana— ¡Oh, mi querida Annie! ¡Te ves tan feliz y hermosa!—le decía mientras besaba las mejillas rosadas de su hermana y también la abrazaba. —Estoy tan contenta por ambos, Barnett y tú. —Le tomó del rostro. —Serán unos grandiosos padres. —Sonrío, y casi se le sale una lágrima. Angelina pensó que se trataba de una cortesía, sin embargo, al ver cómo su hermana lloraba de verdad, se sintió un poco de repudio a sí misma. —Gracias, Rachel. Yo también estoy muy contenta. ¡Seré madre! —Respondió la mujer de cabellos escarlata, con una sonrisa casi apagada por las lágrimas.

Pasaron dos meses luego de esa emotiva visita, el Barón Barnett había hecho un espacio es su apretada agenda para salir de viaje con su esposa. "Será una ausencia breve, Barnett quiere visitar a sus padres, en esos últimos meses, sólo se ha comunicado con ellos a través de cartas. No es justo para el pobre ilusionar a sus progenitores con las bellas esperanzas sobre la venida de nuestro primer hijo. Estaré unos días en Manchester, Barnett no puede descuidar tanto el trabajo.

Con amor, Angelina.", rezaba una misiva que ella misma les había escrito a sus padres.

Empero, ese día fatídico estaba en curso. ¿Qué era lo extraño? Nada, viajaban como de costumbre ella y su esposo. Sonriéndose de vez en cuando, charlando sobre el clima, el paisaje, los planes a futuro y más cosas que alentaba continuar y no detenerse. – ¿Sabes? Detesto este camino. Nunca me ha gustado pasar por aquí. —Le comentó de pronto Angelina a Barnett, con un gesto. –No pasa nada querida, este es el camino más rápido. Estaremos en unas cuantas horas en Manchester. —Contestó su esposo sin mirarla, prestando atención a su reloj de bolsillo. Tal vez pasó una hora de viaje. Angelina continuaba sintiendo una terrible molestia. No eran los síntomas del embarazo, había tomado precauciones. Esto atemorizaba su corazón, y le enchinaba toda la piel. Le había repetido a su esposo, tomar otro camino, pero él desistió. – ¡No me siento bien! ¿Entiendes? ¡Este camino no me gusta! –Le reclamaba la pelirroja. — ¡Basta!—Levantó la voz y golpeó sus muslos. —Lo siento, Angelina, pero no es posible desviarnos a estas alturas. Lo que sientes, son los efectos del embarazo, debes calmarte, es todo. —Respondió el barón con un tono más calmoso. Angelina ni lo miró. Se concentraba en el paisaje cuando de pronto, la diligencia iba a toda marcha. El barón golpeó con su bastón, la ventanilla para comunicarse con su chofer, sin embargo, no respondía. Lo hizo con más vehemencia sin obtener una contestación. Angelina deslizó la madera de la ventanilla y enérgicamente le ordenó que bajara la velocidad. -¡Qué no está escuchando, no puede ignorar esto, le estoy hablando!—Le mosqueó la escarlata. ¿De qué se trataba todo eso? ¿Por qué no atendía el chofer? ¿Acaso planeaba matarlos? Lo último que era capaz de rememorar, era cómo los caballos relinchaban con furia, las ruedas de la diligencia atravesando la hojarasca sin el menor cuidado, los gritos de ambos; de Barnett y de ella, y el paisaje que fue quedando boca arriba. Barnett salió disparado por la puerta, siendo degollado por una de las metálicas ruedas; su sangre se mezcló perfectamente con el carmín de la cabellera de Angelina, quien no paraba de gritar. Nunca supo cómo terminó en el hospital, ni quién la sacó del lugar. Le habían dicho cientos de veces que fue la policía.

Tenía una expresión lúgubre, jamás se la habían visto, incluso el color tan rojo del que era dueña, se marchitó durante varios meses. A su familia le dieron la desagradable noticia: su esposo, el barón Barnett fue degollado por una rueda de la diligencia, ésta cayó, no a una gran profundidad, a un desnivel del bosque, uno de los caballos tuvo que ser sacrificado, el otro dijeron que había regresado por su cuenta a la mansión de los recién casados; y a ella, le retiraron "la caja que fabrica a los niños", el útero. Sí, también con su hermoso retoño, al que jamás conoció, ni siquiera pudo saber de quién tendría el rostro, el de él o el suyo. -¡No, no, no!—Repetía Rachel con su mano cubriendo sus labios, pues estaba deshecha en lágrimas. Su madre no sabía cómo tomar la noticia, se echó a los brazos de su esposo. Lord Phantomhive consolaba a su abatida esposa. ¿Quién iría a darle una noticia así? Sabían que no podrían mentirle, era algo macabro. –Dejemos que el médico lo haga. —Sugirió el apuesto Lord. –Sí, yo no tengo corazón para decírselo, no creo nunca tenerlo. ¡Es horrible! ¡Estaba muy entusiasmada! ¡La policía debe indagar de quién se trata! ¡Quién mató al chofer!—Demandaba Rachel. Su madre le pidió bajar la voz. El médico actuó según lo acordado y le comunicó la desgarradora noticia a Angelina. Se mantuvo impasible, parecía un cadáver, tan inexpresiva, no asintió ni dijo nada.