Disclaimer: Digimon no me pertenece. Para el reto de Asondomar en el foro Proyecto 1-8.
Advertencias: Es un fic extraño (últimamente lo digo mucho). Creo saber el rumbo que tomará la historia pero probablemente tenga vida propia. Aparecerán almas oscuras y otras puras. Lo blanco es fácil de manchar y, por mucho que se frote, hay suciedad que nunca desaparece. Contenido algo fuerte más adelante.
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Cuando la noche arrastre cenizas
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Del que esconde razones y de la artista imaginaria
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Miró a su alrededor de reojo, buscando a alguna otra persona en aquella pequeña y oscura oficina, pero no encontró a nadie.
Volvió los ojos al frente y miró atentamente el humo que se asomaba casi con timidez al otro lado de la pantalla del ordenador. El gran hombre tecleaba sin descanso. Su ceño estaba fruncido y su frente perlada de sudor. El joven se preguntó cómo podía tener calor con lo fuerte que estaba el aire acondicionado.
Una mosca revoloteó cerca de ellos, aunque ninguno le prestó demasiada atención. Una simple mirada de irritación acompañó al insecto mientras se estrellaba contra la puerta acristalada de la derecha. El chico se preguntó cómo podía ser tan estúpida de golpearse una y otra vez contra el vidrio sin detenerse. Entonces se dio cuenta de que él solía hacerlo. Las personas tendemos a tropezar con las mismas cosas casi como si estuviéramos orgullosos de ello, aunque fingimos avergonzarnos.
—¿Nombre? —La voz ronca del hombre interrumpió las cavilaciones del joven.
—Ichijouji —respondió como un autómata—. Ken Ichijouji.
El individuo asintió con la cabeza. Una gota de sudor resbaló unos milímetros hacia abajo mientras se inclinaba para dar una calada a su cigarro. El humo continuó ascendiendo en ondas y Ken se extrañó de que la estancia no oliera apenas a tabaco. Era como si una bolsa transparente separase los ambientes, uno en el que el humo apestaba y otro al que no conseguía llegar. Por alguna razón, le pareció que el que estaba encerrado era él.
—¿Edad?
—Veintidós años.
El hombre volvió a teclear. Tenía las manos muy grandes, era casi un hecho extraordinario que sus gruesos dedos consiguieran pulsar una sola tecla cada vez. Su espeso bigote blanco se movió de forma extraña cuando resopló y borró algo. Reanudó su escritura de nuevo, como si fuera la tarea más tediosa que había hecho en su vida. Le pidió algunos documentos y copió concienzudamente datos en el ordenador.
—Bien. Ya está —Pareció aliviado por haber terminado. Se estiró y mostró un par de grandes manchas de sudor bajo sus axilas—. Bienvenido a bordo. Tú verás dónde te metes. Ven mañana y te asignarán un compañero y un caso.
Ken se mordió el interior de la mejilla con disgusto. No le gustó el tono en que le dijo aquello, como si cometiera una gran equivocación. Ese hombre no sabía nada sobre él, no podía opinar. Además, no había nadie que pareciera disgustado con su idea de hacerse detective menos sus nuevos compañeros de trabajo.
Salió del lugar y la calle lo recibió con un fuerte bofetón de calor. Necesitó respirar hondo un par de veces para no sentir que se ahogaba. El aire acondicionado estaba demasiado fuerte en la oficina, aunque suponía que tendría que acostumbrarse.
Caminó a la deriva por varias calles, sin saber qué pensar. Debería sentirse contento por estar comenzando con su vocación pero algo le decía que no iba a ir tan bien como había soñado desde niño. En realidad, esperaba que tampoco fuera tan mal como había fantaseado desde adolescente. Unas fantasías que no se atrevía ni a revelarse a sí mismo cuando su única compañía era la almohada.
De nuevo sus pensamientos fueron interrumpidos. Dos chicas le llamaban desde la otra acera y cruzaban para encontrarse con él. Tardó unos instantes en regresar a la realidad para poder reconocerlas. Una de ellas no se dio cuenta de nada y parloteó tranquilamente. La otra lo escrutó con la mirada de una forma que hizo que le recorriera un escalofrío.
—¡Mira que no decirnos nada! —exclamó Miyako, regañándolo como si fuera un niño pequeño—. Hemos tenido que enterarnos por el tonto de Daisuke.
Ken miró unos momentos el largo pelo de su amiga mientras intentaba entender de qué hablaba. Desistió enseguida.
—¿Eh?
—Miya está enfadada porque no nos has dicho que ya vas a ser detective —le explicó Hikari con su habitual tono pausado.
Él la miró a los ojos. Asintió con la cabeza y fingió sentirse mal por ello, aunque no era así. No era una obligación contarlo, de hecho Daisuke se había enterado por una casualidad.
—Ya. Es que quería esperar a que quedásemos todos para decirlo —mintió, pensó que de forma convincente, pero Kari arqueó una ceja.
Su intensa mirada empezó a molestarle. Era como si esa chica fuera capaz de ver más allá de sus palabras. Se asustó. Parecía que podría incluso descubrir sus verdaderas motivaciones, esas que escondía hasta de sí mismo. Apretó los puños mientras se despedía de ellas. Esquivó los ojos cobrizos que sabía que no se despegaban de él. Se negaba a dejar que nadie mirase en su interior.
~ · ~
—Qué bien que ya lo ha conseguido —decía Miyako, sin darse cuenta de que hablaba sola—. Y qué despistado es, debería contar las cosas en seguida. Cuando yo conseguí mi trabajo os llamé a todos corriendo. Es lo lógico. A ti la primera, claro. Bueno, en realidad la segunda, Mimi me llamó para contarme no sé qué de un tío y se lo conté. Pero después te llamé…
Hikari no prestaba atención. Asentía con la cabeza de vez en cuando, con un gesto ausente que no percibía su amiga, mientras cavilaba. Pensó en la mirada de Ken cuando se lo encontraron, tan lejana que parecía solo poder observar otro mundo. Uno inexistente. Peligroso.
Suspiró suavemente, de nuevo sin que la otra se diera cuenta. Caminaron un par de calles más y se adentraron en una cafetería de esas de moda en las que todo el mundo se sacaba fotos. A Kari ni siquiera le gustaba el café, pero se pedía un vaso de agua para remojar la garganta mientras sus amigas charlaban. No solía participar mucho en la conversación. A nadie parecía importarle.
Sora llegó unos minutos después, disculpándose por el retraso y hablando de un encargo que tenía que terminar ese mismo día. Era una mujer ocupada desde que había empezado a trabajar como diseñadora. Mimi tardó aún más y, lejos de disculparse, se quejó de que habían cerrado una tienda que quería mirar de camino hacia allí.
—¿Qué tal te fue en la entrevista de trabajo? —La pregunta de Miya pretendió ser casual, aunque no engañó a nadie.
—Mal. Pero da igual, ya lo sabía de antes. Lo mío no es trabajar para otros, tendré que decirle a mi padre que me dé dinero para formar mi propia empresa.
Mimi habló con tranquilidad, como si fuera cierto que todo en el mundo se resolvía con tanta facilidad como tener un padre adinerado. Sora negó con la cabeza.
—Y, ¿de qué sería tu empresa?
—Pues… No sé, de algo que me guste. Podría abrir una tienda de ropa con peluquería en la planta de arriba, sería un bombazo.
Miyako se entusiasmó con la idea, alabando como siempre cualquier cosa que dijera su adorada amiga. Empezó a enumerar cosas que no podían faltar en la empresa de Mimi, que ni siquiera sabía lo que significaba del todo esa palabra.
—¿Para qué se necesita una peluquería dentro de una tienda? —preguntó Hikari distraídamente después de dar un sorbo a su vaso de agua.
Sus amigas dejaron sus bebidas, todas mucho más sofisticadas que la de ella, sobre la mesa. Sora lanzó con disimulo una mirada de advertencia a la pequeña. Sí, pensaba lo mismo, pero hay cosas que no deben decirse si no quieres desatar el mal genio Tachikawa.
—¡¿Cómo que para qué?! —preguntó Mimi, mirándola como si fuera idiota—. Mientras esperas a que te atiendan miras ropa, mientras te pruebas cosas ves los peinados fantásticos de las clientas y al final te animas a hacerte uno. Es una gran idea que se pondría muy de moda.
Kari se abstuvo de hacer comentarios porque no quería que su amiga se sintiera mal. Le dio la razón y, cuando pareció quedar satisfecha, se tragó sus pensamientos acerca de que aquello era una tontería. Estaba acostumbrada a guardarse lo que pensaba, en especial cuando no hacía ningún bien a nadie. No ganaba nada bajando a Mimi de su nube, su idea se le olvidaría cuando encontrara una nueva que la distrajera más, alguna que implicara algún lugar exótico al que viajar o un nuevo vestido que necesitase como si su vida dependiera de ello.
Sacó la carpeta de su bolso y preparó las clases que daría al día siguiente. No había mucho que decidir más que qué cuento contar antes de la siesta a los niños o qué canción enseñarles. Las demás siguieron charlando de cosas que le parecían intranscendentales, aunque disfrutaba de su compañía.
Sora tardó poco en irse, era una mujer ocupada, se lo recordaba a todo el mundo cada vez que tenía oportunidad. Hikari aprovechó para decir que también se marchaba, no le apetecía quedarse con las entusiastas de sus amigas que retomaban el tema de la futura "empresa".
—¿Cómo te va en el trabajo? —preguntó la pelirroja cuando estuvieron fuera.
—Bien, no me quejo. Me gusta estar con los niños. A ti ya sé que te va muy bien.
—Todo lo bien que puede estar alguien que se dedica casi por entero a su profesión. ¿Te llevo a algún lado?
—No, gracias —se negó la otra mientras se colgaba bien el gran bolso que llevaba a todas partes—. Mi casa está cerca y me gusta andar.
Su amiga se encogió de hombros, sin insistir. Se despidieron con la mano y cada una tomó un camino distinto. Sora montó en su coche y condujo a su oficina mientras repasaba mentalmente todo lo que tenía que hacer, le gustaba recordarse también a sí misma lo ocupada que estaba.
Hikari recorrió algunas calles a pie mirando a los transeúntes que pasaban a su lado. Le gustaba imaginar sus gustos y las cosas que detestaban, aunque siempre recurría a lo más absurdo. Tal vez aquella anciana escuchase heavy metal a todo volumen mientras comía nachos picantes. Quizás aquel hombre bailase salsa y adorase el olor de la lejía. Puede que ese niño odiase los peluches y el sabor de las piruletas. Nadie podía decirle a Kari que se equivocaba, porque no volvería a ver a aquellas personas.
Se preguntó qué impresión daba ella, con su pelo ahora más largo de lo que había acostumbrado a llevarlo, con su aire distraído a todas horas y las manchas de pintura de las manos en los pantalones. Tal vez pareciera una artista. Sí, le gustó eso. Sería una gran pintora y escultora cada vez que caminase por la calle. Incluso podía llevar un bloc de dibujo imaginario en su gran bolso. Se dedicó a pensar en los pinceles que usaba a diario mientras entraba en su casa.
~ · ~
La razón. La verdadera razón danzó en la cabeza de Ken todo el día. Sí, el único y absoluto motivo por el que había hecho todo desde hacía varios años. Intentó espantarlo, como si se tratase de un molesto insecto. Recordó a la mosca de la oficina y sintió que él mismo era un bicho que se estampaba contra sus verdades escondidas una y otra vez.
Durmió entre sudores y corazonadas. Diciéndose que todo cambiaría al día siguiente. Sabía que si llegaba aquello que tanto anhelaba dejaría de volverse loco. O al menos era lo que quería saber.
Se despertó temprano. Se sentó en la cama recordando lo sucedido el día anterior. El olor a tabaco que no llegaba a su nariz, los ojos de Hikari que eran capaces de mirar más allá. Intentó no sentir miedo pero estaba terriblemente asustado de sí mismo. Lo peor era que le daba igual. Hacía tiempo que su cabeza no pensaba más que tonterías y su corazón no latía por más razones que una. Y esa certeza lo consumía.
Llegó al trabajo sin recordar bien cómo lo había hecho. Se sentó en una incómoda silla pegada a la pared y esperó a que alguien se acordase de él. Un hombre bastante bajo con grandes ojeras le echó un vistazo de arriba abajo.
—¿Eres el nuevo?
Ken asintió con la cabeza, algo intimidado por la voz ruda del desconocido.
—Ichijouji, ¿verdad? —Otro asentimiento—. Bien, hay una cosa que debes saber de este trabajo: lo odiarás. Dentro de poco maldecirás una y otra vez el día que lo elegiste pero, ¿sabes qué? No habrá escapatoria, nunca la hay. Aunque lo dejes las cosas que se viven no se borran.
El joven frunció el ceño, sin entender una palabra.
—Yo tampoco lo entendí cuando entré en esta agencia, ahora lo comprendo demasiado bien —dijo el hombre mientras le instaba a que lo siguiera con un gesto—. Tenemos un caso. Un hombre ha pedido que sigamos a su mujer, cree que tiene un amante. Lo más probable es que sea cierto.
Entraron a un coche que olía fuertemente a alcohol. Estaba lleno de polvo, como si llevara años sin ser lavado, y los cristales tenían tantas manchas que costaba ver. Ken se preguntó cómo su compañero podía conducir así.
Aparcaron frente a una casa. Una mujer que rondaba los cuarenta salió mientras guardaba unas llaves en su bolsillo. El coche avanzó a distancia prudente mientras ella andaba, después aceleró para perseguir el taxi que cogió. Llegaron a un barrio algo alejado, lleno de impersonales bloques de pisos que en nada se diferenciaban de los de al lado. Seguramente las personas que los habitaban también repetían patrones de comportamiento y personalidad. Qué mundo tan repetitivo.
La mujer entró en un portal. Salió de él dos horas después, la única diferencia era su pelo despeinado. Estaba claro lo que pasaba. Más claro quedó cuando un hombre la despidió con la mano desde una ventana del segundo piso.
—Dime, ¿nunca te han preguntado qué diferencia hay entre ser detective y un policía normal?
La pregunta de su compañero pilló desprevenido a Ken. Se encogió de hombros sin saber qué responder, no lo recordaba.
—Pues hay una muy grande, la verdadera razón de que todos odiemos nuestro trabajo —dijo el hombre recostándose en el asiento mientras esperaban a que la mujer saliera de un supermercado—. Los policías ven cadáveres. Nosotros vemos a las personas antes de que lo sean. A veces somos los instigadores, sin quererlo.
El otro lo miró sorprendido por aquella declaración.
—¿Instigadores?
—No hay que ser muy listo, chico. Piénsalo. ¿Cuántas muertes hay al año por cuestiones de infidelidades? ¿Miles? ¿Cientos de miles? Nosotros somos los que le contamos al cornudo que lo es. Y ya él o ella se encarga de sujetar la pistola. Pero se podría decir que la convicción necesaria para dispararla es nuestra.
Ken negó con la cabeza, nervioso. No le gustaba esa afirmación. No le gustaba darse cuenta de que no le echaba para atrás en su deseo de estar allí.
—¿Por qué te has hecho detective? ¿Qué persigues? ¿La justicia, los misterios, escapar de la monotonía? No encontrarás nada de eso. Todo es igual, cada caso repite otro anterior.
—No es por ninguna de esas razones —replicó el joven mirando al frente.
Señaló a la mujer que acababa de salir y el coche volvió a arrancar. El resto de la semana transcurrió igual, con las visitas de aquella desconocida en el mismo bloque y las despedidas de su amante desde la ventana.
Mientras su compañero contaba por teléfono al hombre que los había contratado lo que habían averiguado, Ken se repetía que estaba allí porque era más rápido y fácil que hacerse policía. Aunque no había encontrado lo que esperaba.
Pero, como si la vida quisiera llevarle la contraria siempre, halló lo que buscaba al día siguiente. Continuaron su rutina, vigilaron a la mujer y esperaron a que saliera de su encuentro furtivo. Lo que rompió la costumbre fue un hombre llegando al portal con un gran bidón. No le dieron importancia hasta un rato después, cuando el humo encapotó el cielo y una alarma gritó peligro.
—Te lo dije. Nosotros vemos las cosas antes de que pasen. Solo estamos para dar razones.
—Sabías que era el marido cuando lo has visto entrar. —Fue una afirmación, tal vez la más segura que había hecho Ken en toda su vida, aunque no una acusación.
—Sí, como siempre. También sabía que acabaría haciendo algo así.
El chico vio cómo su compañero sacaba el teléfono para llamar a la policía. Repetía que no tenían autorización para intervenir en aquello, que los incendios eran cosa de los bomberos. Dio marcha atrás con el coche y Ken quiso que fuera hacia delante, no podía dar la espalda a lo que había estado esperando.
Abrió la puerta del vehículo y entró en el portal por el que no paraban de salir personas. Era su momento. Por fin había llegado.
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Todavía no se ve mucho de lo que pidió Asondomar, pero llegará. Tendrá varios capítulos, no creo que muchos pero nunca se sabe.
Un agradecimiento para las chicas del foro, que me dieron sugerencias para el título :)
