ADVERTENCIAS:
Lenguaje fuerte, omegaverse raro, prostitución, escenas sexuales y no sé qué más. Ah sí, angst infinito. So.


HANANAKI


I: Food chain

De la cadena alimenticia, lo más bajo. De esos que tienen que vender partes de su cuerpo para tener algo de dinero a fin de mes. De esos a los que nadie mira dos veces.

En la cadena alimenticia, sin valor. De esos que son hechos fácilmente a un lado. De esos que se usan y se desechan, de esos por los que nadie pierde el sueño.

Jamás.

Qué lindo sería tener la capacidad de atraer por lo menos una mirada, una de verdad. No de esas que no sirven y que dan asco. No de esas que te matan un poquito por dentro.

Omega quirkless y débil.

Ah.

Si su madre lo supo desde que nació, ¿por qué le dejó vivir?

Omega quirkless y débil.

De la cadena alimenticia, lo más bajo.

Sus días empiezan en el apartamento diminuto. Ahí rodeado de cajas de cartón que no le pertenecen, con las posesiones de quiensabequienes. Sólo tiene una pequeña cama de doble piso con un colchón individual abajo. El espacio de arriba le sirve para poner sus propias cosas. Un poco de ropa, productos de aseo, un par de libros...

Hay una mesita de cuarenta por cuarenta centímetros bajo la ventana. Ahí acomoda un poco la comida, como puede. Un banco a un lado le suele servir como escondite de la ropa sucia que se acumula abajo y como sitio para colocar la mochila cuando regresa del trabajo. Hay unas cortinas roídas en la ventana rectangular, que es mucho más alta que ancha. La pared de fondo de su habitación mide metro y medio. La otra, la más larga, mide dos metros. Y la mitad del espacio es ocupada por las cajas de cartón de los quiensabequienes, cosas que su casero dejó ahí y que él no puede retirar.

Nadie se preocupa por la comodidad de un omega quirkless y débil. Ni él mismo.

Asiste todas las mañanas al trabajo. En su fábrica los obreros son otros omegas y algunos betas. Los omegas son tan abundantes que no todos tienen la suerte de hallar a un alfa que les elija. Un omega sin alfa tiene un destino incierto y de mierda. Sin nadie que le proteja, es victimizado de forma regular. Por alfas rebeldes, de esos que piensan que la abundancia de omegas se debe a que un alfa no debe limitarse a una pareja únicamente, y por betas frustrados, de esos que buscan saciar bajos instintos en gente "adecuada" para ello. Después de todo, nadie mal mira a quien se mete con un omega sin pareja.

"Les hacen un favor", dicen. Les ayudan a combatir esos funestos períodos que tienen cada seis meses. Les ayudan a "ganarse el pan".

¿Por qué no ayudar a un pobre omega en desgracia?

No hay motivo para verlo mal...

Cuando es primero de enero y les anuncian en la sección en la que Izuku trabaja que habrá un nuevo supervisor y se les planta enfrente un alfa rubio que expide pesadillas... Izuku sabe que la suya tan sólo puede empeorar.

Katsuki Bakugou.

El chico que en su infancia le hizo la vida desgraciada.

El chico que se aseguró de que quedara muy bien grabada en su mente la noción de que alguien como él... alguien como él no atraería a ningún alfa del mundo jamás.

Especialmente no a mí —había asegurado el cruel niño en repetidas ocasiones mientras le sostenía contra el suelo, apretándole de las muñecas y sentado sobre sus caderas, procediendo después a lamerle la cara y el cuello. Los omegas sabían bien, y Katsuki, como un joven alfa que se lo merecía todo, no iba a desaprovechar la oportunidad de saborear a ese pequeño, así no valiese nada. Así jamás fuese a elegirlo como suyo.

Izuku se estremecía siempre bajo el cuerpo del niño. Avergonzado de tener que admitirse a sí mismo que... lo disfrutaba.

Disfrutaba ese dominio. Esa violencia y esa autoridad, pero, por encima de todo...

Disfrutaba que se tratase de Kacchan.

Lo saca de sus pensamientos uno de sus compañeros omega cuando se sienta a su lado en el comedor destartalado. Con las mesas llenas de óxido, las sillas incómodas y desniveladas, la comida barata sirviéndose en platos de higiene dudosa. Siempre es mejor traerse algo de casa, pero no todos tienen para pagar una comida hecha en casa. Así que, a veces, se sientan resignados y comen cualquier mierda que les pongan en el plato, por muy desagradable que luzca, por mucho que luego les dé náuseas y dolor de estómago.

—Ese nuevo alfa es hermoso —comenta el chico con una mirada de ensoñación, sentado de espaldas en la silla, con los discos de la columna clavados en el borde de la mesa y mirando hacia cualquier sitio. La cola enorme que se desprende de la parte baja de su torso se mueve un poco con tranquilidad. Sus codos reposan sobre la mesa.

Izuku le mira.

—Ha de tener un buen omega a su lado —asume el chico. Siempre deseó eso para Kacchan. Que se encontrara a un omega digno de él y lo desposara. Que tuviera una familia grande y bonita, niños y niñas alfa tan hermosos y perfectos como él.

Es lo que se merece.

—Sí, claro, pero tal vez le guste jugar. Yo jugaría con él sin cobrarle —replica el chico, de cabello rubio y corto, sonriendo de forma sugerente y moviendo otra vez la cola. Izuku reposa la cara sobre una mano y le sonríe.

—Sería mejor que te pagara. Seguro que tiene mucho dinero —dice.

No puede tener otra visión de Kacchan más que esa. Un hombre exitoso y maravilloso al que todo le sale bien. Un hombre sin preocupaciones. Un hombre de esos al que los tabloides persiguen para escribir artículos a su respecto.

Seguro que sí.

—Buen punto. Últimamente me consigo puro mierda. Ya sería agradable que me toque algo bueno.

El chico de la cola suspira. Izuku sabe que, bajo el grueso uniforme gris de la fábrica, yace un cuerpo flacucho al que las costillas se le notan de más. Sabe que Ojiro sufre mucho más que él, por esa cola maldita en su espalda. A la sociedad le gusta mal mirarla como si fuese una aberración, pero, en el fondo, les encanta, y pagan gustosos por disfrutar de satisfacer en ella numerosos y nauseabundos fetiches.

Izuku ve su plato de comida, una masa grumosa de color café que sabe un poco dulce, como a canela, y sumerge la cuchara en ella, llevándose un bocado a la boca, el cual degluta sin especial interés.

Alguien se acerca a la mesa. Deja sobre ésta un billete macilento y arrugado, el cual desliza hacia Izuku. El chico lo toma rápido y se lo guarda. Ojiro le ve y le sonríe.

—Vaya, un cliente para hoy, qué bueno.

Izuku intenta mantener la normalidad con la que siempre hablan de esas cosas, a pesar de que él nunca logra sentirse del todo cómodo con ello.

—Sí. Me hacen falta unos calcetines nuevos. Me servirá para eso.

Pero Ojiro le da una palmada sobre el hombro.

—No te compres calcetines. Yo te regalaré unos. Cómprate otra cosa. Algo bueno para comer.

Izuku le mira.

De pronto quiere abrazarlo.

¿Cómo alguien tan flaco y tan endeble le dice a él que se compre algo 'bueno para comer'?

Se hace una nota mental de comprar algo que pueda compartir con Ojiro. Amigos así no se consiguen en cualquier sitio.

Esa noche, después de que se termina su turno, Izuku va a los vestidores donde sabe que a su cliente le gusta encontrarle. Efectivamente le halla ahí, de pie entre el sarro acumulado, la mugre y las telarañas. No se saludan ni nada. Izuku, sin ninguna clase de ceremonia, llega y se arrodilla frente a él. Ni siquiera le ve el rostro. Con experticia y de forma casi rutinaria, le dirige las manos a los pantalones y deshace el cierre y los botones. Retira la prenda, baja la ropa interior, saca el miembro ya duro y lo introduce a su boca. Realiza su tarea con la misma seriedad con la que realiza el resto de su trabajo en la fábrica.

Es trabajo, después de todo. Es lo que necesita para comer y subsistir. No hay necesidad de verlo como algo más.

Cuando termina va a enjuagarse al lavamanos. Ve por el espejo manchado las espaldas de su cliente que se retira sin decir una palabra, acomodándose los pantalones.

Se ha mojado las rodillas. El suelo está lodoso y apesta. Da igual. Termina de arreglarse sin notar que alguien había estado observando entre las sombras de los cubículos, resguardado tras las puertas caídas. Izuku se va de ahí. No escuchó tampoco los clics de la cámara del teléfono, pues su dueño la había silenciado.

Afuera llueve. Izuku ha dejado el uniforme de seguridad de la fábrica doblado en su casillero y ahora lleva ropa delgada y ligera. No tiene paraguas, así que se empapa. Sus pies se bañan en agua de charco. Llega a casa a base de estornudos y con los huesos adoloridos. Asciende hasta su pequeño e insignificante refugio, que se encuentra en el cuarto piso, y se quita la ropa mojada. La deja caer al suelo y toma su toalla, que estaba colgada de un clavo en la pared, junto a la ventana. Sale desnudo del cuarto. Ahí viven puros omegas, así que a nadie le importa mucho si sale desnudo o no. De hecho, las regaderas compartidas que tienen en el piso (tres regaderas, de las cuales sólo funcionan dos, siempre, y que son para el uso de más de veinte personas), no están divididas. La ducha es sólo un cuarto de azulejos turquesa muy viejos y enmohecidos con las tres regaderas derruidas colgadas encima. A veces, especialmente en las mañanas, hasta tres omegas se bañan en una sola regadera. No hay otra forma de llegar a tiempo al trabajo y asegurar una adecuada higiene.

El agua siempre está fría y a veces huele un poco raro. Pero ya están acostumbrados. Cuando pueden, juntan dinero entre todos y compran pastillas desinfectantes para echar al tinaco de agua. El casero se rio en sus caras cuando le solicitaron mejores condiciones en el edificio o la renovación de las tuberías.

No hagan como que no están acostumbrados a la mierda —les había respondido en medio de una risotada desalmada. Era un alfa malnacido y sin corazón que se aprovechaba de sus necesidades para cobrarse favores sexuales inventados. Izuku casi podría jurar que el desgraciado tenía todos sus celos calendarizados. Siempre parecía aparecerse en el cuarto justo en los días justos. Era una suerte que la Secretaría de Salud distribuyese anticonceptivos gratuitos. Pensar en ese hombre reproduciéndose le asqueaba.

Cuando el agua fría cae sobre su piel, piensa en la lluvia y en cómo no hay gran diferencia entre el agua helada que cae del cielo y el agua helada que cae de la regadera. Se unta el pedacito de pastilla de jabón que le queda, sólo en las áreas básicas, y lanza unas miradas a ver si alguien se ha dejado un poco de champú por ahí. Detecta una botellita de color blanco. La toma. Olfatea el interior. Huele dulce. La agita un poco para ver su composición, comprobando lo que ya se asumía. Es más agua que champú, pero bueno. Se echa un poco en el pelo y devuelve la botellita al sitio del que la tomó. Se revuelve el cabello con el agua y se complace al percibir que hace un poco de espuma.

Se siente más limpio cuando regresa a su habitación, a pesar de lo precario del baño. Piensa complacido en el billete extra que tiene en la cartera (la que está envuelta en una bolsa de plástico, porque esta no es la primera vez que la lluvia le atrapa saliendo del trabajo y ha aprendido a prevenir las desgracias) y concluye que, viéndolo de cierta forma, uno hasta podría decir que ha sido un día bueno. Así que rejunta esos poquitos motivos que tiene para hacerlo y sonríe. Su toalla cuelga húmeda de sus caderas y cubre la mitad de sus dos muslos delgados. Recorre el pasillo estrecho que lleva a su habitación, en el que la pintura está despellejada y las paredes están atiborradas de telarañas. Un foco que a veces enciende y a veces no le ilumina, echando una luz amarilla sobre el suelo de losa blanca.

(Idealmente blanca, blanca en un mundo alternativo en el que no se le acumula porquería encima, como restos de comida, excremento de rata y probablemente una cantidad repugnante de semen y otros fluidos varios).

Escucha un gemido suave y ahogado proviniendo de una de las habitaciones. No puede evitar mirar al interior de ese cuarto cuando pasa junto a él. Es igual de pequeño y patético que el suyo, pero no tiene puerta y viven en él dos muchachas omegas. Tsuyu y Ochaco. Ellas se alivian la una a la otra durante sus días fértiles, y siempre intentan disimular los gemidos, siempre, pero Ochaco es especialmente ruidosa y le resulta complicado.

A Izuku siempre se le olvida decirle que da igual, que haga todo el ruido que quiera.

Total.

No es como que todos ellos no se sepan de memoria a qué suena el sexo en todas sus formas.

Izuku ve a las figuras pequeñas revolcándose bajo las sábanas. El cuartito está en penumbra pero le entra la luz del pasillo. Sin decir nada, el joven obrero desvía la mirada y sigue su camino.

No estaría mal tener algo así, a veces lo ha pensado. Alguien con quién apaciguar las soledades. Alguien que entienda lo mucho que duele y sepa exactamente de qué forma acariciarle y consolarle para calmarle los temblores del cuerpo.

Pero Izuku se siente tan poca cosa -omega y sin quirk-, que le parece que ni siquiera otro omega le pondría los ojos encima. Qué asco, compartir la vida con alguien como él...

El chico ingresa a su cuarto y cierra la puerta tras él. Debe estar agradecido por tener una puerta, porque, si bien no es como que alguien fuese a robarle -aquí no hay nada que robar-, él aprecia su privacidad. Aprecia que no lo tengan que ver en esos días difíciles cuando suda a raudales y se toca incesantemente mientras susurra nombres sin dueño. Cuando se revuelca en la cama como adolorido, como afiebrado, como queriendo morirse. Cuando piensa en el único alfa que alguna vez le prestó atención... fantaseando con su figura tal cual la recordaba de la última vez que le había visto, un muchachito de catorce. Casi pedófilo. Y aún así se imaginaba a Kacchan encima de él, dominándolo y poseyéndolo como un poseso.

Qué asco, qué asco... qué asco se daba a veces.

Y ahora Kacchan trabaja en la misma fábrica que él. Como si su suerte no hubiese sido desde siempre una mierda, ahora a alguna divinidad cruel se le ha ocurrido que Kacchan trabaje con él.

Después de la secundaria, Katsuki e Izuku se habían separado. Porque Kacchan, igual que todos los alfas, estaba automáticamente becado para estudiar la preparatoria. Izuku, por otro lado, como omega, tenía que pagar una cuota si quería seguir estudiando.

Su madre no había tenido el dinero suficiente en ese entonces para hacerlo. Izuku no le reprochaba nada. Ella también había sido una omega, y su padre se había ido hacía un montón de tiempo de casa. Izuku estaba acostumbrado a que las cosas no salieran como uno las quería. Parecía ser así siempre. Su madre tuvo que andar con un montón de hombres sólo para darle de comer y el hecho de que muriera por una sobredosis tan sólo parecía un resultado lógico a la cadena de decisiones malas que había sido forzada a tomar, una tras otra.

Izuku casi hasta se había sentido aliviado de que ella se fuera. ¿No era mejor eso a verla entregarse todos los días a alfas violentos que la usaban como trapo, todo con tal de que Izuku tuviera ropa y zapatos?

Su madre era probablemente el único motivo por el que en todo este tiempo no había renunciado a su vida. Porque si su bendita madre había luchado tanto por su vida, entonces él no tenía ningún maldito derecho a mandarla al carajo. No, no, no. Tenía una responsabilidad con el universo o lo que sea de cuidar de esa vida que le había sido dada, sin importar lo tan insoportable y deprimente que era a veces.

Cuelga la toalla de nuevo en el clavo, corre sus cortinas sucias para que no le entre la luz de la farola de afuera y de la luna rebelde, y se acuesta aún desnudo sobre la cama. Hace un poco de frío, pero su cuerpo está acostumbrado al frío: Lo siente siempre. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que tuviera acceso a un lujo tal como lo es la calefacción.

Se hace ovillo y se tapa con la sábana. La sábana que tiene es gruesa y caliente. Tsuyu se la regaló en navidad. Ella trabaja en una casa de alfas, y éstos le dejaron un montón de sábanas que ya no les servían en el diciembre pasado. Esa sí que fue una buena navidad, piensa. A Ochaco le habían dado un dinero extra y había utilizado parte de éste para organizar una pequeña cena. Entre todos los inquilinos del piso prepararon algunos platillos como ensaladas y sopas, compraron pan y galletas e incluso se dieron el lujo de adquirir una botella de sidra barato, de la cual cada quien bebió un par de sorbos.

Sí, fue una buena navidad. Mucho mejor que muchas otras.

Y ahora todos en el piso tienen sábanas gruesas y calientes. Algunas de las sábanas se habían cortado a la mitad para que alcanzara para todos, pero a Izuku le había tocado una completa y, en ese frío invierno, se envuelve en ella todas las noches, de cabeza a pies, y puede dormir en una paz tranquila y cálida, apagando por un rato cualquier rastro de miseria.

El primer celo de Izuku siempre llega a finales del invierno y dura dos asquerosas semanas. Ojiro ha estado ayudándole con el "asunto" desde hace un par de ciclos y él lo agradece. Antes de Ojiro, nunca había dejado a nadie... "dentro". Siempre lo hacía él mismo. O intentaba conformarse con otras formas de sexo.

Pero era frustrante y le hacía sentirse enfermo.

Yo no te puedo embarazar, Izuku. No tendría nada de raro hacerlo. Sé de muchos otros que lo hacen —le dijo Ojiro cuando se lo propuso. Izuku estaba demasiado avergonzado pero había terminado accediendo.

Santo remedio.

Hacerlo de esa forma era otro nivel. Era un millón de veces diferente a las otras cosas y mil veces más satisfactorio incluso de lo que Izuku había creído. Seguía dándole vergüenza, pero no podía negar que era práctico. Si bien no era una satisfacción completa -un omega jamás podría compararse con un alfa-, por lo menos era bastante. Le permitía tener la cabeza clara el resto del tiempo y se sentía menos necesitado.

Así que espera que el próximo período sea igual. De forma sucia y culpable, piensa que, mientras está con Ojiro, puede pensar que es Katsuki quien está con él en realidad. Ahora que sabe cómo luce de adulto, Izuku apenas puede resistirse a su vil y pueril magnetismo animal. Bakugou es un alfa en toda la extensión de la palabra, fuerte, grande y varonil. No es de sorprender que la mitad de los omegas huelan más de lo normal desde su llegada. Muchos de ellos seguro que ni siquiera lo hacen de forma consciente. Mero instinto de supervivencia.

Cualquier omega quisiera atraer a un alfa como ese.

Cualquiera menos Izuku que sabe que no tiene la más mínima oportunidad y que, cuando le ve pasar cerca, hace todo, todo lo posible por pasar desapercibido. Se esconde y reprime su aroma, le evita como si el otro escupiera fuego -que no es algo muy alejado del impresionante quirk que posee-, y ha tenido éxito en evadir el contacto visual con él el cien por ciento de las veces desde que llegó.

Su celo se acerca peligrosamente, bañado de frío, aunque también de la promesa apaciguadora de tener a un amigo que disminuya la carga. Izuku lo siente venir cuando su cuerpo empieza a hacer más calor de lo normal, cuando se cansa con facilidad y por ratos la cabeza le da vueltas, obligándole a ir a refugiarse al baño un momento para relajarse y refrescarse. Siente cómo las hormonas se activan, exigiéndole complacencias. Su cuerpo se vuelve más sensible y su mente se desvía peligrosamente hacia imágenes lascivas y sensuales.

Está sentado sobre una banquita metálica cuando ve a Ojiro entrar.

—¿Ya? —pregunta el otro omega, muy tranquilo, como si fuese cualquier cosa. Izuku quiere decirle que no pero su cuerpo le ruega que le diga que sí y le permita hacer lo que muy probablemente ha venido a hacer.

—Ojiro... —murmura Izuku separando las piernas de forma entre voluntaria e involuntaria. Ojiro no tiene que escuchar la súplica dos veces. Se acerca, le hace levantarse y le voltea, Hace que apoye las manos sobre la pared y que sus caderas queden un poco hacia atrás.

Todo es muy mecánico a decir verdad. Ojiro sabe cómo estimularlo para que las cosas sean más fáciles. Cuando Izuku está listo, Ojiro entra, fuerte y suspirando, y se mueve rápido y le exhala sobre la nuca. Izuku no sabe... no sabe cómo alguien puede disfrutar de tomarlo a él. Pero agradece que por lo menos haya alguien dispuesto a hacerlo. Intenta no gemir, porque siguen dentro de la fábrica y aunque a nadie le parecería demasiado raro entrar al baño y ver a dos tipos teniendo sexo, el pudor de Izuku siempre le puede más. Aún ahora siente tremenda vergüenza de estar haciendo esto con su amigo, pero siempre llega un momento en el que el placer sobrepasa a la vergüenza con creces y la mente de Izuku se nubla, pensando cosas retorcidas como que ojalá Ojiro fuese un alfa o que ojalá su madre no le hubiese permitido vivir.

Porque omega y quirkless...

Incluso cuando Ojiro se viene dentro de él y por las mejillas de Izuku resbalan lágrimas de placer, se siente al fondo, justo al límite, justo al final...

Al final de esa asquerosa cadena alimenticia.


Notas: Este es un fic que comencé a publicar originalmente en Wattpad. Como pensé que no sería un fic al que le daría mucha importancia, decidí no traerlo a ffnet, pero, finalmente, terminó siendo una historia a la que le he puesto mucho empeño y que muchos lectores aprecian, así que me pareció buena idea publicarla aquí :)

Para los que esperan actualizaciones en mis otras historias, especialmente MiSeDra, me disculpo mucho por el largo abandono que le he dado a la plataforma y les prometo que aún no he abandonado ese fic. Espero poder actualizarlo pronto.

¡Gracias por leer!