¡Hola de nuevo!
Aquí vengo con una historia que lleva un tiempo rondándome la cabeza. La tenía más o menos escrita, pero al final he cambiado bastantes cosas y he añadido otras muchas.
Tenía la intención de que fuese un oneshoot, pero si queréis saber más puedo hacer un epílogo. Todo depende de vosotros/as. Hacédmelo saber con un review.
Muchos besos y espero que os guste.
Pabel Moonlight.
Habían pasado ya seis años desde que acabó la Gran Guerra del mundo mágico. Y como cada año, en Hogwarts se celebraba una conmemoración. Se reunían todos aquellos que lucharon por lo que creían, lloraban a los seres queridos que no corrieron tanta suerte como ellos y después intercambiaban palabras de ánimo. Ese acto era conocido como El Día de los Caídos.
Como cada año, Hermione Granger acudió con la Orden del Fénix –o los que quedaban de ellos- al Colegio de Magia y Hechicería que la vio crecer. Pero cada aniversario era diferente. Todo había cambiado mucho durante esos seis años. La castaña miraba a su alrededor y veía felicidad. Pero, ¿y ella? ¿Era feliz?
Harry se había visto libre por fin y había comenzado oficialmente su relación con Ginny. Estaban casados y la pelirroja tenía un avanzadísimo embarazo. Vivían en Godric's Hollow, en la parcela en la que una vez vivieron Lily y James Potter. A pesar de la fortuna de Harry, la pareja vivía modestamente, intentando pasar desapercibidos; pues el moreno consideraba que ya había llamado bastante la atención durante sus años en Hogwarts. Pero había veces en las que resultaba imposible escapar de una fama que fue adquirida casi al nacer.
Luna y Rolf habían empezado su vida de pareja en un pueblecito de Irlanda, puesto que la rubia de ojos saltones afirmaba que ése era el lugar donde los seres mágicos más extraños –y en los que sólo ella creía- vivían en grandes cantidades. Rolf había accedido, haciendo así una muestra del gran amor que sentía por ella. No estaban casados de forma convencional. De hecho, todo aquel que no conociese a Luna Lovegood habría calificado la boda como no válida. Pero al marido de la rubia no le importó cómo iba a ser el ritual. Lo único que quiso fue unirse a esa mujer especial para toda su vida. Y fruto de su amor nacieron dos rubios gemelos: Lorcan y Lysander.
George estaba casado con Angelina. Ambos vivían en una casita al lado de La Madriguera. Tras la muerte de su hermano gemelo, al joven Weasley se le había caído el mundo encima. Si su ahora mujer no hubiese estado constantemente a su lado, empujándole a ver el lado bueno de las cosas y subiéndole el ánimo, habría acabado reuniéndose con su hermano por pura pena. Y es que, perder a la persona con la que has compartido el útero materno es una de las mayores desgracias de la vida. Sortilegios Weasley mejoraba cada día. Poco a poco, el joven pelirrojo fue recuperando el sentido del humor que siempre había tenido, haciendo que la tienda de bromas que fundó con su querido hermano se convirtiese en la más famosa del mundo mágico; haciéndole, de esta forma, un pequeño gran homenaje.
Bill y Fleur vivían modestamente en El Refugio. Tenían tres pequeñuelos revoloteando por la casa: Victorie, Dominique y Louis. Ambos eran la viva imagen de su madre: rubios, de ojos azules y con un aire francés. Pero había algo que habían heredado de los Weasley que no podía ser obviado: la personalidad. Dominique podía ser más calmada, pero también era una de las niñas más testarudas que se habían conocido. Y Louis… él parecía el hijo de George en vez de Bill. La única que parecía no tener un ápice Weasley en sus venas era Victorie, pero eso la hacía aún más especial si cabía.
Percy –por raro que pareciese- también había encontrado el amor. Su nombre era Audrey. Se trataba de una morena egocéntrica y estirada. A decir verdad, era perfecta para él. Se conocieron en el Ministerio, ella era su secretaria. Lo que al principio eran reuniones o clasificación de papeles acabó convirtiéndose en un romance. Pero tal y como eran ellos, lo que tenían no podía catalogarse de romance. Ambos se comían con la mirada, pero de una forma discreta y para nada carnal. Pasaron los años y Percy la llevó a una comida de Navidad, presentándola como una gran amiga. Y unos meses después, le propuso matrimonio. Y fue entonces cuando se dieron su primer beso. Cuando sus hermanos se enteraron, lo mínimo que le llamaron fue pardillo; en especial George y Ron.
Charlie Weasley seguía en Rumanía, entregándose a su amor incondicional. Y es que él no se consideraba un lobo solitario como muchos decían. No, él estaba enamorado de los dragones. Ellos eran su prioridad. Tenía sus encuentros con mujeres, pero no pasaban de un par de días de intercambio de fluidos. Si había algo de lo que estaba seguro era que no podría atarse a una mujer a no ser que compartiese ese amor incondicional que él sentía por los dragones.
Los señores Weasley estaban muy mayores ya, pero aún tenían fuerzas para seguir sacando adelante sus vidas. Siempre encontraban tiempo para todo. Arthur seguía trabajando en el Ministerio, y Molly se dedicaba a preparar comida en grandes cantidades porque sabía que de vez en cuando sus hijos se pasaban por la casa y saqueaban la nevera. Ella no se quejaba. De hecho, lo hacía encantada. La verdad era que se sentía muy sola en casa. Estaba acostumbrada a tener un escuadrón de pelirrojos revoloteando por la casa, y ahora no había nadie más que ella y su marido. Por eso, cuando la anciana Andrómeda Tonks murió, fueron los Weasley los que acogieron a Teddy Lupin, tratándole como si fuera un hijo más. Ellos entregaron todo el amor que tenían –que parecía no tener fin-, y él lo recibía de buen gusto, dándoles el mejor regalo del mundo: ver crecer a un niño con los rasgos de su padre y la forma de ser de su madre.
En cuanto a ella y a Ron… sí, se habían besado en la Cámara de los Secretos durante la Batalla en Hogwarts. Después de eso siguieron juntos. Al principio todo estaba lleno de romance, de deseo, de cariño, de amor. En cada aniversario de la Batalla –que era también el de su relación- se escapaban un momento a la Cámara de los Secretos donde Harry luchó contra el Basilisco, donde Hermione destruyó la Copa de Hufflepuff, donde las serpientes de piedra fueron testigos de su primer beso.
Pero Hermione sabía que ese año Ron no tendría el detalle de cogerla de la mano mientras todos se dirigían al Gran Comedor. Sabía que no tiraría de ella, riendo y corriendo, haciendo reír a la castaña también. Ese año, Ron no hablaría en parsel ni repetiría la frase de la primera vez; ese "Harry habla en sueños. ¿No te habías dado cuenta?". Y ella no le respondería como lo hizo seis años atrás. Y él tampoco la besaría como lo hizo la primera vez. Ese ritual suyo había llegado a su fin; y ella lo sabía.
Cuando acabó la Guerra, Ron y Hermione vivieron su amor como lo hacen todas las parejas. Al principio todo es bonito. Descubres a la otra persona. El pelirrojo y la castaña se conocían de toda la vida, pero durante los primeros años llegaron a conocerse a la perfección, como si fueran una misma persona.
Pero de repente, un día todo cambió. Poco a poco, Ron dejó de coger a Hermione por la cintura mientras ella cocinaba. Dejó de susurrarle palabras al oído. Dejó de aparecer en su trabajo con un ramo de flores. Dejó de llevarla a comer a sitios románticos. Dejó de planear viajes de enamorados. Dejó de besarla como si su vida dependiese de ello. Dejó de hacerle el amor como si ella fuese la única mujer con la que quería pasar su vida.
Y ahí estaba el problema. De la noche a la mañana, Ron empezó a desarrollar una faceta que Hermione no conocía. Empezó a discutir siempre con ella. Empezó a llegar tarde a cenar. Empezó a pasar noches fuera de casa. Empezó a llegar borracho a altas horas de la noche. Empezó a oler a perfumes de mujer que no eran el de Hermione.
Y Hermione cometió el error de pensar que eso era sólo una mala racha. Cometió el error de dejarlo pasar, pensando que todo volvería a la normalidad. Cometió el error de no pensar en sí misma. Cometió el error de dejar de ser feliz. Cometió el error de vivir en los recuerdos del pasado. Un pasado que se le hacía muy lejano.
Todo eso había cambiado a Hermione. Ya no tenía esa permanente sonrisa en su rostro. Ya no hacía comentarios ingeniosos. Ya no reía. Ya no disfrutaba con sus amigos. Ya no salía de casa. Ya no se relacionaba con casi nadie. Porque se había metido en un círculo de tristeza infinita.
Llevaba así más de un año. Un año que se le hizo interminable. Ella siempre había sido una mujer fuerte, una bruja brillante. Pero hacía mucho que no se sentía así.
Y ese año, como todos los anteriores, se encontraba en los jardines de Hogwarts, rodeada de amigos y antiguos compañeros de colegio, profesores, aurores, trabajadores del Ministerio, personas que habían luchado con ella por lo que creían que era justo.
Y fue en ese momento, mientras la directora McGonagall hablaba, cuando tomó una decisión. Iba a poner fin a su relación con Ron. Iba a cortar de cuajo lo que la había sumido en la tristeza.
El problema radicaba en que era muy fácil pensarlo, pero demasiado difícil llevarlo a cabo. Ya lo había intentado en un par de ocasiones; pero entonces, Ron la miraba como lo hacía cuando estaba enamorado, le pedía perdón y rogaba por otra oportunidad, alegando que ella era la única razón de su existencia. Y Hermione siempre le acababa perdonando.
Pero ella había llegado a su límite. Estaba rodeada de gente que se quería y se profesaba amor eterno. Ella no era egoísta, pero quería que la quisieran. Necesitaba que la quisieran.
Una vez hubo acabado la conmemoración, todos se dirigieron al Gran Comedor. Pero en contra a lo que Hermione se esperaba, el pelirrojo la cogió de la mano y echó a correr por los distintos pasillos y escaleras hasta llegar a los baños de Myrtle La Llorona. La primera reacción de Hermione fue el asombro, pero luego se emocionó.
Y así, mientras bajaban por el tobogán hacia la Cámara de los Secretos, ella se dijo que, por fin, Ron volvía a ser el de siempre. Porque la estaba guiando por los diferentes corredores hasta que llegaron a la puerta redonda con serpientes en relieve. Porque tenía su mano entrelazada con la de ella. Porque tenía una radiante sonrisa en el rostro. Porque de vez en cuando le daba algún beso inesperado.
Y, como todos los años, se situaron al final del corredor rodeado de serpientes, a bastantes metros de la charca donde reposaba la estatua de Salazar Slytherin, acompañado de los restos del basilisco.
Y, como la primera vez, Ron pasó las manos por la cintura de Hermione, y ella rodeó el cuello de él con las suyas.
Y, como hacía seis años, sus labios se juntaron y se dieron el beso del comienzo de su historia.
Pero no era lo mismo.
Hermione no sentía ni la mitad de cosas que debería sentir con ese beso. No sentía a un ejército de mariposas revoloteando por su estómago. No se le había erizado el vello de la nuca. No le temblaban las manos y las piernas. No podía tener la mente en blanco.
Y lo más impactante de todo: su parte racional no la había abandonado a su suerte.
Y eso, ¿por qué ocurría? Tal vez ella había dejado de estar enamorada del pelirrojo. Tal vez se había forzado a sí misma a vivir en el presente y no en los recuerdos de lo que fue su relación. Tal vez se había dado cuenta de que en realidad, nunca le quiso como ella pensaba que le quería. Tal vez jamás llegó a estar enamorada de verdad de Ronald Weasley. Tal vez él fue su amor de la adolescencia, un capricho como otro cualquiera. Le costó conseguirlo. Lo tuvo y disfrutó de ello. Pero cuando él dejó de profesarle su amor, cuando dejó de tratarla como a una musa, ella se dio cuenta de la realidad. Tal vez no estaba tan dolida por el hecho de que él no la tratase como antes; sino porque se sentía molesta consigo misma por haber perdido seis años de su vida con el pelirrojo.
Un momento. ¿Había pensado eso? ¿En serio? ¿Acababa de resumir su relación con Ronald Weasley como "seis años perdidos"? No sabía qué le estaba pasando. Ella nunca había sido así. Tal vez no fue Ron el primero en cambiar. Tal vez fue ella la primera en desencantarse con la situación. Y por mera inercia, el joven Weasley hizo lo mismo; eso sí, llevándolo a un extremo superior.
Cuando el beso acabó, ambos se miraron a los ojos. Hermione no sabía cómo reaccionar, no sabía qué cara poner. Ron parecía leerle los pensamientos, porque un brillo de tristeza se instaló en sus azules ojos y en su rostro se dibujó una triste sonrisa.
-Por lo que veo, no soy el único que lo ha notado, ¿no? –Hermione negó con la cabeza levemente, alejándose un par de pasos del chico, sin dejar de mirarle, sin conseguir poner sus ideas en orden, sin saber qué era lo que estaba ocurriendo.- Mira, Hermione, hemos estado juntos seis años. He llegado a la conclusión de que lo que tuvimos fue un amor adolescente. Fue bonito mientras duró, eso no puedo negártelo. Pero fue un amor que creció a medida que nos íbamos conociendo. Yo pensaba que era amor de verdad, pero ahora me doy cuenta de que fue un amor de hermanos. Luego llegó la Guerra, la destrucción de los Horrocruxes y la Batalla Final.
Hermione asintió levemente sin saber qué hacer o qué decir. Inconscientemente, sus ojos empezaron a empañarse. Se sentía una imbécil por llorar delante de Ron. Le miró conteniendo las lágrimas. Ahí estaba él, delante de ella, mirándola, sonriendo. Pero ya no era la sonrisa que siempre le había dedicado. Era una sonrisa fría y ella lo sabía.
-Ya no tiene sentido que sigamos aquí, ¿no? –preguntó él. Ella negó, mostrando así su acuerdo con lo que él decía. - En ese caso es mejor que volvamos a la fiesta.
Ella volvió a asentir y juntos abandonaron el lugar que vio nacer y morir su amor.
XXX
Estaba sentada en una silla, mirando a ninguna parte en concreto. Sentía que ya nada tenía sentido, que todo lo que había creído siempre se había venido abajo, que ya no entendía nada.
Miraba a sus amigos pasándolo bien, bailando, riendo, bebiendo, hablando. Pero ella no tenía ganas de nada.
Inconscientemente se fijó en el pelirrojo. Ex novio. Qué raro sonaba eso. Pero así eran las cosas, ya no había vuelta atrás.
Él estaba apoyado en la mesa de las bebidas, con una copa de Whisky de Fuego en la mano y hablando con Parkinson.
Hermione pudo ver el brillo de la determinación en los ojos de él, y la sonrisa fácil en la boca de ella. Estaba claro lo que iba a pasar. Ron no iba a guardarle luto ni un par de horas.
Esta vez no se sintió capaz de contener las lágrimas que amenazaban con salir, así que se levantó y salió corriendo del Gran Comedor.
No dejó de correr hasta que llegó a la orilla del Lago Negro. No sabía por qué había ido ahí. Hogwarts tenía miles de sitios mejores para estar tranquila y desahogarse, pero ella había elegido ese sitio. Siempre había sido su sitio favorito.
Se descalzó y se arremangó el vestido, sentándose sobre la hierba y apoyándose en el tronco de un viejo roble. Se abrazó las piernas y enterró su rostro entre sus brazos. Ahora ya podía llorar tranquila.
No supo cuánto tiempo estuvo así. Tampoco le importó. Lo único que quería hacer era dejar salir todas y cada una de las lágrimas que había dentro de ella, ya que pensaba que así parte del dolor se iría con ellas.
Pero no sabía lo equivocada que estaba. Necesitaba algo más. Pero no sabía qué era.
-El Pobretón no merece que llores por él, Granger.
No supo de dónde había salido él. Tampoco le hacía falta levantar la vista para saber quién era, pero lo hizo de todos modos.
-Lárgate, Malfoy. –cargó su mirada de todo el odio posible, intentando cohibir a Draco, pero sabía que jamás lo conseguiría.
-¿Eso es todo lo que sabes hacer? –el rubio se puso de cuclillas en el suelo, quedando a su altura- Vaya, Granger, yo pensaba que podías llegar a más. –Dijo con un deje de ironía y una sonrisa dibujada en el rostro.- Parece ser que ese imbécil te ha cambiado.
-¿Y a ti qué te importa eso? –ella le miró con incertidumbre, puesto que no entendía ese repentino comportamiento por parte de antiguo Slytherin.
-No lo sé. –Él se encogió de hombros.- Supongo que podemos dejarlo en que hay muchas cosas que han cambiado.
-¿A qué te refieres? –ella le miró con curiosidad.
-Pues a eso, Granger. –él se sentó en el suelo enfrente de ella, cosa que extrañó a la castaña puesto que, por lo que ella recordaba, Draco Malfoy siempre había sido un presumido y un engreído que consideraba que hacer ciertas cosas como sentarse en el suelo era de seres inferiores y que él, por su pureza de sangre y por la fama de su familia, era superior a todos ellos.- Que ya nada es lo que era antes. Y parece mentira que tú aún no te hayas dado cuenta. –Hermione abrió la boca para replicar, pero él le puso un dedo sobre los labios, impidiéndoselo.- Shh, no me interrumpas, déjame acabar. –Esperó unos segundos hasta que ella asintió, aún sin saber encajar las acciones del rubio, y retiró su mano del rostro de ella- Antes todo era mucho más complicado. Nada era blanco o negro. Todo estaba lleno de matices. Pero ahora… -sonrió mirándola- Ahora todo es muchísimo más sencillo. Ahora sí que es blanco o negro.
-¿Qué quieres decir con eso? –Hermione seguía sin entender. Draco sonrió de nuevo y la miró con… ¿ternura? Definitivamente, el mundo se estaba volviendo loco.
-Con esto quiero decir que tú eres blanco y él es negro.
Hermione frunció levemente el ceño sin saber bien qué decir. Esas palabras se habían grabado en su mente y no podía hacer nada para olvidarlas.
Ni siquiera se dio cuenta de que el rubio se había levantado con cuidado y se había ido de allí, con una sonrisa en los labios.
XXX
Seguía sin comprender qué había querido decir Malfoy con eso. Por más vueltas que le daba no conseguía descifrarlo.
Los jardines de Hogwarts estaban empezando a llenarse de gente. Ella no quería ver a nadie, quería estar sola. O eso creía.
Por eso recogió sus zapatos y, ocultándose entre las sombras como buenamente pudo, se dirigió al baño de los prefectos del quinto piso.
Nada más entrar, dejó caer sus zapatos sin importarle dónde podían caer y se dirigió al espejo. Estaba horrible. Todo el maquillaje estaba corrido. Tenía los ojos hinchados y rojos.
Sonrió levemente. ¿Quién le habría dicho hacía seis años que ella acabaría sufriendo así por él?
Sacó su varita del bolso y murmuró un sencillo hechizo para hacer que su rostro volviera a la normalidad.
Se volvió a mirar al espejo y sonrió satisfecha, pero entonces se dio cuenta de que había alguien más observándola.
-¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo? –Preguntó girándose y mirándole.
-Antes sí que te seguí, Granger. Pero técnicamente, ahora has sido tú la que me ha seguido a mí. Yo llevo aquí mucho rato. –Contestó él cruzándose de brazos y apoyándose en la pared.
-¿Y de qué te escondes? –Preguntó ella, sabiendo que había dado en el clavo. Él entrecerró los ojos antes de encogerse de hombros y sonreír. Hermione jamás le había visto sonreír tanto. Sí que había cambiado.
-De la falsa felicidad que acompaña a todo el mundo. –Contestó él como si fuera lo más normal del mundo.
-¿La falsa felicidad? –Ella frunció el ceño, sin saber a qué se refería él.
-Sí, Granger, la falsa felicidad. –Él se pasó una mano por su rubio pelo, desordenándolo.- Al acabar la Guerra, todo el mundo pensó que el mal había desaparecido, por lo que el bien y la felicidad reinarían en el mundo mágico.
-¿Y no estaban en lo cierto? –Inquirió ella.
-Por supuesto que no. La felicidad no consiste en eso. –Él pronunciaba con convicción cada palabra.
-¿Y en qué consiste? –Hermione estaba cada vez más asombrada.
-Eso no puedo explicártelo, Granger. La felicidad es algo abstracto. Eso algo subjetivo. Es diferente para cada persona. –Hizo una pausa, pensando qué decir- ¿Alguna vez has sentido un cosquilleo en el estómago al hacer algo que te guste de verdad? –Ella asintió- Eso es felicidad. La felicidad se encuentra en los pequeños detalles del día a día. –Ella entrecerró los ojos levemente. Él sabía que ese gesto suyo sólo significaba una cosa.- ¿Has sido feliz últimamente, Granger?
-Eso estaba intentando recordar –contestó ella. Bingo, lo sabía. Él sonrió. Después de todo, había cosas que no cambiaban.
-¿Y lo has recordado?
-No. –La respuesta de ella fue sencilla y sincera.
-Eso es porque no has sido feliz.
-¡Sí que lo he sido! –exclamó ella, poniéndose a la defensiva.
-¿Ah, sí? –Él sonrió y se acercó levemente- Dime, Granger, ¿has sentido esa sensación que te recorría durante nuestros años en Hogwarts cuando contestabas una pregunta bien a los profesores? ¿Esa sensación que sentías cuando entrabas en la biblioteca y te paseabas por las estanterías plagadas de libros? ¿Esa sensación al saber que estabas haciendo bien algo? ¿Esa sensación de sentirte compensada por tus actos? –Ella se quedó sin habla, pero aunque hubiese querido, no habría podido contestar, puesto que él seguía hablando mientras se acercaba a ella.- ¿Esa sensación que corrió por tus venas cuando el Señor Oscuro fue derrocado? –Por toda respuesta, Hermione permaneció en silencio.- No, ¿verdad? Entonces no has sido feliz.
-Hablas como si creyeras conocerme bien. –Dijo ella al fin, mirándole.
-Lo sé. –Contestó él con sinceridad; lo que ocasionó que ella frunciese el ceño.- Lo sé porque te conozco bien. –Se encogió de hombros sonriendo de lado.- ¿Qué quieres que te diga? En el fondo somos bastante parecidos.
Hermione le miró, incapaz de comprender la situación. ¿Desde cuándo Malfoy era un ser con sentimientos? ¿Desde cuándo era una persona que realmente podía sentir y percatarse de pequeños detalles como un cosquilleo en el estómago?
Y lo más importante de todo, ¿cómo era posible que ese rubio engreído que una vez había sido en la adolescencia se hubiese convertido en un hombre hecho y derecho capaz de hablar de sentimientos?
Hermione seguía sin encontrar respuesta a ninguna de sus preguntas, y mientras ella pensaba, Draco la miraba desde la poca distancia que les separaba, con una sonrisa ladeada dibujada en su rostro.
La castaña frunció levemente el ceño y llevó con suma lentitud su pequeña mano a la mejilla del chico. Necesitaba saber si eso que estaba viviendo era real o si se trataba de un sueño.
Las yemas de sus dedos chocaron contra la pálida y suave mejilla de él. Sí, era real.
El rubio continuaba mirándola de esa forma electrizante y penetrante. Ella se sentía desprotegida y vulnerable. Sentía que el antiguo Slytherin era capaz de leerla como un libro abierto.
Y ese pensamiento suyo no distaba demasiado de la realidad.
-Creo saber lo que estás pensando, Granger. –La voz de él la sacó de sus pensamientos.- No entiendes lo que te estoy diciendo. O mejor dicho, no entiendes cómo es posible que yo te esté diciendo estas cosas y que esté hablando de esta forma. ¿Me equivoco? –Ella negó despacio con la cabeza, aún con su mano pegada a la mejilla del rubio. Ese era otro detalle. Él no había hecho ningún ademán de apartarse de ella. Años atrás, el rubio habría puesto cara de asco y se habría alejado de ella como si quemase, como si pudiese contagiarle. Pero ahora seguía ahí parado, sonriéndole de esa forma que sólo él sabía y mirándola.- Y también estás extrañada porque yo no he puesto resistencia alguna a que me toques y aún no he cortado el contacto. ¿Cierto? –Ella asintió. Definitivamente, él tenía la capacidad de saber todo lo que ella pensaba.- Eso es porque, como ya te he dicho antes, todo ha cambiado. Y yo he sido el primero que ha sufrido ese cambio.
Poco a poco, Hermione empezó a volver en sí. Retiró despacio su mano de la mejilla del chico, pero sin cortar el contacto visual.
Draco amplió su sonrisa y Hermione vio, por primera vez, los hoyuelos que al rubio se le hacían en las mejillas cuando sonreía así.
Y con ello, la castaña también sonrió. Y por primera vez en mucho tiempo, esa sonrisa fue sincera.
Por primera vez en mucho tiempo, volvió a sentirse feliz.
¿Qué os ha parecido? Éste es el segundo oneshoot que hago y sinceramente, no sé qué pensaréis. A decir verdad, yo estoy bastante satisfecha con el resultado.
Quería mostrar a un Draco que no se suele ver por aquí. Un Draco adulto y maduro que comprende a la castaña mejor que nadie, porque, como bien dice él "en el fondo son bastante parecidos".
Espero que os haya gustado.
¡Hacédmelo saber con reviews!
Y ya sabéis, haré el epílogo si así lo deseáis.
Muchos besos.
