Kagome no soportaba más. Soltó un gemido sonoro y arqueó su espalda abriendo más las piernas.

Podía sentir la brisa fresca acariciar su humedad palpitante, además de los dedos de Inuyasha moviéndose a un ritmo constante que la tenía al borde.

-Inu… Yasha… -Ella jadeó en busca de aire y giró un poco el rostro buscando su mirada.

Estaba ardiente y brillante como el sol, como oro líquido. Sus labios estaban entreabiertos y él gruñía bajo, casi como un ronroneo.

El medio demonio la obligó a recostarse sobre su pecho y ella pudo sentir su dureza clavándose en su cadera. Kagome gimió y se contoneó, se moría por sentirlo donde debía estar.

Inuyasha alzó un poco más la falda de colegiala dejando expuesto a la vista de los dos el panorama completo. Él la tenía abrazada desde atrás, ambos sentados en el piso, con Kagome de piernas abiertas y las bragas olvidadas en algún lugar del prado.

Ella estaba a punto de llegar, él podía olerlo, podía sentirlo en cómo su piel palpitaba y su respiración se agilizaba cada vez más. Inuyasha continuó masturbándola rápido, sin piedad, deseando ver aquel espectáculo que tanto le gustaba.

Finalmente Kagome tenso los músculos de las piernas, se arqueó de forma imposible y dio un sonoro gemido al aire encontrando su liberación.

El medio demonio observó extasiado como ella se llenaba de placer, cómo aquella excitación líquida le llenaba las manos y se las dejaba húmedas e impregnadas de aquel aroma tan particular que ella poseía intensificado diez veces.

Finalmente Kagome se dejó caer contra él cansada y satisfecha.

Inuyasha sonrió de medio lado de manera arrogante. Kami, le encantaba saber que era él quien le daba semejante placer. Él y ningún otro, él y nadie más.

Ella se giró rápido y lo acorraló en el árbol en el que él estaba recostado, le sonrió de manera juguetona y una de sus manos rodeó la erección oculta en su aori.

Inuyasha soltó un siseo bajo de placer y entrecerró los ojos por un instante antes de moverse rápido y deshacerse de la presa de ella. Se puso de pie ante la mirada dolida de Kagome.

-No hagas eso.

-No es justo, Inuyasha. Yo quiero hacer lo mismo contigo.

-No empieces Kagome –él la miró ceñudo, se dio media vuelta y saltó perdiéndose de vista.

-Inuyasha… -ella murmuró al viento observando cómo se mecían las copas de los árboles. Se sentía frustrada de no poder besarlo, no poder tocarlo, no poder darle el mismo placer que desde hacía un mes él le daba a ella. Pero Kami, prefería esto a nada.

Se puso de pie sintiendo cómo sus piernas temblaban y sonrió con ganas tratando de divisar su ropa interior. Si, definitivamente aquello era malditamente bueno.

-No vas a tocarme. Ni a besarme, ni a intentar nada. ¿Queda claro Kagome? No voy a ensuciarte. Yo sólo… sólo quiero hacer esto. Y esta es la única manera en la que puede resultar.

Kagome acomodó su ropa interior en su lugar y se dejó caer en la hierba observando las nubes. No tenía ganas aún de regresar a la aldea y ver a Inuyasha para fingir que nada había pasado entre ellos.

Las palabras de Inuyasha se repetían en su mente una y otra vez desde el día en el que todo aquel lío había comenzado. No voy a ensuciarte. ¿Se refería a su condición de medio demonio? Porque si era así, ella estaba dispuesta a darle mil Abajos para que él entendiera que eso a ella era lo que menos le importaba. ¡A veces Inuyasha podía ser tan imposible…!

Sus ojos se fijaron en una nube curiosamente redonda, un círculo perfecto. Se veía esponjosa y linda. Suspiró cansadamente.

Curiosamente, Inuyasha tenía muy buen gusto para escoger el lugar de sus encuentros. Una pradera llena de flores como aquella, una cascada remota, una cueva con un bonito río natural. Kami, incluso la copa de un árbol. Él tenía su lado romántico y creativo, aunque no le gustara admitirlo.

Siguió el lento movimiento de la nube con los ojos sin dejar de pensar en todo aquello.

Inuyasha la había descubierto masturbándose un día mientras se daba un baño. Había sido en extremo vergonzoso en un principio hasta que su lado más salvaje había tomado el control y él la había tocado por primera vez. Y luego habían llegado a aquel confuso acuerdo donde ella ganaba todo y él no recibía nada a su parecer.

Su relación pública no había cambiado en nada, excepto en que ahora unas cuántas peleas eran fingidas para ella poder marcharse enojada y él irse con el pretexto de regresarla a la aldea antes de que se marchara a su época. Y nadie sospechaba nada.

Pero a pesar de que Inuyasha se había vuelto un experto en su anatomía y en cómo enloquecerla de placer, para ella no era suficiente. Él le había asegurado muchas veces que con sólo verla le era suficiente, pero ella sabía que no era así. Y aún más, se moría por darle placer, por poder deleitarse viéndolo como él lo hacía con ella y, sobre todo, por poder finalmente saber lo que era hacer el amor completamente con Inuyasha.

La nube finalmente se perdió en la distancia y ella decidió que era hora de regresar antes de que Shippou viniera a buscarla. Su actuación del día había sido excelente.

Se puso de pie y sintió la perla de shikon colgar de su cuello. Tomó la perla casi completa y sonrió de forma automática pensando en la desesperación que debía sentir Naraku desde que la había perdido en su última batalla. Seguramente no tardaría en aparecer para reclamarla.

Kagome bostezó y se rascó los ojos. El almuerzo había estado delicioso y ahora a ella sólo le apetecía dormir un poco, pero debía ayudar a Sango a recolectar las hierbas que la anciana Kaede les había encargado. Además, ella tenía otros planes para aprovechar que Shippou estaba jugando con algunos niños de la aldea y ellas estaban solas.

-Sango… tú sabes mucho sobre los demonios, ¿no es así? –Kagome trató de no sonrojarse para no delatarse. Si la exterminadora la veía demasiado nerviosa sospecharía que algo sucedía, y no descansaría hasta saber lo que realmente pasaba.

-Sí, mi padre se aseguró de instruirme bien –ella sonrió orgullosa y se irguió limpiando un poco de sudor de la frente. El sol estaba en su punto máximo y el calor era abrasador. -¿por qué?

-Bueno es que… estuve pensando… En Inuyasha y Kikyo… -bueno, aquello no era del todo mentira. Más de una vez ella se había desvelado pensando si ellos dos habrían llegado a tener encuentros tan cercanos como los que ahora ellos compartían. La sola idea la hacía sentir enferma. –Y si ellos alguna vez… bueno… tú sabes –Kagome hizo un ademán al aire y no dijo nada más. Ella no tenía problema en pronunciar la palabra sexo, pero seguramente Sango se ahogaría con su propia lengua de la vergüenza. Era increíble lo conservadores que podían ser en aquella época.

-lo dudo mucho Kagome –su amiga le sonrió confiada tratando de infundirle tranquilidad. –Cuando los demonios y los hanyous eligen a su pareja es la misma de por vida. Desconozco las razones de porqué el padre de Inuyasha se separó de la madre de Sesshomaru, pero es algo muy extraño en su raza. Normalmente cuando un demonio reclama a su pareja éste la marca, y así todos saben que se pertenecen uno al otro. No creo que Inuyasha y Kikyo hayan llegado a tales extremos, sobre todo porque nunca fue una relación formal.

-Entiendo. –Kagome suspiró aliviada. En realidad se acababa de quitar una preocupación grande de encima.

-aunque en el caso de Inuyasha… bueno… tú ya has visto la reacción de las personas a su condición. Si la gente de enterara de que tiene una pareja, la considerarían igual de inferior y sucia que él. –Sango la miró con tristeza. –La verdad eso es algo que me preocupa Kagome, en caso de que ustedes alguna vez terminen juntos.

La sacerdotisa le dio una media sonrisa y miró al cielo.

-Eso no me preocupa Sango –miró los ojos sorprendidos de su amiga –ustedes saben que quiero a Inuyasha como es, por lo que es y tal cuál es. Que unos aldeanos tontos me discriminen por estar con él en realidad no me importa. Y él tampoco dejaría que pasara, ni yo dejaría que volviera a pasar con él. Nos cuidaríamos el uno al otro, ya ves cómo es de sobreprotector.

-Es cierto –Sango le dio una sonrisa y le guiñó un ojo en forma cómplice –pero creo que tendrías que recurrir a algunos trucos para eso, Kagome.

-¿A qué te refieres?

-Bueno, si ustedes formalizaran su relación, no creo que Inuyasha cediera fácil a consumarla. Creo que empezaría con lo de no ensuciarte o algo así. Ya sabes que él mismo se desprecia por lo que es, y lo que menos querría sería arrastrarte con él a eso. No sería fácil para ti convencerlo.

Kagome y Sango rieron con ganas. La sacerdotisa miró de reojo a su amiga. Nunca creyó que Sango conociera tan bien las reacciones de Inuyasha.

-¿Crees que haya mujeres hanyous de la raza de Inuyasha?

-lo dudo. Hasta donde tengo entendido la familia de Inuyasha era la última. En pocas palabras, si Inuyasha y Sesshomaru no tienen hijos, su legado morirá con ellos.

Kagome apenas y la escuchó. Su pregunta había desencadenado una idea inevitable que se formaba como un huracán en su mente.

¿Mujeres Hanyous?

¿Era eso lo que se necesitaba para que Inuyasha la viera como su igual? ¿Qué ella también fuera un medio demonio? Porque si era eso, ella estaba dispuesta a hacerlo.

¿Pero cómo?

Como respuesta a sus pensamientos internos el trozo de la perla palpitó en su pecho. Kagome observó el brillo sagrado del fragmento y la idea terminó de completarse en su mente.

Inuyasha iba a usar la perla cincuenta años antes para convertirse en humano.

Ella podría usarla ahora para convertirse en una hanyou, ¿no?

La perla palpitó de nuevo y ella lo interpretó como un Sí. Era como si la misma perla quisiera que ella pidiera un deseo, aunque estuviera incompleta. Además se suponía que ahora ella era la encargada de la joya, ¿no? Tenía todo el derecho de hacerlo.

Le sonrió a Sango sin escuchar una palabra de lo que le decía. Había tomado una decisión y lo iba a intentar.

Kagome tomó el fragmento incompleto en su mano y la apretó fuertemente. No estaba segura de que aquello funcionaría porque la perla no estaba completa y porque ella ni siquiera sabía cómo se le pedía un deseo, pero debía intentarlo.

Miró de nuevo alrededor asegurándose de estar sola por completo. Los árboles estaban silenciosos, no tenía mucho tiempo.

Llevó las manos a su corazón y presionó la perla contra su pecho esperando que funcionara.

Deseo ser una mujer mitad bestia como Inuyasha.

Deseo ser una hanyou. Deseo ser como él.

Kagome sintió el flujo de poder rodearla casi de inmediato y abrió los ojos asustada. La perla brillaba intensamente entre sus dedos y palpitó una, dos, tres veces.

Ella contuvo la respiración, algo estaba pasando y ella podía sentirlo.

Y de repente, la perla dejó de brillar y palpitar. El flujo del poder dejó de rodearla y el fragmento se vio tan inofensivo como siempre.

Kagome resopló decepcionada. Ella en realidad pensó que aquel trozo era suficiente, pero al parecer la perla debía estar completa para poder pedir aquel deseo.

-¡Kagomeee!

-¡Aquí estoy Inuyasha! –Ella se apresuró en guardar el fragmento en su lugar y poner cara de inocencia. Sabía que él no tardaría en buscarla.

El medio demonio apareció con un salto enorme entre las copas de los árboles y cayó unos a un par de metros de ella.

-¿Qué estabas haciendo?

-Sólo paseaba un poco –Kagome se detuvo. Se sentía algo mareada y confusa. –Yo…

-¿Estás bien? Te ves algo pálida, mujer.

-estoy bien, yo sólo… -Kagome trató de no enfocar su visión en los bordes negros que comenzaban a aparecer. Si seguía así ella iba a…

-¡Kagome! –Inuyasha la sostuvo inconsciente justo antes de que cayera al suelo. -¡Despierta Kagome! ¿Qué demonios te pasó? –Él la acunó contra su pecho y se quedó helado. Podía sentir la energía sobrenatural rodearla, aquella energía propia de los demonios.

Bajó la mirada rápidamente y vio con horror pequeños cambios en ella. ¿Qué demonios estaba pasando?