Para HikariCaelum.
Digimon no me pertenece, ni sus personajes. Quizá la trama sí, pero quién sabe.
Pétalos pintados de negro.
-I-
Existen momentos extraordinarios, mágicos, tan perfectos que resultan imposibles de creer. Como seres lógicos intentamos buscarles una explicación razonable a todo lo que nos rodea y sucede. Personalmente pienso que eso le quita un poco de misterio a la vida. Me gusta pensar que existe algo más, algo que nos une a pesar de nuestras diferencias, a pesar de la distancia, a pesar de los errores, de los miedos, del orgullo y que va más allá de la propia muerte. Quiero creer que hay algo inexplicable que transita entre nosotros de manera silenciosa y que cuando se quiere hacer notar nos mueve el mundo y nos lo pone de cabeza.
Quiero pensarlo, porque de no hacerlo me volvería aún más loca, mucho más.
Pero, también, están los momentos malos, los no-mágicos, que nos hacen querer buscar y tener respuestas convincentes a la mano para que nos explique porqué se dieron así las cosas. Toda mala noticia, todo infortunio merece y necesita ser llenado con un motivo. La desgracia siempre es incomprendida y rara vez le podemos encontrar su lado bueno, aun así, seguimos intentándolo, seguimos en busca de los porqués que puedan ayudarnos a seguir hacia adelante.
¿Pero, y si ellas, al igual que los instantes mágicos, no necesitan respuestas, solo son y nada más? ¿Si las desgracias son solo la otra cara, la oscura, de ese algo más que pone nuestras vidas de cabeza?
A veces el camino se torna muy largo y las respuestas nunca aparecen en él. Nos volvemos irracionales, peleamos contra el mundo o nos negamos a seguir en él, le echamos la culpa a la mala suerte, a un destino que no sabemos si era el nuestro o si quizá solo se ha confundido de historia.
Me llevó un largo tiempo poder comprender que la oscuridad es parte de la luz, que sin una la otra no existiría. Las dos están unidas de una manera inexplicable. Lo mismo sucede con los buenos momentos, para poder apreciarlos mejor, hace falta que lleguen los días malos. No todo tiene que ser extremo, por supuesto, pero para llegar a mi punto es necesario que sea así.
Hace un tiempo conocí a una chica, Zara, era una muchacha muy religiosa. Ella procuraba no mentir, procuraba hacer el bien, cumplir con los mandamientos de su evangelio. Era madre de dos niñas preciosa y un niño muy travieso, esposa de un hombre maravilloso que la amaba más que a nadie. Cada vez que podía mencionaba lo maravilloso que había sido su dios para con ella. Cuando joven sufrió mucho al amar a un chico que solo le hacía sufrir. Era sorprendente como su vida cambió al creer que alguien la estaba cuidando y que no le abandonaría. Era bendecida, se sentía sí. Su vida estaba equilibrada y, aunque no era la mujer más rica del mundo, nada le faltaba. Un día recibió la noticia de que sería, por cuarta vez, madre. Su mundo se le fue a pique. El tener un nuevo bebé era el fin de su vida cómoda, tendría que hacer tantos cambios en su día a día, en su economía, en su tiempo para sí misma y, egoístamente, pensaba en su propio cuerpo. Pensaba en ella, antes que la criatura. No quería tener al bebé.
Antes de saber que estaba embarazada una amiga suya había ido a visitarla. La otra mujer le mencionó, en algún punto de la conversación, que hacía unos meses había abortado porque se había hecho los senos, entre otras cirugías, además de que no quería pasar por cambios hormonales, desvelos y cambios de pañales a sus 40 años. Ella contó esa parte de su vida y Zara la juzgó en silencio, pensó que era despreciable lo que había hecho. La ironía se hizo presente cuando Zara decidió abortar, aunque al final declinó a la idea.
Mi intención no es hablar sobre ironía ni sobre lo prejuiciosa que fue Zara. Ese no es el punto. El punto es que ella, tras decidir tener al bebé, lo perdió de manera natural. No entendía en absoluto por qué su dios le hizo pasar por todo eso: por la decisión de aborta y luego tenerlo y amarlo, si en un principio Él había decidido que no nacería. ¿Cuál era su punto? ¿Qué lección quiso enseñarle? ¿Había hecho algún mal y ese era el castigo?
Entonces recordó a su amiga y cómo la había juzgado antes. Esa fue su respuesta.
No solo los momentos extraordinariamente mágicos necesitan un por qué, los malos también. No importa si crees en un dios, en el destino o no crees en nada: siempre andamos en busca de ellas. Siempre.
Parece ser parte de nuestra naturaleza buscar lo bueno dentro de lo malo, ¿será por eso de que el bien no existe sin el mal, o es la necesidad de respuesta la que nos impulsa a pensar que todo pasa por algo, y que debemos aprender de ello?
Dicen que sin los malos días no se pueden apreciar los buenos. El problema es que yo aún no puedo verlo del todo. Mi vida está bajo una nube gris que no quiere dejarme, tampoco quiero que se vaya. Resulta más fácil quedarse en casa, extrañándote, pensándote, que salir y olvidarme de todo lo que vivimos.
No quiero olvidarte, TK. No quiero que las horas borren tu aroma, que el tiempo consuma tu recuerdo. Quiero creer que puedo encontrarte en cada rincón de nuestra casa, en cada banco del parque en donde conversamos por tantas horas. No quiero verle el lado bueno a tu partida, porque no hay nada de ello que pueda sacar de tu muerte.
¡Cielos! No sabes cuánto te echo de menos.
Esta tarde ha venido Jou. Creo que ha sido enviado por mi hermano. Imagino que ha sido un intento de Taichi, uno muy desesperado, de querer que salga de casa. Ni él, ni Jou, ni nadie, comprenden por lo que estoy pasando. Les cuesta imaginar mi dolor, mi pena. No los puedo culpar, incluso yo, antes de que partieras, no hubiese podido imaginar cómo se siente perder a quién más amé en la vida. Y es que no creo que pudiese pensar en que me dejarías tan pronto.
¿Qué pasó con todos nuestros planes? ¿Qué pasó con nuestros sueños? ¿A dónde fueron a parar tantas expectativas? ¿En dónde está mi futuro ahora... con quién está?
Jou fue muy directo. Expresó su preocupación y no dudó en dejar claro el motivo de su visita. Le ofrecí un poco de té y dejé que hablara. Él me pidió que siguiera adelante, que eso es lo que hubieses querido que hiciera, que ahora estás en un lugar mejor y que me cuidas, pero que no puedes decirme qué hacer. Todo depende de mí y tengo que dejarte ir para poder continuar.
¿Se trata de eso, Takeru? ¿Quieres que retome mi camino? ¿Quieres que siga hacia adelante?
Si de eso se trata, si eso es lo que quieres, está bien, lo haré, pero regresa. Acompáñame como solías hacerlo, y camina a mi lado, junto a mí. Toma de mi mano y no la sueltes. ¡No, no lo hagas! Mejor abrázame hasta que sienta que no podré respirar más. Y no me sueltes, Takeru, porque yo no lo volveré a hacer. Si regresas, nunca más dejaré que te marches.
Prométeme que lo pensarás.
Sabes qué... cuando cierro los ojos puedo imaginar como la brisa del invierno golpea mi rostro y enfría mis pestañas, tus manos tomadas de las mías, las capas y capas de ropas que usábamos para ahuyentar el frío, pero eran tus abrazos los que me hacían entrar en calor. Hablábamos durante horas, hasta que te animabas a besarme. Tus labios fríos y suaves que se entibiaban al contacto con los míos. Recuerdo tu sonrojo luego del beso, y que yo te preguntaba si se debía a lo que acabábamos de hacer o era por culpa de la helada noche.
Siempre respondías con una sonrisa:
—Yo nunca me sonrojo. Es el frío de la ciudad.
Y reíamos porque sabíamos que mentías.
Es doloroso tener que hablarte en tiempo pasado. Tener que hacerlo viendo hacia la nada. Todo lo que pasó luego del accidente ha sido doloroso. Me gustaría saber por qué hoy no estás aquí. A veces imagino que te has ido de viaje, que cuando te hablo es como un e-mail más que te escribo y que tardaras un poco en responder.
TK, mi querido TK, te hecho tanto de menos.
Te dije que me estoy volviendo loca. Ayer te escuché, me pedias que despertara, que ya era hora de regresar a casa. Estoy en casa, TK, estoy aquí, he regresado, pero no te veo. ¿En dónde estás? Hay mucho ruido y apenas logro distinguir tu voz.
.
Ayer me detuve al frente del gran árbol del parque. Lo miré por mucho tiempo, aunque estoy segura que solo pasaron algunos segundos. Al verlo me vinieron un millón de recuerdos y no pude evitar sonreír. Quizá te alegre escuchar esto, pero, lamento decirte que apenas sonreí, las lágrimas mancharon mi rostro. Es difícil no recordarte sin que me entre la nostalgia.
Era un día soleado de abril cuando paseaba con Sora por ese mismo lugar. Habíamos decidido ir a por un helado para pasar un poco el día pesado. Sora no se decidía si regalarle a Taichi aquél suéter azul rey o aquél balón de futbol que estaba en subasta —era del mundial del 99'—. ¿Lo recuerdas? Es uno de los más valiosos recuerdos de mi hermano. Lo cuida como si estuviese hecho de oro puro.
Sora casi pierde la oportunidad de poder comprarlo, el problema fue que el dinero no le alcanzaba y estaba segura de que mi hermano no olvidaría, ni pasaría por debajo de la mesa, su segundo aniversario. No quería echar a perder aquél día, sobre todo porque había sido ella quien le regañó un año antes por no ser romántico —o atento, por lo menos.
Ella se quejaba del poco dinero que tenía ahorrado, yo solo podía sonreír al ver lo complicado que eran los dos. Es que nosotros no teníamos ese tipo de inconvenientes. A nosotros nos bastaba echarnos en el cobertizo con una taza de té, mientras relatabas con tu voz de narrador cualquiera de nuestras novelas preferidas. Éramos tan felices con tan poco.
Me gustaba mucho el parque del centro. Todo era entretenido, siempre estaba lleno de transeúntes o de artistas que querían que su arte fuese apreciado. Desde raperos a magos. Era un carnaval de creatividad que en los meses de puro sol parecía crecer y crecer. Los niños correteando y las palomas alzando el vuelo o comiendo lo que las migajas de pan que las ancianas les arrojaban fueron elementos que acompañaron ese día de abril. La risa de los niños era muy contagiosa. Sabes cómo me gustan los niños, sabes que es imposible que no pueda seguirles con la mirada cuando juegan muy alegres. Fue buscando sus risas ruidosas que descubrí al muchacho debajo del árbol, inmóvil, subido sobre una pequeña plataforma con una caja que le servía para recoger las propinas.
Mientras Sora se quejaba yo miraba al chico con ropas de Aladino. Me llamaba la atención, mucho. Me sonrojé cuando me di cuenta de ello, pero aun así no pude evitar seguir contemplándolo. Era uno de esos artistas que hacían de estatuas humanas. Hacía un calor tremendo, pero aun así estaba allí, parado, sin mover ni un musculo de su cuerpo. En ese momento una chica le lanzó una moneda y el comenzó a moverse. Parecía irreal, juraría que era una estatua segundos antes, aunque sabía que no lo era. Prestó su servicio y luego volvió a congelarse.
—Increíble —musité más para mí misma que para Sora.
Sentí curiosidad y me acerqué hasta él. Tuve que arrastrar un poco a mi cuñada, ya que ella solo pensaba en lo que le daría como presente a su novio.
Estuve de pie frente a él, frente al árbol que te mencioné hace poco, el que me hizo reír, y llorar. Miré al chico con exceso de maquillaje y vestimenta llamativa. Sus ojos contaban muchas historias interesantes a la vez, cantaban, reían y lloraban. No sabría cómo explicártelo: eran hermosos, tenían vida propia.
—¿Le lanzarás una moneda, al menos?
Tardé en reaccionar y me volví a sonrojar. Creo que incluso tartamudeé un poco. Estaba avergonzada:
—¿Qué? No, no. No tengo dinero. Apenas me alcanza para el boleto de regreso a Odaiba.
—Pues, yo tampoco tengo nada para darle. Dudo mucho que se mueva sin que le demos algo de propina. Lástima, será para otra ocasión. Andando, sigamos viendo qué podría obsequiarle a Taichi.
Estoy segura de que no nos escuchó hablar del dinero. Tan solo fue un impulso, pero al pasar a su lado, aquél hombre que hacía de estatua humana comenzó a moverse.
—¡Mira, se está moviendo! —dijo Sora emocionada.
—Pero yo no le he dado ninguna propina.
—Bueno, parece que solo se conforma con que le des la mano. Mira.
Era estar viendo a uno de esos príncipes de las películas de cuentos de hadas. Sentí mi cara arder. Estaba muy alagada y sorprendida, pero sobre todo sentí mucha timidez. Él estaba allí, con su mano tendida pidiendo mi mano y yo solo le observaba con todos los colores subiendo a mi rostro. Sora, al verme dudar, me dio un golpecito que me animó a aceptar su gesto.
Su mano tomó la mí y me giró y giró debajo de ella, como si bailáramos un vals.
Fue, quizá, un momento más, un instante que para otra persona hubiese sido insignificante, pasaría debajo de la mesa, nadie se daría cuenta o no sería recordado al llegar a casa. Pero yo no era como los demás. Me sentí especial, me hizo sentir especial. De todas las personas presente en el parque él había decidido mírame a mí. De todas las personas que pasaron al frente de él, y que no le pagaron por su trabajo, él había decidido moverse solo conmigo. La manera en que lo hizo, su delicadeza y encanto... todos esos elementos hicieron temblar a mi corazón de una manera que jamás pensé que lo haría.
Viéndome a los ojos hizo una reverencia. Antes de soltar mi mano, la besó. Parecía un príncipe azul, salido de los cuentos de hadas que Mimí tanto leyó en su niñez.
¿Recuerdas aquél día, TK? ¿No sentiste mariposas al verme luego de tanto tiempo? ¿Cuánto fue? ¿Un año, quizá dos, cinco, quizá más? ¿Me reconociste al instante? Sabes que yo no lo hice, aunque confieso que algo en aquellos dos mundos azules me hicieron sentir nostálgica y me situaron en algún café o plaza donde nos reuníamos luego de la escuela.
Ay, Takeru. Ay, mi TK. ¿Qué será de mí? Dime cómo hago para olvidar tantos momentos hermosos que compartí a tu lado. Tantas risas que me hicieron doler el estómago. Tantas peleas, tantas conversaciones.
Por qué te fuiste y me abandonaste. Por qué no pude despedirme de ti. Por qué no nos fuimos juntos. Quiero respuestas, quiero buscar un porqué. No quiero conformarme con que esta es una lección de vida, como lo hizo Zara. Si realmente fui mala, si realmente querían enseñarme lo que quisiesen enseñarme, ¿por qué no te dejaron a mi lado?
Los días pasan y se vuelven más lúgubres. Ya el invierno pasó y no pude ver tus mejillas sonrosadas, ya abril murió sin que pudiera ver tu sonrisa. ¿Cuántos días tendrán que pasar para volverte a ver?
Cuando Jou se marchó esta tarde, creí escucharte debajo de la cama. Me llamabas. Pronunciabas mi nombre y me decías que me amabas. ¿Qué hacías debajo de la cama, mi amor? ¿Eras tú?
Disculpa, me duele la cabeza, me encuentro un poco agotada. He tomado algunas pastillas para dormir. Creo que están haciendo efecto. Ojalá, al despertar, pueda encontrarte, ya no en mis sueños, ya no en el recuerdo de lo que fuiste...
—Hikari.
—¿Takeru?
—... despierta.
¡Felicidades a HikariCaelum por su cumpleaños!
Desde hace unos meses que estoy preparando este regalito. Pensé tantas maneras de mostrarte esta historia —que pretendía ser OS, pero se extendió— y al final me decanté por esta. Por ahí leí que cuando se está bloqueado hay que dejar que la musa haga el trabajo sucio y decida con qué narrador se siente más cómoda, porque si no la muy... hermosa, no coopera, y eso pasó, hasta hoy.
Me siento mal por el retraso, peo te dije que la subiría al salir de exámenes. Quiero desearte un feliz cumpleaños y espero este regalo te guste. Por cierto continuará, no quería hacerlo de más de dos capítulos, pero no podía procrastinar más el asunto.
Una vez más, felicidades.
Para los fanáticos del Takari, espero lo disfruten.
Ciao.
