Me encuentro caminando por un bosque, posiblemente otoño, lo sé por el color amarillo y naranja de las hojas en el piso; me siento cansado, débil, en mi mano izquierda empiezo a sentir algo cálido, me detengo y veo mi mano… esta empapada de sangre, bajo la cabeza para ver la herida, es un gran y profundo corte que va desde el lado derecho de mis costillas, hasta el principio de mis intestinos… pero no tengo miedo, solo deseo llegar, no recuerdo a donde, sigo mi camino, cada paso es más pesado, alzo mi mano derecha, la llevo hasta mi espalda y desenvaino una espada grande y larga, le pido perdón, no con palabras, sino con lagrimas y la uso como bastón, es un gran apoyo, me ayuda a continuar… pero por extraño que parezca siento una gran tristeza que proviene de la espada, no sé como lo sé, solo lo sé.
Mi cuerpo está herido, pero eso no me detiene, lo que me está deteniendo es el cansancio, pero no es físico, es espiritual.
Estoy llegando a una colina, en ella veo un gran roble, me siento en sus faldas, necesito descansar.
Cuando abro los ojos veo a un hombre de tés blanca, pero bronceado, cabello lacio, largo, pero sucio con sudor, tierra y sangre, tiene unos rubíes enigmáticos por ojos.
Intenta ponerme de pie, pero me niego, entonces tomo la funda de la espada, luego recojo la espada que se encontraba en el piso, aun lado mío, la observo…es hermosa, tiene varios grabados, me siento muy orgulloso en ese instante, la envaino y hablo con aquel hombre, no identifico la lengua, me es conocido, pero no estoy seguro de que idioma es.
El toma la espada, de alguna manera crea una explosión, de la cual emerge una gigantesca serpiente y se va rápidamente.
Me encuentro solo, sentado en aquel roble, viendo el atardecer, preparándose para ocultarse en las colinas.
Escucho ruidos a lo lejanos, logro visualizar a lo lejos a varios niños y niñas jugando, vestían ropas viejas y sucias por tanto jugar, en eso viene un pensamiento a mi mente, uno que si pude entender, "…valió la pena…", me siento feliz, al poco rato los niños se alejan, escucho el cantar de las aves, las fuerzas me vencen, mi cuerpo me pide descanso, pero aun no, deseo saber que va a pasar.
Cerca del ocaso regresa el hombre, me dice algo y noto que ya no trae la espada que le di. Le respondí, no sé qué idioma es, volteo a ver el ocaso, me siento tranquilo, feliz y orgulloso.
El hombre empieza a llorar, no sé porque, el sol se oculta poco a poco, pronto nacerán las primeras estrellas en el cielo, empiezo a cerrar los ojos, los parpados me pesan y lo último que siento es una lágrima correr por mi mejilla.
Gradualmente abro mis ojos, me encuentro nuevamente en la cascada, donde empecé a meditar tres días atrás.
Me levanto y prosigo mi camino hasta llegar a las ruinas de una antigua ciudad, m adentro en ella y veo los edificios abandonados, la hierba desatada…nadie ha vivido aquí desde hace mucho tiempo, después de mucho caminar veo a lo lejos doce caras talladas en las paredes de la montaña que protege a la ciudad, me siento conmovido, después de admirarlas por un rato postigo mi camino. Finalmente llegue a un gran edificio, ya dañado por el tiempo, logro descifrar el símbolo marcado en él, "Hokage", una fuerza interna me obliga a entrar, dentro todo está viejo y sin vida, prendo una lámpara y vislumbro una estatua de tres guerreros, dos hombres y una mujer, por alguna razón esta escena me hace sentir nostálgico y a la vez feliz.
Finalmente salgo del edificio, entonces veo a un ángel de cabellos rozados, vistiendo un kimono rojo adornado con unas sakuras, ella se acerca a mí y me dice
-¡Bienvenido a casa mi amor!-
Sí, por primera vez en mi vida me sentía en mi casa y feliz, ansiando un mejor mañana.
