Dos chicos de tercer año chocan en uno de los pasillos más angostos de Hogwarts, mientras salían de su clase de encantamientos. El más pequeño de los individuos es una chica, es Rose Weasley.

—Lo siento. —Se disculpa ella —De verdad, pero tal vez mi prima y hermanito necesiten ayuda, son nuevos y-

Se calla de golpe al notar los ojos grises del rubio clavados en su rostro. Nota quien es.

—Eres la chica Weasley. —Dice él, no fríamente como sus tíos, primos y amigos dicen que habla, sino que su voz es cálida e incluso algo divertida.

—Este… Sí, Rose Weasley. —Baja la vista un poco y se apresura a agregar— Un placer.

Scorpius introduce sus manos a los bolsillos de sus pantalones y asiente secamente, aún mirando a la chica. Baja la vista hacia el cuello de la pelirroja.

—Pensé que estabas en Gryffindor.

—Sí, bueno… —Se revolvió incomoda —Supongo que no soy tan valiente. —Terminó con un suspiro. Odiaba recordar la cara de decepción disfrazada de su padre. Asquerosa Ravenclaw.

El muchacho Malfoy sonrió de lado.

—Estás mejor en Ravenclaw. —Dijo simplemente.

Ella abrió los ojos con sorpresa y le miró interrogante.

—Yo sé lo que digo —Scorpius se largo a reír.

Luego de decir eso, el rubio se dio media vuelta y comenzó a caminar en sentido contrario a Rose. Ella miró como se alejaba en silencio unos segundos, antes de gritarle por el desierto pasillo.

—¿Me dirás por qué es mejor?

Scorpius dio unos pasos más y se dio vuelta con lentitud. Al ver que estaba sonriendo, Rose quedó aún más confundida.

—Digamos… Que a mi padre no le importará si me caso con una Ravenclaw. Piensa que los leones apestan. —Le guiñó un ojo descaradamente y se alejó riendo.

Y Rose pensó, mientras se alejaba corriendo a su siguiente clase, que ser Ravenclaw no era tan malo después de todo. Sí, ser un león apesta.

Claro, sin ofender a toda su familia.