Mente sucia.

Maylene pulía por quinta vez sus gafas, con bastante esfuerzo y dedicación de no olvidar ni la más mínima mancha en ellos.

Sus gafas (O su mente) habían estado jugando con ella, haciéndola pensar en su Amo y Sebastian-San como algo más sucio y lujurioso, en lugar de la relación fiel y profesional que ambos tenían.

Siendo más específicos, los veía a ambos en posiciones comprometedoras cuando estaban juntos.

Al principio vio tomas de mano, que en realidad eran roces accidentales. Luego vio besos, como cuando al Joven Amo le había entrado una de sus largas pestañas en su ojo sano y Sebastian-san se la retiraba. Y de un día para otro, comenzó a verlos en posiciones bastante subidas de tono.

Era su mente, indudablemente.

Terminó de pulir sus gafas y las volvió a colocar. Suspirando sonoramente y esbozando una gran sonrisa, con ganas de trabajar.

Pasó por la concina, donde Bard y Finnian intentaban cocinar un cerdo asado siguiendo las instrucciones. Tomó el carrito con bocadillos que el Señor Sebastian le había ordenado llevar al despacho de su Amo y emprendió camino… Saliendo justo a tiempo, antes de que la cocina estallara tras ella.

Tarareó una canción hasta que llegó al despacho y entreabrió la puerta sin tocar. Encontrándose con una extraña vista.

El sillón dando la espalda a la puerta, su Amo sentado en él, con las piernas abiertas y apoyadas en los brazos del sillón, con sus pantalones colgando de la pierna derecha. Sebastian-san agachado frente a su Amo. E incluso suaves gemidillos se escuchaban en el despacho.

Un hilo de sangre bajó por la nariz de Maylene. Gritó.

Se quitó las gafas y las pulió con fuerza, volviéndoselas a colocar y dándose cuenta que la puerta estaba abierta por completo. Su Joven Amo y Sebastian-San asomaron sus cabezas por el sillón, viéndola extrañados.

― ¡Yo-yo-yo-yo no quise interrumpirlos! ―chilló ella.

Sebastian suspiró y se levantó, volteando la silla y mostrando a un Ciel correctamente sentado, con los pantalones puestos y con la corbata de moño a medio hacer.

―Mis disculpas, Joven Amo. Traeré el té que Maylene olvidó y terminaré de anudar su corbata. ―Sebastian hizo una reverencia.

El mayordomo caminó hacia la puerta, con su habitual sonrisa. Pasó por el lado de Maylene y cerró la puerta. Entonces ella se dio cuenta de algo muy importante…

"Sebastian-San llevaba la cremallera medio abierta…"

¡Oh, bueno! Seguramente sería su imaginación otra vez…


¡He aquí ustedes, He aquí yo!
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Sip, sip, ¿alguien sacó alguna suposición para el final?
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Se despide:
YCnia ;D

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