CAPÍTULO I

Abrió los ojos, sintiendo la pesadez del cuerpo que causa una jodida noche de insomnio. Sin mencionar que, cuando al fin pudo descansar, tuvo ese puto sueño otra vez.

Ya era un hombre de casi veinte años que poseía un cuerpo vigoroso, y aquellas imágenes de su pasado aún no dejaban de atormentarlo.

Entonces pasó una mano sobre la frente, limpiando algunas gotas de sudor que se habían formado, y soltó un pesado suspiro.

—Maldición —miró su reloj con pereza, iban a dar las cinco de la tarde.

«¡Las cinco!» su sorpresa no era dormir tanto, sino que Chris estaría enojado, pues le había prometido ayudar a capturar algunos documentos en la computadora.

Se levantó de golpe y salió, sin mirar al tremendo puerquero al que llamaba habitación. Estaba en ropa interior y su rostro tenía apariencia de todo menos de haber descansado.

En la mesa del comedor se hallaba tanto el desayuno como la comida, cubiertos con un plástico transparente. Si Yuu había dejado eso ahí, no podía estar tan enojado… o al menos eso quería suponer. Lo buscó con la mirada y lo encontró tras la PC.

—Buenas, Chris —se sentó a la mesa y tomó los cubiertos—. Gracias por la comida.

—Estuve a punto de ir a despertarte, Kuramochi —tecleó un poco más antes de terminar con su trabajo—. Prepararé tus cosas mientras terminas de comer. ¿Qué rifle planeas usar esta vez?

—El de la última vez me vendría bien. Es muy cómodo y los tiros son bastante precisos. Tienes muy buen ojo para esas cosas —su fama como asesino había crecido en los últimos años y agradecía tener un compañero que se ocupara de esos pequeños pero importantes detalles.

—De acuerdo —Chris se levantó de su asiento y acomodó una pequeña pila de documentos.

—Por cierto, ¿Ya te han hecho el depósito o tendré que hacer una visita nocturna acabando la fiesta?

—Han depositado la mitad, darán todo completo cuando sepan que el trabajo está hecho —se encaminó hacia la única puerta de metal del lugar. Era ahí donde las armas, equipamientos y demás cosas eran guardadas; su sitio de trabajo.

El objetivo era un pez gordo. Un mutante que iba adquiriendo popularidad para las próximas elecciones; no le convenía a su competencia. Le habían ofrecido una buena suma por su cabeza y aprovecharía esa misma noche, pues en el edificio gubernamental se llevaría a cabo una reunión política, o más bien, otro pretexto de ricos para codearse con los de su especie.

—No tardes demasiado, aún debo darte unas cuantas indicaciones —abrió la puerta, pero antes de ingresar, se detuvo—. Además, una pila de documentos espera por ti, Kuramochi.

Takigawa era una buena persona, pero cuando quería, se convertía en el ser más estricto del planeta. No convenía jugar con su tolerancia.


—Ya me voy —anunció Yoichi mientras salía del edificio. Vestía un traje negro de fibra de carbono, y llevaba su nuevo rifle favorito junto al pasamontañas en una maleta adicional.

Su trabajo estaba a punto de empezar: matar mutantes.

Era casi la media noche y por la hora de sus apariciones, más su forma ágil y precisa de hacer las cosas era que había ganado el sobrenombre de Midnight Cheetah. La mayor parte de sus clientes eran un enigma; así lo prefería, evitaba muchos problemas ya que trabajaba para todos y, a la vez, para nadie.

A un par de cuadras del edificio gubernamental se colocó los protectores, el pasamontañas y un chaleco de fibra de Kevlar que Chris siempre le insistía que usara.

Después de noquear a una parte de la seguridad y dejarlos amordazados en algún lugar de curiosa existencia se apresuró a la construcción aledaña. Montó el arma, se ajustó los guantes y ajustó la mirilla.

—Hay media docena de guardias en el techo —habló Chris a través del auricular—. En el mejor de los casos tienes cerca de diez minutos para que alguno de ellos note que te deshiciste de un par de sus colegas.

—¿Y en el peor?

—Tres minutos.

—¿Y la salida?

—Despejada.

Al no recibir respuesta, Takigawa continuó, luego de verificar la posición de su colega:

—Tercer piso. Segundo ventanal. Kawakami Norifumi deberá entrar por ahí en un par de segundos. Mantente alerta.

Roger —cortó la comunicación y se concentró en el lugar indicado.

Abriendo la puerta de la habitación apareció un hombre mediano portando el Giorgio Armani del año. Parecía tener la guardia baja, y por lo que sabía de él, su poder consistía en la geoquinesia (control de la tierra). A excepción de su indumentaria, lucía bastante normal para tratarse del futuro alto mando, sin contar que sería el más joven en la historia.

Contuvo la respiración. Se encontraba de buen humor y podría jurar que sería de los tiros más limpios que habría hecho en su trayectoria, de no ser porque algo le impidió jalar el gatillo.

«¿Dos objetivos?» Odiaba tanto tener percances. Lo único bueno de eso es que podía sacar dinero extra.


Adentrarse al edificio no fue ni la mitad de difícil de lo que había creído. No lo decía por el sistema de seguridad, sino por el hecho de que las personas que escogieron para ese trabajo eran bastante incompetentes.

Un traje impecable y un sombrero a juego fueron suficientes para pasar inadvertido entre la multitud, sin contar con sus habilidades de falsificación y suplantamiento, claro.

Unos cuantos lo ignoraban y otros le dedicaban una sonrisa a forma de saludo. Era una lástima que sólo fuera a quedarse un rato; quería regresar a casa a tomar un descanso. Horas antes tuvo que asesinar a un reputado dirigente de una empresa extranjera, y vaya que tardó en dar con él. Dicho hombre nunca había dado la cara al público, por ende, su lugar de hospedaje también era desconocido.

Por otro lado estaba Kawakami Norifumi, desde hacía mucho tiempo tenía los ojos puestos en él, y por fin se encargaría de ello. Era demasiado ingenuo (a su parecer) ya que no había tardado ni cinco minutos en lograr que lo llevara a su oficina para cerrar un trato con su empresa.

Pase por favor —Norifumi abrió la puerta y se adelantó a su escritorio, seguido por su nuevo socio.

Gracias —respondió formalmente tras cerrar y dirigirse a una silla frente al político.

Es un honor tenerlo aquí —recargó sus codos sobre la madera—, no pensé que se interesaría en venir, ya que no respondió a la invitación. Permítame —abrió un cajón, extrayendo su tarjeta para hacer el conocido intercambio.

Mientras el político aprovechaba para leer el nombre del enigmático magnate, Kominato metió la mano en uno de los bolsillos del saco, que contenía un pequeño control con un único botón; cinco segundos de oscuridad le serían suficientes. La cara de confusión del otro le indicó que era momento de actuar.

El contenido de la tarjeta era una sola palabra escrita en el centro: Adiós.

Presionó el botón y, al instante, toda la energía eléctrica de la instalación cesó. Formó una afilada daga a partir de las células de su propio cuerpo, que le fue de ayuda para hacer un profundo corte en la garganta de Kawakami.

Transcurridos los cinco segundos, la luz se encendió, iluminando la sangrienta escena. El cuerpo de la víctima yacía sobre el escritorio. Se levantó y, con suma tranquilidad, caminó en dirección a la puerta. Había cumplido con lo suyo.

«Demasiado lento» Era obvio a quien se refería, alguien que ni siquiera se tomó la molestia en mirar al salir de la habitación.

Tan solo debía bajar unas cuantas escaleras para salir del edificio; por alguna extraña razón los sensores infrarrojos habían dejado de funcionar. Buena suerte, quizá.

En cuanto presenció la escena, algo dentro de él se agitó. Kuramochi tuvo un mal augurio y comenzó a guardar las cosas para retirarse, como si hubiera acertado el tiro.

Podría quedarse a buscar al chico que le robó la presa, pero era una apuesta suicida ya que no tardarían en darse cuenta del cadáver y, en definitiva, no iba a arriesgar su trabajo, así que no se detuvo hasta llegar a casa y contarle a Takigawa lo sucedido.

—…y eso fue lo que pasó —Kuramochi se terminó la lata de cerveza y la arrojó al cesto de basura sin moverse del sofá.

Chris tecleaba unas cuantas palabras en su computadora mientras escuchaba el relato. Nada. No había información alguna de aquel misterioso sicario.

—Tenía un llamativo cabello color rosa —dijo más para sí mismo que para su colega.

—Con las características que me diste, quizá podría pedir ayuda a unos cuantos contactos.

—El cliente… ¿El cliente era Narumiya Mei de nuevo? ¿Quizá alguna competencia suya con el mismo objetivo? ¿Cuántas probabilidades hay de que ese chico trabaje para él?

Yoichi solía hacer su trabajo muy bien, demasiado, a decir verdad, así que dudaba que Mei hubiera contratado a alguien más.

—Narumiya suele ser alguien caprichoso e infantil en ocasiones; pero dudo que tenga un gusto oculto por coleccionar sicarios —sabía de muy buena mano que no era tan idiota como para arriesgar su imagen pública al hacerse conocido en el submundo—. Tengo la impresión de que podrías encontrarte con ese sujeto un día de estos.

—Verlo de nuevo, eh —su mirada se perdió en el techo, recordando la sutil sonrisa que estaba presente en su rostro cuando vio el asesinato. Soltó un cansado suspiro y luego se levantó en dirección a su habitación. Antes de adentrarse volteó con la enorme sonrisa que le caracterizaba—. Bien, gracias por tu arduo trabajo, compañero. Que duermas bien —tras cerrar la puerta por su cabeza rondaba sólo una cosa: adiós papeleo.

—Hasta mañana —miró hacia la mesa donde solía trabajar; ahí seguían los papeles que, se suponía, Kuramochi iba a hacer.

«Yoichi…» hablando de mutantes, Yuu era uno, tenía una dualidad de poderes: telequinesis y telepatía; acababa de usar una de ellas para llamar a su colega.

—¡Sí, sí! ¡Ya voy, ya voy! —de forma molesta tuvo que salir de su cuarto para hacer el trabajo que tanto había ignorado.

El timbre de un celular se hizo presente. Era el número al que hablaban para solicitar los servicios de Midnight Cheetah. Al acercarse y contestarlo, Takigawa confirmó el siguiente objetivo: Miyuki Kazuya.