Laberinto II: El regreso
El rey de los goblins se sentía mal. No físicamente, claro, sino que simple y sencillamente no estaba feliz.
Y eso era algo a lo que sus servidores no estaban acostumbrados. Después de siglos de tratar con él, lo habían visto divertido, aburrido, alegre, enfurruñado y molesto. Pero nunca con ese ánimo tan extraño que ni siquiera los goblins más antiguos recordaban que su rey lo hubiera tenido. Aunque si no sabían que era, si sabían que lo había causado
La chica Sarah.
La única que lo había vencido en su laberinto.
La primer niña tan mimada, tan caprichosa y tan testaruda que se había aventurado en su laberinto dispuesta a rescatar a su hermano sin rendirse; a pesar de todas las pruebas que el rey le puso. La muchacha que le había pedido dos veces llevarse al mocoso, pero que, apenas él le cumplió su deseo, prácticamente le exigió que lo trajera de nuevo. Sin importarle que ella había empezado todo o que él tenía un prestigio que mantener. No, la caprichosa niña exigía al bebé de vuelta y después de que él le daba una oportunidad que no tenía obligación de darle, todavía se quejaba de que era injusto. La muchacha por la que había trastocado todo su mundo para que al final, a ella no le importara en lo más mínimo.
Ella era la chica con la que Jareth estaba molesto.
Cada vez que pensaba en ella tendía a romper lo que tuviera en la mano y había pensado bastante en ella en los últimos tres meses. Le molestaba que ella lo hubiese vencido, le molestaba que lo tachara de villano cuando lo único que hizo fue cumplirle sus deseos, le molestaba que lo hubiese rechazado.
Pero más que nada le dolía.
Le dolía haberla perdido, haber hecho todo para complacerla y darse cuenta que a ella no le interesaba, le dolía pensar en ella a cada instante. Le dolía extrañarla.
Y sentía remordimientos por eso. Porque él era un rey y no iba a rogar por nadie, menos por una niña mortal. Pero también porque se recriminaba a si mismo de que todo eso era su culpa. Si no le hubiera dejado su laberinto prácticamente abierto, ella no lo habría cruzado tan fácil. Pudo dejarla lejos del maldito enano Hoggle, pudo prohibir que sus súbditos hablaran con ella, pudo mandarla al pantano en más de una ocasión y no lo hizo.
Eso era lo que se recriminaba.
Odiaba haber sido tan débil y eso le acrecentaba la sed de venganza. Porque Jareth, mimado y poderoso, deseaba en ocasiones que ella sufriera lo mismo que él. Y ni siquiera sabía porque.
Todo eso lo confundía y hacía imposible que los goblins supieran que le pasaba
Pero era simple
Jareth, el Rey Goblins, estaba melancólico.
