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La musa, el padre y el ingenuo
Este fic es un reto para el foro Proyecto 1-8 propuesto por la chica de las ideas atrevidas: Hikari Blossom. Este primer capítulo es introductorio y puede que no se parezca mucho al reto que me has propuesto, pero ya verás cómo se desenvuelve todo y que al final cumplo con las condiciones jiji
Advertencia para el que lee: No es takimi ni mishiro, esto es un takimishiro.
Disclaimer: Digimon no es mio
Capítulo 1
Veintitrés años de silencio
Dicen que todos los días a eso de las siete de la tarde, en el preciso momento que la coloración del cielo pasa del azul al naranjo atardecer, el escritor y su maletín rondan cerca de la estatua de Hachiko esperando la llegada de la musa. Esa, cuentan los barrios bohemios, que nadie conoce y tal vez ni exista, pero que ha inspirado toda o gran parte de la obra del artista.
El escritor se llama Takeru y está solo hace mucho tiempo. Varias son las afortunadas que han pasado por su cama, ninguna se ha quedado a desayunar. Son una mera distracción y lo saben muy bien, puesto que elige a quienes se encuentran en su misma situación. Y con cada gemido que escapa de esas noches de consuelo, la señorita de ocasión toma momentáneamente el rostro de la musa con la que sueña escapar en el tren de las ocho y diez.
Compra un boleto a la misma cajera y un café al vagabundo de la esquina. Espera paciente que aparezca, confía en que algún día lo hará. Y no pierde las esperanzas, es la única virtud que posee.
En sus libros la describe como blanca nívea traslúcida alma sincera honesta apasionada luz salvavidas y destrucción. Así, sin comas ni puntos, la gramática no puede con la naturaleza indómita de la única mujer que lo salvó y desgarró en profundidad.
La que cambió su vida para bien y para mal. Y eso, si se hace el balance, era muy bueno.
Ella existe, pero ha decidido convertirla en un ser artificial, así es más fácil creer que se trata de un sueño, en ellos no tiene por qué aceptar que la musa jamás aparecerá. Es por ello que el balance siempre es bueno.
Dan las ocho diez y el tren salió sin él. Suspira resignado, tal vez sea lo mejor: tiene un hijo que no entendería aquella decisión, y un agente a quien aunque odia, no desea infartar. Entonces dicen que el escritor se va de copas con sus colegas poetas a ese antro de mala muerte lleno de polvo y telarañas. Despierta al día siguiente con alguien cuyo rostro no recuerda haber visto antes, siempre más vacío y desorientado que la última vez.
Va a su trabajo, pelea con su agente, discute con la secretaria, escribe, almuerza, sigue escribiendo y vuelve a discutir. Cae en cuenta que vive en una rutina, así que vuelve a hacer el maletín y espera a la musa en la estación.
Así todos los días.
O al menos eso era lo que Mimi tenía entendido. Las biografías de Takeru solían contener más ficción que cualquier otra cosa. Eran pura poesía andante.
Marcó con un pedazo de servilleta la página donde iba y fue a la contraportada en la que se exhibía el rostro de Takeru. O tío Takeru como le llamaba ahora que tenía hijo.
¿Veinte años habían pasado ya? Veintitrés le informaba el subconsciente, era imposible no llevar la cuenta.
Examinó la foto con detenimiento "al menos no soy la única con arrugas" pensó con nostalgia. Se abrazó al libro, reclinó el asiento del avión y se bajó los audífonos para dejar la mente vagar en los recuerdos de cuando ella y Takeru eran críos y corrían por los pastizales del digimundo.
Las memorias infantiles no duraron mucho y mutaron a aquellos momentos que sólo quedaron entre ellos. La risa pícara la delataba. Al igual que Takeru, vivía de sus sueños, y en estos era quien mejor le conocía. Sólo allí es que podía fantasear ser esa musa de la que tanto hablaban en sus biografías.
―Dime que soy yo esa musa ―se le escapó justo antes de quedarse dormida. Le gustaba pensar que era amada por otro. Intentaba no olvidar lo que producía saberse importante para alguien que no compartiese su sangre, pero cada vez se hacía más difícil.
Dificil y doloroso, Mimi era de esa gente que se equivoca con facilidad, y recordar era aceptar que había fallado.
Esas cosas el ego no las puede aceptar.
El joven Tachikawa, la versión joven y masculina de Mimi, aguardaba a su madre en el aeropuerto de Tokio. Aún con esos nuevos problemas a la vista que se había negado rotundamente a tratar, divisó a su hijo entre la muchedumbre, vistiendo aquel ridículo gorro que ella misma le había tejido, y sostenía un cartel que, siguiendo la tradición fílmica, debía de llevar su nombre escrito.
―Me voy a estudiar a Japón ―le había informado hace cuatro años.
No se trataba de un permiso, lo caprichoso también lo heredó de ella. En su momento no entendió por qué esa obsesión con Japón, tal vez nunca se había sentido neoyorkino del todo, jamás podría saberlo, no se lo contaban todo.
―Tokio no es como New York ―era su mejor argumento, pero no podía explicarle más―. Te asfixiarás, recuerda el asma ―pero los Tachikawa no entienden razonamientos lógicos.
―Escríbeme ¿quieres? ―pidió él―. Vendré para las navidades.
Lo hizo. Ahora le correspondía a Mimi ir de visita.
Arrastró su maletín rosado con la sonrisa más dulce de su repertorio. Pero la sonrisa fue decayendo poco a poco, la maleta golpeó el suelo y los tacones dejaron de reverberar. El sonido sordo de la multitud iba en incremento, de pronto todo se hizo negro.
Hijos… de pequeño le preguntaba en los momentos más inesperados quién era su padre, esperando tomarla por sorpresa.
―¿No te basta conmigo? ―respondía algo ofendida pero luego le preparaba un bizcocho para no sentirse culpable por descargar sus frustraciones con él.
Un día dejó de preguntar, creyó que se había rendido, ahora entendía que había estado investigando por su propia cuenta, porque en el cartel que él sujetaba salía el nombre de Mimi antecedido por el apellido que pudo haberle correspondido.
Tal vez eso explicaba la insistencia de estudiar en Japón.
*.*
―Lo descubrió ―agitó su té con la cucharita ―algo dijo sobre una electroforesis en gel de no sé qué amiga. Ni siquiera yo lo sabía… claramente la inteligencia no lo sacó de mí.
Sora cerró la puerta de la cocina tras de sí.
―¿Cómo que no lo sabías?
El momento de las explicaciones finalmente había llegado. Mimi dejó la cucharita a un lado y se mordió el labio como hacía cuando pequeña cada vez que tenía que confesar sus travesuras.
Siempre había sido bastante traviesa.
―Hay algo que no te he contado, Sora. Pero ya que te he dicho una parte, no tiene sentido ocultarte la otra. Antes de empezar, prometo que quise decírtelo, pero la vergüenza y el temor a ser juzgada me confundieron y terminé huyendo del país. Ya sabes lo impulsiva que soy, no pensé en las opciones, y de haber sido valiente las cosas habrían sido diferentes.
Su rostro reflejado en el vidrio revelaba las lágrimas que por tanto tiempo reprimió.
Sora tomó asiento a su lado y le agarró las manos.
―Todos cometemos errores. Son parte de la vida, nos hacen ver las cosas desde otra perspectiva y nos permiten mejorar.
Mimi asintió y cerró los ojos con fuerzas para impedir derramar más lágrimas
―Lo sé, Koushiro solía decírmelo.
Decir ese nombre en voz alta fue más duro de lo que creyó. Lo había visto recientemente en televisión recibiendo un galardón de alguna autoridad de renombre por sus contribuciones a lo que sea que se dedicaba. No lo sabía con precisión, apostaba que involucraba computadores y bases de datos, ese Koushiro siempre hablaba de bases de datos…
Ese día no notó ni sus arrugas (que tenía sobre todo en la línea de los ojos) ni el lunar de canas que le había salido en la coronilla, sólo se fijó en la argolla de matrimonio que brillaba en su delgada mano de programador.
A él le había ido bien, tal vez, no había tomado una mala decisión después de todo.
Sora le tendió un pañuelo, Mimi ya no quiso postergar más su relato.
―Creíste que regresé a New York por aquella infame entrevista sobre mí, esa que me hizo Takeru. Yo sé que le quitaste la palabra, pero a él tampoco debes juzgarlo. Nos equivocamos sobre él, resulta que Koushiro es más sabio de lo que imaginé y había una explicación detrás de todo, y no me refiero sólo a la entrevista, sino también sobre lo que pasó con Hikari.
»Supongo que ese es el punto de partida, cuando Hikari dejó a Takeru, yo salía con Koushiro y Takeru era periodista. Es una historia diferente y te pido que seas abierta de mente… y si después de escucharme sigues creyendo que los errores nos permiten mejorar, entonces valoraría mucho tu consejo.
Era la hora de desclasificar el motivo de veintitrés años de silencio.
*.*
NOTAS DE LA AUTORA
Holas! Bueno, primero que todo, espero que te haya gustado, Hikari Blossom. Sé que empezó algo lento… se trata sólo de una introducción. No planea ser una historia muy larga si es que me ciño a mi idea original (esa que escribí en una servilleta :D), y espero que no me odies y que me tengas paciencia.
Ya lo había advertido, no es ni Takimi ni Mishiro, es un Takimishiro… es en realidad una historia bastante sencilla y liviana, aunque no lo parezca. Lo advierto desde ya para que después no tengamos malentendidos.
Nos leemos. Adieu!
- Japiera Clarividencia
Pd. Espero que no tenga errores! Lo leí varias veces, pero la cabeza como que la tengo cocinada... así que avísenme las fallas plis, que yo siempre he sido una atolondrada.
Pd2. Errores detectados corregidos.
