Disclaimer: Todo lo reconocible de Harry Potter es propiedad de J.K. Rowling

Este fic participaba en un reto, pero incumple las normas, pero no lo quise desperdiciar

Pues aunque mi plan era acumular fics para el 31, sabiendo que voy a estar trabajando casi todo el día, no se si pueda subir los fics como tenía planeado. Así que a cuenta gotas los vendré subiendo como Halloween, adelantado y empiezo por el primer capi de este reto.

Ojala y les guste. Gracias por leer ^^


Tentación

"Dulce aroma ~ Rosas"

El suave rasgar de la pluma sobre el pergamino era todo lo que se escuchaba en aquella oficina. La mayoría de los trabajadores del Ministerio ya se habían marchado, pero Draco Malfoy, juez y miembro del tribunal de Wizengamot, tenía aún papeleo por hacer y muy pocas ganas de volver a casa. Llevaba todo un mes discutiendo con Astoria, desde que a su brillante hijo se le había ocurrido comenzar un noviazgo con la hija de la sangre sucia y la comadreja. ¡Estaba en su derecho de quejarse! ¡Tenía motivos de sobra para oponerse! Pero lo que en realidad le había rematado el humor, había sido que su esposa no solo no le había apoyado, sino que ella sabía antes que él y se lo había ocultado.

Se sentía tan molesto e indignado. Su autoridad como patriarca de la familia había sido cruelmente pisoteada, junto con la confianza que alguna vez les había llegado a tener. Diecisiete años educando a Scorpius para que el muy... hijo suyo saliera con eso. Veinte años de matrimonio para que le mintieran vilmente en su cara.

—¡Carajo! —masculló el hombre rubio, cuando accidentalmente dejó caer una gota de tinta donde no debía, arruinando el documento.

Bien, al menos tenía ahí otra excusa para no llegar a la cena. Menos mal las vacaciones de verano aún no terminaban, Scorpius estaba en casa y le aligeraba la consciencia saber que Astoria no comería sola. Tampoco era tan mezquino e insensible por muy cabreado que estuviera. A lo mucho planeaba desheredar a su primogénito, con la esperanza de hacerlo entrar en razón. Tal vez borrarlo del árbol familiar y echarlo de la casa por una temporada, le daría un buen escarmiento. Decidiera lo que decidiera, todo eso era muy independiente de su relación con su esposa.

Aunque a Astoria no le viniera en gracia su actitud, él jamás haría nada que la pudiera lastimar directamente. Había que dejar claro que, para él, hacerla enojar y rabiar era muy distinto a lastimarla con intención. Tantos años juntos servían para saber cuales eran los limites del otro, por lo mismo seguía sin explicarse por qué su esposa le había ocultado información tan delicada. Con tan solo recordarlo, le hervía la sangre.

«Crack» la pluma entre sus dedos se quebró por la presión.

—¡Maldición! —bramó todavía más enojado. ¡Solo eso le faltaba! Su humor iba de mal en peor con cada segundo que pasaba.

—¿Señor Malfoy, se encuentra bien? —acudió su secretaria, entrando a la oficina con preocupación por el grito que había escuchado.

—Todo bien, Anastasia —respondió sin siquiera voltear a verle, hasta que procesó el hecho de que ella estuviera ahí—. ¿No te habías ido a casa? —interrogó confundido y levantando la vista del desastre sobre su escritorio.

Si no mal recordaba, dos horas atrás, aquella linda castaña se había marchado al terminar su horario de trabajo. Sin embargo, volvía a estar presente y con ropa muy casual con la que él no le permitiría presentarse en la oficina.

—Olvidé unas cosas en mi cubículo y volví por ellas, pero lo escuché gritar —se excusó enseguida con una ligera sonrisa inocente en su rostro.

El hombre enarcó una ceja con escepticismo. ¿Por qué sería que no se tragaba ese cuento? Menos aún al verla acercarse a él con paso felino. Podían tacharlo de vanidoso, machista y cuanto adjetivo se les ocurriese, pero desde que le habían impuesto como secretaria a la hija del actual Ministro, él estaba seguro de que ella intentaba seducirlo. Si, le doblaba la edad a esa chica, mas los años no eran un impedimento cuando él se conservaba con un buen vino. De hecho, la revista Corazón de Bruja aseguraba que Draco Malfoy era uno de los pocos hombres a los que les había caído mejor la madures que la juventud.

—Perfecto, entonces no te preocupes. Sigue con tus cosas —le dijo, volviendo a concentrarse en sus papeles.

—¿No quiere que le ayude? —se ofreció la chica, llegando hasta su lado y poniendo su mano sobre la del hombre.

La tensión se disparó en ese instante, pero no por el contacto, sino por el olor que golpeó los sentidos del rubio. El tiempo se detuvo, mientras un burbujeante sentimiento se anidaba en el estomago del mayor y una sonrisa triunfante se dibujaba en el rostro de la joven.

Draco no podía decir con seguridad que estaba pasando. No recordaba haberse sentido de esa forma antes, ni encontraba palabras para describir lo que sentía. De repente quería sentir la calidez de aquel cuerpo e inhalar su perfume hasta que sus pulmones se colmara de aquella esencia. ¿A que olía exactamente? ¿Por qué lo embriagaba de esa manera?

—Rosas —se le escapó de los labios cuando ella se pegó más a él y le permitió hundir la nariz en su cuello. Anastasia olía a rosas, a unas muy peculiares de hecho y que habían pertenecido a un jardín que ya no existía.

Las manos de la castaña se enredaron en su cuello, acariciando su nuca con delicada suavidad, llevándolo a otro mundo lleno de recuerdos. El hombre cerró los ojos y se perdió en sus propios pensamientos, ignorando por completo las circunstancias en las que se encontraba.

o.o.o

Era una linda mañana de verano y un grupo de jóvenes se encontraba reunido en la amplia sala de la mansión Bulstrode. Tres niños y tres niñas. Brujas y magos de apenas doce años, quienes hacen sus deberes antes de que se acaben las vacaciones. Pertenecen a la misma casa de Hogwarts y al mismo circulo social, por lo que los alumnos decidieron que no había ningún problema en dejarlos a su buen criterio.

Aburrido. Draco Malfoy se encontraba ahí, entre Vincent y Gregory, observando por la ventana, mientras Pansy copiaba sus apuntes. Distraídamente se acariciaba el mentón con la pluma, causando cosquillas involuntarias que le hacían sonreír sin que él mismo lo notara.

—¿Qué escribiste para la redacción de Historia de la Magia? —preguntó Daphne Greengrass, tomando el pergamino antes de que él reaccionara.

—Claro, todo tuyo —resopló el chico de forma burlona.

Pese a la creencia popular, el chico podía ser muchas cosas pero no tonto. Que sangre-sucia-Granger le superara en casi todas las asignaturas, no significaba que él tuviera alguna clase de retraso mental. Los retrasados eran los profesores, menos Snape, que se preocupaban más por alabar las cualidades de esa leona e ignoraban sus méritos académicos. Al menos, sus amigos le ponían más cuidado en ese sentido, aunque fuese solo para copiarle.

Hacía un par de minutos que él ya había terminado. No era un genio, pero los deberes tampoco eran tareas alquimicas escritas en runas antiguas. Incluso, Millicent también había acabado poco después que él y había ido a ordenar postres a la cocina.

—¿Por qué las pociones son tan complicadas? —se lamentó la chica pelinegra, golpeando ligeramente su frente contra la madera de la mesa.

—No lo son —declaró Draco con sequedad. Llevaba dos años escuchando la misma queja, desde que habían iniciado el colegio, y sencillamente no se explicaba tanta incompetencia por parte de su circulo más cercano. Los presentes eran un desastre con los calderos cerca, no por nada prefería hacer equipo con Zabini o Nott durante los trabajos en clases.

—No para ti —le reprochó Vincent, frunciendo el ceño.

El rubio se encogió de hombros y, con la vista aún perdida en el exterior, se topó con una graciosa criaturilla que andaba por ahí. "¿Un gnomo?" pensó y ladeó la cabeza. "¿Una pixi?" se replanteó al distinguir como unos listones se atoraban entre las ramas de los arbustos donde andaba revoloteando aquel ser.

—¿Una niña? —se le escapó en voz alta y con un claro tono de sorpresa cuando vio bien a la pequeña que salía echa un desastre de entre las plantas.

—¿Eh? ¿Qué? —Daphne fue la primera en reaccionar, volteando a ver hacia la dirección en la que observaba su amigo—. ¡Oh! Es mi hermana.

—¿Hermana? —repitió él, parpadeando varias veces.

—¿No sabías que Daphne tenía una hermana? —le cuestionó Millicent, quien iba entrando y era seguida pro elfos que llevaban charolas de comida.

—¡Claro que sabía! —se defendió enseguida, rodando os ojos—. Solo que no la había visto —añadió de mala gana.

En su mundo, saber que existe una persona, no significa que la debas de conocer personalmente. Por ejempl, él siempre supo de que Nott Sir. tenía un hijo, pero no había convivido con Theodore hasta que ambos se toparon en Hogwarts. Si es que le podía llamar convivir a su extraño intercambio de palabras indiferentes. Como fuera, él sabía que existía una Greengrass menor, llamada Astoria. Que no la conociera, era otra cosa.

—Pues, para que la conozcas mejor, ve por ella en lo que termino de leer esto —ordenó la joven rubia, retomando el ensayo de Draco sin pena alguna.

Malfoy estuvo a punto de contestar algo, indignado por aquella actitud. ¿Él que culpa de que esa niña anduviera afuera como un duendecillo? No obstante, resopló y con la barbilla ligeramente levantada, se marchó con todo su ego intacto.

Salió al jardín, con las manos en los bolsillos. Un dulzón aroma a flores silvestres le golpeó los sentidos con la primer corriente de aire y él, instintivamente, arrugó la nariz. No era precisamente un amante de la naturaleza, menos cuando el polen le producía estornudos poco elegantes. Así pues, con cara de pocos amigos, se aproximó hasta donde se encontraba aquella niña, desenredando ramitas de su cabellera castaña.

—Es hora de la merienda — avisó, sintiéndose como si lo hubieran tomado de elfo domestico. Maldita, Daphne, si no fuese tan linda y de sangre limpia, seguramente le diría unas cuantas cosas en la cara.

—Ya voy —contestó la voz infantil.

Fue entonces que un par de bellos ojos verdes le dedicaron la mirada más inocente e ingenua que había visto en su vida. Astoria tenía, en esos momentos, tanta clase y elegancia como un palo de escoba. Y aún así, lucía como un cojenito asomándose por el hueco de su madriguera, tierna. Era la primera vez que Draco veía a una niña de su misma clase actuar de esa forma, nada propia de una señorita.

Sintió un nudo en su garganta, segundo de un ardor en sus mejillas. ¿Se estaba sonrojando? No, eso era tonto.

—Apresurate —insistió y gruñó, intentando olvidar sus propios pensamientos.

—¿Estás bien? —preguntó Astoria, levantándose en ese instante y haciendo lo inesperado: ponerse de puntitas para apoyar sus labios sobre la mejilla del rubio.

Bien, ¡lo había hecho! Se acaba de poner más rojo que el cabello de la comadreja.

—¿Qué-qué... crees que haces? —balbuceó molesto y la apartó enseguida. ¿No le habían enseñado tampoco a respetar el espacio personal de los demás?

—Mamá hace eso para ver si no tengo fiebre —informó tranquilamente la niña.

Él respondió entrecerrando los ojos con desconfianza. ¿En serio era tan ingenua?

Ella, por su lado, se encogió de hombros y sonrió. Después comenzó a caminar hacia la mansión, dando graciosos pasitos que parecían saltos.

Draco hizo una mueca. "Está loca" se dijo a si mismo, a la vez que otra corriente de aire le traía aquel peculiar olor. Volteó. Rosas. Los Bulstrode tenían el jardín lleno de rosales.


¿Y entonces? ¿Reviews? ¿Criticas? ¿Insultos? ¿Crucius? ¿Maldiciones? ¿Algo?

Pasad una semana terrorífica~

-Ophe.