Antiguo Egipto Hace aproximadamente 3000 años

El viento soplaba con una fuerza casi irreal. Las sagradas aguas del Nilo fluían a tal velocidad que era imposible navegar por ellas. El cielo se cubrían de unas espesas nubes negras; y los sonidos de una tormenta amenazaban con salir a relucir.

Se escuchaba un silencio sepulcral, roto por un suave lamento y el repiqueteo de unos pasos.

Un miedo se hacía latente, mientras unas blancas cortinas de noble se movían a un ritmo danzante, como un lento palpitar.

Dos figuras corrían, atravesando una sala hipóstila, mientras unas estatuas de Maat, colocadas a ambos lados de una gran puerta despedían a los dos corredores.

Uno de ellos era un hombre. Sus ojos aguamarina mostraban un terror indescriptibles. Sus labios, abiertos y jadeantes evidenciaban un agotamiento total, pero no podía parar ahora, ahora que quedaba tan poco. Sus cabellos de color negro se agitaban al ritmo de sus pasos. Su faldellín hueso y su capa perlada se ajetreaban de manera intranquila, mientras, con su mano derecha aferraba fuertemente una lanza con un extraño símbolo en la zona superior, y con su izquierda agarraba el brazo de su acompañante.

La otra figura era la de una mujer. Sus ojos granates reflejaban dolor y angustia, mientras unas rebeldes lágrimas peleaban por salir de ellos. Sus labios se curvaban en una sonrisa triste y resignada. Sus cabellos, de extraños colores, recogidos al principio en una elegante trenza, ahora no eran más que un revuelo, y los hilos dorados y plateados que se mezclaban con ellos estaban esparcidos por sus hombros. El vestido marfil que una vez fuera digno de un dios, ahora sólo era unos harapos rotos y rasguñados. En sus dos muñecas portaba unas brazaletes con unos extraños símbolos que llegaban hasta los hombros, y que acababan cada unos en sus dedos anular.

Ambos estaban bajando ya una larga escalinata, hasta unos grandes pilonos, donde tres figuras encapuchadas y a lomos de tres corceles aguardaban con dos caballos más.

Pendientes de todos estos actos se encontraban dos ojos de un azul intenso que observaban con gran preocupación lo sucedido. Sus labios se movían como si recitase una plegaria. Cuando acabo una única palabra salió de éstos.

-Amunet…

EN LA ACTUALIDAD

Mansión Kaiba. Despacho

Seto Kaiba abrió sus ojos. Tenía un punzante y molesto dolor en su cuello. Se había quedado dormido en la silla de su despacho, trabajando en el nuevo proyecto que tenía entre manos. A pesar de todo, no era esto lo que más le preocupaba.

Llevaba varios días soñando lo mismo. Veía como dos personas huían de una especie de palacio. No sería un problema si no sintiera que, al menos una de esas dos personas, le era de gran importancia; pero como era incapaz de ver sus caras, no podía saber quienes eran, aunque esta vez había logrado recordar un nombre.

- ¿Quién debo suponer que eres, Amunet?- Se dijo a sí mismo mientras una irónica sonrisa surcaba sus labios.

Trasatlántico. Mar Mediterráneo, a la altura del Tirreno.

Un suave olor a incienso llenaba una habitación de paredes plateadas. Una música tranquila recorría la totalidad del cuarto. Un cuarto elegante y amplio, con una cómoda cama, un gran armario, una mesa, y su correspondiente silla, una estantería, todo ello de caoba, repleta de libros, una microcadena sobre una encimera de granito, un ordenador sobre una mesa auxiliar y una televisión incrustada en la pared. En el centro, un diván, y sobre él un cuerpo femenino de elegantes y sensuales proporciones, que leía un libro a la vez que acariciaba a su pequeña mascota.

-Aspid, ya queda muy poco para que todo sea como debió ser.

La negra serpiente silbó en señal de aprobación y se dirigió hacia la cama, para reptar y tumbarse en ella.

-Tienes razón, es hora de dormir.

La chica se levantó del sillón, para quitarse la bata con más comodidad, y quedar en un suave camisón de lino blanco; y procedió a imitar al reptil, para acostarse en el lecho de oscuras sábanas.

-Buenas noches Aspid- dijo, y estiró su brazo para tomar un teléfono que tenía en un pequeño mueble al lado del que ella estaba acostado- Buenas noches chicos.

-Buenas y descansa.

En una habitación colindante se encontraban cuatro chicos, tres de ellos jugando mientras el cuarto, de pelo negro y ojos aguamarina hablaba por teléfono.

-¿Qué ocurre Minkabh?- preguntó un joven de ojos esmeralda

-Nada, que se ha acostado y nos desea buenas noches.

-Ay, esta reina tuya, tan educada…- dijo otro de ojos grises, con cierta ironía y aprecio.

-Y que esperabas,- le respondió uno de ojos celestes, con gran cariño- tú lo has dicho, es una reina.

Los cuatro rieron mientras el barco en el cual viajaban se dirigía a un lugar concreto, a una reunión concreta.