Juegos Prohibidos
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel
Parejas: Stony, por principio.
Derechos: a vivir, quizá.
Advertencias: historia AU, de corte policíaco, algo gore como angst, no digan que no les advertí porque sí les estoy advirtiendo. Esta historia está dedicada a mi hada de toda la vida, Katrinna Le Fay, porque sus deseos son mis órdenes.
Gracias por leerme.
CRUCIFIXIÓN.
La columna de estudiantes emprendió la marcha cansina, en silencio, con las cabezas bajas mirando sus cruces en sus manos entumecidas por el frío de la mañana, murmurando más adormilados que despiertos las oraciones matutinas que los seminaristas en los flancos entonaban con fuerza para sacarlos de tal estado de ensoñación antes de alcanzar el atrio que unía el pasillo al descubierto de sus dormitorios y la iglesia de enormes techos abovedados en la que cada salida del sol visitaban para dar gracias a Dios por el nuevo día lleno de más oraciones a la hora del desayuno, a la hora del almuerzo, a la hora de la cena y finalmente cuando iban a recostarse a sus camillas austeras como rechinantes.
Tony levantó su vista de los calzados iguales que pisaban los cuadros de piedra marmoleada hacia Steve, a quien encontró más que concentrado en la cruz entre sus manos, entonando de forma hipnótica los cánticos con verdadero fervor aunque sus ojos estaban entrecerrados pero no tenían la niebla del sueño, brillaban afiebrados con una chispa que el castaño había visto en días previos, no días, semanas atrás pero todo había comenzado de manera lenta que ahora no le parecía extraño entre la quietud y la rutina del internado católico al que sus padres los habían enviado, mitad para hacerlos hombres rectos, mitad para deshacerse de ellos y poder tener una vida de adultos sin el estorbo de infantes inquietos.
El aroma del pasto húmedo por el rocío y los árboles frutales le distrajeron, volviendo su vista hacia los seminaristas con sus becas moviéndose al ritmo de sus pasos marciales. A lo lejos divisó bajo el arco de entrada a la iglesia, al sacerdote a cargo de la misa de laudes de ese día, sus manos entrelazadas al frente, mirándolos tranquilamente con una sonrisa amigable, comprensible al ver sus rostros todavía debatiéndose entre la lucidez y el sueño. Tony no prestó atención a la misa, haciendo todo de manera mecánica por los cientos de veces que eso había sucedido en su vida, prefiriendo observar a Steve quien ahora prestaba atención al crucificado en el altar como si aquel rostro agonizante tuviera alguna clase de imán para sus ojos.
Solo tenían media hora de descanso luego de la misa antes de ir al desayuno en el comedor principal, tiempo que aprovechaban todos los estudiantes para estirar las piernas corriendo, otros tumbándose en el pasto húmedo pero que recibía rayos cálidos del sol para una siesta fugaz que compensara el desvelo de madrugada. Hasta ese momento, Tony volvió a existir para Steve, quien le sonrió emocionado, tomando su mano con firmeza para jalarle lejos de todos ellos hasta la muralla cayéndose a pedazos que solían recorrer como probando su suerte al desafiar la orden de no escapar del internado. Ellos dos tenían un escondite donde guardaban golosinas prohibidas por los seminaristas, algunos recortes de caricaturas y los inventos de Steve. Alcanzaron ese sitio, jadeando por la carrera pues el tiempo se agotaba.
Ahí estaba, en un hueco apurado hecho por unas manos infantiles, era una cruz de madera anudada firmemente con alambre oxidado y un par de palos secos de ramas de árboles cercanos. Steve le sonrió a Tony, orgulloso de su creación. En lugar de un nazareno de brazos extendidos había un conejo, de esos pequeños de campo que se colaban al internado por el aroma de las huertas. Su cuello había sido roto, porque su cabeza miraba a su espalda descubierta mientras su pecho estaba pegado a la cruz improvisada. Con sus patitas peludas clavadas formando la conocida figura, incluso con la herida en el costado. Tony miró a Steve sin saber qué pensar o decir, porque era su mejor amigo, noble y justo que incluso era el ejemplo en clase para los maestros jesuitas.
Steve le sonrió todavía más, tomando su rostro entre sus cariñosas manos para darle un tierno beso en los labios y Tony se juró no decir nada a nadie de lo que había atestiguado.
