N/A: Ya, mátenme. Debo ir poco a poco con todas estas ideas... Es realmente insufrible, pero no me queda otra. NECESITABA escribir esto. Igualmente, decir que estoy re-escribiendo el siguiente capi de FyD, dadas ciertas circunstancias... Y sobre la "Saga Evil", he obtenido más información, me preguntaba si modificar la historia en consecuencia o no... Bueno, creo que mejor la dejo así. MOTHY es un tipo bastante enrevesado, y si debo esperar a que complete su gran historia... Me saldrán canas. Así que mejor dejo las cosas como están. Dado que este fandom (Kuroshitsuji) dispone de demasiados fics yaoi, he decidido darles algo que leer a aquellos que (como yo) no se lleven muy bien con el género. NO HABRÁ NADA YAOI (excepto Grell Sutcliff, que a ese ya se le conoce... pero solo de su parte a los demás). Este es un fic básicamente multipairing, así que os animo a centraros en la pareja que deseéis. Bueno... Con la historia, situada justo la noche que la mansión Phantomhive ardió.
EDITO: He hecho varios cambios en este capítulo, así que os recomiendo releerlo antes de pasar al siguiente.
Lamento el inconveniente, pero mi musa así me lo exigió.
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El Contrato
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C1: Un duro entrenamiento
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La pequeña Lizzy (quien no tendría más de seis años) estaba tomando el té con su querida tía Angelina.
Rodeadas de las flores, la mujer conocida como "Madame Red" le confesó ciertas cosas a su querida sobrina.
-¿De qué están hechas las chicas, Tía Ann? -había preguntado la niña.
La mujer de rojo la miró por largos minutos, antes de dejar su taza de té delicadamente sobre la mesa.
-Oh, sin duda las chicas están hechas de azúcar, especias y todo lo que es lindo. Recuerda esto, pequeña Elizabeth: una dama debe ser super-débil-y-linda frente a su señor. Es la cosa más importante, ser una inocente e ingenua chica. Tu trabajo es sonreír y estar rodeada de cosas lindas, como en las canciones.
Siguieron bebiendo té, en silencio, mientras Madame Red observaba a su hermana, Rachel Durless de Phantomhive, que en esos momentos se encontraba al otro lado del jardín... Junto a su esposo y su hijo.
Cuando se perdieron de vista, Madame Red volvió a mirar a su tierna sobrina. Dejó la taza de té sobre la mesa, y se levantó.
La pequeña y dulce Lizzy imitó sus acciones, y miró con curiosidad a su tía.
Había un deje de tristeza en su mirada...
-Es por eso que –dijo Angelina Durless, poniendo una mano sobre los rubios cabellos de la niña-, tú deberías ser siempre así.
-¡Sí! -respondió la niña con felicidad, absorbiendo las palabras de su tía con prontitud-.
Y vio como en la cara de su tía se formaba una sonrisa, antes de que esta desapareciera entre las rosas. Seguía pensando en lo maravillosa que era...
-Elizabeth. Es hora.
Esa voz a sus espaldas... Frenó en seco todo adorable pensamiento en la mente de la niña. Frances Phantomhive de Middleford, la esposa del marqués Middleford y madre de la joven Lizzy, esperaba.
Y así, la pequeña dejó de ser una adorable damisela, para transformarse en una verdadera genio en el arte de manejar espadas.
Sin vacilar, venció a todos sus oponentes.
Tristemente, la niña pensaba en la enorme diferencia entre bailar el vals y danzar con una espada.
No mucho después, durante una visita a la Mansión Phantomhive, la pequeña-y-adorable Lizzy observó cómo su amado y prometido, Ciel Phantomhive, era desoladoramente derrotado por su madre.
-¡Tus piernas son débiles, Ciel!
-Bueno, está bien, dejemos eso por hoy –respondió Tanaka, el mayordomo.
La niña se acercó a su prometido, todo en ella adorable y dulce.
-Ahhh... Eso fue aterrador... -dijo el niño.
-Eso es porque Madre es muy estricta -respondió ella, sin prestarle mucha atención.
-La tía Frances es hermosa -dijo entonces su débil primo, con los ojos muy abiertos-, pero... una esposa así de fuerte... Eso me aterra.
Y esas palabras dejaron a la pequeña-y-adorable Lizzy totalmente congelada. Si su amado Ciel descubría que ella era igual de buena que su madre en el uso de la espada... ¿No la querría más?
-Estoy feliz de que tú seas la única quien vaya a ser mi esposa, Lizzy.
Le dijo él, con una cara verdaderamente adorable... Sin saber el impacto que tenían en su prometida, apenas un año mayor que él.
Si Ciel quiere una mujer adorable, yo... Definitivamente me convertiré en una esposa que él pueda proteger.
Por ello se enfrentó a su madre, en cuanto esta la llamó para hacer sus prácticas diarias.
-¡NO! ¡YO NO QUIERO!
El golpe llegó con tal rapidez que la pequeña no lo vió venir.
La bofetada fue tan fuerte que el sonido vibró por toda la habitación, y al pequeño y adorable cuerpecito de la pequeña-y-adorable Lizzy le resultó increíblemente difícil seguir en pie... Consiguiéndolo a duras penas.
-Tú eres mi hija, quien se va a casar con un Phantomhive. ¡No voy a permitir que abandones tu entrenamiento!
La niña estaba al borde del llanto. Sujetaba con una oh, tan delicada manito su mejilla dolorida, al tiempo que intentaba seguir enfrentando a su imponente madre.
-¡Yo no quiero practicar más con la espada! ¡Las espadas no son para nada lindas!
Y en ese instante la Marquesa Middleford se arrodilló frente a su pequeña niña, abrazándola con fuerza.
-Yo sé que es difícil, pero es por su bien y el tuyo... Tú lo entiendes, ¿No es así?
Le susurró al oído, con una voz ciertamente vulnerable. La niña finalmente dejó de contener las lágrimas y estas fluyeron sobre sus pálidas mejillas.
Ya en su décimo primer cumpleaños, su madre consideró adecuado que dejase de tomar sus pastillas diarias, aquellas que solía tomar justo antes de cenar, y poco después del amanecer.
Elizabeth se preguntaba por qué su tío Vincent la había visitado aquella noche, con una pulsera de plata como regalo.
Pero calló, y la aceptó sin molestarse en comentar la expresión preocupada que él lucía en el rostro.
-Si alguna vez vuelves a tener pesadillas -le dijo él, y ella quiso cortarle para indicar que nunca había tenido pesadillas, pero en el último momento se lo pensó mejor-, solo gira las cunetas de la pulsera, ¿ves?
Lo hizo por ella, y al instante su vista se nubló y cayó dormida sobre su cama adoselada.
-Dulces sueños, pequeña -le pareció oír, antes de sumirse en la completa oscuridad.
*Aquel fatídico Diciembre*
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La joven Lizzy estaba feliz en sus habitaciones, admirando un pañuelo bordado, en el cual se distinguía perfectamente la inicial de su prometido, una hermosa "C" bordada por ella misma en uno de los extremos del pañuelo.
-Yo espero... Que a Ciel le guste su regalo de cumpleaños.
Su feliz instante imaginando la posible reacción de su prometido fue bruscamente interrumpido por Paula, una de las sirvientas de la mansión de su padre. El rostro de la sirvienta la desconcertó, pero sus palabras...
-¡JOVEN AMA! ¡LOS PHANTOMHIVE ESTÁN...!
El pañuelo hermosamente bordado, hermosamente adorable, cayó de sus blancas manos.
Su mundo se fragmentó en un millar de diminutos pedazos, al tiempo que su mente intentaba de forma desesperada negar la realidad que acababa de escuchar.
Su corazón se llenó de un sentimiento desconocido, al tiempo que su mente se oscurecía, sumergida en una espesa nuble carmesí.
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Corrió. Corrió ignorando los gritos de Paula, desestimando el hermoso y malditamente adorable pañuelo que yacía sobre el suelo de su habitación, corrió sintiendo cómo se dificultaba su respiración, como poco a poco su mente dejaba de controlar sus movimientos.
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De forma puramente instintiva, tomó a su caballo -ya ensillado- y descuidadamente, sin importarle ni bledo y medio cómo se veía su ropa, galopó rauda hacia la Mansión Phantomhive.
Cuando llegó, y observó las llamas devorándolo todo, fue como si su alma se desgarrase.
Yo quería ser adorable. Yo quería ser una esposa que él pudiese proteger... Y ahora, ¿De qué me sirve ser adorable? Tal vez... Si yo solo hubiese...
La misma sensación de antes, esa que le impedía respirar bien y nublaba su vista, pareció explotar en su interior. Tan sumida estaba en sus propias reflexiones que no los percibió hasta que los tuvo demasiado cerca.
-Oh, que niña tan adorable...
-Sería un sacrificio tan hermoso...
-Seguro que sigue virgen...
Palabras, palabras sin sentido alguno le llegaban a los oídos. Sus ojos, aún enturbiados por la neblina rojo carmesí, divisaron a tres hombres enmascarados, a pocos metros de ella.
Sin dudar, su cuerpo tomó sus propias decisiones. Implacable, manchó su hermoso vestido con el rojo absoluto de la sangre. Todo sin vacilar ni un instante...
-¡Lizzy!
Demasiado centrada en la pegajosa sustancia que goteaba de sus dedos, le costó horrores adivinar de quién era esa voz, cómo había rasgado así su vestido, e -incluso– dónde podría haber ido su caballo, el mismo que recordaba haber atado descuidadamente a una rama de aquel árbol a su derecha...
-¡Lizzy! ¿Te encuentras bien?
La voz era urgente, como preocupada por algo.
Cuando su hermano mayor, Edward, se interpuso entre sus ojos y la ardiente Mansión, su agitada mente pudo conectar al fin la procedencia del sonido.
Miró su vestido rasgado... Ellos intentaron desnudarme.
Miró la rama vacía... Ellos espantaron a mi caballo.
Miró sus manos ensangrentadas, y el abanico trucado, con dagas surgiendo fuertes de él, a poca distancia... Yo los maté a todos.
Y la ya no tan pequeña-y-adorable Lizzy se echó a llorar allí mismo, ocultando su cara entre las ensangrentadas manos, cubiertas de guantes hechos jirones, rodeada de tres cadáveres.
"Una esposa así de fuerte... Eso me aterra"
-¡CIEEEEEL! ¡LO SIENTO TANTO! ¡LO SIENTO, LO SIENTO!
Y los brazos de su hermano la rodearon, abrazándola con fuerza. Sin que pareciera importarle cómo sus ropas de color crema se arruinaban por la sangre. Abrazándola... Como hiciera su madre aquella vez.
-Tranquila, Lizzy... Lizzy... Por favor, mírame... Lizzy... Por favor... ¡ELIZABETH ETHEL CORDELIA MIDDLEFORD!
Al escuchar su nombre completo, la joven se estremeció con fuerza, y miró a su hermano entre abundantes lágrimas, que caían sin control alguno de sus ojos.
-Ciel... Ciel ha... Él ha...
-Shh... Escúchame bien, hermanita -sonaba casi desesperado-. Escúchame, ¿de acuerdo? Vamos a hacer que paguen por esto. De verdad. Papá, mamá y yo te ayudaremos... Porque tú realmente amas a Ciel, ¿no?
-¡CLARO QUE SÍ!
Edward asintió, mirando fijamente los ojos esmeralda de su hermanita.
-Entonces, ¿Deseas vengarte?
-¡SÍ!
Edward cerró los ojos por un momento, antes de mirarla con una gélida expresión que ella no había visto jamás.
Sin darle tiempo a asustarse, rasgó el vestido de la pequeña–y ensangrentada–Lizzy. Sin vacilar.
-Bien, pues desde ahora voy a ayudarte. No podrás vengarte siendo solo adorable. Así que... Prepárate, Lizzy.
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*Tres semanas después, bosque a las afueras de la mansión Middleford*
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Frances miraba a su hija desde la distancia.
Tras tenerla dos semanas encerrada en el sótano de la mansión, sin nada más que agua (con láudano diluido) y oscuridad (encadenada a dos de las cuatro paredes), había ordenado que la soltasen.
Y Elizabeth, tal vez siguiendo su instinto, había corrido hacia el bosque, donde llevaba ocultándose ya ocho días, sin que los asesinos a sueldo que habían contratado ella y su esposo hubiesen logrado matarla.
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A lomos de su caballo, se internó entre el denso follaje.
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Tardó muchas horas.
Pero finalmente la encontró, sobre la copa de un roble centenario, únicamente vestida con hojas y pieles, abrazada a las ramas más altas.
Sus ojos estaban cerrados, pero para cuando Frances alzó el arco, lanzando una flecha en principio peligrosa, su hija ya se había puesto a salvo.
-Bien -dijo, lo bastante alto como para que ella pudiese escucharla-, te mantienes alerta.
-¿Madre?
La voz de la chica sonaba rasposa, por la anormalmente larga cantidad de tiempo sin emplearla.
-Sí. Vamos, muéstrame esas pieles. Veremos si has pasado la parte de supervivencia básica...
Cautelosa, Elizabeth bajó del roble.
Sus movimientos se habían vuelto más felinos, y parecía lista para atacar en cualquier momento. Pero Frances realmente quería ver si su hija había sido capaz de confeccionarse ropa adecuada.
Después de todo, sabía que había estado cazando para alimentarse...
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Bajándose del caballo, examinó con detenimiento las pieles.
El trabajo estaba bien hecho, dando fe de un buen despellejamiento. Las uniones hechas a base de huesos y tendones, o incluso del propio cabello de los animales, delataban la habilidad y el tiempo de la autora que las confeccionó.
Inspeccionó también la fuente de agua de su hija -un conjunto de hojas que recogían el rocío matutino-, y su forma de cocinar a sus presas -calentando dos piedras mayormente planas con fuego que ella misma había logrado encender-.
Vio todo, y lo consideró bien hecho.
-Ahora estás lista para la siguiente fase -dijo Frances-. Te toca cazar como las panteras.
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Elizabeth, desde su escondite, esperó pacientemente la llegada de su presa.
Frances Middleford había vuelto a enviar a asesinos a sueldo en pos de su hija, solo que esta vez sin armas.
Todo era parte del entrenamiento.
Si Elizabeth conseguía matar a aquellos tres hombres sin nada más que su cuerpo como arma, habría logrado completarlo, y acceder a la información de quién había ordenado asesinar a los Phantomhive.
Así, los emboscó uno a uno.
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El primero fue relativamente fácil de matar.
Le atrajo con su cuerpo desnudo, y acto seguido le rompió el cuello.
Al segundo le atacó por la espalda, pero él contraatacó, lanzándola contra un árbol.
Elizabeth le dió una patada en los testículos, le rompió el cuello...
Y el tercero aprovechó ese momento para atacarla.
Se le tiró encima como un tren de carga, inmovilizándole las manos.
Pero él no había contado con la perseverancia de aquella pequeña pre adolescente.
La joven utilizó sus dientes para arrancarle un considerable pedazo de la piel del cuello.
El efecto fue instantáneo.
Su atacante se alzó, gritando, golpeándola fuertemente en el proceso.
Ella se le tiró por la espalda, derribándole, antes de romperle el cuello con un rápido gesto.
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Jadeante, no tardó en trepar a un árbol, atenta a cualquier señal que pudiese indicarle que alguien pretendía atacarla a distancia.
Y a salvo entre las ramas, se permitió el lujo de examinar sus heridas.
Tenía muchos moratones, y un leve rasguño en la frente -de haber sido lanzada contra un árbol-, pero nada grave.
Aunque sentía la bilis intentando subir por su garganta, y fuerte dolor de cabeza, como si no fuese la primera vez que hacía aquello.
-¡Elizabeth! -gritó su madre desde el suelo- ¡Has superado el entrenamiento básico!
La joven sonrió al fin, orgullosa, antes de reunirse con su madre, junto a los cadáveres.
-¿Y bien? -dijo la joven, nerviosa- ¿Quién dió la orden?
Su madre se mostró imperturbable.
-Antes de decirlo, debo comunicarte que tu padre y yo hemos estado buscando formas de matarla sin ser sospechosos de ello...
Elizabeth frunció el ceño.
-¿Quién fue? -volvió a preguntar.
-La reina Victoria -respondió su madre, completamente pálida, la ira brillando en sus ojos.
La joven Middleford cayó de rodillas, incapaz de asimilar aquellas palabras.
¿Por qué? -era lo único que llenaba su mente.
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*Lejos de allí, Ciel... (Dos meses después)*
-Joven Amo, hay una carta – el demonio le tendió una carta con el sello de la reina adornando el sobre, que su joven amo le dió de vuelta, para que la leyese por él-. Esto es... -dijo Sebastian Michaelis, tras leerla en voz alta- Debemos apresurarnos y tener algunas prendas confeccionadas para la audiencia.
Y el futuro nuevo Conde Phantomhive se preparó para asistir a su condecoración.
Condecoración que la misma reina Victoria dirigiría.
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*Nuevamente en la mansión Middleford*
Frances de Middleford marchó hacia el palacio de Buckingham con su esposo, dejando atrás a su hija.
Elizabeth volvió a su habitación, mirando el osito azul, aquel que su tío le había regalado tras matar a su primer enemigo, y que siempre le había recordado a Ciel...
Lo abrazó con fuerza, recordando lo difícil que había sido recuperarlo, y aún si las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, se las tragó, dejó al osito, tomó sus espadas y se dirigió al jardín trasero a practicar...
Con su demonio mirándola en la distancia.
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Claude Faustus miraba a su contratista con una sonrisa en los labios.
Seguía fingiendo ser su doctor, y de hecho tenía una habitación en la mansión Middleford, desde donde la observaba con cierto placer.
Tenerla como contratista en sí había sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo.
-Dulce, dulce niña... ¿Cuanta diversión me traerás?
Su desesperación, dolor y furia le habían atraído como la luz a las polillas...
-Veamos qué puedes hacer, Elizabeth...
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N/A: ¡Al fin! ¡Al fin terminé esto! Dios, me ha llevado su tiempo... Bueno, recalco... He tardado más de tres meses en finalizar este capítulo... ¿Qué les pareció?
Vuelvo a disculparme por los cambios y el inconveniente de tener que releerse el capítulo, pero de no haberlos hecho me habría sido imposible continuar.
Espero que me perdonéis.
-Láudano: medicamento común de la época, compuesto por vino blanco, opio y azafrán, utilizado para combatir dolores de todo tipo, que en grandes dosis podía tener efectos psicotrópicos.
Brytte
