Hola! Aquí llego con una nueva historia, mientras dejo que pasé un poco más de tiempo para publicar un post-the end. Esta historia cambiará de clasificación en posteriores capítulos, pero de momento lo dejo en T como advertencia.
Sipnosis: Jack y Kate fueron muy amigos de pequeños, pero la diferencia social entre ellos los separó. 10 años después vuelven a encontrarse, pero ¿podrán reconocerse después de tanto tiempo?
Aviso: el primer capítulo es más largo y más lento de leer porque es una introducción, pero los siguientes serán más ligeros lo prometo.
INTRODUCCIÓN (RATED: K)
Lo conocía desde hacía tanto tiempo, era su mejor amigo desde que su memoria alcanzaba a recordar, siempre había sido su compañero de juegos y travesuras, por ello seguían llegando a su memoria recuerdos esporádicos de él, a pesar de que ya habían pasado diez años desde la última vez que se vieron.
Kate tenía diez años cuando se lo dijo, cuando él le dijo que se marchaba. Ella lo sabía, sabía que era culpa suya. Los padres de Jack nunca aprobaron su amistad, a pesar de que sólo eran niños. Cuando iba a su casa, su madre la llamaba la hija de los Austen, dándole al apellido cierto retintín despectivo en su pronunciación. Pero Jack no era como sus padres, él era solamente un niño y no entendía de retintines o de desprecio hacia un apellido, para él sólo era Kate, su amiga, y Kate también era demasiado joven para entender de clases sociales y de por qué el apellido Austen tenía tan mala fama.
No tardó en su adolescencia en entender que su futuro estaba ya marcado por su apellido. El apellido que su madre había desprestigiado, el apellido que irremediablemente la acompañaría hasta el día de su boda, en el que adoptaría el de su marido. Inexplicablemente, Kate sentía una profunda pena en el pensamiento de abandonar su apellido, maltrecho y corrompido por las acciones de sus padres. Era lo único que le quedaba de su padre, porque ella jamás llamaría Padre a Wayne, dijera lo que dijera el ADN. Puede también que, en el fondo siempre pensó que el apellido de su marido sería aún peor que el suyo propio, que el hombre con el que se casaría sería igual que con el que se casó su madre y aquella idea le aterró durante toda su adolescencia.
Kate tenía ahora veinte años, ya no era una niña, en realidad hacía mucho que no era una niña, más o menos, desde que Jack se fue. Había tenido otros amigos, Tom, por poner un ejemplo rápido, pero entre ella y Jack siempre hubo algo especial, algo que unos niños no podían entender.
Ya no recordaba su cara, ni su voz, casi era incapaz de recordar sus ojos, pero nunca olvidaría el momento exacto en que le dijo adiós.
-No te vayas, Jack.
-Mis padres se quieren mudar a Los Ángeles.
-Quédate conmigo.
-No puedo, Kate.
-¿Volveremos a vernos?
-Supongo que sí, eres mi mejor amiga.
Pero aquello no se cumplió. Habían pasado diez años, diez largos y terribles años para Kate. Había tenido que aguantar las horribles discusiones de los que –muy a su pesar- eran sus padres, que siempre acababan con su madre en el suelo y alguna parte de su cuerpo señalada por los golpes. En otras ocasiones era la propia Kate la que sufría los ataques y amenazas de Wayne, pero lo peor sin duda llegó a los dieciocho años. Wayne decidió destrozar su vida y su madre, como siempre, lo apoyó.
"Beverley Hills, es una bonita ciudad donde vivir, ¿verdad hijo?" preguntaba al pequeño Jack, de doce años, su padre el día que se mudaron. El niño asintió con la cabeza.
Era sólo un niño, incapaz de comprender la diferencia entre su colegio de Nueva York y el instituto privado de Los Ángeles al que ahora iba. La única diferencia es que en este no estaba Kate. Pero su padre le aseguraba que estaba orgulloso de él, por el simple hecho de ir a un colegio privado y a Jack se le agrandaban las pupilas cuando su padre pronunciaba la palabra "orgulloso" refiriéndose a él.
Diez años habían pasado desde aquel momento y a Christian no le bastaba con que su hijo fuera a un instituto privado para decirle que estaba orgulloso, Jack tenía que ser médico y Jack sería médico.
La adolescencia de Jack no fue lo que se dice mala, pero tampoco podría calificarse de buena. Siempre le fue bien en el colegio, tanto en notas como en amistades, pero su padre cada vez le exigía más. Jack no sabía si crecía demasiado despacio o si su padre quería que creciera más rápido de lo que era posible, pero nunca entendió por qué ya no lo besaba por las noches antes de dormir, y no le leía Alicia en el país de las maravillas, sino un libro sobre genética y desarrollo humano. O por qué ya no le hablaba de los Red Sox y sí de la política económica del país. La transición entre una cosa y la opuesta había sido de apenas un año y Jack le echó la culpa a Los Ángeles, pensaba que en aquella ciudad nunca sería lo suficiente bueno para su padre. Era demasiado joven para entender que la culpa no era de la ciudad, y su padre estaba demasiado ciego por el futuro, como para ver que su hijo de apenas trece años, no entendía nada.
Por ello fue que la adolescencia de Jack había sido confusa, unas veces era un niño de diez años y otras un adulto de treinta, hasta los quince años no comprendió su posición en el mundo y poco a poco fue encontrando su identidad, siempre y hasta ahora, a la sombra de su padre.
Diez años habían pasado desde que su infancia se volvió extraña, y ahora Jack, a sus veintidós años, estudiaba medicina con el fin de ser lo que su padre siempre quiso que fuera.
Un día, cuando tenía dieciséis años, recordó por casualidad a Kate. Sólo recordaba de ella que tenía los ojos verdes y algunas pecas en la cara, también recordaba que era manipuladora y tozuda como nadie y que era eso lo que le encantaba de ella. La recordó al ver a unos niños corriendo en el parque, como ellos hacían en Nueva York, como él no había vuelto a hacer desde que se mudó a Los Ángeles, a Beverley Hills. Se preguntó que habría sido de ella, de su vida.
Jack siempre tuvo muchos amigos, era una de esas personas que caen bien a todos, pero por alguna razón Kate seguía pululando por su memoria, aunque muy de cuando en cuando.
Ella no era como la mayoría de las niñas de diez años. Ella no era de esas niñas que jugaba con muñecas y no se acercaban los chicos porque son muy bestias; Kate era más salvaje que muchos chicos. Cuando los amigos de Jack se reían de él por ir con una chica, Kate los retaba a una pelea, que casi siempre, acababa ganando ella. Quizá por ello la madre de Jack nunca la aceptó, ella sí era una de esas mujeres que quisieran tener una niña para vestirla con todo tipo de espumosos vestidos rosas, en ese sentido, Jack se alegraba de no ser una chica.
-¿En qué piensas Jack? –un par de brazos se agarraron a su cintura desde atrás, sacándolo de sus pensamientos.
-En nada. –dijo sin volverse.
-No es posible pensar en nada. ¿Piensas en mí?
-Sarah… -se volvió.
-¿Sí? –le dijo dulcemente.
-Lo sé todo. –la expresión de la mujer cambió. –Sé que pensabas marcharte mañana, sé que ibas a marcharte… ¡Maldita sea, Sarah! ¿Ni siquiera un adiós? ¿¡No merezco ni un maldito adiós!
-Jack… no me gustan las despedidas.
-Ya…
-Por favor, no lo hagas más difícil.
-Claro, porque para ti es muy difícil marcharte sin decir absolutamente nada, ¿verdad?
-Sí, lo es.
-Entonces, ¿Por qué lo haces? –preguntó con la voz quebrada.
-Jack, lo nuestro hace meses que no funciona… tú… yo… nosotros… hemos fallado, no estamos hechos el uno para el otro.
-¡No! ¡Esta vez no, Sarah! ¡No hay un nosotros! Esta vez sólo hay tú.
-No me eches la culpa, Jack… ¿crees que no me he dado cuenta de cómo me miras?
-¿Ah sí? ¿Y como te miro?
-Diferente…Jack… sólo… adiós. –le dijo entre lágrimas.
Por alguna extraña razón, la partida de Sarah no cogió por sorpresa a Jack, hacía meses que la espera. Él la amaba, más de lo que nunca pensó que sería posible, pero por algún motivo inexplicable para él, desde el principio supo que su relación no llegaría a buen puerto.
El teléfono sonó esa tarde, era Marc, el mejor amigo de Jack desde el instituto. Marc era una de esas personas por las que Jack daría la vida, desde que llegó a Los Ángeles siendo un niño hasta ahora que era un hombre, siempre había podido contar con él, prácticamente crecieron juntos.
-¿Qué quieres Marc?
-Yo también me alegro de hablar contigo… Oye, me he enterado de lo de Sarah, lo siento… si necesitas algo…
-Estoy bien. –Interrumpió.
-¡Y mejor que vas a estar! Mañana acaba el curso, mis padres se van… ¿sabes lo que significa? ¡Mi casa vacía!
-No tengo gana de fiesta.
-¡Tú siempre tienes gana de fiesta! Y no voy a dejar que mi mejor amigo se quede en casa llorando por una mujer el día que acaba el curso.
-Me voy a ir.
-¿Qué?
-Voy a pasar el verano en Nueva York.
-¿Se puede saber que demonios se te ha perdido a ti en Nueva York?
-Necesito ir a Nueva York… allí pasé mi infancia, ¿sabes?
-Cómo esto sea por Sarah…
-¡No! Sólo, necesito aclarar algunas ideas.
-Voy contigo.
-¿Qué? No… yo…
-Bueno si quieres.
-¡Claro que quiero! Sería genial…
-Pero…
-Sin peros. –dijo decidido. –Gracias por venir conmigo. Podemos quedarnos en la casa de mis padres, es vieja y no se usa desde hace diez años, pero servirá.
-Yo mientras pueda llevar chicas…
-¡Ni hablar! –bromeó. -¿En casa de mis padres? Por favor…
-Vale, vale.
