*Editado y corregido el 27 de enero. Perdón por los errores que seguramente todavía tiene*

¡Hola! :)

Costó, pero aquí estoy.

Este es mi regalo de navidad para ChemicalFairy por el intercambio navideño del Foro Proyecto 1-8, así que por supuesto, está dedicado especialmente a ella.

Sólo una pocas aclaraciones antes de empezar:

1.- Capítulo extenso de 42 páginas en word, por lo que decidí separarlo en dos partes, única y exclusivamente porque su lectura se puede hacer muy pesada.

2.-Al principio quise poner los "mails" de los digielegidos, que dicho sea de paso son inventados por mí, pero la página no me lo permitió, por lo que mantuve sólo la primera parte.

3.- Las parejas son: TaichixMiyako, Takimi y Koukari.

¡Espero que lo disfrutéis!

Disclaimer:Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.

~ Secretos navideños ~

—Capítulo único—

Parte I

Para: Koushiro, Sora, Taichi, Yamato, Hikari, Takeru, Joe, Daisuke, Miyako, Iori, Ken

De: Meems

Hi, guys

¿A qué no adivinan qué? ¡Estaré en Japón para estas navidades! Así que estuve pensando en celebrarlo al estilo digielegidos, ¿qué dicen? Ya saben de lo que hablo, juntarnos como antes, hace tiempo que no lo hacemos y los extraño mucho, saben que son mis chicos favoritos en el mundo.

Vamos, que no acepto un no como respuesta.

Nos vemos en una semana.

Kisses for everyone

~Mimi~

Siete jóvenes japoneses despertaron aquella mañana del 18 de Diciembre con ese mensaje en sus bandejas de entrada. Algunos todavía dormían cuando el conocido sonido del computador o el celular los alejó del mundo de los sueños, otros ya estaban vestidos, algunos se duchaban y uno en particular caminaba a la universidad; era temprano, pero no estaba demás llegar un poco antes de clase para repasar sus apuntes. Sí, sé que saben de quién hablo.

¿Taichi Yagami? Seguro que se imaginan a que grupo pertenece. Una pista, no es ninguno de los anteriores.

—¡Hermano, llegaremos tarde a clase! —gritó Hikari desde el otro lado de la puerta; llevaba un buen rato golpeando, pero su hermano no parecía darse por enterado.

Acabó por entrar, no era la primera vez que irrumpía en la privacidad del castaño.

Ropa desperdigada por el suelo, la silla del computador volteada —vaya a saber uno porqué— y libros amontonados sobre el escritorio, fue lo primero que vio.

En cuanto al chico, dormía plácidamente con la boca abierta y la cobija enredada en el cuerpo, un leve ronquido llenaba la habitación. No pudo evitar sonreír por la imagen, desde pequeño había dormido así y a sus casi dieciocho años no parecía probable que cambiara, siempre convertía las frazadas en un lío.

—Hermano —susurró moviéndolo ligeramente del brazo. Un sonido ininteligible fue todo lo que obtuvo como respuesta—. Muy bien, tuve paciencia, pero no funcionó. Que conste que tú lo has pedido —se explicó, como si el chico pudiera oírla, por mucho que pareciera sumergido en su séptimo sueño.

Despacio, como si realmente pudiera despertar, se dirigió a su mesa de noche y cogió el despertador, le puso lo hora actual más un minuto y lo acomodó junto a su oreja. Ahora sólo quedaba esperar.

Se apoyó justo en el marco de la puerta y se miró ociosamente las uñas.

Cinco, cuatro, tres, dos…

El sonido del despertador fue totalmente opacado por el grito que soltó Taichi al caer de la cama de un salto.

Hikari intentó evitarlo, pero como siempre, acabó doblada por la mitad producto de las carcajadas que amenazaban con cortarle la respiración.

A los pocos segundos el castaño emergió de abajo de la cama con la sábana cubriendo su cabeza como un manto de religiosa y una cara de confusión. La cobija totalmente enredada en sus pies.

Cuando finalmente comprendió lo que ocurría, la menor ya había conseguido detener la risa.

—Hikari —dijo con tono de reproche, mientras fruncía el ceño y se quitaba la sábana—. ¿Cuándo dejarás de hacer eso? ¡Casi muero del susto!

—Ya te lo he dicho, hermanito. Cuando dejes de ser un holgazán —replicó sacándole la lengua.

—Pues eso no va suceder, así que va siendo tiempo de que te hagas a la idea y dejes de intentar matarme. Puedo morir uno de estos días y pesará en tu conciencia —dramatizó, mientras se levantaba desarmando el desorden de la frazada.

—No seas exagerado, que nadie se ha muerto por levantarse temprano un día, ya sabes, todo el mundo lo hace de lunes a viernes.

—Ajá —susurró distraídamente—, pero sabes bien que no me refiero a eso, podría haberme quedado sordo, de hecho creo que no te escucho muy bien —añadió, hurgando su oreja con un dedo para luego observar la materia que había sacado de ella.

—¡Yucks! Dejaré de hacerlo si prometes que no volverás a hacer eso. En todo caso, antes de que te vistas, tengo algo que te alegrará.

—¿Ah, sí?, ¿qué es? —preguntó mientras se paseaba por la habitación buscando su uniforme.

—Como estabas durmiendo aún no lo sabes, pero Mimi escribió. Viene a pasar la navidad con nosotros. —le contó con una sonrisa.

—Vaya, así que la princesa vendrá a Tokyo. No nos juntamos desde que salvamos el mundo por segunda vez.

—Lo sé. Y está vez será una navidad real. Nada de perseguir digimon, sólo una noche para nosotros. ¿Verdad qué suena genial?

—Ya lo creo que sí. Ahora es tiempo de que me vista, antes de que…

—¡Chicos, el desayuno está servido y su padre ya se fue al trabajo, así que tendrán que caminar para ir a la escuela! —la voz de su madre les llegó fuerte y clara desde la cocina.

Ambos se miraron horrorizados. ¿Caminar? Tendrían que correr si querían llegar a tiempo. Las manillas de reloj estaban peligrosamente cerca de las ocho.

—¡Esto es tu culpa!, anda, vete ya a la ducha. Yo te busco el uniforme —ordenó al tiempo que lo empujaba fuera de la habitación, pero aún así Tai volvió a asomar la cabeza y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—¡Gracias, hermanita!

Así comenzaba una mañana totalmente normal en el departamento de los Yagami.


Yamato estaba sentado en el comedor, tecleando rápidamente en su computadora cuando Takeru salió del baño ya vestido y secándose el cabello con una toalla.

—Buenos días, hermano. ¿Qué haces conectado tan temprano? —preguntó desde el marco de la puerta.

—Sólo arreglo algunas cosas —replicó sin apartar la mirada de la pantalla, tan críptico como siempre.

—¿Y eso?, ¿acaso estás respondiendo los mails de tus enamoradas? —sugirió burlón—. Las… ¿cómo es que se hacen llamar?, ¿las lobitas de Yamato?

—Muy gracioso, enano. Yo que tú me apresuraría a desayunar si no quieres estar con el estómago vacío hasta el primer descanso, tienes cinco minutos.

—Pero qué sensible —replicó entornando los ojos—. ¿Entonces entraste al club de computación? No me digas que se te pegó de Izzy.

—Si no dejas de fastidiar no volveré a dejar que te quedes a dormir aquí, así que come. Todavía queda café y puedes prepararte unas tostadas o algo.

—Vaya. Extraño los tiempos en que me hacías el desayuno —comentó mientras se dirigía a la cocina y hacía lo que su hermano le había ordenado.

Acababa de coger la cafetera y un tazón cuando Yamato volvió a hablarle.

—Por cierto, ¿has revisado ya tu mail?

—¿Mi mail?, pues no. ¿Algo interesante?

—La princesa de Nueva York está de vuelta, dice que viene a pasar las navidades acá —informó sin más preámbulos. Taichi y él habían apodado a Mimi así desde que dejó Tokyo.

El menor soltó la cafetera, causando un estruendo cuando ésta cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. El tazón se balanceaba peligrosamente en su otra mano.

—¿Qué demonios? —saltó Yamato, girándose finalmente hacia su hermano y viéndolo estupefacto junto a la cocinilla—. ¿Qué te ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma.

Takeru, que todavía no salía de la impresión, tan sólo atinó a pestañear repetidamente antes de recuperar el habla.

—Yo… —musitó—. Sólo se me resbaló, lo siento. Compraré una nueva —dijo al tiempo que se agachaba, en parte para recoger el desastre, en parte para escapar del escrutinio de su hermano.

Yamato bufó, levantándose de silla y yendo hacia él.

—Deja ahí. Yo lo recojo, tú ve a cambiarte de camisa o llegaremos tarde —zanjó—. Puedes tomar una mía.

T.k., sabiendo que no tenía sentido rebatirle, y sin tener la más mínima intención de hacerlo, salió disparado de la cocina rumbo a la habitación.

Matt lo siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo y luego fue por la escoba y la pala para recoger los trozos de vidrio desperdigados por el suelo. Algo no andaba bien. Sabía que cualquiera podía dejar caer algo accidentalmente, pero lo extraño es que T.k. lo había hecho justo cuando le anunció el inminente regreso de Mimi. Lo sabía, porque en sus oídos el estruendo había sido casi simultáneo a sus palabras.

Takeru no era del tipo distraído y simplemente parecía demasiado nervioso cuando se disculpó y quiso limpiar, incluso salió casi corriendo cuando le dijo que fuese a cambiarse en lugar de rebatirle como siempre hacía, diciéndole cosas como que ya no era un niño y que él también podía ocuparse de la limpieza. No, definitivamente algo no andaba bien. Podía ser intuición de hermano o como lo llamaran, pero conocía lo suficiente al menor como para saber que algo en la inesperada noticia lo había puesto inquieto. La pregunta era qué.


Quince minutos más tarde, cuando finalmente Takeru llegó a su salón, habiéndose separado a mitad de camino de su hermano, ya que la preparatoria se encontraba en la otra dirección, se encontró a Miyako en el puesto de Hikari y a Daisuke en el que estaba frente al de la castaña, sentado al revés, con los brazos sobre el respaldo de la silla. Caminó hacia ellos con una sonrisa, ya un poco mejor después de la noticia matutina.

—¡Bah! Yo no creo que sea para tanto. No es como si no hubiera venido antes —decía Davis justo en ese momento.

—¿De qué hablan? —preguntó sentándose junto al castaño.

—¡Takeru! —saludó Hikari, sonriente—. Ya te habías tardado.

—Sí, es que tuve un incidente con una cafetera, nada importante, ya os lo cuento después. ¿De qué hablaban entonces?

—¿Cómo?, ¿no lo sabes? —preguntó Yolei—. Vine a comentarle a Hikari sobre la visita de Mimi, pero el baka de Daisuke dice que estamos exagerando.

—Ah —contestó distraídamente—. Así que era sobre eso —murmuró.

—Lo sé, ¿puedes creer que Miyako haya llegado haciendo un escándalo al respecto? Ni que fuera una celebridad del fútbol —comentó Daisuke, interpretando la desgana de T.k. como señal de que estaba de su lado.

Sólo Hikari pareció encontrar extraña la actitud de su mejor amigo.

—¿Estás bien? —le preguntó directamente.

Takeru, sintiéndose vulnerable bajo la mirada de la portadora de la luz, asintió en silencio tratando de formar una sonrisa en su rostro.

—Sí, sólo tengo sueño. No dormí muy bien anoche.

La castaña pareció dispuesta a decir algo, probablemente rebatirle o regañarlo por no estar durmiendo bien, pero justo en ese momento el sonido de la campana resonó por toda la secundaria, salvando a Takeru de tener que dar más explicaciones

—¡Oh, rayos! —gritó Yolei—. Se me hizo tarde, tendré que correr para llegar a tiempo. Hasta luego, chicos. Nos vemos a la salida, Kari —se despidió rápidamente antes de abandonar a toda prisa el aula, rumbo a su propio salón que estaba en la otra ala de la escuela.

—Adiós —Hikari fue la única que se despidió mientras Davis se levantaba y se iba hacia su lugar refunfuñando, el maestro no tardaría en llegar.


Cuando la campana indicó el término de la jornada, una horda de estudiantes se acumuló en la entrada, dificultando considerablemente la salida. Nada de que extrañarse de cualquier manera, pues era algo que sucedía todos los días.

Hikari acababa de atravesar el salón cuando la voz de Miyako la llamó desde el final del pasillo, así que se detuvo y se volteó en su dirección.

—¡Qué bueno que te encuentro! Pensé que ya te habías ido —le dijo cuando hubo llegado a su lado.

—Iba ir a tu salón ahora mismo. Lo lamento, pero no podré caminar contigo de vuelta a casa.

—Oh, ¿por qué no?

—Yo…voy a…

—¡Ohh!, claro, qué tonta… —dijo golpeándose la frente con la palma abierta, quizás con más fuerza de la necesaria, ya que la zona había quedado roja con el impacto—, vas a verte con…

—¡Shhh! —la mandó a callar Hikari, cogiéndola del brazo—. No lo digas.

—¡Lo siento, lo siento! Es que se me olvida. ¿Cuánto tiempo más piensas mantenerlo en secreto? Sabes que debes decírselo a tu hermano, mientras más tiempo pase peor será.

—Lo sé —musitó, mordiéndose levemente el labio inferior—. Sólo estamos esperando un buen momento.

—Está bien. Sabes que te apoyo.

—¡Agirato!, prometo que mañana te recompensaré, ¿vale?

—Sólo ve —comentó divertida, dejando que la castaña se adelantara por el pasillo antes de seguir el mismo rumbo.

Se dirigió a la salida con parsimonia, algo atípico en ella, pero no tuvo mucho tiempo para estar sola con sus pensamientos —esos que se esmeraban en recordarle todo el tiempo que Hikari no era la única con un secreto—, ya que acababa de atravesar el umbral de la secundaria cuando una voz conocida la llamó.

—¡Hey, Miyako-chan!

Lo reconoció incluso antes de mirarlo, sin embargo, esperaba que sus oídos le estuvieran jugando una broma, porque ella no era buena encubriendo a la gente, todo el mundo sabía que muchas veces pecaba de bocona y no quería dejar en evidencia a Hikari. Incluso si era un poco más honesta, sabía que tenía doble motivo para ponerse nerviosa, no todo se trataba de la castaña.

Alzó la mirada hacia la izquierda y vio al chico caminar en su dirección.

—Ta-Taichi-senpai —saludó, haciendo una leve reverencia mientras éste llegaba a su lado—. ¿Qué haces por aquí? —era una pregunta tonta, pero necesitaba ganar tiempo.

El castaño, tan distraído como siempre —o eso decían—, no pareció darse cuenta de la actitud titubeante de la chica.

—Vine a buscar a Kari, porque salí un poco antes de clase, pero me entretuve hablando con los chicos —no era necesario explicar que con "chicos" se refería a Matt y Sora—, creo que llego tarde, ¿verdad? —preguntó rascándose la nuca.

—Ehh, sí… ella acaba de irse en realidad, mencionó algo de Koushiro.

"Fabuloso, Yolei, ¿es qué no puedes mantener tu boca cerrada?"

—¿Koushiro? —inquirió Taichi con una expresión que podría haberse definido como suspicaz si no se tratara de él, pues más bien intentaba reflejar curiosidad —de la sana, vale aclarar—, no de esa detectivesca de quien sospecha algo.

—Sí. Creo que tuvo un problema con su computadora.

—¿Otra vez?

—Ajá —respondió mordiéndose la lengua queriendo huir cuánto antes de ahí para no acabar de arruinarlo todo.

—Vaya, parece que es tiempo de que la cambie —comentó como si nada—. Si se fue no hay nada que pueda hacer, ya estoy aquí, ¿te acompaño a tu casa? —ofreció con amabilidad.

Miyako hizo todo lo posible para que los colores no se le subieran al rostro.

—Cla-claro. Eso estaría bien —contestó en un susurro.

"No seas tonta. Es el hermano de tu mejor amiga, sólo está siendo amable".

Lo cierto es que en el último tiempo se habían hecho más cercanos. Todo empezó precisamente hace algunas semanas atrás cuando el castaño fue a buscar a Hikari a la salida de clases, encontrándose sólo con la peli-morada porque su hermana había ido a casa de Koushiro para que le arreglara la computadora. Aquella vez Miyako no tuvo que mentir. Esta vez se tranquilizaba diciéndose que una pequeña modificación de la verdad no era exactamente una mentira. ¿Existían las mentiras blancas? Mimi alguna vez le había dicho que sí. Y ella creía en Mimi.

A dos cuadras de la secundaria, un pelirrojo esperaba a Hikari a la sombra de un árbol. Sabía que eso no estaba bien, pero no conseguía reunir el valor suficiente para confesarle a su amigo lo que pasaba entre su hermanita y él.

—¿Crees que me golpee? —le preguntó una tarde a Joe, que era de los pocos que sabían el secreto.

—Sí, definitivamente lo hará —contestó el peliazul con seriedad—, pero no por eso pueden seguir ocultándoselo.

—Lo sé, lo sé. Sólo estamos esperando el momento correcto.

—No creo que exista un momento correcto para confesar algo como esto, Izzy —le dijo poniendo una mano sobre su hombro con intención de confortarlo a pesar de que sus palabras sugirieran lo contrario.

El pelirrojo alzó la mirada y asintió.

—Lo haremos pronto.

—Bien —replicó dejando caer su mano y bebiendo un sorbo de su refresco, ambos estaban sentados en la banca de un parque—. Como consejo, creo que sería bueno que no llevases tus lentes cuando se lo digas.

El consejo era serio, pero aún así ambos acabaron riéndose después de un rato, tal vez porque necesitaban relajarse un poco, tal vez porque Koushiro no quería seguir culpándose ni lamentándose por algo que a esa altura ya era inevitable.


Navidad llegó antes de que ninguno de ellos tuviese tiempo de darse cuenta. Era 24 de Diciembre y todos estaban en el departamento de Tai y Kari alistando las cosas para cuando Mimi llegara. Sus padres habían viajado a ver a su abuela que no estaba muy bien de salud, y gracias a las súplicas de ambos hermanos, los habían dejado quedarse y celebrar la navidad con sus amigos.

Mientras Hikari, Sora y Miyako corrían de un lado a otro procurando que todo estuviera perfecto, los chicos descansaban en el sofá bebiendo algo que en algunos casos resultaba ser una cerveza y en otros tan sólo alguna bebida de fantasía. Taichi y Yamato no querían pervertir al pequeño Hida, todavía, lo que era una tontería porque esos dos siempre se metían en problemas y si Iori realmente pudiera ser pervertido por sus superiores ya lo habría hecho hace tiempo.

—¡Tai!, ¿puedes sacar el pavo del horno? —preguntó Hikari desde algún punto de la casa que su hermano no pudo identificar.

El castaño se levantó perezosamente de su lugar en el sillón y le contestó que sí, encaminándose hacia la cocina.

Se habían esforzado para hacer una navidad al más puro estilo de Nueva York, creyendo que Mimi extrañaría pasarla con sus padres y todas las luces de la ciudad que según decían muchos, no duerme.

Grande fue la sorpresa de todos cuando la chica llegó rebosante de alegría, abrazando a cada uno hasta estrangularlos y sin embargo, se detuvo frente a la mesa y se largó a llorar sin razón alguna.

—¡Mimi-san!, ¿estás bien?, ¿acaso hemos hecho algo mal? Hikari buscó la receta por internet y la preparamos nosotras mismas, sabe mejor de lo que se ve, en serio —explicó Yolei un tanto desesperada, pero la aludida agitó su cabeza, agitando de ese modo también sus rizos de un rosado antinatural y se secó las lágrimas.

—Está perfecto. Sólo… sólo me emocioné un poco, es todo. Gracias por hacerlo.

—Bueno, ¡entonces a cenar! —gritó Taichi que era el más ansioso por comer.

—Tú no cambias, hermano. Eres un comilón —se burló Hikari.

—Y a mucha honra, hermanita —replicó el castaño.

Todos escogieron un lugar en la mesa y se dispusieron a cenar entre conversaciones y risas que fueron expandiéndose de esquina a esquina.

Estaban teniendo una velada agradable hasta que Koushiro se atoró, comenzando a toser desesperadamente.

—¡Joe, has algo! —le gritó Mimi.

—¿Qué?, ¿pero qué puedo hacer?

—¡No lo sé! Tú eres el que estudia medicina.

—¡Estoy en primer año! —replicó el peliazul, claramente alterado y demasiado nervioso como para actuar.

—Déjenmelo a mí —intervino Miyako, posicionándose tras el chico y abrazándolo fuertemente de la cintura hasta que el trozo de carne que se había quedado atorado en su garganta salió disparado por encima de la mesa, y cayó junto al árbol de navidad.

El pelirrojo, todavía morado, se dejó caer sobre la silla y bebió un poco de agua mientras todos le dirigían miradas sorprendidas a la peli-morada.

—Tengo muchos hermanos. Tuve que aprender a defenderme desde que era pequeña si quería sobrevivir —explicó ella, alzándose de hombros como si nada.

Poco a poco todos volvieron a sentarse y retomaron la cena sin problemas. Sólo Hikari seguía dedicándole cautelosas miradas a Koushiro que en realidad escondían algo de culpa, pues el chico se había atorado cuando ella intentó tomar su mano por debajo de la mesa.

Cuando acabaron, levantaron los platos entre todos y se dispusieron a esperar la medianoche para abrir sus regalos. Los digimon ya se habían quedado dormidos en el baño donde habían armado su propia fiesta navideña. Serpentinas y guirnaldas adornaban el sanitario.

—No se puede pasar al baño así —reclamó Yamato cerrando la puerta tras él—. ¿Quién fue el que dejó que bebieran ginebra? —preguntó alzando dos botellas vacías ante los ojos de todos.

Taichi se escurrió hacia la cocina tratando de no ser notado, pero más de una mirada de reproche lo siguió hasta que atravesó el marco de la puerta.

—¡Hermano!

—¿Qué? —se defendió Yagami sin asomarse—. Se merecían una noche de diversión como nosotros.

Todos negaron con la cabeza sin saber qué más decir ante eso. No tenía sentido regañarlo como a un niño pequeño, pues considerando su edad eso ya no había funcionado.

—Chicos, no hemos tomado fotografías, iré por mi cámara —anunció Hikari media hora más tarde.

Takeru, sentando a su lado, saltó inmediatamente impidiendo que la chica se levantara.

—Yo voy —explicó torpemente, y aunque Yamato y Hikari le dedicaron miradas desconfiadas se dio la vuelta antes de que tuviesen tiempo de decir algo.

Mimi había ido al baño hace rato y todavía no regresaba, pero al parecer ninguno se había percatado de ello. ¿Acaso era el único que había notado que la chica se comportaba extraño? Bastaba con ver la forma en que se largó a llorar en cuanto vio la mesa dispuesta. Sabía que era sensible y hasta cierto punto podía tragarse la excusa de que sólo lloraba por la emoción, sin embargo, algo le decía que no les estaba diciendo todo.

Fue primero a la habitación de Hikari para tomar la cámara antes de ir a buscar a la chica, pero en cuanto abrió la puerta la encontró allí mismo, de espaldas a él, sentada sobre la cama. Al parecer no lo había oído entrar a pesar del descuido con el que abrió la puerta.

—¿Mimi? —preguntó por más obvio que fuese que se trataba de ella.

La chica se sobresaltó y lo miró por sobre el hombro con los ojos muy abiertos, como quien acaba de ser sorprendido cometiendo un delito o algo por el estilo. Sus ojos estaban rojos. Y si no se equivocada era un pañuelo desechable lo que apretaba en su mano derecha, tal vez en un vano intento de que él no lo notara.

—¿Estás bien?, creí que estabas en el baño —le dijo con naturalidad, como si realmente no sospechara nada.

—Yo… —replicó enseguida, levantándose de la cama—. Estoy bien, sólo vine a hablar con mis padres. Me pidieron que los llamara en cuanto llegara y lo había olvidado por completo.

Takeru se cruzó de brazos y se recostó de lado en el marco de la puerta.

—Oh, ¿en serio? —preguntó sarcásticamente.

Mimi frunció el ceño.

—Creo que no entiendo tu actitud.

Él apartó la mirada y bufó por lo bajo, ¿lo estaba tomando por estúpido?

—Escucha —dijo intentando calmarse y que no se le notara lo fastidiado que se sentía—, ¿recuerdas el año pasado…cuando estuve un mes en Nueva York?

—Si estás intentando decir que…—replicó a la defensiva, pero el rubio la interrumpió antes de que tuviera tiempo de acabar la frase.

—No. No hablo de eso, después de todo, eso es tema del pasado, ¿no? —preguntó con tono amargo aunque en el fondo esperase oír lo contrario, que ella dijera que no lo había olvidado así como no lo había hecho él, pero eso no sucedió; se tragó la decepción para continuar—. Simplemente es insultante que creas que después de haber pasado tanto tiempo contigo puedes engañarme. Dormía en la habitación de al lado, desayunábamos, almorzábamos y cenábamos juntos… aprendí a leer cada pequeña expresión en tu cara —terminó mordaz.

Para Mimi no pasó desapercibida la nota de reproche en su voz. Estaba ahí, en el fondo, por más que quisiera ocultarlo. Si realmente quería esconderlo, estaba haciendo un mal trabajo.

—¿Y qué puedes leer ahora mismo? —preguntó suavemente, luciendo horriblemente vulnerable a los ojos de Takeru.

—Que estás mintiendo. Algo te pasa y no quieres decirlo.

—¿Y si es así qué? —preguntó con un tono que pretendía ser desafiante, pero que volvía a sonar vulnerable.

—Somos tus amigos. Simplemente… ¿vienes a pasar la navidad con nosotros, traes regalos y finges que todo está bien? —la ironía tiñendo cada palabra—. No tiene sentido. Sabes que puedes decirnos lo que sea y te apoyaremos, porque para eso están los amigos.

—Lo sé —suspiró dejándose caer nuevamente en la cama, de espaldas a él—. Lo sé —repitió un poco más fuerte—. Pero tal vez no estoy lista para hacerlo.

Takeru se pasó dos dedos por el puente de la nariz, cerrando los ojos y sintiendo los sollozos de la chica clavarse en su pecho como puñaladas. Sólo tal vez había sido demasiado duro. ¿Por qué estaba comportándose así?, ¿porque no le quería?, ¿porque después de pasar un maravilloso mes juntos ella había sido capaz de hacer borrón y cuenta nueva y él no? Supo en su interior que ese era precisamente el motivo y que no era justo para ninguno de los dos. Antes de que todo eso pasara eran amigos y aún podían seguir siéndolo.

Cruzó silenciosamente la habitación y se sentó a su lado.

—Lo siento —susurró.

No obtuvo ninguna respuesta, pero tampoco era como si pudiera culparla.

—Fui grosero y no está bien. Me descargué contigo por algo que no es tu culpa, sólo mía.

—Takeru, sobre lo que pasó en Nueva York…—dijo levantando con cautela la mirada hacia él.

—Lo que pasó en Nueva York, se queda en Nueva York, ¿no? —preguntó con ligereza, esta vez sin reproche en su voz. Finalmente lo decía en serio, queriendo liberarse de toda la frustración que había experimentado durante ese año, y Mimi así lo entendió.

—De acuerdo —murmuró.

Estuvieron algunos segundos en silencio, un silencio cómodo que los hizo conscientes de la presencia y cercanía del otro.

—Una de las razones por las que vine a pasar la navidad en Japón fue porque esperaba olvidarme de las tradiciones de Nueva York, quería volver a sentirme en casa, así que… —se detuvo como si le costara mucho seguir hablando, pero finalmente lo hizo—. Cuando vi el pavo…

—Te acordaste de la navidad en Nueva York —concluyó Takeru—. Justamente lo que intentabas evitar —aclaró, girando la mirada en su dirección.

Mimi lo miró de vuelta y asintió en silencio con los labios apretados.

—No puedes culparnos, no sabíamos eso y además, la navidad ha dejado de ser especial en Japón. Cada año se vuelve un poco más comercial.

—Lo sé, ya era así desde que yo me fui, pero cuando éramos niños… la navidad tenía un sentido diferente, incluso aunque era material… me gustaría volver a sentir la misma ilusión que sentía cuando era una niña y creía en Papa Noel —comentó con una sonrisa.

—Bueno, puedes hacerlo —susurró Takeru como si fuera un secreto que sólo deseara compartir con ella y temiese que las paredes lo escucharan.

—¿De qué hablas? —preguntó con tono divertido —. No somos unos niños y…

—Tengo una idea. ¿Quieres salir de aquí?

Mimi lo observó con curiosidad.


Cuando tiempo después, Hikari subió a su habitación preguntándose qué podía hacer que Takeru estuviera tardando tanto, la encontró vacía. El computador estaba encendido y había una nota pegada sobre la pantalla. La despegó con cuidado y leyó el escueto mensaje que contenía:

Volveremos pronto. Mimi y Takeru

—Vaya Teeks, ¿acaso tiene que ver con el motivo por el cual has estado actuando raro? —preguntó a la nada con una sonrisa.

Después se guardó la nota en su bolsillo, cogió la cámara del escritorio y bajó a reunirse con los demás.

No fue fácil explicar que sus amigos habían ido a solucionar un "asunto", precisamente porque no tenía idea sobre qué podía ser tan importante para que se fugasen a una escasa hora de la navidad, pero finalmente consiguió que todos lo aceptaran.

Se habían sentado alrededor del árbol esperando que fuese la hora, pero a ella ya se le había ocurrido una idea para llenar ese espacio de tiempo.

—Chicos, ¿qué tal si jugamos algo?

—¡Sí, eso! juguemos algo —la apoyó Daisuke.

Nadie supo si fue simplemente por lucirse ante Kari o por mero aburrimiento. Probablemente resultó ser una mezcla de ambos.

—¿Qué idea tienes, Kari? —le preguntó Sora, sentada al frente de la castaña, junto a Tai.

—Estaba pensando que ya que estamos todos reunidos podríamos hacernos un regalo especial antes de abrir los obsequios. Cada uno podría compartir un secreto con los demás, ¿qué les parece?

Un largo silencio se produjo luego de su propuesta. Algunos como Iori, Ken y Yamato parecieron más incómodos ante la idea. Otros como Tai y Sora intercambiaron miradas de conformidad. Otros simplemente parecieron indiferentes.

Hikari miró a Koushiro esperando su consentimiento y éste asintió inclinando levemente la cabeza, tan leve que nadie más lo noto.

—A mí me suena fantástico —fue Tai quien rompió el silencio.

—Y a mí —secundó Sora.

—Es cierto, será divertido —comentó Davis.

—¿Y los demás qué dicen? —preguntó Kari.

—Supongo que está bien —fue la escueta respuesta de Yamato.

—Pues…si todos quieren, no tiene sentido que me niegue —comentó Joe, rascándose el cuello nerviosamente.

—Acepto —se limitó a contestar Ken.

—Y yo —dijo Izzy.

—Yo también —concluyó Iori.

—Entonces iré por lápiz y papel, voy a escribir los números del uno al diez y cada uno sacará un papel que les indicará en qué lugar tendrán que revelar su secreto.

Fue hasta la cocina y sacó los materiales del segundo cajón del mueble, disponiéndose a escribir sobre éste. Lo que había dicho era cierto, salvo por dos detalles.

Escribió diez papeles, eso sí, pero dos de ellos tenían el número nueve. Uno sería para Izzy y el otro para ella, porque ese era un secreto que compartían, debían decirlo juntos.

Lo segundo… tenía que encontrar una manera de que ellos sacaran esos papeles sin que nadie sospechara que estaba arreglado.


—¿Qué hacemos aquí?, ¿este es tu departamento? Creo que nunca había entrado —comentó Mimi siguiendo a Takeru a través de la habitación hasta la cocina.

Habían ido al digimundo para poder transportarse desde allí a la residencia Takaishi. Su madre no estaría, así que tenían el camino libre.

—Así es —fue todo lo que contestó mientras rebuscaba en los cajones de un viejo mueble junto a la cocinilla.

—¿Qué es lo que buscas?

—Ya lo verás… —replicó sin abandonar su tarea.

Mimi se limitó a observar a su alrededor. Parecía un lugar muy confortable a diferencia del departamento de Yamato donde sólo había estado una vez. Seguramente era porque el mayor vivía con su padre y los hombres son muy despreocupados, no había ni un solo adorno o planta, nada que lo hiciera lucir un poco más vivo. En cambio T.k. vivía con su madre y aunque la señora Takaishi no parecía la clásica mamá de película americana y pasaba más tiempo trabajando que siendo dueña de casa, era una mujer al fin y al cabo. Se notaba en los colores de las paredes y la elección de los muebles.

"Bonito" —terminó por definir en su mente.

—Listo —Takeru la sobresaltó—. Pensé que ya que no somos unos niños y no podemos escribirle una carta a Papa Noel, podemos pedir deseos por navidad al Dios de la navidad o quién sea.

Mimi se rió por su extraña ocurrencia.

—¿El Dios de la navidad? No creo que exista tal cosa.

—Bueno, podemos pretender que sí, ¿no? Todo se trata de creer. Será como en Omisoka con algunas modificaciones.

—¿Cómo en Omisoka? —preguntó parpadeando confusa—, pero no es nochevieja.

—¿Puedes dejar de destacar lo obvio? —replicó rodando los ojos, divertido.

—¿Y de dónde piensas sacar los globos? Porque sólo los venden para esa época.

—Dije que habría algunas modificaciones —explicó lentamente, como quien le habla a un niño pequeño—. Tengo unos globos que quedaron de mi cumpleaños que podrían servir.

Mimi pareció un poco más convencida que antes.

—Tomaremos papel y lápiz, escribiremos nuestros deseos navideños y los pondremos adentro antes de inflarlos y dejar que se vayan, ¿qué te parece?

Entre un pestañear y el otro, finalmente pareció comprenderlo todo. Ella había dicho que quería hacer algo Japonés y él simplemente intentaba complacerla. No podía decir que no le agradaba, era egocéntrica por naturaleza y no le apenaba reconocerlo. Ser egocéntrico no tiene que porqué ser malo. Sonrió.

—Suena divertido. ¿Tienes globos rosados?

Ella y sus manías de hacerlo todo con su propio estilo.

Takeru entreabrió los labios, confundido por un segundo.

—Lo siento, sólo amarillos —comentó apenado.

Podía ser caprichosa, pero no iba ser una malagradecida.

—Amarillos están perfectos —dijo precipitadamente, tomando las manos de Takeru entre las suyas, olvidándose por un segundo del recato Japonés. Nunca había sido muy recatada de todos modos.

Takeru bajó la mirada y la fijó sobre sus manos entrelazadas. Cuando la levantó hacia la chica, Mimi parecía extrañamente avergonzada, sus mejillas teñidas de un delicado rosa.

—Lo lamento —susurró soltándose bruscamente.

—No tienes que disculparte —le aclaró T.k. sintiendo como sus mejillas también se coloreaban. Se encaminó hacia la puerta para ocultarlo—. Será mejor que nos vayamos.

Salieron del departamento y abandonaron el edifico uno al lado del otro. Caminaron en silencio acompañados únicamente por el susurro de la noche. Luces tintineando por doquier. Risas y conversaciones animadas que se escuchaban a medias detrás de las puertas cerradas de los hogares. Una suave brisa colándose bajo sus ropas.

Takeru no tardó en notar que Mimi se refregaba las manos cada pocos segundos y se abrazaba a sí misma intentando protegerse del frío. Había comenzado a nevar hace pocas horas y ellos no tuvieron la precaución de abrigarse antes de salir. Por suerte él llevaba una chaqueta.

Mimi se sobresaltó con el peso de la chaqueta del chico sobre sus hombros. Lo miró sorprendida.

—No tienes que…

—Claro que sí. No sería un caballero si dejara que pasaras frío pudiendo evitarlo —replicó decidido—. Además, esta fue mi idea.

—P-Pues, gracias —susurró cogiendo los extremos de la chaqueta para juntarlos sobre su pecho.

Caminaron hasta un parque que quedaba a pocas cuadras y se sentaron sobre una banca, procurando limpiar la nieve amontonada para no mojarse.

—Uno para ti y uno para mí —dijo Takeru extendiéndole un papel y un lápiz.

Ambos se dedicaron a escribir en silencio durante algunos minutos.


—¡Vamos, Joe! Es tu turno —lo apremió Taichi—. No seas aburrido.

Sora le dio un disimulado codazo al castaño antes de hablar.

—Anímate superior Joe —le sonrió alentadoramente—. Todos hemos contado un secreto, somos amigos, no es tan terrible.

Hasta ese momento Taichi había contado sobre cómo le robó dinero una vez a su padre para comprarse un videojuego; Sora confesó haberse escapado de casa una noche después de discutir con su madre causando que se preocupara mucho por ella; Yamato contó a regañadientes de la vez en que aceptó concertar una cita con una chica para obtener entradas a un concierto de su banda favorita —algo que no volvería a hacer, pero de lo cual Tai difícilmente lo dejaría olvidarse—. Por su parte, Ken admitió haberse emborrachado una vez con unos compañeros de clase y Davis, ya un poco borracho, no lo pensó dos veces antes de soltar imprudentemente que en una ocasión se probó el sujetador de su hermana Jun sólo por saber cómo se sentía, avergonzándose frente a sus amigos y especialmente ante Kari.

Finalmente Iori, justo antes de Joe, reconoció apenado que mojó la cama hasta los siete años. Ya sólo restaban tres.

—Bien, bien… —bufó Joe alzando ambas manos como si se diese por vencido—. Yo… —se mordió los labios hasta dejarlos blancos por completo y acto seguido botó todo el aire que aparentemente estuvo conteniendo hasta ese momento—. Hice trampa en un examen.

—¿Bromeas? —Taichi y Yamato se inclinaron hacia él con los ojos abiertos de par en par mientras los demás le observaban sorprendidos.

Joe negó con la cabeza frunciendo los labios y apartando la mirada apenado.

Sora le hizo una seña a sus amigos, advirtiéndoles que no lo molestaran.

—¿Superior Joe? —preguntó con cautela.

—Fue el año pasado, en el último examen de preparatoria —soltó las palabras en medio de un suspiro y dirigió la mirada hacia la ventana, estuvo así varios segundos sin pestañear; sus hombros totalmente erguidos, las piernas cruzadas y los brazos descansando sobre ellas intentando parecer relajados sin conseguirlo, sus dedos en las rodillas emulaban las garras de un gato enterrándose en éstas—. Estaba muy ansioso por entrar a la universidad y sabía que un diez o un nueve harían la diferencia, necesitaba mantener mi promedio o todo el esfuerzo de los últimos años no habría valido de nada.

»No confiaba en mi capacidad para hacerlo, así que creí que un pequeño atajo no estaría mal por una vez. Era por una buena causa, pero ahora no estoy tan seguro. Cada noche me duermo pensando en que puedo haberle quitado el puesto a un chico honesto que tal vez se merecía una plaza en medicina más que yo.«

El silencio que siguió a sus palabras se prolongó por mucho tiempo aunque ninguno estuviera particularmente interesado en llevar la cuenta. Se miraron unos a otros, incómodos y sin saber qué decir. Joe seguía mirado algún punto inexacto detrás de la ventana, algo en su expresión sugería que se sentía demasiado avergonzado para enfrentar los ojos de sus amigos. Todos sabían que no intentaba excusarse con ellos, sino consigo mismo.

—Eso es una tontería —replicó Yamato, rompiendo el silencio abruptamente.

Todas las miradas se dirigieron hacia él, algunas llenas de reproche como la de Sora, otras más bien sorprendidas como la de Tai. Entre los dos, el rubio no era el que generalmente "metía la pata", el castaño creía tener ese puesto más que asegurado.

La expresión que Joe le dedicó, en cambio, fue indescifrable para la mayoría, pero el rubio no pareció inmutarse en lo absoluto por el cuestionamiento que dilucidaba en los ojos de sus amigos.

—Tú te merecías ingresar a esa universidad, más que ninguno de tus compañeros te lo merecías, Joe, y no quiero oírte decir lo contrario —replicó toscamente, no era la clase de consuelo que tal vez le habría ofrecido Sora o Mimi, él simplemente estaba constatando una verdad irrefutable—. No lo estaría diciendo si no lo creyera de verdad. Con o sin trampa habrías quedado de todos modos.

—Es verdad Joe-senpai —la voz de Iori se alzó sólo ligeramente sobre el silencio—. Desde que lo conozco lo he visto esforzarse por sus estudios. Es la persona más inteligente que he conocido y no tengo duda de que será un gran médico.

—De verdad lo aprecio chicos, pero…

—Pero nada —zanjó Tai—. Sabes que Yamato tiene razón y que todos estamos de acuerdo con él. Haber hecho trampa una vez no te convierte en un criminal ni nada por el estilo, sólo te sentías un poco desesperado, no puedes culparte por eso.

—Lo que Tai y Matt quieren decir —secundó Sora, pronunciando sus palabras con suavidad, con aquel tono de una madre que interpreta a sus hijos, la clase de niños tan desmedidamente sinceros que no tienen la capacidad de anticipar las consecuencias de su honestidad —. Es que ninguno duda que hayas ganado tu lugar justamente. Haber copiado una vez no convierte en mentira lo que siempre has sido, un gran estudiante, el mejor de todos. Todos cometemos errores, pero somos tus amigos y no vamos a juzgarte por ello. La idea de la amistad es que al compartir nuestros secretos y miedos la carga se haga más liviana.

—Sólo quiero agregar que tal vez Yama y yo te molestemos un poco con esto en un futuro no muy lejano, pero eso no quiere decir que lo que dijo Sora no sea verdad, porque sí que es verdad, cada una de sus palabras —añadió Tai, su sonrisa mitad burlona-mitad alentadora bailando en sus labios.

—Gracias, chicos —musitó Joe.

—Bueno —la voz de Hikari se deslizó por el aire rompiendo con cuidado el bonito momento que acababan de vivir—. Creo que Koushiro-san y yo somos los últimos —dijo sujetando entre dos dedos el pequeño papel en el cual podía verse claramente el número nueve.

Koushiro se levantó, y rodeando a sus amigos llegó al lado de la chica, exponiendo un papel idéntico al que ella sostenía, intentando ocultar en vano el temblor de sus manos.

—¿Los dos tienen el nueve? ¡Esto estaba arreglado! —reclamó Daisuke.

Ken lo mandó a callar con un golpe en las costillas.

—Silencio, Davis. No es momento para eso.

El castaño menor pareció dispuesto a replicar, pero la voz de Sora se adelantó.

—Seguro debe haber un buen motivo para esto, ¿verdad?

—Sí, de hecho lo hay —contestó Hikari, levantándose para estar a la altura del pelirrojo, o todo a la altura que podía estar dado que el chico le sacaba unos pocos centímetros —. El motivo por el que Koushiro-san y yo tenemos el mismo número es porque el secreto que vamos a contaros es de ambos, nos implica a ambos.

El ceño de Taichi se frunció perceptiblemente haciendo que Sora y Yamato —cada uno a un lado distinto de él— se tensaran. Tenían un mal presentimiento.

—¿De qué hablan? —preguntó verdaderamente perdido—. No entiendo de qué va todo esto.

—Lo entenderás, hermano —sonrió Hikari.

Yamato, acostumbrado al optimismo pacífico de Hikari, pacífico al compararlo con el de Mimi que era más efusiva, notó que sus labios titubeaban al formar una media luna. Se puso de pie y los demás lo fueron imitando sin entender muy bien lo que estaba ocurriendo.

—Bueno… nosotros… queríamos que todos estuvieran aquí cuando dijéramos esto, pero se hace tarde y no sabemos donde están Takeru y Mimi, así que… diez de doce no parece un mal número —comentó nerviosa.

La mano de Koushiro se balanceaba peligrosamente cerca de la suya y en ocasiones llegaba a rozarla, un roce tan rápido que ninguno de los dieciséis ojos que tenían encima alcanzó a captar.

—El asunto es que, Koushiro-san y yo… desde algunos meses nosotros…

—¿Ustedes qué, Hikari? —preguntó Taichi, apremiante.

La aludida miró al pelirrojo y ambos asintieron en silencio como si pudiesen comunicarse únicamente con la mirada.

—Hemos estado saliendo —soltaron a la vez.

El silencio que se sucedió a eso fue aún más profundo y espeso que el que siguió a la confesión de Joe.

Taichi se quedó quieto, tan quieto que por un segundo Hikari temió que hubiese dejado de respirar. Quiso acercarse y asegurarse de que estuviera bien, pero algo le impedía moverse, tenía los músculos agarrotados.

Más segundos de los que cualquiera hubiera podido contar sin aburrirse transcurrieron antes de que el castaño —la principal preocupación de todos— mostrara la primera señal de reacción, sus manos convirtiéndose en dos puños tan firmemente apretados que se le blanquearon los nudillos.

—¿Qué han dicho? Esto tiene que ser una broma… es eso, ¿verdad? Una broma de navidad —no parecía muy convencido de lo que decía a pesar de la firmeza con la que pronunció cada palabra, y es que de pronto todas las extrañas desapariciones de Hikari en el último tiempo tuvieron sentido, así como también los constantes desperfectos de su computadora.

—Hermano, sé que suena extraño y que…

—Silencio, Hikari —replicó sin mirarla—. No es de ti de quien espero una respuesta.

La manzana de adán de Koushiro perfectamente distinguible en su delgado cuello, bajó cuando él tragó saliva con demasiada fuerza.

—Tai, yo…

Pero ninguno de ellos llegó a saber lo que el pelirrojo quiso decir, porque antes de que alguien pudiera hacer algo, Taichi —tomando el titubeo de ambos como una confirmación— se abalanzó sobre él, propinándole un fuerte golpe en el ojo que lo desestabilizó.

Koushiro tropezó y cayó sobre el árbol de navidad. Todos se sobresaltaron, pero fue Yamato el único capaz de reaccionar, sujetando a su mejor amigo justo antes de que se lanzara contra él nuevamente.

—¡Déjame, Matt!, ¡voy a partirle la cara y entonces se la reconstruiré para partírsela de nuevo! —gritó agitándose entre los brazos del rubio.

Matt lo sobrepasaba sólo por pocos centímetros, pero en cosa de fuerza estaban bastante igualados, así que estaba teniendo dificultades para retenerlo. Los demás sólo atinaban a mirar —algunos más asombrados que otros— la inusitada escena.

Tai siguió revolviéndose entre los brazos de su amigo gritando improperios mientras los últimos adornos en caer del árbol tintineaban en el suelo, cuando las luces del departamento comenzaron a pestañear hasta apagarse definitivamente.

Eso pareció calmar por fin al castaño, mientras Joe se acercaba a Izzy para ayudarlo a levantarse junto a Hikari.

Las luces del variopinto arbolito fueron las últimas en extinguirse, sumiendo al grupo en una profunda oscuridad que apenas les permitía distinguir donde estaban los otros por el brillo de sus ojos.


—¿Lista? —preguntó Takeru, diez minutos después, cerrando el lápiz que había estado usando y mirando interrogante a Mimi.

—No, espera. Sólo un minuto más —contestó ésta, sin levantar la vista del papel.

El chico intentó mirar por sobre su hombro, pero ella puso una mano encima para ocultarle lo que estaba escribiendo y dirigiéndole una dura mirada al más puro estilo ice-princess, porque ella estaba segura de que sería una princesa en cualquier parte del mundo, incluso en el polo norte entre pingüinos.

—No mires, si lo haces no se cumplirán los deseos.

—¿En serio tienes tantos? —preguntó conteniendo una risa de diversión para no ofenderla, pues sabía lo susceptible que era cuando creía que se estaban burlando de ella, era una de las tantas cosas que aprendió en su estadía en Nueva York.

—Claro —replicó alzando el mentón con orgullo.

Tenía una nariz respingona que combinaba muy bien con su personalidad soberbia y ese andar distinguido que la caracterizaba, o al menos eso solía pensar T.k.

—Son muchas botas, abrigos y joyas. No puedo costearlo todo sola —dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

El chico rodó los ojos. Estaba habituado a su comportamiento superficial, pero no por eso dejaba de fastidiarlo, no porque le molestara que fuera superficial, sino porque tiempo atrás había comprobado por sí solo que aunque el gusto por la estética era algo innato en la chica, ella solía exagerarlo casi como un mecanismo de defensa, era parte de una fachada para mantener a todo el mundo a raya, incluso a sus amigos aparentemente, y eso le disgustaba, porque no podía hacer nada.

—Claro, botas, abrigos y joyas, el sueño de tu vida —ironizó.

Mimi captó perfectamente el tono en su voz, pero no le dio importancia. Cerró el lápiz y se lo devolvió en silencio para proceder a meter los papelitos en los globos y luego inflarlos.

—¿Y bien? —preguntó cuando tiempo después terminaron de inflarlos y atarles un pequeño cordel a cada uno—, ¿cómo haremos para que se eleven?

—El cordel debería ayudar, pero tal vez sería mejor si estuviéramos en altura. Un árbol podría servir.

—¿Un árbol?, ¿estás de broma? ¡No subiré a un árbol, no soy un chico!

—Pues entonces puedes hacerlo desde aquí —replicó alzando los hombros como si no fuera la gran cosa.

Tomó los tres globos que tenía y se dirigió al árbol más cercano, limpiando la nieve para no resbalar cuando intentara subir. Si llegaba lo suficientemente alto incluso podría hallar una rama firme para sentarse. No tardó en oír los pasos de Mimi a sus espaldas, ella sostenía con ayuda de sus dos manos los quince globos que había ocupado.

—Está bien, lo haré, pero tendrás que ayudarme.

Takeru se volvió a mirarla y le sonrió. Tenía la mandíbula apretada y no lo miraba a los ojos, sólo ella podía arreglárselas para lucir tan digna estando enojada.

—Vale. Sujeta los míos y te ayudo —le dijo.

Subió al árbol con poca dificultad y luego la ayudó a ella; primero recibió los globos y los ató en una rama y luego se inclinó para tomar sus manos e impulsarla.

Cuando ambos estuvieron cómodamente sentados, le sugirió que cada uno tomara un globo y lo soltaran a la vez.

—Entonces a la cuenta de tres… uno, dos…

—Espera —lo interrumpió, sujetándolo del brazo, causando que casi soltara la esfera de aire sin querer.

—¿Qué ocurre? —preguntó alzando las cejas.

—Tienes razón, yo… necesito contárselo a alguien. La verdad es que no pedí botas, abrigos ni nada de eso que dije.

—¿Ah, no? —trató de sonar sorprendido, pero una pizca de burla se coló en su tono de voz.

—Ya —replicó cabreada—. Lo sabes, no me importa.

—No, no lo sé Mimi —dijo con cierta dureza—, porque tú no quieres decírmelo y eso está bien. Somos amigos, pero si no confías en mí…

—¡No se trata de que no confíe en ti! —chilló un poco más fuerte de lo normal—. Estoy tratando de decírtelo y tú sólo te burlas.

—¡No me estoy burlando!

—Eso parecía, lo siento —susurró.

—Bueno, tal vez sí me estaba burlando un poco, pero no fue a posta… no quería ofenderte, también lo siento.

Mimi asintió en silencio y luego dibujó una nerviosa sonrisa en sus labios.

—La verdad sólo escribí un deseo.

—¿Un deseo? Pero si…

—Hablo de que puse el mismo deseo en todos los globos, sólo por si acaso —susurró moviendo casi imperceptiblemente los hombros.

Fue Takeru quien asintió esta vez, comprendiendo.

—¿Y me quieres decir cuál es ese deseo?

Mimi deslizó los dedos arriba y abajo por el cordel del globo.

—Sólo… —la voz le salió casi quebrada así que tuvo que callar para volver a reunir aire y valor.

—Tenemos toda la noche. No es necesario que me lo digas ahora —comentó T.k., tratando de animarla.

—No. Ya te dije que tienes razón, necesito decírselo a alguien o creo que explotaré.

—Quizás el problema sea que prefieres decírselo a alguien más. Koushiro tal vez —sugirió inocentemente, aunque en el fondo no pudiera evitar sentir un poco de celos por el pelirrojo, tal vez si hubiese estado en el departamento en ese momento habría entendido que no tenía sentido sentirse así respecto a él.

—No. Tú también eres mi amigo —aclaró Mimi.

—No tanto como él.

—El cariño por los amigos no se cuantifica, todos son importantes para mí.

—Perdón, pero tal vez creí que después de un año sin hablarme no estabas realmente interesada en seguir siendo mi amiga —replicó amargamente.

—Dijiste que lo que había pasado en Nueva York debía quedarse allá, pensé que lo decías en serio, ¿estabas mintiendo? —preguntó un tanto dolida.

—No, no lo estaba, o al menos mi intención fue sincera. A lo mejor no estoy listo para dejarlo ir.

—Lo siento, ¿vale? Siento no haber llamado, pero las cosas no fueron tan fáciles para mí como te quise hacer creer.

—¿No fueron fáciles?, ¿y cómo crees que fueron para mí? —el dolor y la rabia entremezclándose en su tono de voz, sus ojos azules mirándola sin titubear y los de ella correspondiendo esa mirada.

—Sé que tampoco lo fueron —admitió bajando la cabeza—. Es que te quería mucho, todavía te quiero y… no quería arriesgar nuestra amistad.

—Tiene mucho sentido que para no hacerlo dejaras de hablarme —contestó, mordaz.

—Sólo necesitaba tiempo para poner en orden mi ideas y…mis sentimientos.

—¿Y qué dices ahora?, ¿ya está todo en orden o aún necesitas tiempo?

—Todo en orden —susurró con poca convicción, Takeru prefirió pasarlo por alto.

—Bien —suspiró—. No te traje aquí para discutir acerca de eso, más bien quería que te olvidaras de tus problemas, así que… si de verdad quieres decirme…

—Mis padres se separan —soltó de sopetón, dejándolo con la frase a la mitad.

La observó de reojo. Había dejado de jugar con el hilo del globo y estaba cabizbaja con las manos a cada lado, sosteniéndose casi son demasiada fuerza de la rama.

No supo qué decir. Lo primero que vino a su cabeza —tal vez porque era un instinto natural— fueron las palabras lo siento, pero se las tragó. Él no quería que le dijeran eso cuando las personas se enteraban de que sus padres se separaron cuando era sólo un niño, y aunque las circunstancias eran muy diferentes porque Mimi tenía dieciséis, le pareció que tampoco era lo que esperaba oír. Conociéndole, y habiendo pasado por lo mismo muchos años atrás, sabía que lo peor que podía hacer era demostrarle lastima. Eso no arreglaría nada.

—Así que… ¿eso fue lo que pusiste en los globos?, ¿pediste que tus padres desistan de esa idea?

—Algo así —susurró, acompañando su respuesta con un asentimiento de cabeza.

—Lo siento —las palabras salieron de su boca por un motivo muy distinto a la intención que tuvo inicialmente—. Tal vez crees que porque pasé por algo así, sé qué decir en una situación como ésta, pero la verdad yo no…

—Te equivocas —lo interrumpió—. No te lo conté porque hayas pasado por lo mismo y crea que puedas aconsejarme. Te lo conté porque eres mi amigo, tan importante como Koushiro o cualquier otro.

Takeru asintió en silencio, preguntándose cómo podía sentirse feliz y decepcionado a la vez, ¿cómo podían dos emociones tan contradictorias explotar al mismo tiempo en su pecho? No tenía sentido. Por un lado se alegraba de que siguiera considerándolo su amigo, pero por el otro la amistad parecía un premio de consuelo, un trago amargo en lugar del dulce que anhelaba probar.

—Deberíamos soltar los globos ahora —le sugirió con calma, esperando que ella entendiera que era una forma simbólica de dejar ir aquello que la atormentaba. No supo si lo hizo, pero al menos estuvo de acuerdo y lo hicieron al mismo tiempo, viendo cómo desde su perspectiva los globos parecían ser dos manchas en la luna, aunque realmente estuvieran tan lejos de aquel satélite que teñía las calles de plata.

—¿Es por lo que quisiste venir a Japón? —preguntó un tiempo después, no queriendo abrumarla—. Quiero decir…viniste escapando de Nueva York, ¿no? Como lo que dijiste antes, pero no sólo huías de la navidad.

—Así es. La verdad tomaron la decisión hace unos dos meses más o menos, pero no creo que hubiera soportado cenar con ellos, mirarlos y ver que el brillo que veía antes en sus ojos se ha ido. Mamá ni siquiera quiso hacer el árbol de navidad este año y…de algún modo me parece que si me hubiera quedado, habría sido sólo para confirmar que se acabó, que no van a retractarse.

—No tiene que ser tan malo, ¿sabes? No quiero sonar insensible, porque sé que tus amigos de allá te lo habrán dicho y sonará odioso, pero…no es el fin del mundo. Puede que las cosas cambien para mejor. Lo único que yo lamento de la separación de mis padres es haber tenido que separarme de mi hermano, pero por lo demás… creo que estuvo bien, es decir, en ese momento era un niño y echaba de menos a papá, sin embargo, cuando crecí me di cuenta de que había sido lo mejor… me di cuenta de que tal vez si hubieran seguido juntos, incluso puede que hubiese sido menos unido a Matt, tal vez habríamos acabado abanderándonos por uno y eso nos habría llevado a enemistarnos para siempre, lo cual habría lamentado para el resto de mi vida.

Mimi guardó silencio analizando cada una de sus palabras hasta el punto de querer memorizarlas, guardarlas para sí y poder sacarlas cada vez que quisiera sólo para sentir esa calma que desprendía el chico al hablar sobre algo que seguramente en su tiempo debió ser muy doloroso. ¿Sería igual para ella?, ¿en algún momento dejaría de doler ver a las dos personas que más quería en el mundo separadas? Esperaba que sí, Takeru le ofrecía esa esperanza.

—Cuando me fui a Nueva York, estaba tan emocionada… —comentó de pronto, recordando en voz alta sin darse cuenta—. No puedo negar que una parte de mí estaba muy triste por dejarlos, ustedes habían sido muy importantes para mí y no quería abandonarlos, pero…por otra parte parecía un sueño. Me sentía como la protagonista de una de esas películas en las que la chica se va de su país en busca de la fama… creí que podría hacerme cantante o algo por el estilo y recorrería las tiendas todas las noches, tendría una vida perfecta…una familia perfecta, amigos perfectos… Estados Unidos es la clase de país que te hace sentir así, ¿sabes?

—Creo que no experimenté esa clase de emoción cuando fui, me mareé mucho en el avión y luego llovió casi la mitad del mes, no sé si recuerdas —bromeó—. Pero sé de lo que hablas. Me hacías experimentar lo mismo cada vez que me llevabas de paseo por la gran ciudad diciendo lo maravilloso que era esto y aquello, o que tenía que probar eso y también lo otro. No necesitabas decirme lo genial que era todo, porque brotaba de tus poros. Siempre estabas radiante como una flor a pleno sol, recibiendo cada rayo como un regalo muy especial.

Mimi se sintió sonrojar, aunque no supo muy bien porqué. Había algo en sus palabras que la hacía estremecer, tal vez era su tono de voz, más cercano al de un hombre que al de un chico de su edad, o quizás era simplemente la profundidad de sus pensamientos, haciéndolo ver más maduro que ella misma.

Sin darse cuenta retrocedió en el tiempo hasta un año atrás y pudo ver en su cabeza todos los momentos que pasaron juntos por las calles de Nueva York como si se tratara de una película, una simple película. Pero ésta se detuvo en cuanto recordó la última noche antes de que Takeru regresara a Japón. Habían salido junto a unos amigos suyos, ambos bebieron —incluso ella que le hacía asco al licor—, porque su despedida lo ameritaba, o algo así había dicho. Todavía no sabía si ese fue el único motivo o tan sólo el detonante que la llevó a besarlo bajo las estrellas, justo afuera del local. Recordaba tan bien todo que era como si ahora misma estuviera sucediendo. Fue justo en ese momento cuando descubrió que quería volver a besarlo.

—¿Estás bien? —preguntó el Takeru de la actualidad, haciéndola regresar a la realidad.

—¿Qué? Perdón…no estaba escuchando.

—Te pregunté si estabas bien, tal vez estás pasado mucho frío porque te has puesto roja.

—Oh, no, no, nada de eso —se excusó llevándose las manos torpemente hacia la cara para cubrirse la zona de las mejillas y la nariz—. Estoy bien. Tu chaqueta mantiene bien la temperatura —comentó frotándose ambos brazos nerviosamente.

—Me alegro —le sonrió.

Ella se obligó a apartar la mirada. No podía estarle pasando eso, no ahora.

—¿Te parece si dejamos ir los demás globos y bajamos de aquí? Sé que dijiste que estás bien, pero no quiero arriesgarte demás.

—Me parece perfecto.


—Bueno, esto ayudará para que no se inflame. Sólo presiónalo bien contra tu ojo, ¿de acuerdo? —dijo Joe, ofreciéndole a Izzy una compresa de hielo que había tenido la precaución de sacar de la nevera antes de ésta se derritiera.

Al parecer, cuando Koushiro cayó sobre el árbol de navidad, las luces se dañaron provocando un cortocircuito que dejó sin luz todo el departamento. Afortunadamente cuando salieron descubrieron que había luz en el pasillo y en el resto de los departamentos, lo que indicaba que eran los únicos sin electricidad en todo el edificio.

Dado que no encontraron velas ni linternas para alumbrar, terminaron por decidir quedarse sentados en los escalones bajo la tenue luz de una sola ampolleta, ya que la otra se había fundido sólo unos minutos después de que se quedaran afuera.

—Genial. Es lo que faltaba —había dicho Davis, tan falto de tacto como siempre, haciéndose el desentendido ante las miradas de Miyako e Iori que estaban llenas de reproche.

Taichi, Yamato y Sora estaban sentados en la escalera que subía, mientras que el resto del grupo se había acomodado en la escalera que bajaba. Ninguno había dicho nada desde el incidente, la decisión de quedarse ahí fue prácticamente tácita y el reloj marcaba ya casi la medianoche, era bastante obvio que la espléndida navidad que habían planeado estaba arruinada.