Era una imagen equiparable a la belleza y transparencia que solo se podía encontrar en las esculturas de fino y pulcro mármol de Carrara del renacimiento.

Su sedoso cabello se dispersaba en suaves ondulaciones sobre la almohada dando la apariencia de un luminoso nimbo que remarcaba su cándida pureza.

Sus parpados protegían con delicadeza su preciado tesoro, aquellos dos fulgores que serían la misma envidia de las estrellas. Rematando aquel tenue cortinaje con unas extensas pestañas que endulzaban aun más su semblante.

De su fina y pequeña nariz se escuchaba la placidez de su sueño en lentos y síncronos respiros que evocaban la tranquilidad de una tarde de verano tumbado sobre la fresca hierba, mientras que su pecho se movía en pausadas oscilaciones acompañando al ritmo de su respiración.

Sus labios...esos perfectos resaltes que sobresalían en un tenue carmesí acerezado, su marcado arco de Cupido que aviva la tentación de la imprudencia, la tersura de su tacto robada de la suave caricia de un melocotón maduro, todo eso y más los hacían imposibles de ser solo un objeto de admiración.

Nadie podría culparlo por querer adentrarse en esa espiral de sensualidad e inocencia que sería poder rozar aunque fuera por un ínfimo espacio de tiempo esa apetecible tentación que eran sus labios.

Lento...atrevido...codicioso...se fue acercando a ellos separando ligeramente los suyos, preparándose para la ambrosia que anegaría sus sentidos hasta provocarle una marea de sensaciones que difícilmente podría explicar. Entrecerró los ojos esperando gustoso el anhelado contacto...

- RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIING - estridente sonó la alarma del despertador.

Confundido abrió de golpe sus ojos, aquello había sido tan real que pesadas gotas resbalaban por su sien y su respiración se mostraba agitada. Agitó con fuerza su cabeza para quitar de su memoria aquellas pecaminosas imágenes.

- Oouuuaah. - escuchó el pesado bostezo a su lado, despacio se giró para ver con sus pequeños ojos desorbitados como se desperezaba quien dormía con él.

- Buenos días Plagg. - saludó alegre Adrien, pero desconcertado ante la expresión de terror del pequeño kwami.

- ¡Queso!...¡necesito mucho queso! - sin darle tiempo a responder a su atónito portador salió disparado hacía el cajón donde guardaba su preciado camembert.

Mucho tiempo aun tendría que pasar para que olvidara lo que aquel día estuvo a punto de hacer, su único consuelo es que habría sido por amistad y por su profundo sentido de la responsabilidad...o al menos eso esperaba él.

FIN