¡Hola, a todos!

Heme aquí con mi primer longfic...¡Tengo miedo!

La verdad, es una trama que venía rondando por mi mente desde hace mucho tiempo y tenía ganas de desarrollar. Sé que la pareja principal es...inusual, pero espero que les llegue a convencer como pasó conmigo.

Sin más, les dejo el prólogo y, bueno, veremos qué pasa.

Disclaimer: Los personajes dentro del universo de Harry Potter no me pertenecen, son de J.K., tan sólo los tomo prestados.

Gracias por leer.

PRÓLOGO: LA CHICA CON OJOS AVELLANA.

Eran aproximadamente las 12 de la noche.

La acera estaba mojada y fría debido a las recientes lluvias en el suburbio de Brixton; el aire, gélido, instaba a quedarte en la comodidad de tu hogar mientras así lo permitieran las obligaciones diarias.

Pero, para ella, esas obligaciones eran las mismas que estaban a punto de orillarla a un final seguro.

Sus pisadas sonaban con un sonido hueco en medio de las calles solitarias. Su nariz, ya roja debido al frío que azotaba Londres, era lo único que asomaba de su rostro junto con unos hermosos ojos color avellanas. Herencia de su padre.

La mochila colgaba de sus delicados hombros, cargando libros que posiblemente, en conjunto, pesaban más que ella.

Caminaba de prisa, a pesar del cansancio que la invadía tras haber estado todo el día en la universidad. Anhelaba llegar a casa, sentarse en el viejo sofá y esperar a que su madre le calentara la cena de ese día. Siempre esperaba su llegada para poder irse a la cama.

Faltaba poco. Sólo una calle más. Nunca le había gustado llegar tan tarde a casa; Brixton no se caracterizaba por ser el barrio más seguro de Londres, pero, el vivir allí toda una vida te hacía casi inmune a cualquier acto de criminalidad. Las pandillas la conocían, muchos de ellos habían sido sus compañeros en la escuela. En algún punto, tal vez, acordaron una tregua silenciosa.

Sólo una calle.

Y entonces lo notó. Notó un silencio anormal. Ese silencio que te provoca escalofríos en la espalda y que te advierte que algo está mal. Se detuvo un momento, sintiendo miles de miradas sobre ella, a pesar de saber que estaba sola.

Su casa estaba tan sólo a unos 5 metros; alcanzaba a ver la luz de la cocina encendida.

Sintió unas irrefutables ganas de echar a correr, se sentía acorralada y era estúpido, ya que, tras haber volteado a mirar a todos lados, se dio cuenta que estaba sola.

Sola.

Dio un paso, a punto de dar otro para echar a correr directo a su casa, pero no pudo. Sin entender realmente de donde, una fuerza extraña la empujo directo hacía una pared de ladrillo que se encontraba a un metro de ella. Cayó de bruces contra el piso, llevándose un buen golpe en la muñeca.

Aturdida, se sentó rápidamente, lo que le provocó un ligero mareo.

Miró hacía todos lados, tratando de encontrar a sus agresores, sin éxito, respirando agitadamente.

Entonces lo escuchó. Una risa llena de burla y odio que le provocó un miedo profundo.

Se levantó, quitándose la mochila de los hombros ya que adjudicaban un peso muerto sobre ella.

Echó a correr con dirección a su casa, sin mirar atrás, sin parar, sin respirar.

Ya casi, sólo unos pasos. Sólo sube las escaleras, el pórtico, sin mirar atrás.

Al entrar, cierra la puerta tras de sí y respira desesperada, tratando de recobrar el aire perdido desde que aquella fuerza invisible la atacó, siente su garganta arder. La luz de la cocina está encendida, y todo lo demás está en penumbras.

Cuando recupera el aire, decide ir a despertar a sus padres. Enciende las luces del recibidor.

Despertar, ¿eh?

¿Dónde está su madre, si siempre la espera sentada en el sillón con la televisión encendida?

Y se da cuenta. Se da cuenta del silencio. Es el mismo que la sorprendió en la acera.

Camina con pasos temblorosos y sube las escaleras. Todo parece estar en orden, los marcos que adornan las paredes mientras sube están en su lugar. Llega al primer nivel, puede ver la puerta de la recamara de sus padres abierta, las luces están encendidas y se escucha el sonido de la televisión encendida.

-¿Mamá?-llama, con voz temblorosa pero sin recibir respuesta.- ¿Pa…papá?

Sigue caminando, y cuando entra siente como todo el mundo le cae encima.

La imagen que percibe, espectral, hace que sin aviso previo rueden lágrimas por sus mejillas y un grito se queda ahogado en su garganta.

Y lo escucha de nuevo. Una risa que se torna lúgubre, que la aturde y que la saca de su estado de shock. Sus instintos de supervivencia la llaman y corre escaleras abajo. Se detiene en el último escalón.

En la sala de estar, justo frente a ella, se encuentran 5 personas, vestidas con capas y extrañas máscaras ocultando sus rostros.

Se aferra al barandal de la escalera, como esperando no desmayarse en cualquier momento, sintiendo cómo sus piernas comienzan a temblar.

- ¿Qui…quienes…?-su voz tiembla, al igual que su cuerpo. Está aterrada. Debe huir, debe encontrar la manera.

Una de las personas se acerca, quitándose la máscara y mostrando su rostro. Los demás hacen lo mismo, acercándose a la escalera y rodeándola.

Los ojos color avellana de la chica se abren descomunalmente al darse cuenta de que conoce a dos de sus atacantes. Da media vuelta sin pensarlo para buscar el teléfono que está en su recamara.

Ella es atleta, pertenece al equipo de atletismo de la universidad. Corre bastante rápido. Tal vez pueda llamar al 911 y encerrarse en su recamara, tal vez puede salir por la ventana y correr con los vecinos, tal vez…

Pero apenas da media vuelta cuando lo escucha, y siente. Siente un dolor lacerándole por todo el cuerpo, desde el interior.

- ¡Crucio!-una voz femenina pronuncia y entonces la chica cae sobre las escaleras dando gritos de dolor.

- ¡Crucio!-grita alguien más. El dolor es insoportable.

El tiempo se detiene, y lo único que ella puede percibir es el dolor. Un dolor que nace en las entrañas y se extiende por todo su cuerpo. Poco a poco siente cómo se debilita, cómo sus gritos se hacen débiles y comienza a percibir todo el ambiente como algo irreal, hasta que el dolor la hacen volver en sí.

- ¡Sectumsempra!-la chica con ojos avellana, tirada en el suelo semi-inconciente, percibe cómo su cuerpo empieza a sangrar, se abre, se llena de heridas sin comprender que pasa.

Grita, desesperada, de dolor, de miedo, de impotencia.

Cuando ya no le quedan fuerzas y sus ojos parecen estar a punto de cerrarse, lo ve. Ese rostro conocido se pone delante de ella, mirándola, casi con lastima.

Apunta hacia ella con un objeto de madera largo y delicado. Y entonces ríe.

- ¡Avada Kedavra!-una luz verde cegante es lo último que ve antes de perder la conciencia, para siempre.


¡Y bien!

Ese fue el pequeño prólogo de la historia. Me costó un poco decidir cómo inducirlos a esta trama, pero espero no haberme equivocado al comenzar con este asesinato. Ya verán, más cosas están por venir.

¡Gracias por leer!

Vivi les agradece. ¡Nos estamos leyendo!