Tenía una deuda con el barioth pendiente, ese dichoso felino cuya velocidad puede ser capaz de igualar, que no superar, mis cortes...

Todo comenzó hará unos días, preguntando al herrero lo que necesitaba para potenciar mi espada ananta. Al parecer solo me faltaba una púa y podría potenciar la parálisis que causaba su hoja, de forma que me dirigí a por el... "lindo gatito" por decirlo de forma cómica.

Lo último que recuerdo de ese primer encuentro es haber saltado dispuesto a soltar el primer ataque, entonces ví estrellas por todas partes y todo se empezó a ver negro. Cuando desperté en mi cabaña Cha-Cha me contó que tuvo que estar cargando con mi cuerpo hasta la aldea.

Juré vengarme de esa humillación, pero iba a necesitar algo más que superar los reflejos si pretendía sustraerle el material que requería, debía hacerle sentir la impotencia que me hizo pasar. Como ya conté en otra ocasión, gracias a mi hermano reuní monedas con las que costearme el conjunto de soldado, y después de eso adquirí una placa de rathalos de pura casualidad, con lo que me hize la espada wyvern fuego.

Caprichos del azar, mis fuentes me comunicaron que el barioth era debil al fuego, y la armadura de soldado me permitía moverme tán rapido que sentía tener poder para cortar el material mas duro.

Épica batalla en el nido del barioth, cara a cara, mirada entrecruzada que dió inicio a un toma y daca, hombre y bestia luchando hasta la extenuación, movimientos ralentizándose con el tiempo haciendo mella en sus músculos, las protecciones cayendo con cada ataque que recibían...

Hasta que llegó el momento decisivo, jugarse el todo por el todo en un único golpe que pondría fin a la batalla en pos del que consiguiera impactar en el objetivo; el barioth lanzó un zarpazo con el que pretendía derribarme para asestar el golpe de gracia, y ahí estaba la oportunidad que buscaba, con nervios de acero realicé una finta que culminó en la garganta del monstruo abierta de par en par, cuya carne quemada por el efecto de mi hoja impedía cualquier cicatrización; el golpe era mortal de necesidad, y el barioth era consciente de ello.

Mientras las fuerzas le abandonaban y su último aliento estaba cerca, intercambiamos una mirada de respeto, aquel encuentro me había marcado y la experiencia que había adquirido con ello me enseñaría a ser cauteloso en los futuros encuentros; de forma que tuve piedad de la bestia y le cerré los ojos al notar como el calor abandonaba su cuerpo, para luego pedirle a Cha-Cha que mantuviera a los baggis a raya mientras arrastré lo que había sido mi mayor rival hasta una zona en la que pudiera fabricarle el lecho en el que descansaría su sueño eterno.

Que los vientos de la tundra susurren la batalla que allí tomó lugar y su tumba siga inspirándome en futuras cazas. Descansa en paz, barioth...