Disclaimer:Los personajes de Harry Potter son propiedad de la señora Rowling. No gano ni un triste knut con esto.
Este fic participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
El mejor regalo
1
Nieve
Al abrir las cortinas esa mañana, Neville vio que Blackpool estaba cubierta de nieve y una sonrisa apareció en su rostro regordete. Una de las cosas que más le gustaban en la vida era precisamente jugar en la nieve. Además, el blanco manto significaba otra cosa muy importante: Las fiestas estaban ahí. Y, como a todo niño, a él le encantaba recibir regalos y comer dulces, que normalmente la abuela le tenía prohibidos.
Esas fiestas serían estupendas en especial porque serían las primeras desde que había empezado a hacer magia. Toda la familia pensaba que el niño era un squib hasta que el tío abuelo Algie lo había tirado por la ventana. Esa vez, la abuela estaba tan reconfortada porque su nieto era mágico que incluso le había permitido comer galletitas con chispas de chocolate. Es que cuando el chico había cumplido los diez años sin ningún signo de magia había estado a punto de perder las esperanzas de que su nieto fuera capaz de hacerlo.
El niño se vistió a la carrera, listo para ir a jugar un rato a la nieve. Atravesó los pasillos de la casa corriendo tan rápidamente como su torpeza le permitía e ignorando los comentarios de sus ancestros en los cuadros. La verdad, esos cuadros no le gustaban nada. Más de una vez los había escuchado diciendo que él era una vergüenza para la familia. Bajó las escaleras de dos en dos ante las protestas de una bruja que se quejaba del desastre que estaba haciendo en las alfombras y aterrizó en el vestíbulo. En la entrada de la casa estaban sus botas de goma con diseño de ranas, en el mismo clóset donde estaba su abrigo de invierno, y se sentó en el suelo para ponérselas.
—¡Neville, apresúrate! —el tío Algie acababa de aparecer en el marco de la puerta de la sala y estaba sonriendo de oreja a oreja—. Vamos a comprarte un regalo, ¿te parece?
Aunque el tío abuelo Algernon había estado a punto de matarlo con la excusa de obligarlo a hacer magia, Neville lo quería bastante. Siempre estaba dispuesto a escucharlo hablar sobre plantas, que el anciano caballero conocía bastante bien, o a ayudarlo en el invernadero que mantenía en su antigua casa. La tía abuela Enid solía decir que su marido tenía las alfombras de su casa hechas un barrial, pero al tío no parecía importarle mucho.
El hombre no tuvo que esperar una respuesta porque el muchacho en cosa de segundos se había colgado de su cuello.
—¿En serio? ¡Gracias!
—Muy en serio, muchacho —respondió Algernon con un guiño travieso—. No creo que a tu abuela le guste mucho, pero a ella no le gustan muchas cosas, ¿no?
El señor también quería mucho a su sobrino nieto (obviando el incidente del muelle y el de la ventana, aunque nunca había pretendido dañarlo). Él no tenía nietos, lamentablemente, y pensaba en el niño como si fuera suyo. Le dolía que no pudiera tener una relación con sus padres y más de una vez había discutido con Augusta acerca de la rigidez de la educación que le estaba imponiendo al muchacho. Los niños necesitan diversión y juegos. Pero la señora Longbottom insistía en que los niños dejaban la casa hecha un desastre y no había forma de convencerla de lo contrario.
—¡Listo, tío Algie! —declaró el niño cuando había terminado de meter sus pies en las botas.
—Estupendo, chico. Vamos rápido antes de que tu abuela nos detenga —dijo Algernon con tono de complicidad.
-o-
En el camino al barrio mágico de Blackpool, Neville vio que los muggles habían decorado sus casas con luces y coronas navideñas. Muchos niños corrían por las calles, lanzando bolas de nieve y gritando de felicidad. La primera nevada de la temporada siempre era un momento de alegría.
La entrada a Totes Street estaba junto al Hotel Imperial de Blackpool. A pesar de ser un lugar bastantes concurrido, los muggles nunca habían visto que junto a la entrada de servicio había otra puerta por donde pasaban personas bastante extrañas. El tío Algernon y Neville atravesaron esa puerta, que llevaba al ala mágica del hotel y de ahí pasaron a la entrada oficial del barrio.
Era mucho más pequeño que Diagon Alley (y más reciente), pero varios negocios establecidos en Londres y Hogsmeade habían abierto locales ahí. Entre ellos, una juguetería mágica: Vladimir Filimonovo e hijos. Sin dudarlo, el tío Algie cruzó la puerta del local, franqueada por dos enormes matrioskas que se abrían y revelaban muñecas más pequeñas en su interior.
Neville nunca había entrado a esta tienda, normalmente pasaba con su abuela junto al escaparate y suspiraba mirando el modelo del Expreso de Hogwarts que recorría un paisaje fantástico. La abuela Longbottom siempre decía que no tenía tiempo para pasar por ahí.
Pero ahora no. De acuerdo al tío abuelo Algie, Neville tenía todo el tiempo del mundo para recorrer la tienda y elegir el juguete que quisiera. Eso era casi increíble para el niño que nunca había tenido esa opción. La señora Longbottom era una buena tutora, aunque sus ideas acerca de la educación de su nieto eran más bien espartanas. Nada de chuches y los regalos que recibiera debían ser prácticos. El chico había recibido montones de libros de hechizos, una varita de entrenamiento y muchas túnicas de diario en sus cumpleaños y festividades. Nunca un juguete que sólo sirviera para divertirse.
Durante un rato meditó acerca de las ventajas de una pelota que rodaba sola, pero era demasiado torpe como para usarla; también descartó un yo-yó gritón, que seguramente su abuela confiscaría en menos de lo que canta un gallo. También excluyó unas figuritas de dragones que volaban y lanzaban pequeñas llamaradas de fuego. En una de esas terminaba quemando las cortinas preferidas de la abuela.
Entonces lo vio. Era uno de los juguetes más modernos y todo un éxito entre los pequeños brujos y brujas en las fiestas. Una diminuta pista de carreras por la cual volaban pequeños monigotes montados en escobas miniatura. Los muñequitos incluso se empujaban y hacían trampa. Eso por no mencionar que la pista tenía varios loops y vueltas en ocho, que se podían cambiar para poder tener siempre una pista distinta.
—¿Quieres esto? —preguntó el tío Algie por sobre el hombro de Neville, que miraba boquiabierto como el corredor rojo empujaba al de verde.
—Sí —musitó el muchacho en voz baja. Aún no podía creer que estuviera en completa libertad de elegir cualquier juguete que quisiera. Era algo casi impensable.
—¿Qué dices, muchacho? Ya sabes que estoy muy viejo y no escucho como antes, menos si hablas así de bajo.
—Que sí, tío —respondió el niño en un tono un poco más alto.
—Perfecto —dijo Algernon cogiendo una caja con letras brillantes—. Nos lo llevamos. Póngalo para regalo —le indicó al dependiente que acababa de acercarse a ellos, antes de dirigirle un guiño al niño.
Neville contempló extasiado como el dependiente envolvía la caja en papel de colorines y le pegaba una cinta de regalo encima antes de meterla en una bolsa celeste con el logo de la tienda y el dibujo de una matrioska que se movía.
Cuando el dependiente le pasó la bolsa al tío Algie, éste se la pasó a Neville con una sonrisa cómplice.
—Tú finge sorpresa cuando abras tus regalos esta noche.
-o-
La señora Longbottom solía invitar a una de sus sobrinas a la cena que cada año celebraban para el solsticio de verano. Una de las principales razones era porque ésta tenía un chico un año menor que Neville y a su nieto le convenía estar con niños de su edad. Al chico le caía bien Joseph Klein, aunque era menor y algo salvaje. Siempre estaba saltando y corriendo por todos lados, mientras que él era más tranquilo.
Pero sería estupendo contar con alguien con quien probar la estupenda y maravillosa pista de carreras de escoba que el tío Algie le había regalado. Seguro que a Joe le encantaría.
—¡Neville! —escuchó desde el vestíbulo. Se apresuró en correr hacia la entrada de la casa, donde los Klein estaban quitándose los abrigos. La señora Klein atajó a su retoño antes de que este se pudiera escapar a la sala aún con el abrigo puesto.
—Tranquilo, Joe. Quítate el abrigo y quédate quieto un momento. ¿Por qué no eres como Neville? Mira lo bien que se porta —suspiró la mujer al ver cómo el niño se asomaba por la puerta para saludar a su amigo.
El otro niño obedeció a su madre con un mohín y luego se acercó a Neville con una sonrisa de oreja a oreja. Llevaba una túnica verde que le quedaba algo larga y lo hacía tropezar bastante, pero parecía muy contento.
—¡Mis papás me regalaron una escoba nueva para mi cumpleaños! ¡Cuando vayas a visitarnos te la dejaré para que juegues con ella! —exclamó tras saludarlo, con un tono claramente excitado.
El otro chico se limitó a sonreírle débilmente. Las escobas no eran lo suyo. Su abuela no se cansaba de decir que su padre había sido un gran jugador de Quidditch cuando estaba en Hogwarts, pero Neville se mareaba cada vez que se subía a una escoba. Eso por no mencionar que las pelotas parecían buscarlo a propósito para golpearlo. Sólo había jugado al deporte mágico por excelencia una vez en su vida, durante una reunión familiar, y había sido suficiente para toda una vida. Si apenas podía mantenerse sobre una escoba, mal podría haber atajado o lanzado pelotas montando una de ellas.
Pero no dijo nada de eso a Joe, que estaba emocionado por la posibilidad de estar despierto a altas horas de la noche. Los adultos se dirigieron a la sala de estar, donde estaban listas las bebidas para empezar la noche. Por su parte, Joe se dirigió al comedor, seguido de Neville.
—¿Podemos comer algo de eso? —inquirió el niño apuntando a una mesa donde se exhibían varios platos de postre preparados por Hooty, el elfo doméstico, e instalados en las fuentes de plata que la abuela Longbottom había heredado de su familia.
—La abuela dijo que teníamos que esperar a la cena —musitó el chico, arrugando el ceño. Su abuela le había repetido una y otra vez que tenía que darle el ejemplo al pequeño Joe, que era menor que él y no sabía cómo comportarse rodeado de adultos.
—¿Ni siquiera una frutilla? —Neville se mordió el labio ante esa pregunta. A él le encantaban esas pequeñas frutas, especialmente cuando estaban cubiertas de chocolate, como esas que Hooty había dispuesto con tanta gracia en la bandeja plateada.
Se veían apetitosas y el niño quería acercarse para sacar una, pero su abuela había sido muy clara con su prohibición. Los postres se comerían después de la cena. Negó con la cabeza frente al gesto de desilusión de su amigo.
—¡Vamos, Neville! No seas aguafiestas —dijo mientras se acercaba a la mesa y alzaba la mano valientemente hacia el plato de frutillas con chocolate. Neville lo miró fijamente y decidió que por una vez en su vida no le haría caso a su abuela.
Lamentablemente, él no tuvo tanta suerte como Joseph. No bien hubo alcanzado la bandeja que contenía las delicias achocolatadas, la puerta de la sala se abrió. Sin embargo, quien apareció ahí no fue su abuela, sino el tío abuelo Algie. Rápidamente, Neville alejó su mano de la mesa mientras sentía cómo las mejillas se le iban tornando rojas.
—No, Augusta, creo que aún tendrás que esperar —gritó el tío Algie sobre su hombro. Cuando su sobrino nieto le devolvió una mirada sorprendida, el hombre le guiñó y le hizo un gesto para que cogiera rápidamente una de las frutillas, antes de que su abuela lo viera.
-o-
Esa noche, cuando llegó la hora de intercambiar regalos, Neville desenvolvió dos túnicas nuevas por parte de su abuela y unos libros de parte de los Klein. Regalos que su abuela no había dudado de calificar de útiles y prácticos, por supuesto. Sin embargo, lo mejor de la noche fue desenvolver la pista de carreras.
En cosa de minutos, los dos niños habían armado la pista y estaban haciendo a los muñequitos correr por los loops y vueltas. El monigote de rojo, que usaba Neville, empujó al de azul un segundo antes de cruzar la línea de la meta.
—¡Gané! —chilló Neville, casi sin poder creerlo.
—¡De nuevo! —protestó el niño.
Neville se inclinó sobre la pista y tomó al muñequito que había usado en la carrera. Ciertamente esas fiestas habían sido muy diferentes a las del año pasado. Quizás, incluso las mejores que podía recordar.
¿Qué tal? ¿Qué les parece el tío Algie? A mí me cae genial, la verdad. A pesar del incidente de la ventana y todo eso.
¡Gracias por leer!
Muse
