Hola, soy Lunn (o LunnVic), la autora de esta historia. Bien, sólo vengo a decir que hay más "historia" que Laven, aunque el Laven es el centro de todo. Sólo tiene dos capítulos, los cuales ya están escritos. Mucha tragedia, mucho amor.

Y, claro, MUCHOS spoilers de la serie, así que si no la has completado, no lo leas. Es un GRAN consejo.

Espero que os guste, me ha costado lo mío ^^

Dijiste.

Abro los ojos.

Siento arder cada una de mis heridas, la piel bajo la ruda tela del uniforme se raspa contra él y se abre aún más. La enorme cicatriz de mi pecho me tira, me llama, me grita, reclama un poco de atención. No puedo enfocar la vista. Sólo veo oscuridad, y algunos puntos dorados aquí y allá.

Allen. Yo soy Allen. Nadie más que Allen.

Nadie más que Allen ocupa este cuerpo rasgado y deforme. Toso, y algo llena mi boca. Cierro los ojos, cansado de esperar a la luz, y saboreo aquel líquido.

Sonrío un poco, ¿qué es aquello? Sabe dulce, y es espeso. Es sublime, supremo. Nunca había probado nada como aquello. Me recorrió un escalofrío de placer cuando pasé mi lengua por mis dientes y labios, descubriendo más de aquella sustancia.

La luz tiñó de escarlata la piel de mis párpados, y volví a abrir los ojos, aún fascinado por aquel extraño sabor. Escupí, quería verlo.

El líquido se esparció por el suelo blanco como una blasfemia. Mis pupilas se estrecharon a la velocidad de la luz, y me quedé pálido.

Sangre.

Líquida y coagulada sangre. Negra y carmesí. Dulce y amarga. Pecado y redención, para unos u otros. Ahora su aroma placentero se volvía hierro, el cual desgarraba mis pulmones vacíos de aire.

Miré a mi alrededor.

Grité.

El olor me embotaba los sentidos, pero la vista se había vuelto extrañamente clara. El suelo de blancas baldosas reflejaba de forma impactante telas negras, adornos de raso rojo… cadenas doradas.

A mi alrededor sólo había cuerpos. Cadáveres. El aire se negaba a entrar en mis pulmones, mi corazón se negaba a latir. Y el Noah dentro de mí reía a carcajadas, deleitándose en el shock de ver a todos mis amigos de nuevo… pero, esta vez, muertos.

-Lenalee… –mi voz se quebró, incrédula. Sus ojos seguían abiertos, sin enfocar. La inmensidad violeta de sus irises se hallaba triste, apagada. Salía sangre ya reseca de un oído, y su cintura parecía extrañamente girada… como si alguien se hubiese encargado de partirla.

-No… –gemí-. No, no…

Acaricié su aún corto cabello. No reaccionó. Yo tampoco.

Como si mi vida estuviese tan extinta como la de ellos, me deslicé por la habitación, reconociendo rostros, reconociendo ropajes teñidos de rojo.

Kanda.

Su rostro trasmitía tranquilidad. Mugen se hallaba sobre su pecho, atravesando directamente su corazón. ¿Cuánto habría sufrido? Al final, Kanda sí podía morir. Y allí estaba, tendido a mis pies, más tranquilo e indefenso que nunca. No había más manchas de sangre que las de su pecho, y supe que él había deseado una muerte como aquella, digna.

Bookman. Jhonny. Komui. Marie. Krory. Reever. Tiedoll. Kloud… ninguno de ellos había podido conmigo. El decimocuarto se sentía orgulloso. Yo quería vomitar. El olor a sangre y muerte era demasiado intenso. El impoluto piano también había sido infectado por el rojo líquido, y la escena parecía extrañamente irreal. La vida seguía. El Sol de una preciosa mañana iluminaba con saña la escena, recreando sombras.

¿Qué clase de monstruo…?

Entonces, lo vi.

Las primeras lágrimas tras el shock cayeron al verlo, al comprender que no iban a volver jamás. Que yo les había desviado de su tiempo. Era el Destructor del Tiempo. Del tiempo de vida de otras personas ajenas a mí. Me odiaba, me daba asco.

Él se encogía sobre sí mismo. Unos pergaminos tintados en su propia sangre se extendían ante él, y éste escribía con toda la velocidad que sus dedos rotos le permitían. Tosió. Un hilillo negro hizo grotescamente puenting desde sus labios hasta el suelo.

Me acerqué unos pasos, y él alzó la vista hacia mí.

La única pupila que podía ver en su rostro se estrechó en la inmensidad esmeralda de sus ojos. Pánico. Miedo. Terror. Desesperanza. Eso mostraba aquel verde difuso.

-¿Lavi…?

Sollozó, envolviéndose aún más en sí mismo. Nunca lo había visto llorar.

Avancé hacia él. Hizo amago de moverse, de apartarse de mí, pero no lo consiguió. Sus gemidos sordos de dolor resonaban por la habitación.

-No… –musitó-. Con esa cara no, Noah. Con ese rostro no…

Me arrodillé a su lado. Seguía escribiendo incansablemente con su inseparable pluma, pero las palabras eran incoherentes, sin ningún sentido.

-Lavi –lo llamé.

-Bookman –me cortó-. He de informar. Informar. Contarlo todo.

Alargué una mano hacia su hombro, sintiendo un enorme vacío por dentro. Lavi no parecía estar en sus cabales. Sentía que el Noah dentro de mí me daba toda la entereza que le proporcionaba su personalidad sádica. Eso me ayudaba a concentrarme en Lavi. En no pensar en los cadáveres aún cálidos que nos rodeaban.

Siguió sollozando, temblando.

-¿Allen…?

Asentí, aunque él seguía con la mirada fija en sus pergaminos.

-Yo… soy yo, Lav…

Alzó la vista hacia mí. Su rostro estaba amoratado y lleno de cortes. Apestaba a sangre y sudor.

-No fueron capaces de matarte… eras Allen. Nuestro pequeño Allen –su voz de quebró en un gemido de dolor, y lo sostuve-. Todo le mundo estaba dispuesto a dejarse matar mientras no sufrieses daño alguno. ¡Incluso los generales…!

Me miraba. Algo se contraía dentro de mí, como si una garra helada estuviese apretando mi corazón.

-¿Por qué sigues teniendo los ojos dorados?

Pestañeé, y él volvió a sollozar, bajó la cabeza.

-Si vas a matarme, decimocuarto…

-Lavi, no…

-… no me hagas mirarte. No quiero ver a Allen matarme. Con ese rostro no, por favor. Por favor.

Se agarró a mi ropa, y le dejé llorar.

-No voy a matarte. Lo siento…

No sabía… no podía decir otra cosa. Ambos, el Decimocuarto y yo, éramos una sola cosa. Él no había podido ceder ante mi impulso por la vida, y yo no había querido dejar paso en mi interior a un Noah. Al final, había acabado siendo dos almas en un mismo cuerpo, turnándose rato sí y rato no a ser cada uno quien era. Cuando yo aceptase ser un Noah, entonces él se fundiría en mi mente, y no aparecería más. Porque seríamos lo mismo. La misma sustancia dorada replegada sobre un cerebro humano. El Arma Oscura de Dios.

Lavi se pegó a mí, y descubrí un enorme corte que atravesaba todo su costado. Manchaba mis manos su herida, era profunda. Las toses, los escupitajos con sangre… pulmones quebrados.

-No voy a dejarte morir, Lavi. Después, te dejaré matarme, si es lo que quieres. Pero no vas a ser tú quien pierda la vida aquí.

Bufó, y se estremeció contra mi cuerpo.

-No podría matarte, enano. Prefiero morir yo.

Se desligó de mí y me miró, serio.

-Mi vida se va a acabar aquí –se encogió de hombros con esfuerzo-. Supongo que estoy de tu parte. Soy un Bookman, debo permanecer en el lado de la historia que continúa…

Alzó la mano y limpió las lágrimas que manchaban mi rostro. Frunció el ceño.

-No llores. Al fin y al cabo, eres un Noah. Tienes toda la Eternidad para olvidarte de nosotros. La Eternidad no se va a olvidar de ti, sin embargo.

Tomé fuerzas y lo recosté contra mi pecho. Sujeté su cabeza con mi antebrazo, sin dejar de mirarlo.

-¿Por qué no me mataste, Decimocuarto?

El decimocuarto se removió en mi cabeza, provocando una marea de sentimientos: mis sentimientos, no los suyos. El Noah había llegado hasta el final del asunto. Había desenterrado todo lo que había en mi alma, y lo había leído a su antojo. Hasta los más ocultos secretos.

-Creo que quería que me despidiese de ti –susurré.

Él tosió, con una sonrisa amarga en sus labios.

-Qué amable de su parte –ironizó.

Pronto, su respiración comenzó a ser más sosegada, y su piel más fría. Él mismo lo notó, me miró.

-Mi corazón se está parando –comentó, como quien habla del clima.

-No…

Su mano seguía apoyada en mi rostro, y yo deslizaba mis dedos entre su cabello rojizo, acariciándolo. Una y otra vez. Una y otra vez. Aspiró aire profundamente y su rostro se llenó de dolor, pero siguió mirándome sin decir nada.

-Te diría "cuida de…" pero supongo que no dejaste a nadie, ¿eh, diez más cuatro?

Siempre fue el único que aceptó que éramos tres en esta relación.

-Bueno, sí…– señaló algo sobre nosotros-. Cuida de Timcanpy. Ella te quiere mucho.

Me descontrolé, y comencé a llorar violentamente. Él me tomó entre sus brazos.

-Shhh… –me acalló, arrullándome. Se acercaba el final. Lo sentía en sus latidos, en sus pulmones rasgados, en su voz.

Lo miré al único iris que podía ver. Me entró el impulso de ver sus ojos a la par, antes de su muerte. Él adivinó mis intenciones, y guió mi muñeca hacia su rostro. Completé el trayecto, y deshice el nudo del fino hilo que ocultaba su ojo derecho.

Verde y blanco.

Así eran sus ojos. La pupila azul contrastaba vivamente contra su vecina izquierda. Era ciego de aquel iris oculto. Sus rasgos parecían por fin completos.

-Qué… guapo… eres, Lavi –se me ocurrió decir. Sabía que buscaba una mejor palabra que esa, algo más sutil. Algo que definiera mejor lo que sentía por aquel joven.

-Allen… –me llamó-. Tus ojos son grises.

Asentí. Incluso el decimocuarto nos había dejado completamente a solas. Sólo él y yo, cada uno en nuestra mente. O en nuestra única mente, compartida a lo largo de los años.

Me miró directamente a los ojos, y de sus labios brotaron sus últimas palabras:

-Strike…

Rozó mis labios con la punta de sus yemas, antes de que su brazo cayese pesadamente sobre su torso. Cerró sus ojos. Se apretó un poco más contra mí. Sonrió tenuemente.

Y dejé de oírle respirar.

Me estremecí, y gemí. Algo faltaba en mi interior. Su ausencia se había marchado para no volver, partiéndome en dos. Yo lo había matado. Lo había matado. Lo había matado. Había matado a la persona a la que amaba. Y Lavi lo había tomado por la muerte más maravillosa del mundo. "Del tipo de muerte… en que la mitad de tu alma te asesina. Morir asesinado por la persona que se ama es sublime, ¿no crees?", había dicho.

Una muerte digna. Grité, mi grito sofocado contra su pecho.

-Allen Walker –oí una voz tras de mí.

Me giré, apretando a Lavi hasta casi creer que atravesaría mi piel.

Tiky me miraba fríamente, apoyado en el marco de la puerta. No se movió, sólo me miraba con esos hipnotizantes ojos dorados.

-Está muerto, Allen –me dijo, como si hablase con alguien corto de entendederas-. Ahora sólo te queda tu familia. Vuelve, decimocuarto.

Volví a mirar el rostro sin vida de Lavi. Lo deposité en el suelo con sumo cuidado. Acaricié su rostro. Entonces, me levanté y avancé hacia el otro Noah.

Tiky me abrazó. Lo sentí de verdad como si fuese mi hermano, y me agarré a él como a una tabla salvadora en medio de un océano furioso.

-Vámonos, Tiky –dije-. Destruyamos este mundo. Ya no me queda nada aquí.

Él asintió.