...Y, a veces, vuelve.

Llovía el día que me besaste.

Llovía, y tú estabas llorando.

Éramos unos niños, después de todo, y la fuerza más terrible del mundo nos separaba: los adultos.

Me dijiste que tú también, pero que no habías sabido cómo decírmelo, y que ahora lamentabas no haberlo hecho antes.

Yo no lloré entonces. Me había acabado las lágrimas varios días antes, cuando me había enterado de que nos íbamos.

Mi padre sonaba el claxon, y yo rodé los ojos. Cómo deseaba quedarme contigo, o cerca de ti, al menos. Así fuera en el basurero cerca de tu casa. Prefería irme con cualquier persona (o cosa) que con ellos.

Pero era una niña, y me gustara o no, les pertenecía.

...

Estuvimos en contacto un tiempo, y luego ya no. El destino y las nuevas cosas fueron más fuertes.

Tus cartas se fueron haciendo cada vez más escuetas y distantes, y yo, con el tiempo, porque sí, dejé de responderlas.

Porque la vida se lleva las cosas lento, de a poco. Y así, ni siquiera te das cuenta.

...

Pero mi vida cambió: Crecí.

Hoy vivo sola, sin nadie que me diga que no soy lo suficientemente buena con su indiferencia, ni que me compare con nadie las pocas veces que decidan ponerme atención.

La vida de adulto es difícil, sí. Pero infinitamente satisfactoria es la independencia.

-Hoy también llueve -te digo, y tú sonríes. Sabes de lo que te hablo sin que haya tenido qué decírtelo, pero esa es otra de las cosas de la vida en las que tarda en llegarte el mensaje.

Más tarde me llega, cuando desfallezco a tu lado en mi muy modesta y desordenada cama.

-Sí -me respondiste tú con esa enigmática y soñadora sonrisa ladeada -hoy también llueve, y creo que quiero volver a hacerlo.

Y lo hiciste ahí, sobre la desvencijada mesa de la cafetería de la universidad, esa a la que decidiste transferirte justo hoy, que sentía que mi vida no podía ser más común, en la que entraste como el sol mientras yo tenía medio emparedado en la boca (con el que casi me ahogo al verte; debo agregar).

Mientras te sentabas a mi lado sin pedir permiso y me sonreías como si acabáramos de vernos justo la clase pasada..

-Wow -dije con los ojos muy abiertos.

-Wow -repetiste tú -eso no pasa muy seguido.

-A mi no me pasa nunca... Al menos, nunca con otra persona.

-¿Ha habido otras personas? -preguntaste con fingida indignación y obvia diversión.

-Unos cuántos -dije -¿Y tú?

-¡Oh! yo con muchas -Respondiste con pedantería.

-Con que esas tenemos, ¿eh?

-Sí.

No dijimos nada más. Abandonamos las clases y terminamos aquí, en mi humilde morada, en la que se convertirá en nuestra primera fortaleza en ese futuro que ahora desconozco.

No sé qué ha sido de tu vida, ni tú de la mía. Pero nosotros no somos de los que necesitamos hablar demasiado para entendernos; Esa es otra de las lecciones de la vida que había olvidado, pero que, ahora que vuelves a besarme, comienzo a recuperar de a poco.

...

Es fácil olvidar las lecciones de la vida, pero también es fácil recuperarlas con el impulso adecuado.

Así como ayer, hoy y siempre.

FIN


Esta es una de esas ideas extrañas que se te ocurren (o cuando menos, a mí) cuando vas por la calle, y terminas olvidándolas para siempre en cuanto te pones a hacer otra cosa; Por fortuna, esta vez estaba en casa y con un lápiz en la mano.

sé que esto no es la gran cosa, pero saben que amo conocer sus opiniones, así que si alguien quiere dejármela, se lo agradeceré en el alma.

Ya saben que los y las amo. ¡Nos leemos! .3.