Saint Seiya – Génesis (fanfic), por Luciano Belmont.
Capítulo I
"ADIÓS SAORI"
Campiña francesa, uno de los refugios de Saori Kido.
Lejos del Santuario, Saori Kido, encarnación de la diosa Atenea, camina por el campo disfrutando la suave brisa de verano. La calma la complace, estar lejos de todo, incluso de sus preciados santos. Seiya se encuentra en la casa que está colina arriba, tomando un té en el jardín y muy en calma. Saori sólo fue a tomar una caminata. Él puede percibir el gigantesco cosmo de la diosa, no hay nadie cerca de ella, por lo que puede dejarla disfrutar de un momento de esparcimiento. Si bien ella nunca lo dice, a veces disfruta poder estar sola con sus pensamientos. Después de todo, pese a su esencia divina, es una mujer.
Saori mira al cielo y sonríe. Piensa en que no importa cuánto dure esta paz, debe saborear cada segundo de tranquilidad, lejos de las obligaciones de ser la guardiana de la tierra. Pero, de pronto, algo le despierta inquietud. Hay alguien cerca y no es Seiya. La presencia no es muy grande, pero está cerca. "Será Shun…? Tal vez Hyoga…?", se pregunta. Una fuerte ráfaga de viento la golpea, obligándola a cubrirse el rostro. Una vez pasada la ráfaga, alzó la vista y vio una figura de pie, frente a ella.
No puede ser… - murmuró al verlo.
Seiya se llevó la taza a los labios para saborear el último trago de té, pero su taza se rajó y se rompió en sus manos.
Pero… qué diablos…- masculló, mientras se limpiaba las manos. La taza estaba helada, como si se hubiera congelado. Luego observó que toda la mesa, el mantel, el césped comenzaban a cristalizarse como el hielo.
¡Diablos!- gritó, mientras daba un salto varios metros hacia atrás para esquivar una terrible ráfaga helada. -¿Quién está ahí?- preguntó, poniéndose en guardia. Sólo pudo escuchar el leve sonido de una risa a lo lejos y luego… nada.
Saori observaba a la sombra que estaba de pie frente a ella. Si bien era obvio que se trataba de un ser extraordinario, debido a que aparentaba tener un gran poder, pero al mismo tiempo podía ocultar casi por completo su presencia, no le despertaba temor. Es más… su cosmos le resultaba familiar. Entonces, la sombra comenzó a cobrar forma. Los cielos comenzaron a oscurecerse y relámpagos temibles sacudieron el firmamento sobre ellos. Uno de esos relámpagos golpeó a la sombra iluminándolo con una luz enceguecedora… Y entonces lo vio.
Con un gran temor en sus ojos, Saori se arrodilló e inclinó la cabeza, como si estuviera frente a una gran autoridad. El corpulento ser sonrió y se acercó a ella mirándola con un gesto cálido. Sus ojos brillaban como un majestuoso trueno, pero era fácil darse cuenta el aprecio que sentía por esa temerosa joven que se había inclinado ante él. Con una firme pero dulce voz le dijo:
Atenea… mi hija, tú no tienes que inclinarte ante mí. De pie, mírame.
Mi señor… padre… qué es lo que te ha traído aquí?
Zeus, el mismísimo amo y señor del Olimpo, había descendido para buscar a su hija Atenea. Ella, desde luego, no lo esperaba. Sabía que no tenía nada que temer, si su padre hubiera venido para castigarla, no la estaría tratando con tanta dulzura. Entonces, ¿por qué estaba ahí?
Atenea, quiero que vengas conmigo.
Ella lo miró y sonrió. No sabía por qué, pero nada la hizo dudar en su respuesta: –Sí, padre. Por favor, espérame mientras doy aviso a mis santos, se preocuparán por mí si no regreso.
No lo entiendes, ¿verdad?. He venido por ti, Atenea. Ya has sufrido bastante lo que es tener un corazón humano. Te concedí tu deseo, te asigné la tarea de ser guardiana de la tierra y la humanidad, pero ya es suficiente. Es hora de que regreses con nosotros.
Zeus… padre… yo no puedo simplemente...
¿Te niegas al llamado del señor del Olimpo?- se escuchó una voz grave hablando a sus espaldas. Saori volteó y vio a otra figura familiar. Más bajo que Zeus, delgado, con un aspecto tranquilo, pero amenazador.
Hermes… tú también estás aquí.
Saori volvió la vista a su padre y le dijo a Hermes, sin querer mirarlo otra vez: -Veo que esto va en serio. Dos dioses del Olimpo aquí, en la tierra.
Desde luego, Atenea. El señor Zeus está preocupado por ti. Debo confesar que yo también comenzaba a extrañarte.
No hace falta que te burles de mí, Hermes. Sé lo que hay en tu corazón. Desprecias mi apariencia actual, me veo como una simple y débil humana para ti, ¿no?
Ya basta uds. dos- interrumpió Zeus – No vinimos a pelear, hija. En verdad, vine para llevarte de vuelta. No quiero forzarte, sé que tu lado humano me teme y me resiste, pero no tiene por qué ser así. No te preocupes, ni por los humanos ni por tus santos, ellos quedarán en buenas manos.
Seiya llegó corriendo y se quedó observando la escena por unos segundos. En otro momento no habría dado crédito a lo que veían sus ojos, pero para él ya se iba haciendo normal encontrar a Saori frente a otros dioses. No había duda de que eran dioses, sus pequeñas presencias de pronto se habían convertido en cosmos de un alcance incalculable. Cada uno de ellos parecía la esencia misma del cosmos, energía pura.
¡Saori! ¿Estás bien?- le preguntó, mientras apuntaba su puño hacia Hermes, que lo miraba con un gesto burlón.
¡Seiya! ¡Quédate donde estás!- le advirtió Saori.
Hermes lo miró fijamente y un rayo de luz destelló de sus ojos. Casi como por propia voluntad, Seiya se arrodilló ante ellos y bajó la vista al suelo. Nunca había sentido una presión semejante, era como si su cuerpo ya no fuera suyo, ni siquiera sentía el deseo de luchar, de resistir esa presión.
De rodillas ante el señor Zeus, humano…- le dijo el dios mensajero.
"¿Zeus? ¿El rey del Olimpo? ¡Imposible!", pensaba mientras apretaba los dientes, fastidiado por haber sido sometido de esa manera.
Atenea, ven…- le dijo Zeus a Saori, extendiéndole la mano. Ella miró a Seiya, con una mirada dulce, pero triste. Una mirada de despedida. Sabía que si trataba de resistirse, Seiya podía morir.
Se puso de pie y comenzó a caminar, sin levantar la vista, hacia su padre. Seiya sabía que su cuerpo no le respondía, no tenía otra opción sino llamar a su cosmos, al máximo nivel. Hermes, que en ese momento ignoraba por completo a Seiya, lo miró con un gesto de molestia. El joven se estaba poniendo de pie, rodeado de un aura gigantesca.
Saori no se va a ningún lado. Exijo una explicación a esto.
Humano insolente…- dijo Hermes, mientras lo apuntaba con un dedo.
¡Ya basta, Hermes!- le dijo Zeus con vos severa –No hemos venido a luchar, sólo a llevarnos a mi hija. No quiero que uses el poder de los dioses aquí. Dezhaste de ese humano y vámonos de aquí.
Hermes frunció el ceño y bajó la mano. Luego, mirando hacia el horizonte, dijo: -
¡Pegaso, encárgate de él, que no nos siga!
¿Pegaso?- se preguntó Seiya. Miró hacia donde Hermes estaba mirando, pero no vio a nadie. "¡Arriba!", escuchó decir a una voz en su interior, pero era demasiado tarde.
Una figura masculina con majestuosas alas blancas caía sobre él, mientras exclamaba:
¡GALOPE CELESTIAL!
Seiya tuvo que lanzarse hacia un costado para esquivar el ataque. La tierra se sacudió y una gran explosión lo lanzó por los aires. Cuando el polvo se disipó, un nuevo ser se encontraba de pie dentro de un gran agujero en el suelo. El ser comenzó a caminar lentamente hacia Seiya, que tosía y trataba de levantarse, pensando en que era la segunda vez en ese día que casi lo mataban por sorpresa.
En verdad eres muy veloz, muchacho- le dijo su atacante con voz burlona. Seiya no entendía por qué, pero esa persona se le hacía muy familiar.
¿Quién demonios eres?- le preguntó, molesto, mientras se ponía en guardia.
Kyros… Kyros de Pegaso.
¡¿Qué?!- preguntó Seiya, desconcertado.
No hay tiempo para explicaciones, Kyros. No lo mates, sólo déjalo fuera combate. Tenemos que irnos- dijo Hermes.
Entendido, señor- respondió Kyros. Seiya observó con detenimiento a esa persona. Vestía una coraza semejante a la armadura divina del Pegaso, pero no por completo, tenía algunas diferencias. Tenía un largo cabello de color blanco y ojos rojos carmesí. Era evidente que no era humano.
No entiendo nada de lo que sucede, pero no creas que me vencerás tan fácilmente ¡Prepárate!.
Kyros sonrió levemente y bajó los brazos, como si no necesitara prepararse ante la técnica de Seiya.
No voy a jugar contigo, esto va en serio… ¡Toma esto! ¡Cometa de Pegaso!
¿Y este es el representante del Pegaso en esta época?- se preguntaba Kyros, mientras recibía de lleno el golpe del cometa. El ataque de Seiya produjo otra gran explosión, todo el campo se iluminó con su poder. Se puso otra vez en guardia, sabía que había acertado el golpe, pero algo no andaba bien.
En efecto, Kyros seguía de pie y no había sufrido ni un rasguño. Seiya no podía creerlo, estaba seguro de haberlo atacado con el séptimo sentido, tendría que al menos haberlo hecho cubrirse del ataque.
En verdad, para ser un humano, tu nivel es sobresaliente, pero esto ya no es un juego, muchacho. Será mejor que te quedes donde estás…
¡Basta, Seiya! ¡No podrás hacer nada contra él!- gritó Saori. Seiya no entendía nada de lo que sucedía. Saori se rodeó de luz, la armadura de Atenea cubrió su cuerpo y ella apuntó su báculo hacia Hermes.
Seiya es mi guardián, entiendan que no aceptará fácilmente mi partida. Por favor, déjenme despedirme de él y les juro… les juro que nos iremos los tres, sin pelear.
Hermes, que no se había inmutado ante el báculo de Saori, miró a Zeus. Este suspiró y asintió, como dando a entender que le permitiría despedirse del santo de Pegaso.
Saori se acercó a Seiya y le tomó el puño, como pidiéndole que lo bajara. Y luego le dijo:
Seiya… esta reunión no es un ataque. Zeus es mi padre… y ha venido por mí ¿Entiendes lo que eso significa? Se acabó, Seiya. Se acabó. Ya no debes pelear por mí. Ninguno de uds. Si el señor del Olimpo cree que mi presencia ya no es necesaria en este mundo, entonces significa que la paz perdurará. Quiero que le transmitas esto a los otros santos: "El santuario queda disuelto. Todos los santos vivirán una vida normal, lejos de las luchas y la muerte de ahora en más". Esa es mi última orden.
Pero, Saori… no…- murmuró Seiya, que no podía contener sus lágrimas.
No sigas, Seiya. Mi padre me ha asegurado que todo estará bien… y yo confío en él.
Saori, yo… quiero estar contigo. No quiero perderte. Juré que estaría a tu lado por siempre.
Y sé que tu juramento es real. Pero nunca quise que tú ni los otros sufrieran por mí como lo han hecho. En realidad siempre quise una vida de paz para uds. y ahora eso es posible. Si mi partida de este mundo significa que ya no habrá más guerras entre dioses, que tantas vidas de santos valerosos se han llevado, que así sea… por mucho que me duela.
Seiya se quedó mudo. Nada podía responder a esas palabras. Nunca había visto la determinación que Saori demostraba en ese momento. Desarmó por completo su guardia y bajó los brazos, como rindiéndose a la voluntad de los dioses. ¿Realmente se había terminado? ¿Finalmente el mundo estaba en paz tal como lo decía Atenea? Eso no importaba. Obedecería, como el santo de Atenea que era, pero su corazón estaba destrozado. Saori acarició el rostro de Seiya. Se acercó a él… pero se detuvo. Simplemente no podía hacer lo que su corazón le demandaba, no en frente de los dioses.
Volviendo hacie Zeus, le dijo: - Padre, he terminado de despedirme. Iré con uds. porque confío en tu palabra. Por favor, quiero la paz para este mundo.
Y así será, hija. No tienes nada por qué preocuparte. Sólo falta una cosa más…
¿Qué cosa?
Debo detener el ciclo. Ya nunca más podrás renacer como humana… por eso, debo matar a tu cuerpo, para que vuelvas a ser una diosa por completo.
El rostro de Zeus cambió. Parecía que iba a hacer algo terrible, algo que le causaba mucho dolor. Alzó su mano derecha y detuvo un relámpago, sosteniéndolo como si fuera una lanza. Seiya quiso reaccionar, pero simplemente no podría llegar a tiempo. Zeus atravesó el pecho de Saori con el relámpago. Ella cayó lentamente de espaldas, con la sorpresa en su mirada. Realmente no esperaba lo que estaba sucediendo…
-¡!Saori, nooooooooooooooooo!- exclamó Seiya, mientras lanzaba sus meteoros hacia Zeus. La misma ráfaga helada que había sentido antes frenó el ataque, dejándolo congelado hasta el cuello. Un joven de estatura mediana, cabello corto y rostro infantil se puso entre Seiya y los dioses.
- Talos del Cisne, tan oportuno como siempre- dijo Kyros, satisfecho.
- El… ¿el Cisne?- masculló Seiya, paralizado por el frío. Sabía que ni siquiera Hyoga podía lanzar ese tipo de aire congelado, no parecía el polvo de diamantes, era algo de fuera de este mundo, simplemente no podía sentir nada. Además, su armadura también era semejante a la armadura divina del Cisne que Hyoga vistió en anteriores batallas. Para él, todo asemejaba a una horrible pesadilla.
- Ya hemos terminado aquí- dijo Zeus, con voz serena –Vámonos, Atenea ya debe estar llegando al Olimpo.
- ¿Y qué hacemos con el santo?- preguntó Hermes.
Zeus miró fijamente a Seiya. Era un dios iracundo, pero no le mentiría jamás a su hija.
Déjenlo. Pronto asumirá las cosas como son.
Un portal de luz se abrió. Zeus, Hermes y los extraños guerreros entraron en el portal. Al cerrarse la puerta, Seiya elevó su cosmos al máximo, hasta casi explotar y el hielo se rompió. Corrió hacia el inerte cuerpo de Saori. La armadura de Atenea ya no la cubría. Se veía frágil y pálida.
Él la tomó entre sus brazos y la movía, como tratándola de despertarla. Pero no tenía sentido: Saori había muerto. No respiraba y su cuerpo estaba frío y rígido. Seiya miró en todas direcciones, no había nadie a quien pedir ayuda, habían ido solos al refugio. Se sentía un idiota imprudente por no haber insistido en que otros los acompañaran, al menos Shun o Tatsumi. Ahora estaba solo en la campiña, con el cuerpo de la mujer a la que había jurado proteger en sus brazos. Había fallado… había fallado como guardián.
Seiya trató de contener su tristeza, pero era imposible.
-¡!SAAAOOOOORIIIIIII!- exclamó con todas sus fuerzas, mientras su cosmos explotaba, rompiendo el negro firmamento y trayendo la luz del sol nuevamente sobre ellos.
Shiryu, Shun y Hyoga estaban sumidos en la desesperación. A pesar de estar lejos de allí, habían podido percibir todo… incluso la muerte de Saori. Sabían que no era un impresión suya: esto realmente estaba pasando.
¡Maldición!- rugió Ikki, mientras golpeaba una gigantesca roca, partiéndola en dos.
Mientras tanto, en un hermoso jardín, una joven de belleza celestial despertaba de su letargo. Rodeada por hermosas flores de colores inexistentes en la tierra, se puso de pie y miró a su alrededor. Una fuente de agua cristalina estaba cerca de ella y podía ver las estrellas, todas las estrellas en el firmamento. Caminó unos pasos hacia la fuente para ver su reflejo. Estaba a punto de mirarse en el espejo de agua, cuando una gentil voz le dijo, a sus espaldas:
Bienvenida, Atenea…
