El mundo tras tus ojos

Capítulo 01 - Mirada furtiva

El silencio se había abierto al otro lado de la línea después de aquellas palabras. Sus ojos azules aún se encontraban más abiertos de lo normal y podía sentir su corazón latiendo con fuerza en su pecho, como un potro desbocado que intentaba salir a toda costa. El insulto final había sido demasiado fuerte como para reproducirlo y, con sólo pensar en él, su estómago se retorcía con violencia. Suspiró con pesadez y su mano derecha rodeó con más fuerza el teléfono. Lo que iba a decir no le agradaba pero la situación se había vuelto insostenible con el paso de los días. No era capaz de aguantar más puñaladas como esa.

— Nunca había pensado en la posibilidad de que esto fuese tan mal. Cuando decidimos organizar la boda, estaba ilusionadísimo sabiendo que iba a tocar encontrar adornos, invitar a tu familia, invitar a la mía, pensar en cómo sentarlos para que no se tiraran los trastos a la cabeza... Yo me encargaría de las flores y tú escogerías el lugar en el que haríamos la ceremonia. Iríamos cada uno con nuestros amigos a comprar los trajes y nos reiríamos mientras intentaríamos sonsacarnos los detalles. Eso era lo que me imaginaba y sin embargo... De repente, cada cosa que digo te la tomas a la tremenda y siempre pareces enfadado. No. Eh. No tengo nada contra ti, te quiero. Pero... Espera...

Era imposible hablar. Su prometido, al otro lado de la línea, intentaba justificarse y ganar otro asalto. No sabía si era por el estrés, pero Francis había descubierto que de repente había muchas cosas de él que desconocía. Se suponía que se amaban pero discutían continuamente y ahora no era una excepción.

— No. ¡Esto es precisamente lo que no soporto, joder! ¡Es como si de repente no te conociera en absoluto! —se hizo un silencio en el que ninguno de los dos dijo nada—. Vamos a cancelar la boda. Necesito tiempo solo, lejos de ti, para pensarlo bien.


Francis Bonnefoy se consideraba un hombre normal, nacido en el seno de una familia normal que habitaba en la Bretaña francesa desde inicios de los cincuenta. Su padre había nacido con el gen aventurero y se había convertido en un culo inquieto que no había podido quedarse sentado en una silla más de diez minutos. Curioso sin fin, había conocido a una mujer de las mismas características y con el ímpetu de un tifón. Para acabar de dar el efecto deseado y no dejar a quien escuchara su historia pensando que únicamente exageraba, Francis sólo tenía que explicar que sus padres se habían casado en lo alto de una montaña empinada después de haberla escalado. Llevaban trajes adaptados y sus piernas estaban rodeadas aún por los arneses cuando dieron el sí quiero. No era de extrañar pues que desde que era pequeño hubiera estado viviendo en diferentes partes del mundo. Jeanne y Robert deseaban ver todos los lugares que pudieran del globo y no les importaba tener que arrastrar con ellos a su hijo. Pasó por Francia, Inglaterra, Escocia, Noruega, Rusia, Alemania, Italia y, cuando tenía casi diecinueve, se mudaron a España.

Hacía falta hacer un inciso: irse al país y pasar allí un año tampoco significaba estar quieto en un solo sitio. No podía ni nombrar la ingente cantidad de ciudades y pueblos por los que había pasado. Siempre que llegaba a un colegio nuevo sus compañeros le miraban con admiración y decían que era envidiable. No obstante, Francis no consideraba que fuese afortunado. Durante bastante tiempo no había tenido amigos duraderos y quizás eso fue lo que durante la adolescencia le convirtió en un bala perdida que sólo buscaba beber y dar con alguien con quien poder pasar la noche. El último lugar al que fueron dentro de España fue Barcelona y Francis se negó a irse con ellos.

Lo había calculado y había logrado un empleo con el que pensaba pagar, junto a otro tío, un piso de alquiler. Sus padres opusieron resistencia, pero luego se dieron cuenta de que el espíritu aventurero estaba también en su hijo y le dejaron hacer siempre que prometiese llamar de vez en cuando. Pasó por diferentes trabajos durante los años que siguieron, adquiriendo todo el conocimiento posible.

El tiempo transcurrió sin nada realmente remarcable, pasando por días de pura rutina y conociendo a gente que luego desaparecería de su vida con la misma rapidez. Se compró un gato y esa fue su única compañía hasta que un día se enfermó. Era curioso que fuese lo único que lograra que sintiera una angustia tan terrible. Aquel día le conoció. Le llamó la atención sus ojos verdes y tuvo que esforzarse para que el perro que llevaba, un pastor alemán, no se fuera a saltarle a Francis encima para coger a su gato. Aquel incidente que se evitó a tiempo fue lo que hizo que empezaran a hablar. Era un hombre curioso y peculiar, pero despertó su interés así que antes de irse le pidió su teléfono.

Nunca pensó que fuera a hacerlo, sobre todo al principio, pero Francis acabó por enamorarse de él. Había llegado hacía poco a la ciudad y no conocía a nadie, así que se ofreció para llevarle de turismo por la zona. Pronto empezaron a quedar para ir a tomar cervezas y un día, tras salir del bar un poco pasados de copas, se dieron el primer beso. Habían estado saliendo durante un año y entonces uno de sus amigos, en una de las veces que todos habían estado juntos, les había preguntado:

— Eh, ahora ya es legal el matrimonio entre hombres. ¿Habéis pensado en casaros?

Los dos se habían reído casi a la vez en ese momento, pero después de aquello no pudieron quitarse el pensamiento de la cabeza. Los días no hicieron que lo olvidaran y cuando había pasado un mes aproximadamente fue él, ese hombre al que tanto quería, el que le dijo que quizás podrían intentarlo. Francis fue inocente y le dijo que sí, lleno de pasión, como una muchacha adolescente en presencia del que cree que será el amor de su vida. En todo ese tiempo no habían estado viviendo juntos, pero iban quedando. Le había dado la llave del apartamento hacía cosa de dos meses y, en vistas de que se iban a casar, le invitó a que se instalara.

Las cosas habían empezado a torcerse y al principio ninguno de los dos se dio cuenta. Bueno, a veces no coincidían y era obvio que iban a discutir, siempre desde un punto de vista sano, para ver quién tenía la razón. Lo que ya no era tan normal era que el tono de las peleas fuera subiendo, que cada vez se miraran con más rabia y que se tomaran a la tremenda todo lo que dijera el otro. Ni siquiera habían podido poner de acuerdo en la lista de invitados. Lo mejor fue que su futuro esposo, comportándose como un niño pequeño, se levantó y se marchó del piso dando un portazo.

Cada vez que se quedaba solo pensaba en ello y se daba cuenta de lo triste que estaba tras las peleas. Francis descubrió que su relación se estaba volviendo turbia, triste, dolorosa y no creía que pudiera soportarlo. Estaban preparando su boda y, de repente, cuanto más convivía con él, más se daba cuenta de que no encajaban. ¿Tenía sentido seguir con aquello? No, por supuesto que no. Así que hacía cinco días, cuando tuvieron otra por teléfono, se lo dijo. Le dijo que ya no podía aguantar aquello, que deberían parar la boda y tomarse un tiempo. A la larga aquella habría sido su ruptura, porque él era demasiado orgulloso para venir detrás de él a pedirle perdón, a aceptar que estaba equivocado y que el que peor se lo estaba tomando era él.

Terminó la historia y se quedó mirando el mechero que tenía entre los dedos y con el cual había ido jugueteando durante la charla con sus amigos. Se encontraban en un Starbucks cerca de la catedral de Barcelona. Si habían ido allí era porque al hombre que tenía delante, de veintitrés años, cabello castaño con la raya en medio y con un remolino que provocaba que un mechón de pelo se fuese hacia arriba, le gustaba el sitio. Le había mirado con sus ojos del color de la miel, fingiendo atención, pero por su mueca de disgusto cualquiera hubiese dicho que estaba asqueado por tener que estar escuchándole. Su otro acompañante era un rubio, alemán, de veinticinco años de edad y ojos marrones oscuros que se había quedado frotando su mejilla izquierda con el dedo índice.

— A ver si lo entiendo bien. ¿Has cortado con él? ¿Por fin? —dijo el más joven de los dos. Por ese comentario, el otro hombre le dio un codazo y luego desvió sus ojos hacia el francés, esperando no encontrarle demasiado enfadado.

— No tengas la delicadeza de un mono. Ha roto con el tío con el que estaba prometido. ¿No podrías intentar sonreír un poco, Lovino? —dijo el alemán enfadado.

— Quizás cuando tú dejes de frotarte la mejilla con ese tic tan molesto que tienes, cabeza de patata —replicó Lovino.

Francis no se molestó en prestarles atención. Sí que era cierto que se estaban peleando más de lo normal y eso indicaba que quizás había un motivo que en ese momento desconocía, pero la verdad era que poco le importaba. Estaba pensando en él, en aquellos ojos verdes, y se sentía triste y enfadado por partes iguales. Apretó el plástico del mechero para evitar que la rabia le dominara y acabara por tirarlo a través de todo el Starbucks. Aprovechando que el francés estaba distraído, el otro rubio, de pelo corto y despuntado, tiró del otro chico para poder hablar dándole parcialmente la espalda.

— ¿Me vas a hacer el favor de comportarte? Sé que no quieres estar aquí, pero te lo he pedido por favor —le replicó el alemán.

— Mira, Francis es mi amigo y todo lo que quieras, pero desde que lo ha dejado con ese subnormal que tiene un humor volátil y no estoy para aguantar muchas tonterías. Además, te dije que había quedado con él y aún así me has querido arrastrar. En cuanto venga, adiós muy buenas. Aquí os vais a quedar los dos.

— ¿Aún quedas con ese tío? No lo entiendo. Tendrías que estar para cuando tu amigo lo necesita —le replicó.

— Cállate, Gilbert. A ratos eres peor que mi padre y eso ya es decir —cortó Lovino antes de que la cosa siguiera. Entonces se giró y miró a Francis con poca paciencia—. Te voy a felicitar, gabacho. En realidad es lo mejor que te podría haber pasado. ¡Hostia puta, Gilbert, no me pises el pie o te voy a reventar la cabeza!

— ¡Es que lo vas a hundir en la miseria!

— ¡Pero si es la verdad! ¡Arthur era un gilipollas! ¡Se ponía todo pomposo porque era inglés y bebía te de Darjeeling! Entiendo que podríais llevaros bien porque tú también eres pomposo, pero ese tío además tenía algo que no me gustaba.

Antes de que dijera algo que pudiera enfadar al francés, Gilbert le tapó los labios a su amigo, el cual farfulló de forma incomprensible para ellos. El alemán trató de justificarle, pero de repente pegó un alarido ya que Lovino le había mordido por haberle puesto la mano en la boca. Con el dedo índice de la derecha empezó a golpear su frente mientras le echaba la bronca por haberle hecho daño. Ni qué decir que el chico de cabellos castaños no parecía arrepentido ni un mínimo.

Francis estaba empezando a sentir que le dolía la cabeza y se preguntaba de nuevo por qué había aceptado la invitación. Sabía que Gilbert lo hacía con la mejor de las intenciones, que había visto que no estaba de muy buen humor últimamente y quería que se distrajera, pero no era un plan tentador el de salir para verles discutir a cada rato.

La guerra se detuvo cuando el teléfono móvil de Lovino empezó a sonar ya que había recibido un mensaje de texto. Dejó de prestarle atención a Gilbert y se puso a leerlo como si no hubiese nada más importante en ese momento. Pronto estaba tocando la pantalla, componiendo una respuesta que iba a enviar en cuestión de medio minuto. Cuando terminó, metió el teléfono en su bolsillo y se levantó.

— Lo siento, señoritas, pero he quedado con un amigo y vamos a estar sentados en otra parte, lejos de vuestros dramas personales —dijo Lovino muy digno.

— ¿Tampoco me lo vas a presentar hoy? —inquirió Gilbert de mal humor. Habían quedado, no le agradaba que de la nada se levantara y se marchara con viento fresco.

— No, eres un arisco y tendrías que aceptar de una vez que tengo amigos además de vosotros dos y que no quiero mezclar esas dos vidas —contestó de manera tajante.

— Ahí tiene razón... —murmuró Francis.

— ¿Y tú de parte de quién estás? —le dijo de mala gana el alemán.

— ¿Yo? De la tuya, claro. ¿Y quién es ese amigo? No había escuchado hablar de él nunca.

— Tampoco es que vinieras con nosotros últimamente. Es novedad, digamos —comentó el de ojos marrones.

Mientras ellos estaban hablando, el galo intentando justificarse y su amigo, ofendido por la ausencia de esos meses, le iba diciendo que no venía porque Arthur no les tragaba. Minutos después habían recuperado la calma y se había instalado un silencio enrarecido. Gilbert estaba mirando a Lovino, unas mesas más allá, y por su bien dejó de hacerlo. Aún se iba a levantar y le iba a dar una hostia por estarle espiando. Se fijó en Francis, de nuevo mirando el mechero mientras pensaba en sus cosas. Llevaba días de esa manera y no sabía cómo hacer para ayudarle a salir del pozo.

— ¿Te ha llamado? —inquirió al final. No sabía si era lo ideal sacar el tema, pero no se le ocurría qué otra cosa hacer. Mejor que se lo contara a que se comiera el coco él solo.

— ¿Llamado? ¿Él? ¿Después de una pelea? No, por supuesto que no lo ha hecho. Estará trabajando en sus cosas, ocupándose del perro o vete a saber tú qué cosa.

— ¿Y tú le vas a llamar?

— Tengo mi orgullo, ¿sabes? Además, fui yo el que le pidió un tiempo para pensar, para darnos cuenta de si sentimos lo mismo o no. Estas semanas han sido un infierno. Sé que no estoy en mi mejor momento y quizás demuestra que sí que me importa.

— O quizás demuestra que sientes que has perdido un año de tu vida con ese tío —dijo Gilbert tratando de quitarle importancia—. De cualquier manera, no ha llamado. Como has dicho, deberías tener orgullo y no dar señales de vida. Te he visto estos meses, le ibas detrás en cuanto algo se iba de madre. Siempre ha escogido sus principios, su vanidad por encima de ti y tú has dejado atrás la tuya para que las cosas funcionen. Ahora es tiempo de que él vea lo que se siente y que tú puedas comprobar si está dispuesto a ello por ti.

— Ya, pero ha pasado una semana y no sé nada de él. Esas no son buenas noticias. ¿Y si realmente esto es el final? Puede que haya sido un iluso al pensar que un tiempo de separación nos iba a hacer bien.

— Nunca se sabe. Cada pareja es un mundo. ¿Recuerdas aquel con el que estuve saliendo? Era callado, refinado y todo el mundo decían que hacíamos una buena pareja porque éramos tan contrarios que nos complementábamos y cuando menos me lo esperaba, bam, estaba dejando que otro se la metiera doblada. Las parejas perfectas no tienen por qué acabar bien, ni las parejas que se llevan a patadas tienen por qué terminar mal. Intenta no hundirte. Tienes que seguir adelante y esperar. Si Arthur te dice algo, plantéate lo que estás haciendo. Si no te dice nada, continua caminando. Ya llegará alguien más. El mundo está lleno de peces y, aunque mucha gente no sea consciente, hay más gays de lo que las autoridades desean admitir.

Suspiró y pensó que tenía razón. Estaba obcecado con la idea de que cuando discutía con Arthur debía arreglarse inmediatamente, pero quizás era el razonamiento erróneo. Si lo analizaba fríamente, se había arrastrado bastante con tal de llevar esto adelante. No le importaba por lo general tener que ser el que más se esforzara, pero en ese instante no se sentía con fuerzas de continuar de aquella manera. Le hacía falta saber que él también importaba en esa relación. Gilbert le dio un golpe en el brazo izquierdo y eso hizo que se fuera de lado. Le miró y se encontró con que su amigo le sonreía jovialmente. Resignado, se vio contagiado por aquel gesto.

— Tengo que salir a llamar un momento. Ludwig está en casa y si no le doy un toque para que empiece a preparar la cena ese crío se pasa las horas jugando al Call of Duty. Vengo en un momento. Te llevaré a tu casa, que he visto que no te has traído el coche.

— Gracias —dijo Francis alargando las vocales, sonriendo agradecido por aquel gesto por parte de su amigo.

Se quedó solo en aquella mesa del Starbucks y se puso de nuevo a juguetear con el mechero. Se cansó de ello cuando casi se le cae al suelo. Tenía que dejar en serio ese tic. Guardó el encendedor en el bolsillo de su pantalón tejano oscuro y suspiró pesadamente. De repente le dio la curiosidad y se puso a buscar con la mirada a ver si encontraba a Lovino. Le vio sentado cerca del mostrador, a metros de distancia de donde estaba él. A su lado había un hombre al que no había visto nunca y que supuso que sería su misterioso amigo.

Era joven, no podía decir bien su edad, su cabello era castaño despeinado y sus ojos, aunque no podía ver bien el color desde donde estaba, eran de color claro. Llevaba una camiseta de lo que parecía un cómic y encima un pañuelo de esos que estaban tan de moda últimamente y que Francis había comprado en su última visita a la tienda de ropa. Los tejanos eran claros y parecían desgastados y terminaban en unas deportivas de color rojo. No sabía de qué estaban hablando pero el misterioso amigo estaba muy animado contando cosas mientras Lovino estaba en su onda de indiferencia y cierto disgusto.

Se sobresaltó cuando, de repente, se dio cuenta de que el chico estaba ladeando la mirada hacia donde estaba él. Pero no pasaba nada, seguro que no le había pillado porque él lo había visto enseguida y había desviado la mirada rápidamente. Se tiró un rato pensando en lo idiota que era, en que no debería quedarse mirando a la gente tanto rato y de esa manera, pero por un momento había creído que era invisible y que podía hacerlo.

Vio pasar de repente a Lovino en dirección al baño y le dio de nuevo la curiosidad. ¿Por qué el chico no le había contado nada acerca de ese nuevo amigo? Vale que no se habían visto demasiado en los últimos meses, pero le había costado años que le contara las cosas por su propio pie. No le gustaría que perdiera aquellas costumbres que tanto le había costado inculcarle. El desconocido se encontraba mirando el teléfono y de repente se puso a contar con los dedos, muy concentrado. Tenía una expresión chistosa, como si fuese el niño de cinco años realizando una tarea complicada.

Hizo rodar la mirada, incrédulo por ese comportamiento fuera de lo y sacó su propio celular. No supo bien qué fue lo que le impulsó a ello, pero cuando terminó de ver que no tenía ningún aviso de llamadas perdidas o mensajes levantó la vista y la clavó en el chico. Justo en ese momento sus ojos se encontraron y supo que le habían pillado. Pensaba que iba a ganarse una mirada de desprecio por comportarse como un acosador y sabía que se lo iba a merecer. Sin embargo, el muchacho sonrió y le saludó con la mano. El francés sonrió un poco, tenso y por acto reflejo, sin saber cómo reaccionar ante aquello y le devolvió el gesto con tanta buena suerte que casi tira su vaso sobre la mesa, el cual contenía el agua de los hielos que llevaba el refresco. Cuando levantó la mirada para ver qué cara tenía, se dio cuenta de que el hombre estaba medio riendo y él sintió las mejillas calientes de la vergüenza.

Entonces llegó Lovino y ese chico le prestó toda su atención. Se levantaron y fueron hacia la puerta. Sin embargo, antes de alejarse, vio que le miraba y que le dedicaba una última sonrisa.


La ley anti-tabaco hacía ya años que se había implantado en bares y restaurantes y era la primera vez que la encontraba una molestia. Se debía básicamente a que no había fumado en una temporada muy larga y ahora que le apetecía se encontraba con que no podía hacerlo sin que la dueña de la cafetería le echara y le prohibiese de por vida regresar.

Por eso mismo sacó el portátil pequeño que llevaba la mochila azul que compró en el viaje a La Coruña y se puso a mirar lugares de ocio. Tenía que encontrar un hobby nuevo o acabaría por fumar dos cajetillas de tabaco al día. No lo decía en broma. Tuvo una época en que lo hacía y fue poco después cuando Gilbert le dijo que tenía que dejar el vicio o iba a parecer un abuelo de ochenta años en menos de dos.

Enchufó los auriculares blancos que había comprado por internet y se puso sólo uno, no fuese que el teléfono sonara y que no se enterara porque tenía la música demasiado fuerte. Para asegurarse, además, bajó el volumen hasta que podía escuchar el rumor de la gente de fondo. No supo cómo, le saltó en primera página las fotos de cumpleaños de un amigo de Arthur en Facebook. Había tenido lugar hacía cosa de un mes y ellos salían juntos en las imágenes, a veces riéndose de bromas que ya ni recordaba. El hueco del estómago le hizo desear fumar aún con más ganas.

En ese momento la puerta de la cafetería se abrió y a paso ligero, decidido, de hombre que tiene confianza en sí mismo y en que se puede comer el mundo, se adentró un varón. Éste fue hasta la barra y se sentó sobre uno de los taburetes. Debajo de los ojos verdes había unas pequeñas ojeras que habían crecido con el paso de los días. Suspiró y se apoyó sobre la barra mientras una repentina oleada de cansancio le dejaba sentir los miembros entumecidos y los ojos escocidos.

— Un café cargado, por favor, Eli —dijo el hombre a la camarera.

La mujer, una fémina con cuerpo escultural escondido tras un jersey ancho y unos tejanos raídos por la parte de abajo, se fue hasta él y puso los brazos en jarra dirigiéndole la mejor mirada de desaprobación que pudo poner en ese momento.

— ¿Y me vas a pagar o me lo vas a volver a dejar a deber? —le preguntó—. Lo que deberías hacer es dormir más, que mira las ojeras de zoquete que se te están poniendo. ¿Es que no tienes amigos que te digan que debes descansar tus horas diarias?

— Es que no me han pagado el sueldo aún~ —dijo él lloriqueando. Estiró los brazos y asió la mano de Elisabeth, que se encontraba limpiando la barra con un trapo mugriento de color azul—. Te prometo que en cuanto tenga el dinero lo primero que haré será saldar mi cuenta. Tengo algo de pasta, pero es para pagar el alquiler del piso. Mi casero me mira con los ojos del diablo, te lo prometo. En cambio tú eres una doncella de buen corazón que tendrá compasión de este pobre currante.

— Eres un pelotero cuando quieres... —replicó ella apartando la mano y cruzándose de brazos.

El espectáculo que estaban realizando había captado la atención de todo el local, que ahora se encontraba mirándoles. Incluso Francis logró cerrar la página de la red social y observó de reojo a ese personaje que ahora reconocía como el tipo que estuvo hablando con Lovino el otro día. No quedaba muy lejos de donde él se encontraba, así que esta vez le podía ver mejor. Iba vestido con una chaqueta estilo tejano de color verde y unos pantalones de color negro. En los pies calzaba unas bambas oscuras y la izquierda tenía los cordones flojos y medio desabrochados.

— ¿Pero me vas a dar el café o no? —preguntó el español.

— Será la última vez. La próxima, si quieres cafeína, vienes con el dinero y pagas como los demás.

— ¡Sí es que eres un sol, cojones! —exclamó contento el hombre. Se inclinó en la barra, acercó a Elisabeth y le dio un beso en la mejilla. A la muchacha se le subieron los colores y se apresuró a poner distancia entre los dos.

Se rió cuando escuchó que ella se quejaba cuando se alejaba hacia la cocina para preparar el café. Siempre renegaba de su falta de seriedad e iba de chica dura, cuando en el fondo se avergonzaba de un beso en la mejilla. Le daba ternura ese comportamiento y por ese motivo seguía viniendo al local después de meses. Con los dedos tamborileó sobre el metal y miró a su alrededor, aburrido mientras esperaba. Entonces se fijó en ese hombre que se encontraba a unas cuantas mesas de distancia, el cual había estado mirándole hasta hacía segundos y que había desviado aquellos ojos azules a su ordenador. Arqueó las cejas y una sonrisa se dibujó en su rostro. En ese momento llegó Elisabeth con su café para llevar. Lo agarró con cuidado de no tocar las zonas donde el líquido ardiente rozaba contra el plástico y le dio las gracias. Iba a marcharse, pero entonces viró en redondo y fue hacia la mesa.

— ¿Debo empezar a pensar que me estás persiguiendo? —dijo el hombre al que estaba sentado en la mesa.

Francis no había esperado aquel movimiento y cuando notó que había alguien a su lado sintió pánico. ¿Le iba a pegar? No es que hubiese sido el colmo de la educación, casi podía decirse que se había comportado como un asqueroso acosador, mirándole de lejos. Le dio miedo levantar la mirada, porque pensó que iba a verle enfadado. Sin embargo, cuando lo hizo, con el corazón a mil por hora por el susto, se encontró con que el chico le dedicaba una sonrisa impresionante.

— Eh... Estaba aquí desde antes de que llegaras, no te estoy persiguiendo —dijo cohibido el francés. No sabía si estaba molesto o no. Sí que era cierto que sonreía pero la frase había sonado seria y todo.

De repente los labios del español se abrieron, mostrando sus dientes blancos, y se echó a reír. Le sorprendió ese gesto y le dejó completamente desconcertado. ¿Es que no podía ser directo y dejarle ver qué intenciones tenía? Si iba a partirle la cara, le gustaría al menos ser capaz de hacer el intento de esquivarle.

— Perdona, perdona. No era mi intención asustarte. Se suponía que ibas a reírte o al menos a sonreír —dijo el de cabellos castaños. Le tendió la mano—. Hola, me llamo Antonio. Nos vimos en el Starbucks hace una semana, ¿te acuerdas? Casi tiras tu vaso.

Antonio tenía los ojos más curiosos que había visto en toda su vida. En su gran mayoría eran verdes, de un color oliva vivo y que llamaba la atención, pero en el ojo izquierdo tenía una mota cerca de la pupila de color azul. Aquel hecho le distrajo medio segundo y pronto su cerebro le gritó para que reaccionara con el objetivo de evitar quedar como un retrasado. Estrechó su mano y sonrió cordial.

— Yo soy Francis.

— Oooh... ¿Así que tú eres Francis? —preguntó Antonio de una manera que dejó al rubio anonadado. Era como si le conociera de toda la vida y él era la primera vez que le tenía delante.

— Sí, soy... ¿Es que te ha hablado de mí? —inquirió el francés, demasiado confundido como para poder acabar la primera frase.

— Sí, ayer me pidió perdón por haberme hecho esperar y me dijo que Francis no dejaba de llorar como una nena y que le habías estado dando el coñazo —respondió sin cortarse un pelo. Quien conocía a Lovino y aún era su amigo ya sabía que esas salidas eran propias y no iban con mala fe, al menos no tanta—. Cuando no tiene lo que quiere se pone un poco gruñón. Le he dicho que me tiene que presentar a sus amigos, pero es muy reservado con esas cosas.

— ¿Me lo dices o me lo cuentas? Gilbert, el chico que estaba conmigo, se ve que no deja de preguntárselo y justo antes de que llegaras estuvieron discutiendo por la respuesta tan delicada que le dio, cortesía de Lovi —murmuró Francis tras encogerse de hombros. En el fondo tenía un corazón de oro, pero espantaba a mucha gente cuando se portaba de esa manera tan arisca.

— Vaya, no entiendo esa manía que tiene... —contestó Antonio arqueando una ceja, confundido al saber eso—. ¿Y de mí no ha hablado?

— Lo siento pero creo que no. Hacía bastante que no les veía, así que no puedo jurarlo porque no estoy seguro al cien por cien. Yo, hasta hace dos días, no sabía ni que existías.

— Bueno, tampoco es que quiera ser el tema de conversación de todo el mundo. No es que vaya a ir a quejarme a Lovino, no ganaría nada. Seguro que me miraría mal y me diría que cerrara la puta boca.

Los dos se echaron a reír cuando lo imaginaron. La simplicidad de Lovino les permitía saber con facilidad cómo iba a reaccionar. Cuando la risa se terminó, los dos suspiraron un poco mientras se terminaban de calmar. Francis miró la mesa y luego clavó sus ojos azules en el hombre.

— ¿Te apetecería sentarte un rato? Llevas minutos de pie con el café en las manos, se te va a enfriar.

El hispano se detuvo por un momento, levantó la mano derecha y con la izquierda destapó un reloj que llevaba en la muñeca. La correa era de algo parecido al cuero, de tonalidad oscura y la hebilla dorada, al igual que la esfera. Contaba con un diseño sencillo y al mismo tiempo elegante. Los orbes verdes encontraron los azules y sonrió apenado.

— Lo siento, pero creo que tendré que rechazar tu oferta. En pocos minutos tendría que estar en el trabajo. Creo que suficiente me he entretenido. Si me siento, seguro que no voy a llegar a tiempo —dijo divertido el español—. Otro día, quizás, ¿de acuerdo?

— Claro, no hay problema.

Le había dado vergüenza el ser rechazado. Bueno, tampoco era cierto que le hubiera rechazado a él directamente, había desestimado su invitación por motivos lógicos y contra los cuales no podía rebatir nada en absoluto. No obstante, le era imposible no sentir un poco de reparo. ¿Había preguntado algo estúpido? Quizás le había hecho sentirse incómodo, aunque no lo demostrara con esa sonrisa jovial que no parecía borrarse de su rostro ni a tiros. Al final se vio ligeramente contagiado. Tampoco le gustaría quedar como un borde.

— Hasta otra, entonces. Que te vaya bien el día, Francis —dijo el hispano asiendo mejor el café. Acto seguido viró sobre sus talones y emprendió la marcha.

— Suerte con el trabajo —le contestó con una sonrisa e hizo un gesto con la mano para despedirse.

Le vio salir por la puerta, a paso ligero. Juraría que por un momento había pensado que saldría corriendo dando saltitos. Era un tipo curioso, de eso no cabía la menor duda. Apagó el ordenador sin sentir la urgencia de volver a abrir Facebook para continuar cotilleando las fotos y lo guardó en su bolsa. Dejaría ese lastre en casa y se iría a correr un rato. Quizás cuando volviese podría ponerse a mirar lo de los pasatiempos. Esta vez prometía alejarse del recuerdo de aquel inglés que seguía sin llamar.


¡Hola!

Aquí estoy con un nuevo Frain (de más de un capítulo). Voy a ser sincera, no estaba muy segura de publicar, porque últimamente los lectores se han vuelto silenciosos o han abandonado, pero he recibido un review y me han dado ganas de embarcarme en esto. Espero no salir escaldada de esta aventura xD.

No sé bien qué comentar, porque este capítulo es introductorio. Le he puesto títulos a los capítulos, espero no arrepentirme pronto (seguramente lo haré xD) Cualquier pregunta me la hacéis llegar, os responderé siempre que no sea algo que sé que se va a explicar más adelante. No hago spoilers, nope :)

Gracias por leer

Recordad que los reviews alimentan la inspiración y la motivación de los autores.

¡Saludos!

Miruru.