El día que Rumiko se convirtió en adivina.

Era un cálido día de septiembre, algunas nubes cubrían el cielo con timidez y aún hacía el calor propio del verano.

El sonido de los altavoces inundaba aquel lugar y miles de mujeres contenían sus lágrimas de emoción.

-Me llena de orgullo –decía una mujer gitana por un micrófono- hacer entrega de este diploma a todas vosotras. El futuro estará a salvo en vuestras bolas de cristal. Utilizad el don de ver el futuro sabiamente.

Todas vitorearon a la mujer y lanzaron sus birretes al aire.

-¡Ay, chacho, por la raza! –Gritó la mujer antes de desaparecer entre humo negro-.

Seiko se secó las lágrimas de emoción y abrazó a su hija, que se removió inquieta.

-Hija, ¡qué orgullosa estoy de ti! ¡Por fin has hecho algo con tu vida!

-Ya, ya –dijo ella restándole importancia-. He pensado en teñirme de morena y hacerme un moño. No pongas esa cara, que era broma.

La mujer suspiró con evidente alivio y Rumiko miró a su alrededor.

-¿No ha venido Rika-chan?

Seiko negó con la cabeza, sin dejar de sonreír.

-Vamos a casa, así puedes buscarla en tu bola de cristal y decirme dónde se ha metido.

Ya era de noche cuando Rika entró en su casa. Rumiko le salió al paso, con los brazos en jarras y el ceño fruncido.

-¿Se puede saber dónde estabas?

-¿No eras adivina? –Le preguntó su hija, poniendo los ojos en blanco-.

-¡Sí! –Exclamó la rubia emocionada-.

-Pues qué bien.

-¡Y no has venido a verme! ¿Por qué?

-Míralo en tu ridícula bola de cristal.

Rika dejó de lado a su madre y entró en el interior de la casa, completamente irritada. Pasó por la habitación de su abuela, que se encontraba en el ordenador, riendo como una colegiala.

-Rika, ven.

La muchacha entró en el cuarto.

-¿Qué quieres?

-Estoy apunto de pasar de nivel en el Candy Crush, ayúdame, anda.

La pelirroja puso los ojos en blanco y salió de la habitación, murmurando que enseguida la ayudaba.

Rumiko siguió los pasos de su hija y entró en el cuarto de su madre.

-Esta niña…

Seiko rio suavemente.

-Deja de tratarla como a una niña, que ya es muy mayor.

-¿Cómo va a ser muy mayor si yo soy tan joven?

La abuela de la pelirroja dejó el ratón y se giró para mirar a su hija.

-¿Y qué te ha dicho tu bola de cristal? -Le preguntó casi con sorna-. ¿Dónde estaba?

Rumiko negó con la cabeza, sonriendo.

-No necesito la bola para saber dónde estaba… ni con quién. Además, con la bola solo se puede ver el futuro.

-¿Y qué ves en el futuro?

-A Ryo, por todas partes.

Seiko asintió, conforme.

-¡Qué visión tan maravillosa! Vas a tener que enseñarme a usar esa bola…