Hay amigos que se vuelven como hermanos por alguna razón. Y una razón que tengo para considerar hermanos a mis amigos es que me pueda inventar un buen fanfic en media hora, que me haga investigar por un buen rato lo necesario... y sentarme a escribir.

Creo que podría decirse que están levemente humanizados todos. O atiteretados los humanos. O como sea (por ejemplo, Mario conserva sus orejas, Patana las alas, Juanín lo peludo...).

31 minutos no es mío o creo que sería una especie de capataz malvada.


I

Bien. Sin duda alguna debe de haber muertes más miserables que la suya, había que admitirlo. Pero en ese momento no podía imaginar una más ridícula.
En serio, le estaba picando el encaje de los bloomers. A pesar de las capas y capas de pesada tela, el metal de las vías del tren le estaba quemando la espalda.

-¡No te preocupes, mi amor, que yo te salvaré! ¡Hua!
Ay por favor, que el tren pase ahora y me mate, imploró la doncella atada a las vías del tren. Tan patético destino final no podía haberlo imaginado meses atrás.

II

El saloon La mano del títere no era muy distinto de muchos otros en aquella parte del desierto: una larga barra de caoba, mesas algo deterioradas, escupideras, espejos grandes y cuadros. Salvo que su bartender había comenzado a regañar a todos los que estaban ahí, diciéndoles que mejor se fueran a trabajar. Y extrañamente le obedecían, salvo tres personas que siguieron muy tranquilos, jugando al póker.
-¡Veintiuno!- gritó el más viejo de la mesa, mientras sus acompañantes se golpeaban la frente, frustrados:
-¡Balón, estamos jugando al póker, no veintiuno!- le regañó uno de sus acompañantes.
-Es la segunda vez que confunde el juego. Y acabamos de empezar.- añadió el tercero en la mesa.
-Lo siento mucho, Wilkinson.
-Soy Tennison. Y no Wilkinson.- replicó ofendido.
El bartenter, un sujeto muy, muy blanco y muy, muy peludo, miró al recién llegado, que permanecía, con aire perdido y desamparado, apoyado en la barra.
-¿Qué te sirvo?- preguntó. El extraño se sorprendió de la extraña voz del dueño, que era aguda y sonaba como si alguien lo estuviera estrangulando siempre.
-¿Eh? Yo... no tengo mucho dinero. Estoy buscando un trabajo.- se explicó. A pesar del espeso pelaje que le cubría los ojos, podía sentir como era severamente examinado.
-¿Cómo te llamas?
-Soy Mario Hugo.- se presentó, levantando tímidamente su sombrero, dejando ver las orejitas pequeñas, pero caídas y un pelo negro incontrolable.
-Bienvenido a Titirilquén. Soy Juanín Juan Harry. Ocupo un poco de ayuda, así que si te interesa...- las luces del saloon se bajaron, antes de que comenzara una melodía en la pianola. Detrás de la pianola, un sujeto de cabello también negro, lentes de espejuelo y vestido con una extraña elegancia.
-Y este es el top top top de las canciones del Oeste.- alguien le lanzó un disparo demasiado cercano-. Top top top top top.
-¿Qué te pasa, Policarpo?- preguntó el bartender.
-Me pasa cada vez que vuelven a interrumpir mi top.- suspiró- Y reciban ahora a las guapas bailarinas de Titirilquén, con su clásico número.
Mario Hugo miró cada vez más confundido a Juanín, quien movió una mano, indicándole que viera el show. Le puso un plato con comida frente suyo, indicando que iba por cortesía de la casa. Mientras disfrutaba la -muy a su sorpresa- buena comida, observó a las bailarinas. Todas parecían más grandes de edad que él, aunque podría ser ilusión suya. Todas vestidas con vestidos rojos, tocados de plumas y joyas falsas. Nada que él no hubiera visto antes.
Hasta que, en medio de una música mucho más tranquila y suave, como si fuera un tema hecho sólo para ella, apareció la más joven del reparto de bailarinas. Llevaba, a diferencia de sus compañeras, un vestido rosa, con el tocado de plumas blancas que apenas si podían con su cabello pelirrojo. Un hábil giro en la danza le permitió ver sus alas verdes.
El suspiro que soltó al ver a esa beldad tuvo su respuesta en una voz ronca y melancólica.
-Yo que tú tendría cuidado, forastero, porque esa guapa niña es la sobrina del shérif.
El dueño de la voz era un sujeto pelirrojo, cuyas largas orejas, igualmente rojas, salían por su sombrero negro. Usaba un poncho a manera de abrigo y llevaba un puro entre los labios. Nadie lo había visto llegar, pero apenas percatarse de su presencia, todos corrieron a saludarlo.
-¡Bodoque, volviste!- le saludaron los de la mesa de Póker.
-Vine y me iré.
Al buscar una respuesta, Mario Hugo miró de nuevo a Juanín.
-Es el cazarrecompensas del pueblo, Juan Carlos Bodoque.- fue lo que le dijo-. Pero todo lo que gana cazando criminales lo apuesta a una yegua lenta como los días aquí.
-¡Tormenta China algún día ganará!- replicó, con muy mal humor.- ¿Y tú, niño, quién eres?
-Mario Hugo. Y no soy un niño, tengo 21 años.- intentó mirarle de la forma más fiera posible, pero eso solo provocó que el cazarrecompensas soltara una carcajada. Y con él todo el bar.
La humillación hubiera seguido de no ser que habían comenzado a sonar balazos, rompiendo algunos cristales, ante las quejas de Juanín. Un sujeto se lanzó dentro de un barril, gritando "Tengo miedo, tengo miedo, los bandidos me dan miedo". Ni tardo, ni perezoso, el conejo se acercó al forastero.
-Dime que no eres tan ingenuo para haber venido a esta tierra de nadie sin traer un arma contigo.- al ver que él afirmaba poseer alguna, le entregó una venda-. Ve y protege a las bailarinas.
Ni tardo ni perezoso, el joven se puso la venda alrededor de los ojos, corrió valientemente hacia el escenario hasta que un poste lo detuvo en su carrera.
-¡Ay, eso me dolió!- se quejó. O más bien, casi lloriqueó mientras se sobaba la frente.
-¡Imbécil, debiste hacerle agujeros para poder ver!- le gritó, enojado, su improvisado mentor, mientras corría a enfrentarse a los bandidos. Uno de ellos era un sujeto de largo y descuidado pelo anaranjado, seguido de un destapacaños con un globo. Al ver que le rebotaban las balas que le disparaba, el conejo masculló, cada vez más malhumorado-. ¿Pues qué tienes puesto?
-Bodoque, es que nunca se baña- le informó uno de los de la mesa de póquer, que seguían muy tranquilos el juego- La cáscara guarda el palo.
-Tsch. ¿Cómo te haces llamar y a qué vienes, forajido?
-Soy Guaripolo, el vaquero favorito de los niños de Titirilquén. Y vengo a ver a la hermosa bailarina de alas verdes, huaa.
-Pues no lo vas a hacer si permaneces con esos bandidos.- lanzó algunos balazos cerca de los acompañantes del tal Guaripolo, quienes echaron a correr al grito de guerra de todo enemigo de Bodoque: Ay mamá.
Eso no evitó que algunos villanos hubieran logrado entrar hasta el bar y estuvieran buscando a las bailarinas. Mario Hugo a como había podido las había defendido hasta llevarlas a un lugar seguro y corría aún con la más joven, por petición de las otras, hacia otra parte del segundo piso. Antes de cerrar la puerta del cuarto, le entregó la segunda pistola que llevaba consigo.
-Si algo me pasa, tú les harás pagar- habló, con el tono más cool que pudo improvisar, a pesar de que estaba casi desmayándose del miedo.- Nos veremos en otra vida, guapa.
Se plantó frente a la puerta, con la pistola hacia el frente, tratando de no flaquear la guardia. Al ver la sombra del bandido, cerró los ojos. Disparó, pero no escuchó un cuerpo caer, sino un jarrón rompiéndose.
-Con esa postura y sin ver tu objetivo, te van a dejar con más hoyos que el queso.- habló el conejo rojo, obligando al joven a abrir los ojos.- ¡Patana, ya está todo bien!
Apenas reconocer la voz, la bailarina corrió a abrazar al rudo vaquero.
-¡Gracias tío Bodoque! Y gracias a tí, vaquero desconocido.- la sonrisa que le dedicó al agradecerle lo podía haber matado más rápido que las balas.

III

-¡No, no, no y no!- habló el alguacil, a quien su sobrina continuaba agarrando del brazo, para convencerlo- Si vino él y luego llegaron los bandidos, seguro es porque está con ellos. Así que se me va ahorita mismo.
-Pero Tu-lio- habló el sujeto del piano-. Él defendió a tu sobrina cuando tú corriste de nuevo a es-con-der-te.
-¡Yo no me escondí!- se defendió-. Sólo quería asegurarme de que debajo de la mesa era seguro, por si había otra balacera.
-Oh, por favor, tío. Déjalo que se quede en Titirilquén. ¿Quién nos va a defender si el tío Bodoque no está o si vuelve a perder sus pistolas en una apuesta?- replicó la bailarina, que no dejaba de ver al enmascarado.
En la puerta de la comisaría apareció el alcalde, un sujeto extrañamente distinguido y elegante para tan polvoriento lugar.
-Déjalo que se quede. Que pruebe lo que puede aportar.
-Señor Manguera, amo y señor. Es justo lo que iba a decir.- mintió el alguacil, poniendo su mejor cara de tipo dócil y obediente. Detrás del Señor Manguera, llegó una mujer de pelo rosa, con un bonito vestido rojo tinto, quien corrió a abrazar a Tulio.
-Oh, Tulio, querido. ¿Lograste detener a los bandidos?- su voz tenía un extraño frenillo.
-Oh, Cindy, Cindy, por supuesto que...
-...no.- le interrumpió el cazarrecompensas, ante la furiosa mirada del ofendido-. De nuevo. Tu esposo es uno de los sujetos más miedosos que he conocido, Cindy.
La mujer frunció el ceño, molesta, antes de hacer mutis de la escena, detrás de ella, su esposo y la sobrina, intentando calmarla.
-Buen trabajo, hijo.- saludó el alcalde al recién llegado-. Juan Carlos, te encargo de que lo enseñes a defender este pueblo.
El alcalde se retiró. El nuevo mentor miró a su flamante pupilo de pies a cabeza. Era demasiado bajito como para imponer respeto. Flaco y con una cara de bueno e inocente que no podía con ella.
-Tengo demasiado trabajo que hacer contigo. Sígueme.


NOTA:
1- La frase que describe porqué a Guaripolo no le hacen las balas viene de la canción "Porfirio ojo de vidrio" de Piporro.

Siento que presenté demasiados personajes de una vez, pero en los siguientes capítulos irán profundizando.