Le cedo la palabra a Tigrilla al final. Sólo debo decir que, con todo, este universo me encanta.

El título se les hará extraño pero no hablamos de la isla andaluza, ni tampoco del palacio demolido en París, solo del prostíbulo más grande y longevo que alberga el Callao.


"Entre las casas, hay una pintarrajeada de amarillo y café, con un farol de lata y vidrios azules colgando a su puerta. Hacia adentro sigue un pasadizo que desemboca en una vasta sala. El piso está cubierto por una alfombra llena de roturas. Hay un piano veteado de manchas, con un candelabro de menos y unas teclas ahumadas y fúnebres. En las paredes pintadas con carburo cuelgan viejas litografías que representan escenas de amor. La luz es sucia, grasosa y cae como una desgracia sobre las sillas de tapiz raído y chillón, arrancando aquí y allá una hebra de brillo mortecino. De esta casa salen por la noche carcajadas, cantos, discusiones. A veces, unos gritos, unos insultos tremendos, un quebrarse de vasos o botellas. Pero el piano vuelve a sonar y pronto empieza de nuevo el canto".

—Óscar Castro, la vida simplemente.


El Trocadero

Sentado en el escritorio grande de madera vieja, Manuel saca las cuentas de los gastos de ese mes. La habitación no es grande, pero sí hay espacio para un librero, el escritorio y la silla para visitas, lo suficiente para hacer sentir cómodos a los clientes que se detienen a conversar con él por alguna u otra razón. Es pasado el medio día, mientras los chicos de la casa aún duermen por haberse acostado demasiado tarde, aprovecha el silencio para poner las cosas en orden.

Luciano descansa con las piernas y brazos abiertos en la cama con techo de tela rosado, que cae por unas estacas de las que se apoya. Las cortinas pesadamente corridas, en su totalidad, tapan la luz del día. Entrecierra los ojos, empezando a despertarse sin ningún motivo que lo haya impulsado, sólo que ya es hora. Suspira y todo el aliento a licor le da el «buenos días». Con todo el cuerpo ardiendo, sale para tomarse una ducha. Luego de veinte minutos baja al despacho con el cabello chorreando y vestido con una remera roja ceñida y un jean.

—Hola... —golpea con los nudillos la puerta de madera.

—Pasa —le llama Manuel, levantando la vista de las cuentas y quitándose los lentes—. ¿Te ha gustado tu habitación?

El brasileño sonríe y entra, caminando hasta sentarse en la silla frente al escritorio.

—Buenos días... Me duele la espalda.

Manuel asiente con la cabeza y abre un cajón, de donde saca algunos papeles con el contrato de Luciano, que no llega a ser como los conocemos con salud y ahorro provisional, mucho menos con un sueldo mínimo, pero una suerte de contrato al fin y al cabo. Los pone sobre la mesa.

—Nos comprometemos a alimentarte y darte un techo. Si las cosas van bien, no necesitarás vestirte —dice de una forma casi inmutable, refiriéndose a los regalos que le hacen los clientes a sus favoritos—. A cambio... —se encoge de hombros—, tendrás noches como la de ayer... —se detiene un poco—. Olvídate de dormir temprano. Si te invitan a un trago, lo bebes. Mientras más consuman, mejor para nosotros —mira hacia un lado, hacia un cuadro de un paisaje, opuesto al librero—. Y si alguien te quiere... —deja que sobreentienda la idea.

Luciado va asintiendo mientras se agarra con dos dedos un labio, mirando a un punto indefinido en la pared, sopesando todo el esfuerzo que está haciendo por, ejem, pagar la operación «by pass» en el corazón de su papá. Menea la cabeza con eso de «si alguien te quiere...».

—Pasarán los cargos a esa persona —completa con ese acento portugués que, poco a poco, se está perdiendo—. Acepto, señor González.

El chileno asiente nuevamente con la cabeza, pensando que aquí tienen a otro chico que piensa que esto es transitorio y que pronto se podrá ir, cuando lo usual es que se queden con deudas nunca pagadas... Como le pasó a él muchos años atrás.

—Firma aquí... ¿Sabes firmar? —le extiende los papeles y un lápiz. Luciano lo mira, acercándose más a la mesa y agarra el lápiz antes de firmar, sólo con su nombre.

—Agradezco este trabajo que me brinda, señor —y escribe su nombre con letra corrida en los papeles, dando una lectura fugaz, sin estar interesado realmente. Manuel se muerde el labio, esperando que le devuelva los papeles. Luciano aleja los papeles hacia él, y Manuel los guarda en su cajón, bajo llave.

El más moreno hace amago de levantarse.

—¿Debo... ? —pregunta haciendo señas para subir, refiriéndose a alistarse.

—Aún tenemos algo que hablar.

—Oh, está bien...—se apoya en la silla sin sentarse, mirando al suelo.

—Ayer lo hiciste bien. Animoso, amable... —le explica—, pero no es suficiente. Necesito saber si tienes algún talento.

—¿Un talento? —se lo piensa un poquito—. Mmm, puedo bailar, es lo que se me ocurre —confiesa, por no decir que es en lo único que tiene más experiencia... Aparte de cargar.

—Eso sirve —muestra interés—. Es para entretener. Tenemos varios muchachos que bailan y es bien —busca la palabra—, atractivo.

—Eso los excita, señor —afirma, sonriente. Manuel se sonroja.

—Sí, eso. Piensa cuales son tus mejores ritmos y nos los comunicas para agregarlos en la noche. ¿Tocas algún instrumento?

—Puedo bailar cualquier género, no hallo problema. Samba, tango, jaranas, festejo, bomba... —se enrolla con un dedo el filo de la remerita, y levanta una ceja a lo del instrumento—. No, no soy bueno con eso. Sólo la pandereta.

—Tango —Manuel levanta las cejas—. Eso nos acomoda, el príncipe... —carraspea—, uno de tus compañeros ya tiene práctica, pueden practicar los dos. Lo del instrumento es una pena —vuelve a ponerse los lentes—. Muy bien, Luciano, puedes volver a descansar. Esta noche será pesada —ya que se viene un fin de semana.

—Estoy dispuesto, ¿compañero? Aun no conozco a nadie... —proponiendo que se lo presente en la noche, seguramente.

—Ya te lo presentaré después —le promete Manuel, volviendo a las cuentas—. Es del grupo de Miguel... Debe estar durmiendo a esta hora —comenta, más para sí, olvidándose de Luciano, quien vuelve a asentir, como ha hecho TODO el rato, mirando al suelo, sumiso.

—Entonces... Ahora puedo...

—Ve —le hace un gesto con la mano, mirándole sólo de reojo.

—Una cosa antes —tose a un costado—. ¿Que ropa voy a ponerme hoy? —muy entusiasmado, a decir verdad, hasta le chispea la mirada... Porque se imagina LAS vestimentas llenas de colores y brillos estrafalarios que deberá usar.

Manuel levanta la mirada, con aura de que quizás hay que dejar de preguntarle cosas, pero realmente se lo piensa un momento.

—Una hora antes de abrir ya debes estar cambiado, allí los muchachos te ayudarán con el resto... Por ahora puedes usar la ropa que tengas... Si no tienes, hablaré con Julio para que te lleve a comprar, o con Martín.

Luciano se trae una cara de «molto Martín habla usted, y yo no sé quien es», sin entender el aura de Manuel porque cree que todos son amables y generosos y puede abusar de su confianza.

—Está bien, ahora me retiro —avisa, retrocediendo unos pasitos a la puerta—. Gracias por todo nuevamente —agradece, y da media vuelta para dirigirse a la puerta.

XxxoxxX

Martín se despierta como a las tres de la tarde, una hora temprana para los trabajadores del lugar. Está recostado de lado, dándole la espalda a su cliente, quien había decidido pasar la noche allí por lo que parecía. Otros se iban después de acabado el asunto, y Martín, en esta ocasión, no se sentía mal de despertar con alguien. La cama estaba desecha, arrugada y sudada, y entre sus piernas sentía pegajoso.

Daniel duerme apretando la almohada tan fuerte que en cualquier momento los huesos le hacian «rack», con toda la espalda sudorosa, mostrándola a Martín. Teniendo una pesadilla, definitivamente. Martín se espabila con los movimientos y mira por sobre su hombro, aún adormilado.

—Pero qué mier... —se da la vuelta y le pone una mano en el hombro.

Su compañero pega un grito al sentir el contacto, que seguro y lo escucharon hasta en las Islas Sandwich. Abre los ojos, con la respiración agitada, sentándose en la orilla de la cama. El corazón se le ha disparado.

—Que... Ah... —medio trata de ¿saludar? ¿Entender?

—Che, tranquilo —Martín se incorpora en la cama y le pone las manos en la espalda—. Tampoco es el infierno —bromea para quitarle hierro y le masajea un poco. Daniel suspira, mientras se pone la mano al pecho para corroborar que su corazón siga ahí.

—¿Quién sos? —pregunta, mirándole de reojo. No tiene ni la menor idea de nada, o no se quiere acordar.

—Podés llamarme Tincho —le da un beso en la espalda—. Eso de no acordarse ya lo han hecho antes e igual les cobran, ¿sabés?

Daniel contrae la espalda con el beso y las mejillas sofocándole

—¿Quién la metió?—se muerde el labio porque su familia es tan crispada con este tema, IMPENSABLE, mejor dicho, que es lo único que se le viene a la mente en este momento—. Encima tengo que pagar... Claro, no había otra... —aprieta los ojos porque alguna amiga de su mamá lo va a ver salir de ahí y... El chisme va a CORRER.

—Vos —le responde de forma corta, y le abraza por la espalda. Apoya su mentón en el hombro de Daniel—. Si prometés volver, pagás otro día —eso saldrá de tu bolsillo y lo sabes, Martín. Daniel traga saliva y sonríe, volteándose para darle un beso en los labios, que es justo y necesario.

—¿La caja está abajo, no? —porque así es en este burdel, el dueño recibe el dinero y él sabe como administrarlo. Pregunta antes del beso, así nervioso da por sentado que no volverá. Como si pudiera controlar el futuro.

Martín se ríe un poco, en el beso, y se lo continua laaargo y tendido antes de contestarle. Cierra los ojos y Daniel se deja llevar por los labios de Martín, volteando más la mitad del cuerpo para tomarle de la cintura, el rubio le sigue besando, suavemente para que se calme, y al separarse, le responde suavemente:

—Después pagás, otro día volvés.

Daniel susurra algo despacio, que suena a queja, en su dialecto natal, el guaraní, luego algo en la línea de «si no me vuelves a ver en la plaza con la cabeza en una estaca... Puede que siga viniendo».

—No me quiero ir yo tampoco —confiesa—. Pero se hará un lío en mi casa, si no es que ya no está hecho.

—La próxima vez te despierto más temprano —promete, porque Martín no está acostumbrado a que sus clientes no regresen por una segunda y una tercera vez.

—Es que... No —es firme, porque otra manera no hay en este momento, para dejar de enredarse más en estos asuntos turbios que no le van a pintar nada bueno a una de las familias más influyentes de importaciones de ropa en este país. Vuelve a besar a Martín en los labios, con los ojos cerrados y le abraza. Es su segunda vez en intimidad con un hombre.

Martín se sorprende ligeramente por el abrazo, pero se lo devuelve de todos modos, dándose aires de grandeza al pensar que ha hecho caer a uno más y, no sólo eso, le ha calmado, para que vean que es versátil. Se ríe un poquito.

—Ya pagaste, nene, o cómo creés que te dejo este culo —venga a saberse si le está diciendo la verdad o si sólo se lo dice ya que le ve tan urgido. El cliente se sonroja, separándose para verle mejor a los ojos.

—¿Podemos... Estar —parpadeo—, ... Otra vez? —tiene unas ganas de follar como conejos muy, muy, muy, muuuuuy en el fondo de su rostro bañado en pureza santificada.

Martín le queda mirando... Y Antonio siempre dice que cuando les deja quedarse a dormir luego follan gratis y que en el fondo no le molesta. Le da un beso en la mejilla.

—Vuelve esta noche. No podemos despertar a los demás —excusa, porque él no es una puta barata, que quede claro. Tráeme regalos y allí te despierte quizá con sexo.

—Pero yo no hago ruido, mira... —con ojos de ángel le agarra la mano y la deja caer en su entrepierna, se muerde el labio—. ¿Pago por vos y luego me tengo que aliviar solo?

—Anoche ya te aliviaste bastante —Martín se medio ríe, medio intenta ponerse serio, viendo que esto no está saliendo como el quiere. Mira a Daniel, casi sin vergüenza, para ver que al menos valga la pena. Y cuando le toca la entrepierna, levanta las cejas con cierta sorpresa y esperemos que Toris, en la habitación de al lado, no se despierte. Escúchanos, Señor, te rogamos. Atiende a nuestras súplicas.

Daniel mueve su cadera bajo la mano de Martín, para que se apiade, que él ya no va a volver ¡y miren la carita sonrojada que trae!

—Si pero... Vos sabés que esto —presiona la zona turbulenta—. Duele —trata de convencerlo más—. No vamos a tardar, te lo prometo.

Daniel hará que se le salga lo loca a Martín... Así que éste último sonríe y acepta.

XxxOxxX

En algún lugar de la casa, Manuel llama a la puerta de una habitación. Tiene papeles en la mano y no se ha sacado los lentes siquiera, se le ha olvidado.

—¿Quién?—pregunta Miguel sentado en una esquina de la habitación, lustrando sus botas negras de cuero carísimo. Amasan dinero prostituido, no se sorprendan. Está vestido con un pantalón beige muy elegante y un polo blanco de lo más corriente, con mangas cortas.

Manuel entra y cierra la puerta con pestillo detrás de sí, una costumbre vieja que tiene de cuando nadie iba al prostíbulo por una u otra razón y podía permitirse estar tranquilo en su habitación. Volvió a quitarlo nada más darse cuenta.

—¿Viste que ayer estuvo aquí el embajador ecuatoriano?

Miguel sigue sacándole brillo a la bota, parece ser muy importante, con los brazos doliéndole porque no ha parado desde hace veinte minutos, sin levantar la mirada a ver quién acaba de llegar.

—¿Estuvo? No lo conozco.

—Nunca prestas atención cuando es importante —se queja—. Bajó Yao hace poco y me informó de lo que le dijo —los hombres cuando quieren impresionar no se callan, ya ven lo que ocurre—. Las negociaciones no están funcionando y están decididos a declarar la guerra —le mira esperando que vea el problema de ello, no tanto por sí envían a alguno de sus muchachos en edad a la guerra, sino por las repercusiones económicas que la misma conlleva.

—¿Guerra con quién? —pregunta mitad concentrado en las dos cosas.

—¿Perú? —rueda los ojos—. Pero eso podría incluir al Alto Perú también —empieza a angustiarse—. Tienen el apoyo de los países del Norte, no puedo apostar... —se le acerca, desplegando un pequeño mapa—, pero sabes que estos últimos años han sido turbulento aquí en Sudamérica, por algo me... —se calla y traga saliva. Por algo emigró desde el sur, ante la amenaza de potencias más grandes.

Miguel para porque los brazos se le van a despedazar si sigue lustrando como poseso algo que YA tiene brillo, suspira mirando a Manuel acercarse.

—Oe, no nos va a pasar nada. Tú tranquilo, ¿quién conoce mejor que nadie al Alto Mando? —refiriéndose al Servicio de Inteligencia—. Estás conmigo, estás con Dios. Ellos llevan semanas amenazando y nada... —dice tomando atención al mapa para examinarlo y queriendo tranquilizarlo a la vez.

—¿Y si estalla la guerra qué? Ya tenemos extranjeros aquí. Van a llegar más buscando trabajo —lo señala—, y tú sabes bien cuál es el trabajo más lucrativo. Tú no entiendes, Miguel —se cruza de brazos, y se muerde el labio nervioso—. Tú estás aquí porque se saca más información que con torturas. Esto es un trabajo «limpio» para ti.

O sea que les harán competencia y/o la ciudad se convertirá en un hogar de refugiados y eso es mala señal. Miguel... sigue contemplando el mapa y piensa en las palabras del otro.

—Pues... —se palmea las manos tratando de sacudirse el betún y posa la mirada en Manuel—. Expandiremos el negocio, cambiaremos títulos de propiedad, chantajearemos a más gente, pero ya veremos qué medida tomar —sentencia muy seguro de sí mismo—, pero te estás adelantando a los hechos.


Esta historia es extrañísima... Ya lleva un año sin ser publicada y nos dieron los famosos ''picos de energía'' y se decidió mandarla a Fanfiction.

No estará completa, porque es UN BOLONDRÓN pero... queríamos resaltar estas partes, tendrán muuuuuuchos capitulos, ojala los disfruten.