Muerte.
El joven contempló la lóbrega casa. Ni una duda, ni un cuestionamiento. Era algo que había planeado durante muchos años y lo tenía tan incorporado en sus pensamientos que el desarrollo de los hechos era ya inevitable. Siempre supo que pasaría. Nimias situaciones habían ocasionado que ese fuera el día, pero pudo haber sido el anterior o el siguiente. Tom Riddle Jr siempre había sabido que esas tres vidas serían suyas, tarde o temprano.
Frío como un témpano se escabulló en el jardín y comenzó a caminar hacia la puerta de entrada, sin titubear. Ya se había encargado de los testigos, ahora solo quedaban las víctimas que él diligentemente había ido a buscar.
Un raudo movimiento de varita y la puerta se derribó. La secuencia de los hechos fue increíblemente apresurada. Primero, vio a dos ancianos desconocidos; la mujer la contempló temerosa y el hombre pareció enfadado. De cualquier manera, sus gestos se desvanecieron con sus latidos. En un segundo ambos corazones se detuvieron para siempre.
Luego, el ritmo del paso del tiempo pareció desacelerarse. Paralizó al hombre, quien era el fiel reflejo de lo que él mismo sería veinte años después si todo iba como la biología lo indicaba. Los años no iban a quebrantar su belleza, pero eso no le importaba. Lo miró durante unos instantes que parecieron siglos y comprobó, aunque casi sin darse cuenta, que no sólo había heredado aquellos rasgos envidiables, sino que también la frialdad extrema que sus ojos reflejaban era idéntica a la suya.
El hombre no se sorprendió ante la muerte inexorable que repentinamente golpeó su puerta. Él siempre supo que ese día llegaría, que su destino había quedado maldito desde el día en que concibió a ese engendro, fruto de la desesperación y del engaño. Contempló entonces la fuerza de sus genes y sonrió con amargura. Finalmente, se entregó al hechizo, a la muerte, a sí mismo.
Tom no lo hizo tan rápidamente esta vez. Quizá sentía el poder de la sangre corriendo por sus venas. No obstante, la magia que su varita emanaba era mucho más fuerte. Una luz verde iluminó la sala y en aquella milésima de segundo el joven pensó en su vida, en su madre, en que hacía simplemente lo que tenía que hacer.
Su padre ya no respiraba. Ni sus abuelos, ni su madre desde hacía muchos años ya. Y Tom Riddle Jr tampoco. Ya no había vuelta atrás. Respiraba, su corazón bombeaba sangre, pero cualquier vestigio de vida en aquel ser se había desvanecido por completo y para siempre.
