¿¡Lincoln x Earth-Chan!?
Pues… Sí. Recién hace unos pocos días tuve la maravillosa oportunidad de conocer a Earth-Chan, y enterarme de su historia y su impacto. Sé que para muchos no es ninguna novedad, pero para mí sí que lo fue. Y como podrán imaginar, esa bellísima representación antropomórfica de la Tierra se robó mi corazón.
La historia será breve, y van a encontrar en ella elementos mágicos y fantásticos. Tengan presente en todo momento que Earth-Chan es una representación de Gaia (nuestra Madre Tierra).
Les suplico su comprensión por haber sucumbido ante los encantos de esta nueva musa; y por haber construido un nuevo ship para Lincoln (¡Como si necesitara más!). Es que la idea se volvió tan poderosa, que necesito realizarla de inmediato. Porque si no, corro el riesgo de que me bloquee para todos mis demás proyectos.
Agradezco su comprensión y apoyo. Espero que esta breve historia que estoy a punto de comenzar también sea de su agrado. Van a leer un romance entremezclado con mucha magia y fantasía. Prepárense para cualquier cosa... y muchas gracias por leer.
1. La llegada de Gaia
- Clase, hoy tenemos una nueva compañera -dijo la maestra Johnson, con un tono de voz vacilante que muchos de sus alumnos desconocieron -¿Puedes presentarte, querida?
- Por supuesto -dijo la muchachita de grandes ojos verde agua. Su voz sonaba un poco atenuada por la tela del cubrebocas azul que llevaba-. Me llamo Gaia. Mucho gusto en conocerlos.
Toda la clase se quedó sorprendida, y no era para menos. El aspecto de la nueva alumna era sumamente extraño.
Su gran belleza física era más que evidente, a pesar de que el cubrebocas tapaba una gran parte de su rostro. Estaba vestida con una sencilla blusa de manga larga de corte marinero, con remates de color violeta en los puños y el cuello. Llevaba una falda azul de tablones que terminaba por encima del nivel de la rodilla, y unos mallones blancos que cubrían unas pantorrillas delgadas, pero exquisitamente formadas. Daba la impresión de ser un par de años mayor que sus nuevos compañeros, porque sus formas ya destacaban claramente, a pesar de lo holgado de su vestimenta.
Pero lo verdaderamente llamativo y desconcertante eran su cabello y sus ojos.
Su cabello estaba teñido. Al menos, lo parecía; porque ninguno de los presentes había visto jamás ese tono de azul en una cabellera natural. Pero además, tenía curiosos dibujos de color verde que lo cubrían en gran parte. La señora Johnson la miraba sorprendida, y los alumnos que recordaban sus clases de geografía apenas podía creer lo que veían: los dibujos replicaban admirablemente los continentes de la Tierra, tal como se ven en un planisferio.
La señora Johnson al fin encontró su voz. El reglamento escolar era muy claro.
- Querida... ¿Acaso tú y tus padres no leyeron el reglamento?
La muchacha se volvió para mirar a la maestra, y la señora Johnson tuvo que desviar la mirada. Los ojos de aquella niña eran profundos, inquietantes. No correspondían a los de una muchachita de su edad, pero no podía explicarse el por qué tenía esa impresión.
- Claro que sí, maestra Johnson -dijo Gaia, con su voz suave y melodiosa-. ¿Por qué lo pregunta?
- Bueno... -balbuceó la maestra, haciendo un esfuerzo por recuperar el control de la situación-. Es que tenemos reglas específicas sobre el asunto de teñirse el cabello. Hicieron una verdadera obra de arte con el tuyo, querida. Pero no podemos permitir que vengas así a la escuela.
La muchachita colocó sus manos en actitud de rezo. Se veía tan linda y virginal, que la señora Johnson se ruborizó.
- Discúlpeme, maestra pero... ¡Yo no teñí mi cabello! Así nací, y así lo he tenido casi siempre. Bueno, la deriva ha hecho que los patrones de su superficie cambien con el tiempo, pero... por ahora son así.
- ¡Mentirosa! -susurró la voz de una chica desde el fondo del salón.
- ¡Niñas! -reconvino la profesora con cara de enojo, pero enseguida volvió a mirar a la niña-. Gaia... Es muy descortés lo que te voy a decir, pero entenderás que es muy difícil de creer. El dibujo... Tú sabes.
La niña sonrió. La maestra lo supo porque sus bellos ojos se entrecerraron.
- Descuide, maestra. Lo sé. Pero quizá pueda arrancar un pequeño mechón para que usted lo estudie bien. No puedo hacer nada por mi cabello, pero si usted gusta, puedo venir con un gorro a partir de mañana.
- ¡No! No es necesario, querida. Pero... ¿No puedes quitarte el cubrebocas? Hablas muy claro, pero ya que te estás presentando, sería bueno que pudiéramos ver todo tu rostro.
- Ay, maestra... -dijo la muchachita, con pesar reflejado en sus grandes ojos-. Me gustaría hacerlo, pero estoy un poco enferma. No quisiera correr el riesgo de contagiar a nadie, ¿sabe?
Un murmullo recorrió la clase. Casi todos los alumnos estaban inquietos. Semejante preocupación por la salud casaba muy bien con el extraño aspecto de la nueva compañera.
- ¿Es grave? -preguntó la maestra, preocupada-. Porque si lo es, quizá convenga que te quedes en tu casa por un tiempo.
Los niños murmuraron de nuevo y asintieron con aprobación. Pero una vez más, la voz suave y cantarina de la chica resonó en el salón de clases
- No. Creo que no es necesario. Pero si lo prefiere, puedo sentarme bien apartada de los demás. Así nadie corre riesgos.
La maestra estaba por decir que no era necesario, pero varios de los niños que estaban cerca de los pupitres vacíos recorrieron sus sillas. Este gesto molestó bastante a la señorita Johnson, pero consideró que no era el momento de ajustar las cuentas con sus alumnos.
- Está bien, querida. Ve a sentarte y comencemos la clase de hoy.
La muchacha fue a sentarse bajo la atenta mirada de sus nuevos compañeros. Cuando seleccionó su pupitre, todos los que estaban cerca se recorrieron aún más. Se instaló, y pronto se dio cuenta de que todos la miraban de reojo, pero desviaban la mirada en cuanto ella volteaba para verlos.
Solo hubo alguien que pudo sostener su mirada... Al menos por un momento.
Lincoln Loud. El muchachito peliblanco que conocía a las mujeres como ningún otro en su salón de clases.
Desde que entró al salón, quedó fascinado por el aspecto de la hermosa niña que iba a ser su nueva compañera. Por alguna razón, no encontraba nada raro en ella. La veía solamente como una niña simpática y hermosa, que no gozaba de cabal salud; y que por alguna razón disfrutaba creando historias y aturdiendo a sus maestros. Nada más.
La vio caminar hacia uno de los pupitres, y le dirigía de vez en cuando alguna mirada furtiva.
Era tan hermosa...
Ni siquiera se percataba de lo que sus compañeros cuchicheaban a su alrededor. Simplemente, aquel cabello y los hermosos ojos verdiazules lo embrujaban.
No se dio cuenta de que ella lo miraba también. Sus ojos se encontraron, y la chica apartó su cubrebocas para obsequiarlo con la sonrisa más hermosa que Lincoln había visto jamás.
Fue demasiado para el peliblanco. Enseguida apartó la vista. Se ruborizó, y tuvo deseos de desaparecer en el azul intenso de aquellos ojos.
- ¿Estás seguro de que quieres ir, Lincoln? -dijo Clyde, mirando con desconfianza a Gaia. La chica que estaba sentada bajo la sombra de un árbol. Al parecer, leía y estaba muy concentrada.
- ¡Claro que sí! -respondió el peliblanco. ¿Por qué no tendría que hacerlo? Además, es una tremenda descortesía ignorar de esa manera a una chica nueva.
- Bueno... En primera, se ve muy concentrada en su libro. Y en segundo lugar... No sé. No termina de inspirarme confianza.
Liam, Rusty y Zach asintieron. Ellos sentían exactamente lo mismo, pero no dijeron todo lo que pensaban. La verdad pura y simple era que la chica les inspiraba miedo, rechazo... Los intimidaba de una manera muy extraña, y no era realmente por su aspecto o su belleza.
Ocurría sobre todo cuando los miraba de frente y podían ver sus ojos. Era raro y desconcertante, porque tenía unos ojos preciosos. Pero esa mirada...
Era como un espejo misterioso en el que veían reflejada su propia actitud, y los hacía sentirse culpables. Lo peor de todo era que ni siquiera estaba seguros del por qué. ¿Por hacer evidente su rechazo? ¿Por el miedo que les inspiraba? ¿O era algo todavía más profundo?
No lo sabían, pero eso solo lo hacía más difícil de soportar. Era una sensación muy parecida a la que tenían después de haberle fallado a sus padres en alguna cuestión muy importante. Y lo peor de todo, era que no tenían la menor idea de porqué se sentían así con una chica a la que apenas conocían; a la que nunca habían visto antes de aquella mañana.
Además, se dieron cuenta rápidamente de que no eran los únicos. Al parecer, todos los compañeros sentían algo muy parecido; incluso los bravucones más desconsiderados y agresivos. Al menos dos de ellos habían escuchado la cháchara sobre la recién llegada, y pretendieron acercarse para ver qué podían obtener de ella. Bastó una sola mirada de la muchacha para alejarlos definitivamente.
La recién llegada era tema de conversación en toda la escuela, y la conclusión era la misma por todas partes: era un bicho raro. Una especie de bruja muy extraña de la que convenía mantenerse muy bien apartado.
La única excepción era Lincoln.
Cierto, no era inmune a su mirada. Ni a la sensación de culpabilidad extraña que tanto perturbó a sus amigos y compañeros. Pero esa sonrisa... Los hermosos labios de la chica; su mirada serena y su expresión... ¿Invitadora?
¿Realmente lo era? ¿O qué significaba aquello?
Él conocía esa expresión. Su hermana Lori le había sonreído de ese modo varias veces. Siempre en los momentos en que le expresaba todo su amor; su lado más dulce y tierno. Era la mirada que precedía a los abrazos y a las actividades más divertidas y placenteras que solían realizar juntos.
Y no solo ella: casi todas sus hermanas lo habían mirado así, alguna vez. Igual que su madre, y hasta su antigua enamorada; Ronnie Anne. Y esa mirada era siempre una buena señal.
¿Por qué esa vez tenía que ser diferente? Después de todo, Gaia era una mujer.
Además, era evidente que la chica no se encontraba bien. Sus ojos se veían un tanto enrojecidos, y le pareció que de vez en cuando se llevaba una mano a la boca, y todo su cuerpo se agitaba.
Era cierto que la chica le fascinaba, pero también le preocupaba. Quizá podía ayudarla de alguna manera. Después de todo, él nunca se había quedado de brazos cruzados cuando alguna de sus hermanas se sentía mal.
- Bueno, pues yo no le tengo desconfianza. Es una chica nueva; no nos ha hecho nada malo, y al menos yo, no quiero ser descortés. ¿No se han dado cuenta de que parece estar peor de su enfermedad? ¿Y si necesita ayuda? ¿A ustedes no les gustaría que alguien se preocupara por ustedes, si estuvieran en esa situación?
Lincoln dijo esto último con una mirada severa. Todos sus amigos bajaron la cabeza. Sin duda se sentían mal por lo que estaban haciendo, pero ninguno se sintió lo suficientemente culpable como para vencer sus miedos.
El chico peliblanco los recorrió con la mirada, y al final hizo un gesto de desaprobación.
- No me esperen a la salida, chicos -dijo, con el mismo tono-. Si ella me lo permite, yo estaré encantado de acompañarla a su casa.
Y sin decir nada más, se dio media vuelta y se alejó; dejando a sus amigos avergonzados y cariacontecidos.
Gaia seguía sentada a la sombra del árbol. Estaba a la expectativa. Desde el inicio de la clase se había dado cuenta del interés de Lincoln por ella; y durante todo el receso estuvo esperando que el chico se acercara. Presentía algo muy especial con en ese chico. Su esencia espiritual era afín a la de ella, y era muy lindo encontrarse con alguien que quizá tendría la presencia de ánimo para superar sus temores y su sentimiento de culpabilidad.
Al fin, el muchachito se separó de sus amigos y vino caminando hacia ella. Al notarlo, Gaia agradeció tener puesto su cubrebocas. Le costaba trabajo reprimir su sonrisa de satisfacción.
Se volvió para mirarlo, y en ese momento tuvo otro leve acceso de tos. A pesar de las molestias que le produjo, fue algo bastante afortunado; porque cuando sus ojos se fijaron en los de Lincoln, el muchachito estuvo a punto de perder el valor. Pero ahora no dudó. Se acercó y se arrodilló junto a ella.
- Gaia... ¿Te encuentras bien? -dijo, mirándola con preocupación.
La hermosa chica lo miró, pero está vez tuvo buen cuidado de no verlo directamente a los ojos. Le contestó en el tono más suave y amable que pudo.
- Oh... Ya estoy mejor, no te preocupes. Es solo que... La contaminación. Me hace sentir mal.
Lincoln quedó un poco sorprendido. El ambiente no estaba realmente contaminado. Faltaban todavía un par de horas para la hora pico.
- ¿Eres alérgica? Me imagino que tienes que tomar alguna medicina. Todavía falta un rato para que venga lo peor de la contaminación.
- No... No te preocupes -respondió la muchachita, entornando los ojos-. Es cierto que cada vez es peor para mí, pero te aseguro que estaré bien. Quizá te sorprenda, pero... Todo parece indicar que he venido a Royal Woods a curarme.
El chico se rascó la cabeza. No estaba seguro de haber entendido bien.
- Mmm... Supongo que aquí vive un médico muy bueno que puede curarte.
- Algo así - respondió Gaia, y era evidente que sonreía bajo su cubrebocas -. No te preocupes más... Lincoln. Te llamas Lincoln, ¿Verdad? Lincoln Loud.
- ¡Sí! - respondió el chico, entusiasmado porque ella recordara su nombre -. Y tú eres Gaia. Pero no me sé tu apellido.
- Eso no importa. Yo te llamaré Lincoln, y tú me llamarás Gaia. Es más sencillo, ¿verdad?
- Claro -dijo Lincoln rascándose la cabeza; y por alguna razón, comenzó a reír.
La muchacha rio también. A lo lejos, los amigos de Lincoln los vieron reír, y después conversar animadamente. Nuevamente se sentían admirados por la gran capacidad de Lincoln para acercarse a las chicas. Hubieran querido acercarse y entrar en el pequeño círculo de Lincoln y su nueva y preciosa amiga; pero todos estaban demasiado avergonzados como para intentarlo.
- ¡¿Cómo que Lincoln ya se fue?! -gritó Lori, que casi había llegado matándose para recoger a sus hermanos menores en la escuela.
- Suspiro. Pues así es, Lori -dijo la pequeña gótica-. Parece que hizo una nueva amiga, y fue a dejarla a su casa.
Al escuchar eso, Lori sintió que su enojo disminuía. No podía evitarlo. Simplemente, le entusiasmaba mucho que su hermanito creciera y se interesara cada vez más por las chicas. En especial, después de que Ronnie Anne se fue definitivamente de Royal Woods.
- Oh, vaya -dijo, intentando mostrar desinterés-. ¿Al menos te la presentó? ¿Pudiste verla?
- No me la presentó -respondió Lucy en su acento monótono de siempre-. Pero no hubo necesidad. La vi. Además, todos están hablando de ella en la escuela.
Al escuchar eso, Lori ya no pudo aparentar desinterés.
- ¿Eh? ¿Y por qué?
- Es una chica muy hermosa. Pero también muy rara. Parece estar enferma, o algo así.
A Lori no le gustó mucho cómo sonaba eso. Especialmente viniendo de alguien tan peculiar como Lucy.
- Literalmente, ¿a qué te refieres, Lucy?
- A todo -dijo la pequeña, y tuvo un escalofrío sin querer-. No he visto a una persona más rara en mi vida.
- Mmm... - musitó Lori, acariciándose el mentón. Ese enigma no le gustaba. Procuraría tener cuidado; pero haría todo lo posible por averiguar mucho más sobre aquella chica.
- Entonces, ¿aquí vives? -dijo Lincoln, mirando sorprendido una pequeña casa, a no más de cinco cuadras de la suya.
- Aquí - respondió Gaia, y sus ojos azules se entrecerraron-. Esta es tu casa, Lincoln. Siéntete libre de venir cuando quieras.
Lincoln consideró la idea de entrar y conocerla. Pero ya era tarde; y solo le avisó a Lucy que iría a casa de una nueva amiga. Sus padres le pedirían explicaciones. Y si a Lucy se le ocurría decir algo sobre Gaia... ¡Huracán de hermanas categoría cinco!
Había pasado un rato maravilloso con la chica. Gaia era genial en toda la extensión de la palabra. Linda y de excelente humor. Solo su cubrebocas, sus ojos ligeramente enrojecidos y sus ocasionales accesos de tos permitían darse cuenta de que estaba enferma.
Antes de entrar, la niña lo miró con sus grandes ojos color verde agua. Ojos preciosos que empezaban a enamorarlo. Su mirada ya no lo hacía sentir incómodo ni culpable. Solamente un poco... Aturdido.
Pero, ¿era solamente su mirada? Gaia no era solamente una chica amable, dulce, tierna y hermosa. Todo en ella era singular; único. Su rostro era un poema de belleza y regularidad. Su cabello, con aquel color y patrones únicos brillaba y lucía tan agradablemente sedoso... Y su aroma. No tenía idea de que perfume utilizaba. Pero era como pasear por el bosque tras una lluvia de primavera.
Lincoln tuvo que ahogar un suspiro. Gaia era tan distinta al resto de las chicas que había tratado. Estaba muy contento por haber logrado superado sus temores y hacerla su amiga.
- Gracias, Gaia -balbuceó el chico, sin querer irse verdaderamente-. Si tú me lo permites... No dudes que vendré a visitarte algún día. ¿Tus padres no se molestarán por eso?
- No lo creo -contestó la chica, guiñándole un ojo mientras abría-. Ellos prácticamente nunca están en casa. Así que... Depende de ti, Lincoln.
- Oh, dios -pensó el muchachito.
La chica se despidió y desapareció tras la puerta, no sin antes quitarse el cubrebocas y sonreírle otra vez.
Lincoln sintió que el corazón se le salía del pecho. Ya tenía algo hermoso con lo cual soñar esa noche.
