INCONSCIENTE

Capítulo 1: Amanecer

Abría los ojos. Los pequeños rayos de luces que se reflejaban en su cuarto, se infiltraron alocadamente en su retina, iluminando su alma poco a poco. Era su cuarto, sí, pero se respiraba otro aire. Sonrió satisfecha. Había algo en aquel amanecer que no solía producirse a menudo, aunque aún no tenía muy en claro qué era eso. Estiró las piernas sin moverse de su posición, y comenzó a tomar conciencia de su cuerpo. Estaba desnuda. Relajada y armoniosamente desnuda. Adoraba esos amaneceres apacibles y... desnudos. Luego sintió un brazo que la rodeaba serenamente, como de casualidad. Su piel era suave en el roce con la suya y, con cada respiración en que su pecho se hinchaba, allí estaba su brazo, subiendo y bajando pausadamente. Se concentró unos instantes en aquella sensación. Él tenía la mano suavemente adormilada sobre su pecho izquierdo, pero sus yemas se sostenían decididamente de aquel pequeño monte. Ginny sonrió. No podía dejar de pensar que aquel despertar era especial. Se sentía llena, emocional y físicamente. Se sentía radiante. Los rayos del sol ahora le daban de lleno y, no le importaba. Sentía un calor abrazador y admirable.

Respiró hondamente, llenando su pecho, siendo conciente de cada partícula de aire que se colaba en sus pulmones y oxigenaba sus venas. Continuó sintiendo, sin mirar, la mano sobre su pecho, e instintivamente la sonrisa le volvió al rostro. Pero luego, hubo algo más... hizo memoria a medida que sus neuronas comenzaban a despertar. ¿Qué día era aquel...? Jueves. Oh sí, ya recordaba. El día anterior había ido de compras para la fiesta de su novio. Pero... el miércoles... el miércoles no había estado con Jack. No se habían podido ver. Él tenía trabajo y, ella lo prefirió así, compraría todo para su fiesta sorpresa sin percances. Miércoles, miércoles... ¿miércoles? ¿Hoy jueves? Jueves el tenía una importante reunión a las ocho de la mañana, por eso tampoco había ido a su departamento a dormir con ella, como el resto de las noches. Jueves, jueves por la mañana... un brazo desnudo sobre ella, sensación de satisfacción, roce de piel... cero recuerdo. Eso no podía ser bueno. Comenzó a girarse sobre su cuerpo, y él inmediatamente se acomodó, aún dormido, pero sin quitar la mano de su pecho. ¿Qué era eso? Pensó aterrorizada. ¡Aquel no era su novio!

-¡AHHHHHHHHHHH!- le gritó fuera de sí, mirándolo fijamente. Él se sobresaltó abruptamente y miró para todos lados, aún dormido y en posición horizontal.

-¡¿Qué demonios...?- la miró buscando una respuesta.

-¡¿Qué haces aquí...?- preguntó como al azar, aún no podía pensar con claridad. Sabía que ese rostro le era familiar, pero... ¿por qué?- ¿Harry? ¡Qué...!

-Hola, Gin...- le sonrió como infante.

Él aún no se despertaba del todo, aquello le parecía natural por el simple hecho de que no entendía nada. No tenía sus anteojos, y estaba ligeramente sobresaltado. Confundido, además. ¿Ginny? ¿Desde cuando la veía a Ginny en las mañanas?

-¿Qué haces aquí?- le preguntó Harry, como al pasar.

-¿qué qué hago aquí? ¡Tú que haces aquí!- lo acusó, molesta- Con tu brazo encima mío... ¡¿Qué haces desnudo?- corrió la mirada hacia el costado- ¿Qué haces aquí?- continuó hostigándolo con preguntas.

-Aguarda, de a una pregunta por ves. Estoy algo confundido.

-¿Confundido? ¡Confundido un cuerno!- se exasperó. Luego miró su seno semi desnudo y con la mano de él firmemente apoyada sobre sí, como si se aferrara a una escoba- ¿Podrías quitar tu mano de encima?- le preguntó suave pero agresivamente.

-¿Qué?

-¡Que me quites las manos de encima!- lo codeó corriendo su mano y tapándose hasta el cuello con la sábana, de un tirón.

-Lo siento- se enrojeció rápidamente. Giró para buscar sus anteojos sobre la mesa de luz, aparentemente solía dejarlos allí, pero no los vio. Ginny comenzó a registrar el cuarto.

-Están en aquella esquina- señaló un vértice del cuarto.

-¡Oh!- se levantó consternado a buscarlos. Pero aún estaba desnudo.

-¡Tápate! ¿Quieres?- se tapó los ojos, compungida.

-Lo siento...- tomó los anteojos del suelo, se los calzó, y volvió rápidamente al refugio de las sábanas, dentro de la cama. Entonces, Ginny volvió a mirarlo.

-¿Qué...? ¿Qué significa esto?- miró los alrededores, sin entender cómo habían llegado a eso- ¿Por qué estás aquí? ¿qué...?

-No lo sé, Ginny... no intento ocultarte nada. Si yo supiera algo simplemente te lo diría, pero estoy tan confundido como tú.

-¿Cuando viniste, de todas formas? ¿Que no vivías en América o qué sé yo?- lo acusó.

-Si. Vivo en América- la corrigió- De hecho estaba allí anoche- pareció extrañado- Estaba en mi casa, con mi novia...-miraba las sábanas dubitativo- ¡Estaba con mi novia!- pasó a mirarla rápidamente- Anoche... no estaba aquí. Juro que estaba en América, con ella.

-Si, y yo estaba sola. Y tenía planeado estarlo toda la noche... y ya ves. ¿Cuándo viajaste?

-No viajé.

-¿Apareciste?

-¡No!- se exasperó. Ella no paraba de acusarlo y no podía entender que él sabía tan poco como ella. Todo eso era demasiado extraño- No viajé, no me aparecí, no te busqué... ¡Ni siquiera sé dónde vivies!- miró el techo y los alrededores- ¿Qué es? ¿Dónde estamos?

-Es Londres- suspiró- No entiendo nada de esto. ¿Habremos tomado? Aunque tampoco lo recuerdo.

-Yo no bebo, Ginny.

-Yo tampoco, pero excepciones siempre hay.

-Pues yo no soy una, y anoche no bebí nada.

-Okay, no fue alcohol.

-Dios...- se impacientó- esto es terrible- levantó la sábana para mirar su cuerpo desnudo, consternado.

-¿Nosotros...?- miró sus cuerpos. Ella quiso desaparecer del mundo al entender aquello que probablemente su inconsciente ya sabía pero el conciente se negaba a dar por seguro- ¿Nosotros...? Es decir, ¿pasó algo?

-Creo que no nos juntamos para ponernos al día, eso seguro.

-¡Oh, Dios! ¿Cómo se lo digo a Jack?

-¿Decirle qué?- se sorprendió.

-Esto, Harry... que fui infiel.

-Pero si no lo fuiste.

-Tú dijiste que...

-Pues probablemente sí haya pasado- él comenzó a manotear debajo de la cama, buscando las prendas que no llegaba a agarrar- pero de todos modos, ninguno lo sabe- Se estiró un poco más, pero la sábana que lo cubría no cedía tanto. Era una posición realemente incómoda- ...ninguno lo quiso ni lo buscó- Continuó- Aquí pasó algo más Ginny... ¡Demonios! ¿Dónde mierda está mi ropa?- se exasperó. Ginny se estiró de su lado de la cama y tomó unas prendas oscuras. Se las tiró por la cabeza- ¡Oh...!- se ruborizó- Gracias. Iré a cambiarme... ¿Por dónde...?

-Esa puerta es el baño- le señaló la puerta en la esquina izquierda del cuarto.

-Gracias.

Ginny apartó la vista para que se fuera al baño. Y luego se quedó detenida en el tiempo, en aquellos dos minutos en lo que todo se le había venido abajo, y nisiquiera sabía porqué. Pero si ella no era capaz de hacer semejante cosa, ¿qué había pasado?. Ni siquiera encontraba atractivo a Harry. Hacía años que no lo veía de ese modo, o que no lo veía en absoluto. Y Jack representaba todo lo que buscaba en un hombre, y lo amaba... y era incapaz de hacerle lo que... lo que aparentemente ya le había hecho... ¡y ni siquiera recordaba!.


Cuando Harry salió del baño, minutos después, Ginny ya estaba cambiada, impecable, armando la cama. Harry se quedó como detenido unos segundos, no estaba preparado para enfrentar aún, lo que aquello conllevaba. Ginny lo miró fugazmente, y luego volvió a su tarea de estirar la manta sobre el colchón.

-Aguarda, te ayudaré- Harry tomó el otro extremo y ambos comenzaron a hacer la cama como si lo hubieran hecho toda la vida, como un ritual, y en pleno silencio.

-Tuve que cambiar las sábanas...- explicó- sino la idea me atormentará más que ahora.

Una vez que terminaron, quedaron mirándose.

-Yo... creo que debería...- se aclaró la garganta.

-Si, deberías... Pero...- ella lo miró tímidamente- la verdad es que hace mucho que no nos vemos y, creo que deberíamos hablar de esto, encontrarle un sentido, ¿no? Es decir... ¡Hey! Eres mi amigo, creo... podemos tomarnos una taza de té.

-Yo no creo que sea...

-No- lo interrumpió- lo sé. Sólo quería que intentáramos entender esto entre los dos.

Ambos quedaron en silencio. Aquello era tormentoso y torturante. Francamente se habían querido mucho años atrás, como amigos. Pero la distancia de los años y el espacio había causado estragos. A ella ya no le caía tan bien su presencia, y eso lo percibía. Más allá de lo que hubiera pasado la noche anterior, a ella ya no le agradaba tanto su compañía. Y, quedarse allí para incomodar a ambos, no era una idea que a él lo tentara en demasía. Pero algo en sus ojos le hizo notar la desesperación que sentía. Aquellas pupilas resinosas le transmitieron la confusión de la que pedía a gritos ser rescatada. Él no tenía demasiadas herramientas para lograrlo, pero siempre dos serían mejor que uno.

Ginny comenzó a caminar hacia la puerta, cuando su pie descalzo pisó una pequeña protuberancia en el suelo. Se agachó y tomó la varita, la observó unos segundos, y luego se volvió a él y le extendió la mano, otorgándosela.

-Ten, creo que es la tuya. Sígueme, te indicaré la salida.

-Ginny yo... puedo aparecerme.

-Oh, claro...

-Puedo quedarme si quieres- le dijo dulcemente- una taza de té no se le niega a nadie.

-No tienes que...

-No, pero quiero. De todos modos, ya estoy en Londres- se encogió de hombros.

-Bien. Sígueme.


Se sentaron en la mesa mediana y rectangular que priorizaba el espacio en el living del departamento. Se ubicó cada uno en un extremo, apartados como por dos metros de madera, y con la sensación de ser dos extraños. Después de todo, quince años no era poco tiempo. Sus caminos habían tomado distintos rumbos y, "para sernos francos, jamás fuimos demasiado amigos" se recordó ella. Muy por el contrario, en su fuero interno, el guardaba gratos recuerdos de la vida en Londres, y de lo que él creía, había sido una "excelente amistad". Ahora ya tenía casi treinta y cuatro años. No era un adolescente, aunque se empecinaran en recordarle que seguía viviendo como si lo fuera. Y ella no era ninguna niña, aunque conservaba algunos de los rasgos más irritantes de su infancia, como la excesiva prudencia y la rigurosa forma de llevar a cabo su vida, siempre regida por normas y reglas que se aplicaran por igual a ella y a su entorno. Y particularmente él percibió que Ginny aún conservaba (y sino, había acrecentado) aquella fastidiosa y organizada forma de ser. Ese era un aspecto de ella que no había podido tolerar. Y, aparentemente, seguía allí, quizás evolucionado.

Ambos esperaban que el otro iniciara la conversación. Ella limpiaba su taza con excesivo y superficial cuidado, como llenando un silencio incómodo. Él se limitaba a observarla, y se resignaba a reflexionar internamente... ¿Cuándo les había ganado la batalla el tiempo? ¿Cuándo los abandonó en un agujero sin fondo, y los perdió en los resquicios del olvido? Harry entendió, en ese preciso momento, que no sabía nada de la mujer que tenía en frente, con la cual había tenido relaciones sexuales la noche anterior, y que ciertos rasgos faciales le remitían a una niña que solía conocer y con la que solía hablar en sus días de gloria. Ahora sólo veía reproches, quizás sentimientos reprimidos. Pero definitivamente se la veía amargada, sino con la situación de esa mañana, con su vida entera.

-Entonces...- comenzó ella- ¿qué dices que hacías tú ayer?- él rió, lo cual no pareció agradarle a la pelirroja- ¿qué es lo gracioso?

-Nada. De pronto me sentí interrogado...- miraba su taza. Luego la miró de lleno, acusadoramente- sigues creyendo que yo sé algo que tú no ¿verdad? Que te escondo los cómos y los porqués. Créeme, estoy tan perdido como tú.

-Con la diferencia de que no pareces atormentado.

-Pues... sinceramente, no siento como si hubiera pasado nada. Mi conciencia está tranquila.

-La verdad, no me sorprende.

-¿Qué quieres decir?- se molestó.

-Que si estás tan tranquilo es porque algo de todo esto es tu culpa.

-Y tuya también.

-¿Yo que tengo que ver?

-Pues, hiciéramos lo que hicéramos, lo hicimos de a dos.

-O sin mi concentimiento- él la asesinó con la mirada. Su más íntimo orgullo se sintió herido, resquebrajado en mil partículas infinitesimales, y vueltas a disolver.

-¿Cómo se supone que debo tomarme eso?

-Como lo dicte tu conciencia.

-¿Sabes qué?- se puso serenamente de pie- No tengo porqué estar aquí. Todo esto es estúpido.

-Claro, de pronto ya no tiene sentido para ti- ella lo imitó- Pero algo has venido a buscar.

-Quédate tranquila, a ti seguro que no.

-¿Si? Pues abre los ojos, estás en mi casa. Eres tú el que irrumpió en mi armónica vida.

-Yo que tú lo disfrutaba, pareces algo reprimida.

-¡Pero quién te crees que eres para...!

-Adiós, Ginny- desapareció con una irónica sonrisa en su rostro.

Ese hombre comenzaba a parecerle irritante y superado. ¿Quién se creía que era para tratarla de esa manera, en su propio hogar? ¿Desde cuándo se tomaba la libertad de hablarle como viejos amigos? Él jamás le había dejado ser nada suyo... Jamás le había dejado acercarse lo suficiente, siquiera para ser su amiga. ¡Quién era ahora para venir a hacer reclamos o a hablar como si tuviera derecho! Sin duda América lo había cambiado, y lo más triste del asunto, es que él nisiquiera se había percatado de ello. Al cabo que era su problema, ella no lo había extrañado en quince años, no empezaría entonces. Ya no era una niña como para andar jugando al gato y al ratón, los dos tenían su vida y si él había decidido hacerla separada de la suya, pues entonces que no caiga una noche de la nada, a molestar su privacidad.

Ahora quedaba un sólo problema. Se lo decía o no se lo decía a Jack. Y, de decírselo, ¿qué le decía? Ni siquiera sabía qué había sucedido. Lo único que sabía era que eran ya las diez de la mañana y, en menos de una hora debía bañarse, cambiarse y llegar a la casa de su novio para preparar una fiesta sorpresa... Ahora ya nada era tan emocionante. Tener que encontrarse con él le resultaba vergonzoso y desubicado. ¡Maldición, Harry le había arruinado la semana...! Y quizás el noviazgo entero.


-Ron, apuesto que no me lo creerás pero, ¡Soy Harry!. Sólo llamo para avisarte que estaré en Londres hasta las seis de la tarde. He tenido problemas para aparecerme y, mi vuelo a California sale a las siete. Llámame si escuchas este mensaje a tiempo, quizás podamos vernos un rato. Me quedaré en un bar llamado 'The Eagle'. El teléfono está en la guía. Saludos.

Harry colgó el teléfono y se sentó en una de la barra, frente al cantinero.

-¿Qué te sirvo?- preguntó amistosamente.

-Yo no bebo- respondió cortante- Además, son las once de la mañana...

-¿Y si no bebes qué haces aquí?- Harry no respondió- ¿Y qué harás hasta las seis de la tarde aquí sentado?

-¿Mirar la televisión?

-¿Y tomar un refresco? ¡Si no bebes, vete de aquí!

-De acuerdo, beberé- el cantinero se quedó mirándolo, esperando una indicación- Pues no sé, no acostumbro a beber, tú dime qué es bueno.

-Empecemos con una cerveza.

-Oh, no... jamás me han gustado.

-Esta te gustará- apoyó fuertemente una pequeña botella oscura, con un espeso líquido adentro, espumoso y de aspecto refrescante- empieza con esta... te la presento, es una Kölsch. Alemana y suave, como las mujeres de su país... ¡bebe!- le indicó.

-¿Con cuántas alemanas has estado?

-Con algunas.

-Pues has tenido suerte porque las que yo... eran algo especiales.

-Pero suaves- afirmó irrefutable, el cantinero.

-Oh, si... eso si- tomó la botella y bebió del pico como había visto hacer a tantos otros. El sabor inundo sus papilas gustativas. ¡No era nada mala!- Bueno no sé si suave, pero sí riquísima.

-Te lo dije, ¿eh? Bebe tranquilo, de aquí a las seis te instruiré. Saldrás hecho un verdadero inglés.

-Soy inglés.

-Pues no lo pareces. Esto es típico de la cultura inglesa, deberías conocer.

-Hace quince años que vivo en California.

-¡Bah!- hizo un ademán despectivo- con razón no te gusta la bebida. Lo de ellos es jugo de media. Bebe, ya me lo agradecerás.


Ginny entró en la casa de su novio. Entre las corridas casi olvidaba la copia de la llave que él le había dado. Ahora tenía sólo diez minutos para preparar los carteles y la comida, antes de que Jack volviera. Y aún la cara de culpabilidad y enfado no se le iba.

Extendió un cartel grande en la arcada del living, el cual podía verse ni bien él entrara por la puerta. Colocó una pequeña torta de queso y frutos rojos sobre la mesa, y clavó en ella una pequeña vela ya encendida.

Y luego venía la parte del plan que ella más había deseado, pero que ahora parecía una tortura. Comenzó a quitarse la ropa hasta quedarse en ropa interior, la cual había comprado para la ocasión y era un pequeño conjunto rojo, de encaje y con portaligas. Suspiró hondamente. Había planeado ese festejo, con intención también de recuperar cierta pasión que en la pareja comenzaba a gastarse. Después de todo ya llevaban saliendo poco más de cuatro años y medio, y él era un hombre casi de cuarenta años. Jamás les había faltado el cariño, jamás la fogosidad, pero últimamente lo que parecía faltar un poco, eran las ganas. Y Ginny no podía resignarse a dejar esa etapa de lado, porque si abandonaban el contacto físico sin haberse consolidado completamente como pareja, ¿qué pasaría cuando se mudaran juntos?. Y eso ya se estaba hablando, se estaban sopesando las posibilidades. Pero si como invitados no deseaban al otro, como compañeros de cuarto jamás sucedería.

Ginny se había entusiasmado con la idea de que, al mediodía, cuando el volviera de aquella importante reunión laboral, contento por haberse ganado el ascenso que ya le venían asegurando que tenía su nombre, y la viera hermosa para él... quizás entonces, alguna chispa se reviviera.

Soltó su pelo ondulante y lo dejó llover hasta sus caderas. Tenía el aspecto de una sacerdotiza griega, con su piel blanca y tersa y sus muslos al aire. Estaba levemente maquillada y tenía todas las condiciones para estar segura de su figura. Pero no lo estaba. Aquel hombre ya la conocía de memoria, nada le sorprendería de ella. Pero no jugaba a despertar la curiosidad o la duda, sino a despertar la necesidad y la nostalgia de aquel deseo ya casi abandonado.

Aunque pensándolo mejor, luego de su curioso amanecer, ella no tenía ganas de aquello. Y si ella no lo deseaba, ¿cómo lo influenciaría a él para que la desee? El punto no era quién quería y quién no. El punto era que ella llevaba algo tan pesado sobre los hombros desde el amanecer, que ya nada saldría como lo había planeado. A duras penas había llegado a ducharse como para eliminar cualquier cuestión física del contacto anterior, pero ni siquiera una cascada sobre su nuca, eliminaría ese mal gusto de culpa rancia. No, aquello no podría terminar nada bien.

Escuchó que la llave giraba en la cerradura. Ese era el momento. Se calzó un sombrerito de copetín en forma de cono, y tomó un silvato de los que se extendían al soplar.

La puerta se abrió con facilidad, y entró un hombre cuarentón, de facciones jóvenes y pelo sedosamente castaño, algo crecido. Estaba afeitado y con un traje que se notaba a la legua que lo hacía transpirar. Estaba en forma y era más musculoso que flacucho, aunque daba un aspecto natural. No era muy alto, pero sí unos centímetros más que ella. Se lo veía algo cansado. Al levantar sus tibios ojos celestes y cruzar sus miradas, ella sopló el pequeño silbato.

-¡Felicidades!- dijo con sinceridad, pero casi tan desganada como él.

Jack pareció no inmutarse. La miró unos segundos, y luego cerró la puerta, dándole la espalda. Dejó su maletín en una de las sillas y se sacó el enorme saco azul, como si pesara diez toneladas. Mientras se desajustaba la corbata se acercó a ella y depositó un pequeño beso en sus labios.

-Buen día- le dijo.

-Buen día.

-¿Qué es todo esto?- miró el cartel y luego la torta.

-Pues... era una sorpresa. Quería que festejáramos tu ascenso, me pedí el día en la oficina.

-Estabas muy segura.

-¿De qué? ¿De tu ascenso?- él no dijo nada- Pero si tú me dijiste que ya estaba hecho, que hoy sería sólo la cuestión oficial y bla bla bla...

-Pues quédate nada más con el "bla bla bla", no ha pasado nada- dijo dejando su corbata en el respaldo de la silla.

-Pero, ¿por qué?

-¡Qué sé yo, Ginevra!- se ofuscó- ¡No lo sé! Pero puedes ir sacando toda esta mierda, porque ya no tiene sentido.

Ella pareció achicarse en su postura. No esperaba aquello de él, y menos en ese momento. Quizás se había imaginado una reacción similar en el momento posterior a que le contara lo que había pasado la noche anterior... pero aún no sabía nada.

-Lo siento yo... no sabía.

Se quitó el cono y comenzó a vestirse. Él se detuvo resoplando, aún de espaldas a ella. Hubo un incómodo silencio durante los siguientes dos minutos. Ella, ya cambiada, comenzó a despegar el cartel del techo. Lo dejó caer. Se acercó a la mesa y se inclinó para soplar la vela y apagarla, y cuando estuvo por tomar la torta, el le sostuvo el brazo, impidiéndoselo.

-Déjala- le rogó- Lo siento, fui un animal- volteó para mirarla a los ojos- Es que todo este tema me frustró en desmedida. No merezco esto, Ginny.

-Lo sé- le acarició la mejilla.

-Me sentí tan traicionado cuando nombraron a otro que... ¡Demonios!- bajó la mirada. "¿Si?, Pues espera a que te cuente lo que hacía esta mañana" pensó ella.

-No te preocupes, todo saldrá bien. ¿Quién necesita ese estúpido ascenso?

-¡Yo lo necesito, Ginny! ¿Que no me oyes?

-No, no lo necesitas, lo deseas que es distinto. Puedes vivir tranquilamente sin él. Podemos mudarnos juntos como habíamos planeado, sin él. ¿Quién quiere más dinero?

-Haces que suene horrible mi ambición. ¿Está mal desear más cosas?

-No, claro que no. Lo que está mal es que te irrites por no conseguirlas. Son pocas las veces que las cosas salen como de verdad las planeamos, ¿Sólo seremos felices entonces?

-Para ti todo es muy fácil- le recriminó- Tú ya has sido ascendido varias veces, tu sueldo es holgado, tú puedes permitirte comodidades.

-Y si vamos a vivir juntos, y compartiremos gastos, ¿Cuál es el problema? Será tu dinero también.

-Claro que no. ¡Se supone que yo debo mantenerte!

-¿Otra vez discutiremos por esto? Es una tontería.

-No, no lo es.

-¡Es sólo dinero! ¿Para qué lo quiero yo?

-¡Maldición!, sólo dices eso porque ya lo tienes. ¡No tienes que andar detrás de veinte personas durante ocho largas horas para conseguirlo!

-De acuerdo, esto es mi culpa- se soltó molesta. Tomó las llaves del auto de su cartera- No voy a dejar que me sigas culpando por tu malhumor, no dejé de ir a trabajar para esto- tiró sobre la mesa la copia que había usado para entrar en la casa de su novio- ...y cuando te hayas olvidado de toda esta estupidez, me llamas- Abrió la puerta y se fue sin decir una palabra más al respecto, dando un portazo.


Buenas, aquí otra vez. Creo que no les dejé mucho tiempo para extrañarme desde la última vez que subí. Sólo que las ideas empezaron a surguirme para este nuevo fic, y cuando empecé a escribir ya tenía un capítulo. Pensé que por ahí iba a ser un one-shot, pero ya se me comienza a estirar, quizás rinda algunos capítulos. Mientras tanto, háganme saber si les gusta. SALUDOS. Ceci.