Caer a la sangre

La ciudad ardía debido a los cortos circuitos provocados por la tormenta convocada por la ira de una bruja cuya gema estaba en erupción. La explicación calmada del alien solo desesperó más a Kyoko. Aún así, continuó creyendo en la magia de extender una mano a quien tanto lo necesitara como ella en su momento. Tener éxito sería el más adecuado homenaje a la memoria de Mami Tomoe, ¿verdad? Aunque nunca lo admitiera en voz alta, que no fuera entre lágrimas, presa de un momento de debilidad.

-¿Y qué de ser una heroína? ¿Y salvar a estas personas?

La ventisca era tan fuerte que de no haber tenido superpoderes, Sakura habría sido arrastrada por la terraza y hubiera muerto más temprano, aplastada contra el suelo o el vidrio de algún edificio. Estaba decidida a llegar a Sayaka, que aún no abandonaba su cuerpo. Solo un poco más, repitiendo su nombre, recordándole que era humana.

-¿No querías diferenciarte de mí? ¡Deja que te ayude, solo esta vez!

Entonces vio los ojos opacos de Miki. El golpe fue tan repentino y violento que la energía de Kyoko terminó de disolverse, recuperando ella su atuendo de niña de la calle, desarmada y con los miembros flojos. Sayaka, en cambio, caminó erguida hacia ella, calándole los huesos con su esencia de tormenta marina. Sus dientes estaban afilados y en su cara había pintada una mueca cruel, igualmente agobiada en comparación con la de Kyoko. Sin embargo, Miki no parecía saberlo. Al sacar las espadas de debajo de su capa, su mirada demente traspasaba a Sakura, que rezaba internamente por un desenlace satisfactorio cada vez menos probable. Especialmente cuando las cuchillas se hundieron en su carne, desgarrando sus muslos y brazos, estacándolos al cemento.

En tanto la sangre corría, Miki se inclinó sobre ella para jalarle el cabello y beber el escarlata derramado copiosamente, como fascinada porque fuera rojo, igual que el de una joven que no hubiera hecho un pacto con el demonio.

-¿No crees que eres tú la que necesita que la salven, justo ahora?

Kyoko rompió a llorar, incapaz de articular palabras, contemplando la gema ya volviéndose negra y su onda destructiva levantando pedazos de loza, doblando hasta los cimientos de ese edificio a punto de derruírse.