Un hijo es una versión miniatura de los padres.


Amaneció en la casa Suwa. Dos picaflores hicieron su camino al duraznero ignorándolo por completo. A él, el chico que estaba sentado a la entrada de la casa con una yukata, sus ojos azules con expresión de pescado y su cabello corto y rubio que ocultaba un poco su mirada. No hizo ningún esfuerzo para sacarse el pelo del rostro, en su lugar, siguió semi recostado con la mirada perdida en el cielo y masticando un bocado de su pan cocido al vapor que robó cuando dio una vuelta por la cocina. Cuando escuchó el revoloteo de las alas de los pajarillos, los miró unos segundos y luego volvió a su interesante ocupación de no hacer nada.

Se escucharon los pasos alborotados y rudos de dos sandalias de madera caminando hacia la entrada. Abrió la puerta con la violencia propia de alguien que siempre está emocionado. Su cabello negro y largo ligeramente en punta y sus ojos rojos encontraron a quien buscaba. Ella se acercó sigilosamente pese al ruido previo que no pareció haber inmutado al muchachito. Lento, lento, lento.

Hubo un sonido seco contra el pasto húmedo cuando ella lo tiró de una patada al suelo.

—El desayuno está listo —rió la niña de ojos vivaces sentándose en cuclillas.

—¿Por qué tienes que ser tan violenta siempre?

—No es violencia, es parte del entrenamiento, un shinobi siempre debe estar alerta.

—No estamos en entrenamiento. —El muchacho se recostó en el suelo sin dar señal alguna de intentar un movimiento. Bostezó y se metió un dedo a la oreja como único cambio.

—Hey, vamos a desayunar, otou-chan dijo que te llamara.

—Ya escuché…

El muchacho cerró los ojos y la muchacha se le quedó mirando unos segundos.


—Buenos días, Kuro-sama. —El mago sonrió cuando vio entrar al guerrero vistiendo, como todos los de la familia, una yukata fresca por el clima de la temporada.

—Buenos días —respondió el mencionado, mientras estiraba los músculos de sus brazos.

—¿Los despertaste?

—La encontré cambiándose y le dije que lo buscara.

—Kuro-papa… ya sabes que es muy temprano para que se anden molestando o mejor dicho… —Fai se cortó y soltó una suave risa al escuchar unos gritos de auxilio desganados mientras un niño de diez, y una niña de ocho años entraban a la habitación.

—¡Otou-chan, sálvame! —gritó el muchacho rubio, colocándose detrás de Kurogane.

—¡¿Qué mierda es eso de –chan?! —exclamó el guerrero.

—¡Sí, que mierda es! ¡Otu-chama, golpéalo! —gritó la niña parándose frente al par.

—¡Tú! —Kurogane manejó un golpe muy suave en la cabeza de la niña—, ¡también tienes que aprender cómo carajo llamar a tu padre!

—¡Silencio los tres! —La voz imperativa de Fai hizo que todos guardaran la compostura de inmediato. Conocían al mago cuando se enfadaba y ninguno de ellos tenía la fuerza para luchar contra ese humor apenas empezaba la mañana—. Muy bien, veo que tengo una familia muy hiperactiva, ¿no?

Los dos niños asintieron en una. Kurogane estuvo tentado a imitarlos pero luego recordó que era el mago de quien se trataba, no del jodido rey del mundo.

—Kuro-rinta, debes dejar de decir tantas palabrotas o ellos te van a imitar —añadió Fai.

—Uh, sí, sin duda, otou-chama —asintió la niña.

—Otou-kun tiene semejante lenguaje —asintió el chico.

—¡Y qué manía tienen ustedes con los sufijos! —rugió el ninja, clavando su mirada molesta e infantil en Fai—. ¡Tú, deja de ponerme nombres raros o ellos te van a imitar!

—Ah… pero Kuro-wanko —rió Fai, mientras se sentaba ante la mesa, al ras del suelo—, yo lo digo con todo mi puro y gran amor.

—¡Puro y gran amor tu tra…! —Kurogane se tragó las palabras con esfuerzo doble y tomó asiento junto al mago. Los dos niños lo imitaron sentándose al frente.

El desayuno prosiguió algo ruidoso, con gritos por ahí, amenazas por allá, unos golpes desde un lado y las sonrientes amenazas de Fai.

—Amida, ¿irás hoy al templo a estudiar? —preguntó el mago en una de esas.

El niño rubio soltó un suspiro de cansancio:

—No quiero, los niños no dejan de jalarme el pelo y burlarse del color de mis ojos —bostezó.

—¡Uh, solo dime quiénes son y los golpearé!

—Si mi hermana menor me defendiera, solo empeoraría las cosas, Chikako.

—Entonces sé un hombre y enfrenta las cosas como se debe.

—No soy un hombre, solo soy un niño —refunfuñó—, no voy a arriesgar mi cuello rodeado de un montón de esos chiquillos escandalosos.

—¿Chiquillos? —preguntó Kurogane con una mirada suspicaz—. ¿Cuántos años tienen ellos y cuántos tú?

—Bueno, bueno —suspiró Amida—, soy un muchacho débil y solitario, no querrán exponer a su querido hijo a la violencia del abuso estudiantil, ¿Eh? Podría resultar con muchos traumas.

—¿En serio? —El tono de Kurogane se hizo profundo, pocas veces usaba esa voz con los niños y cuando lo hacía, realmente temblaban de miedo. Era como si su padre supiera algo muy profundo sobre ellos, que incluso ellos mismos desconocían.

—¡Eso es todo! ¡No quiero ser golpeado! ¿Vale? —Amida dejó el miso en la mesa y se levantó—. Gracias por la comida, voy a hacer mis cosas.

—Solo vas a tirarte afuera como lo hiciste desde la mañana —le reprendió la niña, muy apegada a sus alimentos.

—Chikako —dijo Fai muy sonriente, luego que el otro niño se fuera, admirando el apetito de su hija por todo lo que le ponían ante ella—, -¿cómo le va a Amida en el templo?

La niña terminó de devorar otro pan al vapor antes de contestar:

—Es cierto que lo molestaban mucho al principio, las niñas y niños se burlaban de su cabello y sus ojos pero, ya saben cómo es él. Realmente no le importa lo que le hagan, y como respondía de esa forma tan indiferente a los ataques, lo empezaron a mirar raro. Algunos a veces lo molestan, pero la mayoría lo mira como un bicho raro y no se le acercan.

—¿Y los estudios? —preguntó ahora Kurogane.

—Uh, la última vez corrigió a uno de los sacerdotes y este lo castigó. Es una estupidez que castiguen a alguien por saber más que el profesor —contestó la niña desairada—, de todos modos no puedo hacer nada porque estoy con estudiantes de mi edad.

—En pocas palabras, dirías que Amida se aburre en el templo ¿cierto? No es que abusen de él —suspiró Fai.

—Totalmente —asintió Chikako—, y ya saben cómo es con lo de hacer amigos. Realmente no tiene mucho interés en eso sino en su magia y en leer—. La niña terminó su desayuno y el medio que había dejado su hermano—. Acabé —sonrió de buen humor—, voy a terminar de prepararme para ir al templo.

—Yo te acompañaré —dijo Kurogane.

La niña asintió mientras corría fuera de la habitación. Esta se quedó en un tranquilo silencio mientras el par terminaba de comer.

—Así que Amida en realidad… —rió quedo Fai, mientras Kurogane dejaba los palillos y el tazón vacío de arroz sobre la mesa.

—Ese pequeño bastardo calculador —sonrió con malicia—, pretende que la gente haga lo que quiere con manipulación, ¿eh?

—Ah, Kuro-sama —rió Fai con soltura—, ¿qué habrías dicho si es que Amida salía con que no quería ir al templo porque se aburría y prefería ser entrenado en casa?

El hombre alto siseó:

—Entiendo en parte por lo que pasa, cuando tenía su edad también me emperré en no ir al templo, al punto de que no quedó otra que dejarme en casa y entrenar con mi padre y los shinobi.

—Kuro-rin era tremendo chico autosuficiente —bromeó el mago, apoyándose en el pecho del otro.

—No es que sea malo —suspiró el ninja—, pero, ¿no te parece que… sería mejor que vaya al templo y aprenda a tratar a la gente?

—Kuro-sama dice eso porque en el fondo creció sin saber cómo hacer amigos, ¿cierto?

El ninja se sonrojó violentamente:

—¡No estoy hablando de eso!

—¡Sí! ¡Sí estás hablando de eso! ¡Kuro-sama no sabe tratar a las personas más que como un adorable perro fiel!

—¿¡Le estás diciendo perro a tu pareja!?

—Ah, Kuro-rinta. ¿Qué hay con todas esas palabrotas que me dices a mí cuando los chicos están dormidos?

—¡Eso es totalmente diferente! ¡Eres un pervertido!

—Ah… mira quién habla, el que la otra vez me ató…

Al principio, Chika había confundido las batallas de sus padres con las peleas regulares de los adultos, pero con el tiempo entendió que era la forma natural en que ellos demostraban sus sentimientos. Sonrió silenciosa, apoyada en la entrada del comedor, desde donde los espiaba, pensando si alguna vez encontraría un hombre parecido a sus padres.


—Otou-chan —preguntó Chikako mientras caminaba por el borde del río, dando algunos saltos entre las rocas.

—¿Nmm? —Kurogane hizo un sonido que demostraba atención, mientras se mantenía en el camino con la espada en el cinto, portando en la mano derecha el bento de Chikako y en la izquierda una caja de similar tamaño con un conjuro de Fai. Debía acordarse de no confundirlos o de nuevo el templo sería rodeado por una ventisca peligrosa y sus hombres se llenarían de la comida preparada por el mago.

—¿Cuándo voy a poder ir contigo a perseguir onis? —Chikako dio una pirueta en el aire para saltar entre una piedra y otra que estaban especialmente separadas.

—Cuando en lugar de un mono hiperactivo tenga una hija guerrera —sonrió Kurogane para sí, logrando detener la patada voladora de la niña sin ningún problema.

—¡No soy un mono y soy muy fuerte! —se quejó Chikako—. ¡Soy la más fuerte de mi salón!

—Ser fuerte no es lo único que se requiere para ser un guerrero —suspiró Kurogane, las memorias de su pasado se arremolinaban en ondas, como cuando una hoja cae sobre un estanque de agua.

—¡Entonces qué es! —le preguntaron con insistencia.

—Tú, sigue con tus estudios y en unos años puedes pedírmelo de nuevo.

—¿Y me dirás que sí entonces?

Kurogane alzó las cejas, mirando a Chikako con una extraña mueca burlona:

—Conociéndote, probablemente te diga también que no.

La niña infló las mejillas y se puso roja:

—¡Eeres muy malo, otou-wanko!

—¡En serio que tu padre necesita dejar esos sufijos! —gritó Kurogane irritado.

En el ínterin en que Chikako logró treparse a los hombros de su padre y empezar a jalonearle los cabellos, y que Kurogane trataba de sacarla de ahí, unos soldados se acercaron corriendo hacia ellos.

—¡Señor! —gritó uno de ellos, mientras los otros dos señalaban al cielo.

Chikako alzó el rostro mientras una sombra grande los cubría. Se quedó estática ante la silueta de algo cayendo hacia ellos y entonces cerró los ojos.

Cuando los abrió de nuevo, se encontraba a varios metros de distancia en brazos de su padre, un ruido pesado se escuchó entonces y cuando la niña miró al lugar donde antes habían estado parados, observó un cuerpo partido en dos. Antes que pudiera dar una vistazo más detallado, Kurogane la cubrió con su cuerpo y le dio una orden clara y seca mientras la dejaba en el suelo:

—No mires eso, obsérvame a mí para que sepas hacia donde alejarte si es que tienes que hacerlo, ¿entiendes?

La niña asintió. Cuando las cosas se ponían serias simplemente no le nacía poner un "pero" a las órdenes de sus dos padres.

Kurogane dio un salto hacia adelante y arriba. Chikako vio entonces una criatura extraña planeando, tenía el tamaño de una vaca pero su forma era entre humanoide y de un ave, aunque su cara era horrible, con ojos verdosos brillantes. En las garras que tenía por pies colgaba una pierna humana.

La espada de su padre brilló. Chikako adoraba verlo peleando en las practicas y en secreto añoraba algún día verlo en acción. Pero nunca pensó que su deseo se haría realidad tan pronto y que en realidad en lugar de sueño ahora era una pesadilla. Esa criatura había hecho algo horrible al hombre que estaba tendido en el suelo y su padre le prohibió mirar. ¿Qué pasaba si esa cosa hacía lo mismo a su papá que ahora peleaba con él?

Sus piernas temblaban ante la idea. Su rostro se debatía entre el miedo y el asombro: su padre estaba peleando. No tenía alas como la criatura pero parecía como si volara como ella cuando se movía en la batalla. O quizá como si volara mejor que ella. Pronto se encontró ensimismada en la danza sangrienta que se desarrollaba ante sus ojos, admirando la seriedad y dedicación con la que su padre combatía.

Entonces vinieron dos pases de espada y la criatura cayó al suelo en picada. Se estrelló con violencia mientras que su padre aterrizaba en sus dos piernas, resplandeciendo contra el sol matutino, su rostro severo y manchado de tierra y sangre.

Chikako sintió algo en sus venas quemando entonces, una sensación de energía inyectada. Aún era demasiado niña para entender que era la sangre de guerrero en ella. En cambio, cuando Kurogane se volteó a verla, ella simplemente se puso a llorar llamando a su papá.


Amida se tiró todo lo largo que era para sus diez años, sobre el piso de madera que daba al jardín trasero. Una de las asistentas pasó haciendo una señal de saludo que el chico no respondió por pereza.

El lugar estaba tan tranquilo y apacible. El aroma de las flores a esa hora de la mañana le embargaba de tranquilidad.

—¿Qué haces ahí?

—¿Papa-san? —dijo, sentándose cansino y encontrándose al mago parado frente a él con unos libros.

—No es momento para hacer el vago, ¿sabes? —sonrió su padre.

—No estoy haciendo el vago —suspiró, distrayéndose con unas mariposas en la enredadera de la pared de enfrente.

—Estás acá dormitando como un perezoso pensando que solo porque puedes manejar un poco de viento eres mejor que los demás, ¿no es cierto?

Amida frunció el seño levemente cuando levantó su rostro para mirar a su padre.

—Podría decirse —sonrió también, y muy confiado.

Fai asintió, mostrando un poco sus perlados dientes y luego, juntando sus labios, dejo salir un silbido suave que fue atrayendo lentamente ondas de viento que empezaron a rodear a Amida.

El muchacho cerró los ojos e imitando a su padre, dejó salir un silbido, pero sonoro y brusco, que provocó una ventisca fuerte.

—¿Ves? Soy bastante bue…

Su ventisca dejó de obedecerle sin ninguna señal aparente y, peor aún, lo rodeó por completo empezando a despeinarlo y a moverle las ropas.

—¡Hey! ¡Me va a dejar sin ropa! —se quejó Amida, parándose y empezando a correr como si pudiera sacarse de encima el pequeño tornado rodeándolo.

Para su horror, un grupo de aprendices de sacerdotisas que recién llegaban, se mostraron muy entretenidas con la escena.

—¡Para! —insistió Amida, mientras la yukata se le empezaba a caer, hasta que finalmente salió volando hacia una esquina dejándolo solo en su escueta ropa interior. El muchachito terminó sentado en el suelo con el rostro sorprendido, que luego pasó a rojo cuando notó que las muchachas seguían mirándolo.

—Yo también soy bastante bueno —dijo Fai, acercándose a su hijo.

Las muchachas hicieron una reverencia al sacerdote y se fueron alejando, mientras sus risitas hacían música de fondo.

—¿Cómo… cómo hiciste eso? —preguntó Amida, levantándose con el rostro asombrado olvidándose del público—. ¡Papa-san, realmente eres muy poderoso!

—Soy tu padre, Amida —rió Fai—. ¿Qué más esperabas?

—¡Quiero aprender eso! ¡Tienes que enseñarme! —exclamó emocionado—. ¡Ya viste que yo podía hacer eso otro!

—Solo eres un niño —comentó de buena gana Fai—, y bastante parecido a tu padre en lo que se refiere a terquedad y saltar etapas, ¿eh?

—¡Pero viste lo que puedo hacer! —insistió Amida.

—Novatadas, novatadas —rió Fai—. Estuve hablando con tu padre por cierto —añadió, su rostro se suavizó y su mirada azul versión "seria" hizo que Amida se irguiera—, y pensamos que si realmente no tienes interés en el templo, podría enseñarte cosas acá.

—¿Cosas como esa que hiciste?

—S su debido tiempo, claro que sí.

—Pero, ¿no podría ser ahora? Yo creo que soy muy fuerte...

Pronto, la sonrisa de su padre desapareció, tan repentinamente que el niño se asustó. De hecho, no entendió absolutamente nada de su cambio.

—Señoritas —llamó en un tono serio que Amida había escuchado por casualidad cuando él y su hermana estaban en el castillo de Amaterasu y sus padres pasaban revista a las tropas. De inmediato, y como si tuvieran un súper oído, las aprendices aparecieron ante ellos—, necesitamos ir al templo principal, la barrera cedió.

Las jóvenes asintieron con total seriedad, encaminándose hacia la zona de oración, mientras que Fai se encaminó hacia la entrada.

—Papa-san, espera, ¿no ibas a orar?

—Algo pasó, Amida, por favor, espera acá.

—¿Pasó? —repitió el chico, mientras su padre se alejaba dejándolo con solo incógnitas.


No se atrevió a preguntarle a nadie. Las sacerdotisas estaban ocupadas en la sala de oración. Tampoco tuvo más ganas de permanecer tirado en el jardín. Una sensación de ignorancia lo embargó. ¿Debía o no estar preocupado por lo que dijo su padre? ¿Qué significado tenía? ¿Qué es lo que supo su padre que él aún no tenía idea ni de lo que era?

—Uh, quizá solo me estaba haciendo una broma —pensó en voz alta—, debe ser eso, quiso hacerse el importante y debe estar por ahí comiéndose los dangos de la vecina…

Hubo ruidos en el portón principal de la casa. Amida corrió hacia la entrada, se paró en el pórtico y vio la enorme puerta abierta de par en par; varios soldados entraron cargando algo grande cubierto con mantas, aunque pudo ver una pierna que no parecía humana.

—¿Otou-chan? —susurró sin aire al ver entrar a su padre, que tenía en brazos a Chikako, la cual no dejaba de llorar. Había sangre y heridas en el cuerpo de su padre además.

—¿Y… papa-san? —Lo notó atrás, casi fuera del pórtico, había una carreta donde había un cuerpo, no parecía de la misma contextura que la cosa que metieron primero, y su padre daba algunas indicaciones a los soldados que luego partieron con la carreta.

—Amida —llamó Kurogane mientras descargaba a Chikako frente a él—, hazte cargo de ella un momento. —Entonces, su padre se alejó hacia el mago y un par de soldados.

—¿Chika-chan, qué pasa? —preguntó Amida, mientras su hermana menor seguía llorando con todo lo que sus pulmones le dejaban.

—Oto-chan… —balbuceó—, a otou-chan casi se lo comen y le hicieron daño —sollozó, y comenzando a describir lo que sucedió.

Amida escuchaba y volteaba al mismo tiempo a mirar a sus padres. El más alto, con arañazos y un semblante oscuro. Entendió entonces quién iba en la carreta. A diferencia de su hermana, había visto un muerto antes pero nunca se le ocurrió asociarlo con…

La idea de que sus papás podían terminar así.

Fai se había dado cuenta. Él supo que su hermana y su papá estaban en peligro y fue hacia ellos. En cambio, él mismo no pudo sentir nada. Se la pasó haciendo el vago en casa mientras su familia corría un riesgo terrible. Mientras que a quienes fuera a recibir no lo hicieran caminando sino en partes sobre una carreta.

Los soldados terminaron de recibir instrucciones y finalmente se despidieron.

—¿Cómo están las heridas? —Fai acercó una de sus largas manos al hombro de su compañero—. No pudiste combatir en serio porque Chika estaba dentro del parámetro de riesgo —sonrió con gentileza mientras acariciaba la piel herida—. Ella está realmente conmocionada.

—Soportó ver a ese pobre sujeto muerto, a la criatura caer sin vida… lo juro —comentó Kurogane, dando un rápido vistazo a los niños— y de pronto me acerco, y se trepó sobre mi y se puso a llorar… me dejó completamente desarmado —suspiró, frunciendo el seño.

—Son pocos los días en que un niño puedo entender la posibilidad de perder a sus padres. —Fai pasó una mano por la frente herida del ninja y luego reposó uno de sus dedos sobre los labios morenos.

—Uhn…

—Yo también me preocupé —susurró a su oído.

Kurogane deslizó su mano entre los largos y dorados cabellos del mago, tomó un mechón y lo dejó pasar entre sus dedos quedándose solo con las puntas rubias y aspiró el aroma a flores de verano:

—No pienso morir ni dejar morir a los que me importan de una forma tan tonta.

—Lo sé —sonrió Fai, rozando sus labios contra los del otro—. Ahora, explícaselos a ellos —añadió sonriente, señalando a dos niños llorosos esperándolos a unos metros.

—E… están cubiertos en mocos… —dijo Kurogane con algo de desagrado.

Fai simplemente soltó una carcajada.


El olor de la carne cocida se deslizó por la puerta corrediza. A cada lado de su regazo, los niños dormían profundamente con el calor del mediodía. Kurogane apenas y se atrevió a acomodarse un poco para no despertarlos.

Kuro-mami. —Fai resbaló su cuerpo por la puerta entre abierta como una serpiente sonriente—. Michiko-san dice que la comida estará aún en un rato.

—¿Tanto demora esa vieja? —se quejó el ninja.

—Si gustas puedes ir y decírselo. —El mago se sentó a su lado con el rostro relajado.

—Paso —se rindió Kurogane, había algo en esa espigada mujer mayor que le hacía abstenerse de ser todo lo malgeniado que era. Le daba algo de temor y aunque ahora el mago estuviera a su lado sonriendo, sabía que le influía la misma sensación.

Michiko-san era el ama de llaves de la residencia Suwa, se encargaba de organizar a las sirvientas, asistentes, trabajadores y guardias. Además de dirigir la cocina para la familia, arreglar sus desastres y exigirles que se limpiaran detrás de las orejas (a los cuatro).

—Se quedaron dormidos al final. —Fai pasó sus dedos por los cabellos negros de su hija—. Lo que ella vio hoy día y lo que él pudo entender de eso… debió ser duro.

—Debí reaccionar más rápido —se maldijo Kurogane.

—Debí prestar atención a la barrera —suspiró Fai con un dejo de desaliento.

—No tiene sentido, simplemente no puedes encerrar a Nihon y mantenerlo fuera del mundo exterior —contestó el ninja, luego de un momento con el rostro suavizado—, solo protegernos y no buscar el verdadero origen del problema… no arreglará nada.

—Lograste derrotar a esa criatura antes de que pudiera causar más daño y evitar que, pese a las circunstancias, Chikako no saliera lastimada.

Amida se desperezó poco a poco, abrió los ojos hinchados con pereza. Se sentó flojamente y miró sin ver a sus padres:

—Mi nariz —comentó con voz arrastrada y tomó una de las mangas de Kurogane para limpiárselas.

—¡Oye!

Fai dejó escapar una risa profunda. Chikako se desperezó entonces, se sentó unos segundos, balbuceó, y abandonando el regazo de Kurogane se acomodó en el de Fai.

—¡Oigan! ¡Ustedes dos! —exclamó Kurogane. El silencio podía cortarse con una hoja de papel.

De pronto, una mirada profunda e insistente hizo que los cuatro se escarapelaran, y las cuatro cabezas miraron hacia la puerta.

—Señores, la comida está lista —dijo Michiko, con su kimono perfectamente arreglado. Unos segundos después entró a la habitación refunfuñando—: ¡Amo Suwa, vaya y cámbiese de ropa, no voy a permitirle sentarse a mi mesa con ropa llena de fluidos de niños! ¡Amo Fai, ¿qué hacen esos libros tirados en la parte trasera del jardín? No puede andar dejando las cosas tiradas o maleducará a sus hijos! ¡Niña Chikako, vaya a peinarse antes de comer! ¡Niño Amida, lávese la cara si quiere tocar los palillos del almuerzo!

Uno por uno, fue sacando a la familia de la habitación hasta que finalmente solo quedó ella. Tomó aire de nuevo, y salió apresurada hacia la cocina.


Los cuatro estaban parados frente a la mesa de la comida como esperando una orden. Finalmente, tres sirvientas aparecieron con la comida, seguidas por Michiko. La mujer dio órdenes claras y las muchachas dejaron todo rápida y eficientemente.

—La comida está servida. —Michiko hizo una reverencia formal y los cuatro respondieron al unísono mientras tomaban asiento.

—¡Gracias por la comida!

Michiko dejó escapar un suspiro resignado, a veces se preocupaba de solo pensar qué pasaría con esa familia si los dejaba dos semanas a la deriva para visitar a su hija y su familia… Imágenes que no hacían bien a una fanática del orden hicieron que Michiko mandara al olvido pedir sus vacaciones. Lo más probable era que cuando regresara de estas, encontrara a Chikako viviendo entre los árboles, a Amida convertido en un hongo en el jardín por haber sido olvidado ahí y a Lord Suwa persiguiendo a Lord Fai con su espada mientras todo había sido destruido por esos juegos violentos del par, compuestos de magia y violencia física.

—Chikako, ¿al final no comiste el bento que hizo papa-san? —escuchó hablar a Amida.

—Uh, no… creo que… ¡oye es mí bento! —escuchó gritar a Chikako.

—¡Ya estás comiendo el almuerzo!

—¡Tú también, y ese bento es solo para los que van al templo!

—¡Pero hoy tampoco fuiste!

Michiko se quedó congelada en medio de la puerta, recordando que el bento lo había recogido horas antes cuando los señores regresaron con la niña… y lo que había quedado ahí era…

—¡Kuro-sama! —gritó Fai entre risas, mientras un enorme tornado invadía las habitaciones de la gran casa. Un grupo de sacerdotisas que pasaba por ahí tuvo que aferrarse a sus prendas para que no se fueran volando, como sí pasó con un par de soldados que pensaron que solo la ropa femenina se salía de su lugar cuando un viento mágico se liberaba—. ¡Volviste a confundir los bentos!