Probablemente sea la primera vez que lean que aquí el autor diga que no espero que lean esto. Primero, porque probablemente no les guste, y segundo, porque lo que me llevó a escribirlo fue una holeada de emociones personales, y yo solo me desquité con los personajes que conocemos. Solo lo subo para darle paz a mi alma, después de todo es un fic terminado en el que invertí tiempo en escribir.

En caso de que lo anterior no les importe: Cada uno de nuestros personajes es un pecado capital. Dicho pecado es su esencia, es el que más sienten, y pueden hacer que otros, tanto humanos como demonios, lo sientan. Personajes de Cassandra Clare, historia... no sé de donde la sacó mi cabeza.


La dorada luz del candelabro de huesos colgado en el techo enviaba misteriosas figuras a la oscura y amplia habitación que se hacía llamar la sala de conferencias de los demonios. Asmodeus, el jefe, el supremo de los pecados. se hizo presente atravesando la pesada puerta de roble y acercándose a su lugar en la silla más alta alrededor de la mesa ovalada. El hombre estaba usando un elegante traje gris ceniza con sus ojos de gato brillando en medio de la oscuridad de la habitación, prediciendo desgracias a quien los viera. Su piel era pálida y casi enfermiza, su cabeza estaba rapada, y su estructura ósea grande y robusta; justo lo que se esperaría de un líder exigente y severo como él. Se acercó a la mesa a grandes pasos, y luego se sentó en su respectivo lugar.

Casi de inmediato, un gato dorado entró por la puerta siguiéndolo, y a medida que fue avanzando, se fue convirtiendo en un chico. Él era su hijo, el demonio de la lujuria. Donde Asmodeus era seriedad y perturbación, Magnus era sensualidad y coquetería. El chico heredó los ojos de gato de su padre, pero en él casi que se veían divertidos, como si aquel extraño brillo hiciera referencia a lo juguetón de un niño. Haciendo honor a su título y a su esculpido cuerpo, el demonio usaba unos pantalones negros con cientos de correas colgando alrededor de su cintura. Sus morenos brazos desnudos estaban adornados con un montón de brazaletes de oro que empezaban un poco más arriba del codo y llegaban hasta la muñeca; una única correa de cuero atravesaba su pecho en diagonal, permitiendo una perfecta vista de su exquisito abdomen. Sus ojos estaban delineados en negro, y su cabello negro en punta brillaba gracias a los ligeros toques de oro en polvo en él. Magnus avanzó hacia la mesa y se sentó en su lugar, una silla junto a su padre y frente al pequeño letrero donde se leía "Demonio de la lujuria".

Una vez que padre e hijo llegaban para la junta, era hora de que se hicieran presentes el resto de los demonios. La siguiente en aparecer fue Isabelle, el demonio de la soberbia: una enorme serpiente de plata entró reptando a través de la puerta y avanzó por la habitación hasta llegar a su silla, donde empezó a enroscarse para subir. Una vez en su lugar, el animal empezó a transformarse en una bella mujer con la piel delicadamente sonrosada, el cabello largo y negro como la noche, y profundos ojos marrón oscuro. En su sien derecha y hasta su barbilla se podía contemplar una marca de nacimiento que consistía en el dibujo de una serpiente, el cual era muy insignificante como para afear a la bella joven. Ella usaba un top azul magnético con una diminuta falda negra, pero sin duda lo más sorprendente eran sus zapatos: unos tacones negros cuya altura estaba más allá de lo que cualquier mujer humana podría siquiera imaginar. Era tanto así que Isabelle lograba superar en altura a todos, incluso a Asmodeus.

Casi de inmediato una horda de ratas marrones se colaron en la habitación y en medio de chillidos llegaron a la silla del demonio de la pereza. Luego, las ratas se fueron amontonando entre sí hasta formar una figura: el siguiente demonio, Simón, quien, al igual que Asmodeus, estaba usando un traje, solo que el suyo era negro. Simón no era feo, pero tampoco era lo que podía decirse atractivo. En realidad, de todos ellos, el que menos difería de un humano cualquiera, era Simón. Su cabello marrón estaba perfectamente cortado y enviado hacia atrás con fuerza, despejando por completo su rostro. Sus ojos eran marrones y estaban protegidos detrás de unos lentes. Su piel era ligeramente bronceada, y su estructura ósea era tosca y sin gracia. Aun así, Isabelle debió haber hallado algo muy encantador en él, porque apenas Simón se hizo corpóreo, ella estiró una mano sobre la mesa para que él la tomara. Magnus les dio una mirada y rodó los ojos; como demonio de la lujuria, podía tener a cualquier persona que quisiera, por lo que ya se había acostado más que un par de veces con esos dos tórtolos, tanto en pareja como individualmente, obviamente antes de que lo de Simón e Isabelle se concretara. El caso aquí era que ninguno era excepcionalmente memorable, quizás Isabelle estuvo cerca de lograrlo, pero definitivamente Simón no había sido más que un saco de carne sin gracia. Aún así, Magnus los felicitaba por su nueva relación.

De pronto, dos gotas de la cera de las velas del candelabro cayeron sobre la mesa, y empezaron a humear como si estuvieran quemando la madera, pero en realidad estaban transformándose en otros dos demonios que eran calificados por Magnus como "los empalagosos". La primera de ellas era el demonio de la gula, Clary, con su cabello rojo ardiendo como llamas de fuego, sus ojos verdes brillando más que miles de esmeraldas, y su diminuto cuerpo sin prenda alguna, solo cubierto por varias manchas de colores por todos lados, como si la chica fuera una niña que jugaba con pintura. El otro demonio correspondía a la ira, y se hacía llamar Jace, quien estaba usando un traje rojo brillante con su brillante cabello dorado cayendo sobre su espalda como una cascada de oro, azotando la parte trasera de sus rodillas al caminar. Jace era unos de los demonios más guapos que existían, y hubo una época divertida en la que él y Magnus competían por su físico, pero desgraciadamente el rubio se enamoró de Clary, así que empezó a usar cada vez más ropa cubriendo su cuerpo, y se volvió responsable. Otra vez, Magnus tuvo sus noches con cada uno de esos dos. Clary no estuvo tan mal, lo que quiere decir que no se acercaba a ser memorable pero definitivamente superaba a Simón, sin embargo Jace era otra cosa. Cada noche con él había sido maravillosa; el demonio de dorada cabellera, bajo toda esa ropa, escondía un apetecible y casi que perfecto cuerpo, con cada músculo delineado con rudeza y masculinidad. Aun así, Magnus también apoyaba a esa pareja. No podía hacer otra cosa.

A continuación, apareció el nuevo demonio favorito de Magnus. Y le dice "Nuevo" porque es de esos que no notas sino hasta que ya no queda otra opción. Una de las sombras que era creada por la luz del candelabro, avanzó por sí sola hasta llegar a la mesa y ubicarse en una de las sillas. Poco a poco la oscuridad se fue haciendo cada vez más nítida hasta convertirse en un chico usando una larga y pesada túnica negra con una enorme capucha que cubría su cabeza. Nadie sabía de qué color era su cabello, pero Magnus sospechaba que debía ser negro, o de lo contrario distinguiría algún otro color entre la cabeza y la tela negra. La piel de éste demonio, al igual que la de Asmodeus, era pálida como la leche. Sus labios eran gruesos y carnosos, y sus ojos eran azules y muy brillantes. A decir verdad, todo en él era monocromático, parecería un personaje de una película a blanco y negro si no fuera por ese profundo azul de sus ojos. Ese era Alec, demonio de la envidia.

Magnus había estado una y otra vez con muchos demonios, en especial si se traba de sus compañeros del consejo de demonios capitales, ya que con ellos era con quienes se encontraba con mayor frecuencia. Pero un día, en una de esas aburridas reuniones, estaba jugando con sus propios dedos cuando se percató en que la voz que estaba sonando no le resultaba conocida. Levantó la mirada y se encontró con que la palabra la tenía Alec, el demonio de la envidia. Hizo memoria, y estaba seguro de que nunca había estado con él. Incluso le preguntó a Isabelle si se trataba de alguien nuevo, a lo que la chica respondió ofendida que Alec era su hermano, y que llevaba en el consejo el mismo tiempo que ella. En ese caso, la respuesta era fácil: Magnus simplemente no se había fijado en él. Y ahora lo había hecho, porque estaba más que seguro que Alec era el único demonio con el que nunca había tenido nada.

En cualquier caso, aún estaba en proceso. Alec era críptico, callado y siniestro. No se dejaba engatusar tan fácil, y de todos modos Magnus tampoco había hecho el mejor de sus esfuerzos. Por el momento solo se dedicaba a jugar, tantear el terreno.

Y, finalmente, apareció el último demonio: Camille, demonio de la avaricia. La elegante chica apareció en su respectiva silla sin ningún truco de magia especial. Su cabello rubio estaba completamente recogido sobre su cabeza, sus ojos verdes lucían muertos, apagados, nada en comparación con los faroles que poseía Clary. Sus labios estaban cubiertos por color rojo oscuro, y alrededor de su delicado cuerpo de porcelana se ceñía un vestido rojo tan brillante y ligero que parecía líquido. De hecho, Camille desprendía un leve aroma a sangre que ponía pensar a todos, preguntándose si el material de su vestido era algo más inquietante que simple tela. Como sea, lo interesante de la chica era que se trataba del demonio con el que Magnus había repetido más veces. Ella sí que era memorable.

Una vez que los siete demonios de los pecados capitales estuvieron ubicados en sus lugares, Asmodeus se puso de pie.

—Bienvenidos, lujuria, soberbia, pereza, gula, ira, envidia y avaricia, a la reunión número 20.467 de nuestro consejo de demonios capitales. Como siempre, antes de tocar un asunto pendiente, vamos a seguir el protocolo: Primero, a revisar el reporte— casi al instante frente a cada demonio apareció una carpeta amarilla. Ellos la levantaron y la abrieron. En su interior se encontraban varios gráficos mostrando el desempeño de cada demonio en diferentes partes del mundo de los humanos. Magnus ojeó con rapidez, confirmando lo de siempre: todos los demonios tenían un rendimiento parecido a excepción de Simón, quien tenía problemas en expandir la pereza en un mundo tan tecnificado. Los niños preferían quedarse jugando en el computador en lugar de ir a dormir, y mientras estuvieran haciendo alguna acción, no contaba como pereza. Aun así el de Simón era un caso especial y excusable que ya se estaba intentando resolver con otros demonios superiores, por lo que su rendimiento no debería ser un problema.

—Como todos podemos ver, con excepción del demonio de la pereza, el resto de ustedes ha mantenido un desempeño favorable— dijo Asmodeus. Magnus cerró la carpeta y la dejó caer con aburrimiento. Odiaba esas tediosas y monótonas reuniones— Simón, tu problema ya se está intentando resolver. Lo único que puedo adelantarte es que están considerando la idea de asignarte un compañero. Un demonio con el mismo poder para que tus gráficos suban.

—De acuerdo— dijo obedientemente Simón. Ellos solo eran peones, su deber era seguir órdenes con el propósito de equilibrar el bien y el mal en el mundo.

Isabelle estiró una mano por encima de la mesa y tomó la muñeca de Simón en señal de apoyo. Aunque ellos estuvieran en un rango superior, eso no impedía que fueran objetivo de burlas por parte de demonios ordinarios y comunes, en especial si su desempeño, como el de Simón, no era el mejor. El pobre chico estaba siendo ridiculizado en el bajo mundo. Magnus no deseaba estar en su lugar.

—Aclarado eso, tengo órdenes de arriba— continuó Asmodeus— Les informo que, nuevamente, entramos a un periodo de prueba por una semana— Magnus bufó, mientras los demás demonios se quejaron y se recostaron en sus sillas. El "periodo de prueba" consistía en trabajar más arduamente que nunca, con el propósito de mantener durante un tiempo determinado un desempeño igual o por encima de 10, es decir, casi que perfecto. Si un demonio no lo lograba, sería castigado de formas inimaginables; cabe señalar que tal castigo no ha ocurrido nunca, ni siquiera a Simón. Magnus sospechaba que dicha la idea de los periodos de prueba era una forma de asustarlos, de mantenerlos disciplinados.

—¿Es todo? — preguntó.

—Ya casi, hijo— habló Asmodeus— Antes que nada, permítanme recordarles que si no pasan el periodo de prueba, serán castigados.

—Siempre pasamos— se quejó Isabelle.

—Son órdenes— volvió a justificar Asmodeus encogiéndose de hombros— Y con eso, finalizamos éste corto encuentro. Gracias por asistir y nos vemos en la próxima reunión—Asmodeus dio media vuelta y caminó para salir de la habitación moviendo elegantemente su enorme cuerpo. Poco a poco, los demás demonios fueron poniéndose de pie y acercándose entre ellos para charlar. Magnus se apresuró a llegar al demonio de la envidia.

—¡Alec! —llamó con una sonrisa en su boca. El demonio de la túnica negra estaba girándose para marcharse, pero al escuchar su nombre, se volvió para mirar a Magnus sin ninguna expresión en su rostro. Su boca y ojos eran una máscara de seriedad, pero Magnus quería creer que había más en él de lo que aparentaba— Perdona a mi padre, le he dicho que detestamos estas aburridas reuniones y aun así insiste en hacerlas— comentó dando una pequeña risita.

—No me molestan las reuniones— respondió Alec sin emoción alguna.

—¿Ah, no? Como casi nunca pides la palabra…

—No tengo nada que decir. Me esfuerzo en cumplir con mi trabajo y ya. Eso me ha dado una existencia tranquila.

—La tranquilidad es genial— respondió sintiendo ácido en su boca. La tranquilidad para él era aburrida. Apoyó sus codos sobre la mesa del consejo y recostó su cuerpo hacia atrás, dejando que su perfecto abdomen se estirara justo en frente de Alec. El demonio de los ojos azules recorrió el cuerpo de Magnus con la mirada, pero no dijo o hizo algo. El demonio de la lujuria no iba a darse por vencido. —En fin, Isabelle me contó que tuviste problemas con una mujer en Milán, ¿Qué ocurrió?

Alec le dio una mirada a Isabelle a través de la sala, y al recibir un guiño de parte de su hermana, rodó los ojos y regresó su atención al demonio frente a él— Nada serio. La mujer no parecía escuchar mis susurros, y se resistió a mis poderes. Al final tuve que reportarla como "Código blanco" antes los superiores. A partir de ese momento, dejó de ser mi problema— es muy raro, pero hay ocasiones en las que un humano no se dejaba influenciar por los demonios, y si llegaba a ocurrir, el caso debía ser reportado para que la persona entrara en seguimiento investigativo por demonios menores, todo con el propósito de descifrar qué era anormal en su vida. Muchas veces terminaban siendo hijos bastardos o amantes de una noche de algún ángel.

—Entiendo. Seguramente algún ángel se divirtió con ella— una sonrisa coqueta se dibujó en el atractivo rostro de Magnus.

—Quizás— respondió Alec, aún inmune a los encantos del demonio de la lujuria. Magnus se irguió, dio un paso hacia el otro demonio, y enrolló sus brazos alrededor del cuello del chico, dejando que la túnica negra hiciera cosquillas en su abdomen descubierto.

—¿Y tú sabes divertirte? —preguntó bajando la voz considerablemente. No para que nadie los oyera, sino para volver el ambiente mucho más íntimo.

—Magnus…—empezó Alec.

—¿Qué? ¿Volverás a huir de mí? ¿Cuántas veces tengo que decirte que te deseo?

—Tú deseas a todo el mundo—aquello, en lugar de herir a Magnus, lo hizo sonreír con autosuficiencia.

—Cierto. Pero por ahora eres al único al que deseo. Eso debería hacerte sentir honrado—Alec tomó los brazos de Magnus alrededor de él y los alejó, dando un preventivo paso hacia atrás.

—Pues no lo hace—respondió. Magnus hizo un puchero. Igual no se daría por vencido— ¿No deberías alcanzar a tu padre? Quizás te necesite.

—¿Él? Neh— el demonio de la lujuria volvió a cerrar la distancia entre ellos— Aquí es donde tengo que estar. ¿Sabes? La semana pasada compré un nuevo cubrecamas. ¿Qué te parece si me acompañas y te lo muestro?

—No— cortó Alec, y parecía cansado— ¿Por qué no vas a seducir a algún otro demonio o a algún humano? Estoy seguro que cualquiera de ellos estaría más que encantado de que lo eligieras.

—Te elegí a ti— soltó— Y ya basta de sacar a relucir el hecho de que he estado con varias personas. O de lo contrario voy a empezar a sospechar que tienes envidia de no haber sido el primero— aquello dejó mudo a Alec. Se quedó mirando a Magnus unos segundos más, y luego se giró para empezar a marcharse de allí. Magnus fue más rápido y lo rodeó, volviendo a quedar frente a él— ¡Perdón! No quería ofenderte o algo por el estilo.

—No lo hiciste— dijo Alec— No puede ofenderme que me recuerden quien soy: el demonio de la envidia.

—Exacto. ¿Lo entiendes? No es mi culpa haber estado con muchas personas. Es mi trabajo—Magnus se encogió de hombros. En realidad, se creía muy afortunado por ser el demonio de la lujuria y no algún otro—Y amo mi trabajo, no lo cambiaría por nada. Ser el demonio de la lujuria le da sentido a mi existencia, tú deberías experimentar algo parecido.

—¿Entonces qué haces aquí hablando conmigo en lugar de estar trabajando en el mundo de los humanos? —una vez más, Magnus sonrió.

—Eres muy astuto, demonio. Pero no te será tan fácil deshacerte de mí. Tarde o temprano vas a caer, todos lo hacen— Magnus se estiró, dejó un caliente beso en la mejilla pálida de Alec, y luego volvió a entrar al campo de visión del otro demonio para que este viera cuando se remojaba los labios. La piel de Alec era un poco fría, pero sabía delicioso, y quería probar más de ella; Magnus quería dejarle claro eso. Luego se giró sobre sus talones y salió la habitación con la cabeza en alto y moviendo grácilmente su cuerpo, tal como lo haría un poderoso príncipe del infierno.


Estando en la tierra, Magnus "por pura coincidencia" se encontró trabajando en la misma discoteca en la que Alec lo estaba haciendo. El demonio de la túnica desde hacía unos minutos que lo había notado, pero simplemente le dio una mirada y luego lo ignoró, continuando con su deber de susurrar pecados en los oídos de los mortales. Magnus frunció el ceño y se acercó más a él. Nadie lo ignoraba.

—Hola, Alec— saludó casualmente.

—Magnus— dijo Alec con un cortés asentimiento de la cabeza y se movió para acercarse a otro mortal. Magnus lo siguió.

—¡Que coincidencia! De todos los lugares del planeta…—Magnus rió— Las discotecas brasileñas son la mejores del mundo. ¿No lo crees? —Alec le dio una mirada, e ignorando la pregunta volvió a su trabajo. Magnus nuevamente lo siguió— Y ¿Vienes a menudo?

—Es la primera vez que vengo aquí.

—¿Enserio? Permíteme hacerte un recorrido— Magnus tomó el antebrazo de Alec, pero el demonio de la envidia se soltó con brusquedad.

—Ahora no, Magnus. Tengo que trabajar— y para ilustrar su punto, se dio la vuelta y continuó con su trabajo. Magnus se mordió el interior de la mejilla, su existencia demoníaca no estaba hecha para soportar los rechazos.

Un denso humo negro empezó a envolver su cuerpo, y al siguiente segundo estaba usando unos jeans ajustados y una camiseta blanca. Alec abrió los ojos hacia él.

—¿Qué estás…?

—Yo también tengo que trabajar— justificó, y chasqueó los dedos de sus dos manos, haciéndose corpóreo al instante. Alec lo miró fijamente, y a Magnus le encantaba haber captado su atención. Dio una mirada a su alrededor, y apenas encontró al primer mortal medio borracho y solitario, se acercó a él.

—¡Hey! — saludó alegremente. Su presa era un hombre un poco mayor sentado en la barra, el sujeto, llevaba traje de paño y un anillo dorado en su dedo. Su cabello estaba desordenado, y sostenía en sus manos una enorme botella de licor a medio terminar. A penas se giró hacia Magnus, sus ojos inyectados en sangre casi que se salen de sus órbitas al detallarse en la belleza de hombre que tenía parado frente a él. Todo en Magnus había sido hecho para seducir, no había nada en él que no le gustara a cualquier mortal, demonio o ángel— ¿Estás bien? Creo que esa botella va a estallar por la tremenda fuerza con la que la estás agarrando— el hombre miró sus nudillos blancos y liberó su mano.

—Tengo… problemas en casa— justificó. Magnus asintió, de todos modos ya lo sabía. Colocó una confortante mano sobre el muslo del hombre y se acercó un poco a él.

—Soy bueno dando ánimos— el hombre lo miró curioso, tomó la muñeca de Magnus en él, y la fue subiendo por su muslo. Magnus le mantuvo la mirada, dejando que una suave sonrisa se deslizara en sus labios. El hombre entendió el mensaje.

—Vamos a ponerte a prueba— dijo el sujeto poniéndose de pie y halando la mano de Magnus detrás de él. El demonio de la lujuria buscó a Alec con la mirada, y al encontrarlo mirándolo, levantó la barbilla y se dejó guiar hasta salir de la discoteca.

El lugar elegido fue un mugriento y apestoso callejón. Magnus fue arrojado contra una pegajosa pared de color gris, y luego su boca empezó a ser devorada con brusquedad. El demonio agarró el cuello del hombre con sus manos para lograr mantener el equilibro, y empezó a responder con toda la pasión que tenía, enloqueciendo al sujeto por completo. Después deslizó sus manos hacia abajo delineando el contorno del hombre hasta llegar a su cintura, luego agarró su trasero y lo empujó hacia adelante, eliminando cualquier espacio entre sus cuerpos. El hombre estaba en camino de pasar sus mojados labios por el acaramelado cuello de Magnus cuando de repente se alejó y se marchó con la mirada muerta y sin mirar atrás. El demonio conocía esa expresión, por lo que sonrió y miró a Alec materializarse justo frente a él.

—Le susurraste que se fuera— afirmó divertido— ¿Algún problema? Al igual que tú, tengo que trabajar. Yo no me entrometo con tus presas, así que te pido que…— antes de que pudiera seguir hablando, Alec agitó una mano frente al rostro de Magnus, haciendo que éste cerrara los ojos y su cuerpo se desplomara inconsciente.


Magnus despertó con un horrible dolor de cabeza. Se incorporó y trató de enfocar dónde estaba: se encontraba acostado sobre una amplia y sencilla cama con sábanas de color negro. Las paredes también eran negras, y el suelo era terroso y desprendía un ligero aroma a azufre. Estaba en Edom, y sabía perfectamente en qué parte. Soltó una risotada y se enrolló en las sabanas de Alec, dando una vuelta sobre la cama.

La puerta de la habitación privada del demonio de la envidia se abrió, y por ella entró Alec con la misma expresión indescifrable de siempre. Magnus se sentó, pero no liberó las sábanas negras de su agarre.

—Alec…—suspiró—Fue una noche maravillosa— una amplia sonrisa apareció en sus labios y se dejó caer sobre la cama, la cual olía al demonio parado frente a él.

—Magnus— la voz de Alec sonó dolida, por lo que Magnus levantó nuevamente el rostro para verlo— No pasó nada de eso— el demonio de la lujuria se sentó de un salto.

—¿Qué? ¿Entonces qué pasó?

—Solo te traje aquí y me fui para continuar con mi trabajo— confesó. Magnus frunció el ceño, ahora estaba realmente enojado.

—¡¿Me dejaste aquí?! ¡¿No me hiciste nada?! ¡Pero qué demonios te pasa! ¡ESTABA INCONSCIENTE!

—¡Sí! —gritó Alec, y ahora lucía igual de enojado— ¡Pero no te dormí para violarte! ¡No soy así!

—¡No es violación si yo también quiero!

—¡TÚ NO QUIERES! —explotó el ojiazul— Lo único que te interesa es poder decir "Lo logré, Alec cayó". No te importo en lo absoluto, me ves como… como un trofeo—Magnus se puso de pie aún más enojado.

—Ese no es el asunto que estamos discutiendo. El punto aquí es que lo que hiciste, o mejor dicho lo que no hiciste, es una completa ofensa a mi persona. Alec, me has ofendido a una escala inimaginable, me siento humillado y decepcionado de mí mismo. Así que, si me disculpas, me retiro. Hasta nunca—Magnus miró alrededor, acostumbrado a recoger su ropa al dejar una habitación ajena, pero luego recordó que aún la llevaba puesta, así que aún más molesto, salió de la habitación a grandes zancadas y sin decir una palabra. Alec, una vez solo, le dio una mirada a la cama de la cual Magnus acababa de ponerse de pie, y después volvió a mirar hacia la puerta de su habitación con el ceño fruncido.


El "Hasta nunca" de Magnus se acabó al siguiente día, cuando siguió a Alec a un centro comercial. El demonio de la túnica estaba susurrando cosas en el parque donde se sentaban los enamorados cuando Magnus, casualmente, apareció a su lado.

—Hola, Alec —saludó animado. Quería llamar la atención del otro demonio para que este se diera cuenta de que estaba usando ropa mundana, lo que quería decir que pensaba hacerse corpóreo. Después de lo ocurrido en la discoteca, llegó a la conclusión que ese juego de celos podría llegar a funcionar.

Alec le dio una mirada.

—Hola.

— ¡Qué bonito día! ¿No amas estar bajo el sol y en medio de la naturaleza? Es mejor que estar en Edom en medio de tanta oscuridad ¿No crees?

—Que tu padre no te escuche— advirtió Alec, y se giró para continuar con su trabajo. Magnus rodó los ojos y lo siguió.

—¿Y qué te hizo elegir éste lugar?

—Nada en particular—Magnus notó que, como siempre, Alec no parecía muy conversador ese día. Miró alrededor y dio con una chica de lentes leyendo un grueso libro sentada sobre el césped. Sonrió. Si Alec no quería hablar, lo haría actuar.

—Yo vine a divertirme. Y creo que encontré con quien.

—¿Qué? —Alec se giró para verlo, pero ya era tarde, Magnus se encontraba a varios pasos de ahí caminando decidido hacia la chica.


El moreno se incorporó de golpe y se encontró nuevamente acostado sobre la cama de Alec. El demonio de la envidia estaba parado frente a él con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Magnus abrió la boca para preguntar, pero Alec se le adelantó.

—No pasó nada—informó. Magnus dio un gruñido y le dio un golpe al colchón.

—Por supuesto que no pasó nada— concedió con voz ácida y se puso de pie enojado para marcharse de allí.

Una vez en su habitación, se lanzó sobre su cama y soltó un quejido de frustración. Sabía que despierto era más que deseable, por lo que inconsciente debía de ser el sueño erótico de cualquier persona. ¿Por qué Alec no se daba cuenta de que si lo dormía lo tenía a su merced? ¿Podía hacerle lo que quisiera? ¡Magnus necesitaba que le hiciera lo que quisiera! Era solo cuestión de tiempo para que los demonios menores dejaran de molestar a Simón cuando se dieran cuenta de que el gran demonio de la lujuria no podía seducir a uno de sus compañeros, a un demonio capital, con el que llevaba encontrándose por más de 20 siglos.

Se puso de pie.

—Muy bien, Alec— habló en la soledad de su colorida habitación— Vamos a ponerte las cosas difíciles.


El siguiente encuentro fue en un bar, y ésta vez Magnus no se había colocado camisa, dejando a la vista la delicadeza y el esmero con el que fue hecho. Era consciente de las miradas de todos los mortales sobre él, pero Alec simplemente le dio una mirada y continuó con su trabajo. Magnus, enojado y ofendido, se esmeró en conseguir no a una ni dos, sino a tres personas interesadas en pasar la noche con él al mismo tiempo. Naturalmente, no pudieron ni dar un paso dentro del hotel cuando Alec se hizo presente y lo echó todo a perder.

Al día siguiente, Magnus despertó nuevamente en la cama de Alec, y cuando se miró sí mismo tuvo que ponerse de pie y lanzar un grito de ayuda. ¡Llevaba puesta una de las espantosas y terroríficas túnicas de Alec!

—Buen día— saludó el demonio de la envidia como si nada mientras apoyaba su cuerpo contra el marco de la puerta de la habitación.

—¡Quítame esto! — rogó Magnus sacudiéndose como si esperara que la tela se hiciera polvo. Alec rodó los ojos.

—No. Le puse un hechizo, y no lo desharé hasta que estés en tu habitación— Magnus gruñó enojado y miró a Alec con llamas en los ojos.

—¡No eres nadie para elegir cómo debo vestir! ¡Quítame esta cosa espantosa ya!

—Es mi habitación— contraatacó Alec— Si su majestad quiere hacer su real voluntad, es bienvenido a marcharse—Alec se quitó del marco de la puerta y dejó el camino libre— Ahora. Debo volver a trabajar.

—¿Eres consciente de que nuevamente me estás ofendiendo? —preguntó Magnus.

—Sí, así como también soy consciente de que eso no te detendrá para seguir insistiendo. Así que, si no quieres terminar ofendido, aléjate de mí. Ríndete.

—Jamás— Magnus se acercó al demonio de la túnica—Tarde o temprano vas a caer, Alec. No pierdo las esperanzas. Porque dime, ¿Por qué tuviste que cubrir mi pecho con ésta tela horrenda?

—Túnica—corrigió Alec automáticamente.

—¿O por qué intervienes cuando estoy con alguien más? —continuó Magnus—¿Acaso es envidia? —Alec frunció el ceño.

—No puedo evitarlo, soy el demonio de la envidia.

—Sí, claro, esa parte la entiendo perfectamente. Pero ¿Por qué te da envidia de los que están precisamente conmigo? —Alec guardó silencio, y Magnus sonrió— No puedo rendirme—repitió, dejó un beso en la mejilla pálida de Alec, y luego se marchó sintiendo con curiosidad la sensación de llevar puesta la túnica. Era como volar en medio de una nube, daba tranquilidad.


Magnus continuó con su plan toda la semana, pero Alec nunca cayó, y al final el demonio de la lujuria siempre terminaba acostado en la cama del otro.

Luego, exactamente siete días después, se llevó a cabo otra reunión. Todos los demonios capitales se hicieron presentes, y finalmente, para variar, apareció Asmodeus con una seria expresión en su rostro. Magnus le dio una mirada aburrida a su padre y luego volvió a enfocar la vista en la mesa.

—Bienvenidos, lujuria, soberbia, pereza, gula, ira, envidia y avaricia, a la reunión número 20.467 de nuestro consejo de demonios capitales—habló Asmodeus. Isabelle y Clary dieron un asentimiento mientras los demás escuchaban atentamente, excepto Magnus, quien pensaba en qué haría ahora con respecto a Alec— Primero que todo, debo informar a todos, en especial a Simón, que los superiores han decidido concentrar la energía de la tecnología en un nuevo ser demoníaco. Él no trabajará con el demonio de la pereza, pero ambos podrán apoyarse mutuamente para cumplir tareas satisfactorias, ya que el trabajo de él expandir la obsesión por la tecnología. Algo muy beneficioso para todos nosotros, puesto que se espera que sea una fuente eterna y poderosa.

— De acuerdo— dijo Simón— Me muero por conocerlo.

—Serás llamado para darle la bienvenida apenas sea el momento oportuno— dijo Asmodeus— Ahora, continuamos con la reunión. Nuestro periodo de prueba ha finalizado oficialmente. Vamos a revisar el reporte— carpetas rojas aparecieron frente a cada uno de los demonios, ellos la levantaron y la abrieron para ver el interior. Adentro, en una gráfica, se encontraba cada uno de los pecados con su respectivo puntaje, y una línea en rojo marcaba el nivel 10. Todos los puntajes estaban por encima de la línea roja, incluso Simón, quien logró pasarla por poco. Excepto un diminuto puntaje que apenas y lograba despegarse del nombre del pecado, obteniendo un puntaje de 0,2.

Se escuchó la inhalación de sorpresa de todos los demonios presentes, y Magnus se interesó, por lo que se sentó erguido y miró fijamente el papel. Era él. No había trabajado en forma en toda la semana.

—Demonio de la lujuria— habló Asmodeus con voz imponente y enojada. Magnus aún estaba sorprendido. Quizás había gastado demasiado tiempo enfocándose solo en Alec— Tu puntaje de esta semana es simplemente humillante.

—Yo…

—En siete días, y en un planeta habitado por miles y millones de personas, despertarse la lujuria en… ¿Cuántos? ¿10?

—Puede ser— concedió algo avergonzado. Asmodeus se puso de pie y lo miró solo a él. Magnus vio en esos ojos de gato el sermón paternal que se avecinaba.

—Magnus ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Qué tendré que esforzarme más la próxima vez? —intentó inocentemente. Los ojos de gato de Asmodeus brillaron en fuego verde.

—No, que tendré que ejercer el castigo en ti.

—¿Qué? —Magnus se puso de pie enojado— ¡Soy tu hijo!

—¿Y eso qué? Eres un demonio capital, y has fallado. Las fallas representan traición, y por lo tanto serás castigado hasta que se compruebe tu lealtad.

—¿Mi lealtad? —repitió indignado. Le dio una mirada a los demás demonios, quienes observan sorprendidos la escena, y luego volvió a mirar a Asmodeus— ¡Soy tu hijo! A mí o me crearon ¡Nací por ti! ¿Cómo puedes poner en tela de juicio mi lealtad?

—No lo hago yo, Magnus. Lo hacen mis superiores.

—¡Tú no tienes superiores! Eres parte de los tres grandes demonios, ya deja de fingir y de usar esa excusa tan barata— los demás demonios presentes inhalaron aún más sorprendidos, y la mirada de Asmodeus lucía rabiosa por haber revelado su secreto—Las razones por las que dejé de trabajar no tienen nada que ver con mi lealtad. Y estoy seguro que he mantenido un desempeño más que excelente por milenios. No puedes castigarme solo por una semana, no es justo.

—Serás castigado hasta que se compruebe tu lealtad—repitió Asmodeus, unió sus manos enfrente de él y en medio de sus palmas nació un rayo de magia oscura que poco a poco fue atrayendo todo el aire de la habitación, como si se tratara de un agujero negro.

—Señor— Alec se puso de pie de golpe, mostrando una energía que nunca nadie le había visto. Tanto Magnus como Isabelle lo miraron sorprendidos— Si me permite puedo…

—No lo permito— cortó Asmodeus— Y no tiene permiso para hablar, Demonio de la Envidia. Ahora, por favor, tome asiento—Alec dejó su boca abierta, lucía impotente, frustrado. Y entonces compartió una mirada con Magnus. Este último perdió el aliento solo al ver una emoción reflejada en ese rostro constantemente expresivo. El demonio de la túnica lucía triste, culpable, parecía querer decirle algo a Magnus pero no sabía que.

Magnus tuvo ganas de sonreír, de ponerse a bailar. ¡Siempre tuvo razón! ¡Él le importaba a Alec!

—Pero Magnus es el demonio de la lujuria—comentó Camille, no carente de razón.

—No puede simplemente llevárselo— aportó Clary— Lo necesitamos. Él tiene funciones que cumplir. Además… no es justo— eso último lo dijo en un susurro, Asmodeus se giró para verla, retándola a repetirlo. Ella no lo hizo, pero Jace sí.

—¡No es justo! —dijo el rubio— Es la primera vez que falla en un periodo de prueba, si le pudiera dar una segunda oportunidad…

—No— cortó Asmodeus— En Edom no existen las segundas oportunidades. Magnus será castigado, y se acabó esta discusión— Una ráfaga de aire de la magia negra hizo que Magnus volviera a la realidad. Regresó su total atención a su padre, quien aumentaba el tamaño del agujero negro que, Magnus sabía, eventualmente sería lanzado contra él. Abrió los ojos con miedo, esa cosa no se veía nada amistosa.

— ¿Qué…? ¿Que me vas a hacer? —preguntó atemorizado. Sí. Por primera vez que recordara, experimentó lo que era tener miedo.

—Tu esencia demoniaca será probada con el más duro de los retos. Si no lo superas, nunca más volverás a ser un demonio.

—¡Padre…!—empezó, pero Asmodeus lo hizo callar.

—¡Y esto va para todos! —alzó la voz— ¡Los periodos de prueba deben tomarse con seriedad! Si ninguno es completamente fiel a su trabajo, quizás sea la hora de replantearse su propia existencia. Con todo el dolor que podría tener un padre, tendré que dejarlo claro usando a mi hijo—Asmodeus extendió las manos frente a él, y el rayo de magia negra se dirigió directamente a Magnus, enviándole un feo choque eléctrico en el pecho que le hizo gritar de dolor. Los demonios se pusieron de pie, y Alec gritó su nombre justo antes de que al demonio de la lujuria se lo llevara la oscuridad.


Diecinueve años después

—Tú quieres ese juguete—susurró Alec al oído de un niño en el colegio. El pequeño frunció el ceño y se acercó corriendo a uno de sus compañeros.

—¡Dámelo! —le gritó al otro, y le quitó el juguete de las manos.

—Pero… ¡Es mío!

—¡Pero yo lo quiero!

Alec suspiró, y salió del colegio al que había entrado. Una vez en el parque del barrio, miró hacia el sol y una pequeña sonrisa apareció en sus labios mientras escuchaba una voz hablándole a la cabeza "¡Qué bonito día! ¿No amas estar bajo el sol y en medio de la naturaleza? Es mejor que estar en Edom en medio de tanta oscuridad"

—Sí, Magnus— habló— Definitivamente es mejor.

Ya habían pasado muchos años desde que Magnus fue castigado, y en todo ese tiempo nadie sabía nada de él. Muchas veces habían intentado preguntarle a Asmodeus en qué consistía el castigo, pero el demonio mayor solo decía que, cuando Magnus superara el reto, él mismo volvería para contarlo. Pero, aparentemente, Magnus no había podido superar el reto en todo el tiempo que había pasado.

Entre ellos se escuchó el rumor de que el demonio de la lujuria había sido encerrado en una mazmorra, pero Alec lo desmintió cuando, una noche y en contra de toda regla, revisó todas y cada una de las mazmorras de Edom para encontrarse de todo, menos al demonio moreno.

También hubo un tiempo en el que supuso que había sido bajado de nivel hasta convertirse en un demonio menor, pero al menos no lo había visto entre los millones de esas criaturas con las que se había tenido que encontrar. Otra posibilidad era que hubiera sido desterrado a otro mundo, pero aparte del mundo mortal y de Edom, demonios como Alec no tenían permitido ir a otro lugar. Intentó usar su magia para localizar su esencia demoniaca en la tierra, pero Magnus no estaba allí. Realmente estaba empezando a considerar el hecho de que el castigo consistió en evaporizarlo en el aire.

Y mientras pasaban los años, se sentía cada vez más inútil e impotente. Fue su culpa, él había dormido a Magnus, se lo había llevado a su habitación, no lo dejó trabajar todas las veces que el demonio de la lujuria había querido hacerlo. Fue su culpa, suya y de su estúpida e incontrolable envidia.

Entró a una cafetería y se ubicó detrás de un chico con el cabello pintado de purpura. Se supone que él estaba esperando la llegada de su mejor amigo quien le presentaría a su nuevo novio, y ahí es cuando entraría a romper con la amistad de años al despertar la envidia del chico de cabello purpura.

La puerta de la cafetería se abrió, y Alec supo que era el momento. Se acercó al oído de su presa y empezó a susurrar.

—Tú quieres a su novio— dijo, luego levantó la mirada y casi se cae de espaldas al ver lo que sus ojos estaban contemplando: El tal mejor amigo estaba sonriendo mientras jalaba la mano de un tímido chico moreno con el cabello corto, hermosos ojos dorados verdosos, y un suéter negro. Alec recorrió la cafetería con la mirada, notando como todos volteaban a mirar a los recién llegados. Aunque ahora parecía sencillo y aburrido, Magnus seguía siendo la cosa más atractiva y sexy que podía existir, y al parecer todos lo notaban.

—¡Hey, Pete! —saludó el recién llegado al chico de cabello purpura— Lamento la tardanza, pero ya estamos aquí. Mira, él es mi novio, Magnus. Magnus, él es mi mejor amigo del que tanto te he hablado. ¡Estoy tan feliz de que finalmente se conozcan! — Magnus le dio una mirada al tal Pete y extendió una mano frente a él.

—Es un placer— habló. Alec tuvo que girar un poco la cabeza, era demasiado raro ver a Magnus así.

Pete estudió a Magnus de arriba abajo, una socarrona sonrisa apareció en su rostro, y tomó la mano frente a él para jalarla y pegar la espalda de Magnus a su pecho, hablándole directamente al oído.

—El placer es todo mío— habló seductoramente. Alec, muy tarde, se dio cuenta de lo que había hecho.

—Ay, no…—se lamentó, pero lo hecho, hecho estaba. Ahora solo quedaba observar a ver cómo se desarrollaban las cosas.

—Pete…—habló el otro chico con voz precavida, y luego soltó una risa nerviosa como si creyera que las acciones de su mejor amigo eran parte de una broma— Ya, deja a Magnus.

—¿Dejarlo? —preguntó— ¿Por qué lo haría? ¿Para qué se vaya con un perdedor como tú? —luego volvió a hablar al oído de Magnus— Te juro que nunca había visto a una cosa tan linda. Puedes sentir cómo me pones ¿No?

—Suéltame—advirtió Magnus retorciéndose, y como el chico no lo uso a voluntad, él usó su fuerza y se escapó de los brazos prisioneros.

—Pete, no es gracioso— habló el otro chico, y se acercó a Magnus para tomar su mano.

—Esto no es ningún chiste—dijo el chico de cabello purpura, y se paró frente a su amigo, como si estuviera retándolo— Estoy cansado de ti. Tienes las mejores notas, vienes de una familia posicionada, siempre me miraste por abajo del hombro… ¿No puedes, por una vez, darme algo que quiero?

—¿Hablas de Magnus? ¡Acabas de conocerlo! ¡No sabes nada de él!

—Sé lo que me has contado. Además, con solo verlo supe que siempre ha sido lo que he querido para mí.

—Pero, Pete…

—No, ya basta. Esta vez, no te dejaré ganar sin luchar. Te quitaré a tu novio, aunque me cueste la vida. Y tú, prepárate, porque…—Pete se giró, pero Magnus ya no estaba donde hacía unos momento se encontraba. Alec se puso alerta y miró a todas partes, pero lo había perdido de vista.

—¡Magnus! —llamó Pete, y salió corriendo de la cafetería seguido de Alec. El chico de cabello purpura miró a lado y lado, pero al no ver al moreno, chasqueó la lengua y volvió a entrar a la cafetería. Alec, en cambio, se elevó en el aire y desde el cielo empezó a buscar a Magnus en los lugares más cercanos a la cafetería. Ahora que lo había encontrado, no pensaba dejarlo ir de nuevo. Y lo vio: el demonio de la lujuria estaba corriendo por una solitaria calle en sentido contrario de donde estaba ubicada la cafetería. Alec, sin pensar mucho en lo que estaba a punto de hacer, usó su magia para vestirse como un mortal y se hizo corpóreo frente a Magnus, haciendo que ambos chocaran y salieran volando a diferentes partes de la calle.

—Au— se quejó Magnus dolorosamente desde el suelo— ¡Perdón! No te vi venir.

Alec se incorporó rápidamente y observó cómo las raspaduras en sus nudillos iban sanando gracias a su esencia demoníaca. Una vez estuvo nuevamente ileso, se giró hacia Magnus, quien también estaba poniéndose de pie en medio de quejidos.

—Tampoco te vi venir— respondió. Magnus terminó de incorporarse y levantó la mirada hacia Alec, pero no había reconocimiento en sus ojos, era como si estuviera mirando a un desconocido. Alec notó que una raspadura en su mejilla estaba sangrando, y no se curaba.

—No…—murmuró. El desgraciado de Asmodeus lo había vuelto humano y le había borrado sus recuerdos. ¿En eso consistía la estúpida prueba? ¿Cómo podría demostrar su fidelidad a su existencia demoníaca cuando ni siquiera tenía una? Todo era una trapa, estaba seguro.

—¿Disculpa? —preguntó Magnus confundido.

—Tu mejilla, está sangrando— explicó— Te lastimé.

—Oh, no te preocupes, todo fue culpa mía. Estaba corriendo y no me fijé en el camino. De nuevo lo siento— Magnus pareció hacer ademán de volver a empezar a correr, pero Alec lo detuvo.

—¡Espera! Em… soy Alec— presentarse era un buen inicio. ¿Para qué? No tenía idea, después de todo tenía trabajo que hacer, no podía quedarse con Magnus a fingir que era un humano.

—No— dijo Magnus, levantó sus manos frente a él y dio un paso hacia atrás— Conozco perfectamente tus intenciones, y te advierto que no estoy interesado. En el momento en el que quiera conseguir "Amigos", yo iré a buscarlos. Que tengas un buen día— y con eso reanudó su carrera. Alec, confundido por las palabras del moreno, estiró un dedo frente a él y dejó que una pequeña luciérnaga volara hasta la espalda de Magnus y se adhiriera a su suéter. Listo, ahora podría encontrarlo sin importar a dónde fuera.


Una semana después, Alec asistió a la sala de conferencias de los demonios. La reunión del consejo de los pecados capitales ocurrió con normalidad, con un desempeño de 0 para el demonio de la lujuria. Alec, molesto, observó los gráficos y luego le dio una mirada a Asmodeus, quien seguía parloteando sobre el próximo periodo de prueba. El demonio de la envidia estaba más que seguro de que el hecho de que no hubiera lujuria en el mundo supondría un problema, pero al parecer Asmodeus quería hacerse el de la vista gorda.

—Y con eso, terminamos nuestra corta reunión— habló—Gracias por presentarse y…

—Espere— habló Alec y cerró de un manotazo la carpeta— Aún hay un asunto que tenemos pendiente. Magnus— todos los demonios presentes se acomodaron en sus sillas y miraron a Asmodeus con preocupación. Todos querían a Magnus, deseaban saber qué había sido de él después de que desapareciera en esa misma habitación hacía casi veinte años.

—Ya les dije que no me es permitido informar de su castigo— dijo Asmodeus con cansancio— Ese tema está saldado, ahora…

—No lo está. Si no puede decirnos qué le hizo, al menos díganos si está bien— continuó Alec. Asmodeus recorrió al grupo con la mirada antes de suspirar.

—Mi hijo está bien.

—Entonces ¿Por qué no está aquí? —continuó el ojiazul— Conozco a Magnus, y si realmente estuviera bien hace mucho que hubiera usado todas sus capacidades para probar su fidelidad y volver con nosotros— Asmodeus miró seriamente Alec.

—Ese es el problema, demonio de la envidia—habló— Magnus no ha demostrado su fidelidad, ni siquiera lo ha intentado en todo este tiempo. Y, para su desgracia, no podemos esperarlo para siempre— Alec hizo una mueca de confusión sin entender a lo que se refería ese hombre— Se supone que esto es clasificado, pero creo que tienen derecho a saberlo. Después de todo, Magnus fue su amigo— Asmodeus guardó silencio para esperar que toda la atención estuviera puesta en él y luego volvió a hablar— El mundo no puede resistir más a estar sin lujuria. Los demonios superiores están pensando en conseguir un reemplazo.

—¡¿Qué?! —Isabelle se puso de pie.

—No podemos esperar a Magnus para siempre— habló Asmodeus— Tanto tiempo de espera es prueba de que no está tan entregado a su esencia demoníaca como nos había hecho creer a todos. Los superiores han decidido concederle un mes más. Si Magnus no lo aprovecha, se creará a un ser para que tome el título de demonio de la lujuria.

—No puede hacer eso— habló Clary indignada.

—¡Es su hijo! —explotó Alec. Asmodeus lo miró.

—Nunca he sido partidario de ninguna clase de favoritismos, Demonio de la Envidia. Creí que eso ya lo había dejado claro hace 19 años. Ahora, damas y caballeros, damos por finalizada la reunión. Por favor, vuelvan a sus respectivas ocupaciones— y con eso, se marchó de la habitación. Alec se sentó dándole un golpe a la mesa. Apenas acababa de encontrar a Magnus, y ya estaba contra reloj.


Usó su insecto rastreador, y cuando dio con el demonio de la lujuria en una modesta casa de barrio residencial, se hizo corpóreo y tocó el timbre. Magnus abrió la puerta.

—¡Hola! Vengo a invitarte a que vayas al circo de…—fingió reconocimiento y sonrió—¡Eres tú! ¿Me recuerdas? ¡Soy Alec! —Magnus frunció el ceño.

—Si… te recuerdo. Continúa con lo del circo.

—Hey, no seas tan antipático— se quejó sintiendo ácido en su boca. Él era el antipático, y justo ahora sentía que estaba jugando el rol alegre de Magnus. Era como si el destino se hubiera divertido intercambiando los papeles— Recuerda que me hiciste caer, y me dolió. Aún tengo raspaduras. Feas raspaduras.

Magnus pegó su cabeza contra el marco de la puerta— Está bien, lo siento. Perdón por ser tan grosero. Soy Magnus. Por favor, continúa con lo del circo.

—Olvídate del circo ¡Qué casualidad verte de nuevo! — "O simplemente no conozco el nombre de ningún circo" pensó Alec— Parece el destino ¿No crees? — Magnus suspiró.

—Ya han usado eso. Muchas veces— comentó. Alec frunció el ceño y lo miró preocupado. Sospechaba que Magnus no tenía la mínima intención de despertar algún interés amoroso en alguien.

—¿Qué te ha pasado, Magnus? —preguntó. ¿Quién lo apagó? ¿Por qué ahora Magnus lucía tan triste y afligido? — Si me cuentas… prometo hablarte del amor de mi vida. Mi prometida—Alec pasó saliva— Camille.

Magnus lo miró con interés.

—¿Tu prometida?

—Sip— Alec sonrió— Verás, quiero ser tu amigo. Y si me dejas serlo, juro que te invitaré a mi boda. ¿Qué dices? ¿Tenemos un trato? —Magnus pareció meditarlo, pero luego estiró una mano frente a él y ambos estrecharon sus palmas.

—Trato— dijo, y Alec sonrió. Al menos, eso era mejor que nada.


La casa de Magnus era sencilla y pequeña. No había nada colorido, todo era o marrón o gris. Alec escaneó el lugar, pero no vio ninguna pista del demonio que Magnus antes era. Casi que parecía otra persona.

—Por favor, ponte cómodo— habló Magnus señalando un sofá— Iré a preparar café. ¿Algún gusto particular? — Alec hizo una mueca. Los demonios podían comer, peros sus organismos no estaban acostumbrados, y luego terminaban con un terrible dolor de estómago y en ocasiones nauseas. El hecho de que Magnus lo hiciera era señal definitiva de que ahora se trataba de un simple mortal.

—Crema y tres cucharadas de azúcar— respondió casualmente. Después, ni siquiera lo probaría.

Avanzó hasta el sofá y se sentó sin dejar de mirar a su alrededor. Había una vieja fotografía de un montón de niños, algunos posters de películas, y varias pinturas a blanco y negro. Bajó la mirada hacia una revista sobre una mesa, y sin perder tiempo la tomó y la revisó. Era una revista de arte de esas de suscripción, y a juzgar por el separador de páginas, Magnus la estaba leyendo. ¿Ahora le interesaba el arte?

—Aquí está— dijo Magnus, y dejó las tasas sobre la mesa. Alec dejó la revista a un lado y observó a Magnus sentarse frente a él. Se veía tan tierno, tan indefenso y solitario en su propia casa, que si no se tratara de Alec, seguramente desde hacía mucho se hubiera lanzado hacia él para probar esos rosados labios que parecían pedir a gritos ser devorados. Pero, afortunadamente, Alec era un experto en tratar con el físico del demonio de la lujuria—Lo lamento, no tengo muchos amigos.

—¿Enserio? —preguntó Alec sorprendido— A lo mejor se debe a tu no tan cortés forma de abrir tu puerta— aquello hizo que Magnus riera, pero Alec estaba sinceramente sorprendido. A Magnus todo el mundo lo adoraba, todos querían tenerlo cerca.

—Antes era cortés, lo juro— se defendió— Pero… simplemente la vida me enseñó a dejar de serlo— Alec asintió. Necesitaba más detalles.

—Veo que creciste en un orfanato— comentó señalando a la fotografía de los niños.

— Así es. Mis padres me abandonaron cuando era un bebé. Los del orfanato me encontraron y me criaron hasta que tuve edad suficiente— "Asmodeus, bastardo" pensó Alec. ¿Cómo pudo abandonar a su propio hijo siendo un bebé?

—¿Te adoptaron o te dejaron a tu cuenta? —preguntó Alec, quien era muy conocedor de la forma en la que vivían los humanos.

—Más bien me escapé— confesó Magnus avergonzado. Alec sonrió.

—Que chico tan malo.

—¡No, no fue así! Soy una buena persona, enserio. Es que, no soportaba estar ahí—Alec frunció nuevamente el ceño. ¿Buena persona? Esto iba de mal en peor.

—Yo también crecí en un orfanato— mintió— Y entiendo que el trato no era el mejor, pero no era tan malo—Magnus volteó la mirada, y Alec supo que le estaba ocultando algo— Hey, Magnus, puedes confiar en mí. Realmente quiero ser tu amigo, saber todo de ti y que tú sepas todo de mí. Puedes preguntar lo que quieras, si te hace sentir cómodo. Pero, por favor, sé abierto conmigo.

—Ahí abusaban de mí, Alec— confesó. Alec abrió los ojos y se quedó sin habla. Magnus, el fuerte demonio, se estaba rompiendo justo frente a sus ojos— Era horrible, me sentía acosado y desprotegido, y lo peor era que no podía hacer nada. Sé que no quiero, pero… simplemente, cada vez que pasa, no puedo evitarlo. La directora, nuestros maestros, mis propios compañeros con los que crecí y a quienes quería como hermanos… Todos lo hacían, y lo comentaban entre ellos. Escapé apenas pude, y conseguí un empleo para empezar a vivir por mi cuenta. Pero luego mi jefe también…—una lágrima cayó del ojo de Magnus, y Alec simplemente estaba mudo. ¿Qué debía hacer? ¿Consolarlo? El Magnus de antes hubiera estado encantado de haber despertado todos esos sentimientos pecaminosos en esas personas— Estoy cansado de ser visto como un trozo de carne. Lo odio. Nunca he tenido a alguien que me quiera por lo que soy, incondicionalmente. No sé qué es el amor ni lo que es sentirse amado. Tengo el empleo más modesto del mundo, reparto periódicos en las mañanas. Uso la ropa más barata que puedas encontrar en el mercado, y no salgo a socializar con nadie. Pero, aun así, las personas siguen viniendo de cualquier lado: el cartero, el lechero, el conductor del auto que se detuvo para dejarme pasar la calle… Lamento haber dudado de ti, es solo que, hasta el momento, eres la primera persona que se acerca a mí buscando una amistad, y no buscando acostarse conmigo—Magnus usó la manga de su suéter para limpiar su rostro, y Alec sintió que ya era hora de buscar alguna excusa y marcharse.

—Seré tu amigo— repitió— Puedes contar conmigo siempre, te lo juro. De mi cuenta corre que nadie más vuelva a lastimarte.


Alec atravesó los pasillos de Edom con sus puños apretados a sus lados y su túnica negra oleando a su espalda. Tenía ganas de matar a Asmodeus. ¿Cómo pudo hacerle eso a Magnus? Si lo iba a volver un indefenso y corriente humano, al menos pudo quitarle su habilidad de atraer a todo el mundo con intenciones lujuriosas. ¿Cómo iba a decirle a Magnus de que el hecho de que todo el que lo conociera lo deseaba se debía a que era el demonio de la lujuria, el ser más cautivador entre ángeles, demonios y mortales, alguien creado justamente para despertar una incontrolable lujuria en cualquiera?

Tenía planeado llegar a la oficina de Asmodeus y hacerle pagar por lo que le estaba haciendo a Magnus. Eso no era otra cosa que tortura.

Le faltaban un par de metros cuando sintió que era empujado contra la pared. Camille se encontraba de pie frente a él con una mano sobre su hombro.

—Hola, Alec— saludó la rubia como si ambos fueran amigos. Alec se la quitó de encima.

—Camille, no tengo tiempo.

—¡Esto te importa! Sé que quieres encontrar a Magnus tanto como quiero hacerlo yo— Alec se detuvo y se giró a observarla—Escuché algo que podría interesarte.

—¿Qué cosa?

—Asmodeus se reunió con Lilith esta mañana y los dos duraron horas charlando dentro de la habitación. La curiosidad pudo conmigo y me acerqué a escuchar a través de la puerta, justo cuando ambos hablaban de Magnus—Alec volvió a acercarse a ella.

—¿Qué dijeron de él?

—No dijeron dónde estaba, si es lo que te importa. Pero Asmodeus le dijo a Lilith que no iba a dejar que Magnus regresara—Alec frunció el ceño— Lilith le dijo que era lo mejor, que porque Magnus nunca hubiera podido con el cargo de la forma en la que Asmodeus lo hace.

—¿El cargo? —preguntó Alec, y Camille se encogió de hombros.

—Luego, Lilith le preguntó que si no había manera de que cumpliera el castigo, y Asmodeus dijo que ninguna "Por sí solo".

—¿Por sí solo? —repitió Alec. Camille miró a lado y lado antes de susurrar.

—Aquí viene la mejor parte. Asmodeus dijo que él mismo iba a traer a Magnus de vuelta. Una vez que el plazo, el mes, se cumpla. ¿Por qué? No sé. No le encuentro sentido a nada de lo que está pasando—Alec suspiró y miró pensativo hacia una de las paredes. Así que, de todos modos, tarde o temprano, Magnus iba a regresar. ¿Pero cuáles serían las consecuencias? ¿Y por qué Magnus no puede regresar antes de que se acabe el mes?

—De acuerdo, Camille. Gracias— iba a marcharse, pero la rubia le agarró el brazo.

—¡Alec! Espera. Sé que has estado buscando a Magnus. Por favor, si averiguas dónde está, dímelo.

—Claro— dijo con un asentimiento, y se marchó para volver a su habitación. No estaba en obligación de decirle nada a nadie. Era un demonio, después de todo.


Al día siguiente, fue a visitar a Magnus, quien le abrió la puerta con una sonrisa en su rostro.

—¡Alec, buen día! ¿Ya desayunaste?

—Sí, antes de venir— mintió— Creí que podría acompañarte a entregar periódicos. Suena divertido.

—Lamento decirte que si realmente quieres hacerlo, tendrás que madrugar un poco más. Hace como una hora que volví a casa— Magnus se hizo a un lado y dejó que Alec pasara al interior de su hogar— Por cierto ¿Cuándo me presentarás a Camille? Me muero por conocerla.

—Algún día— mintió— Ha estado muy ocupada con las cosas de la boda y eso.

—Ah— ambos caminaron a la sala y se sentaron— Descríbela. Dime cómo es— Alec suspiró con cansancio, y se preguntó por qué demonios no dijo en un principio el nombre de su hermana, o hasta el mismo Jace hubiera sido preferible.

—Es rubia— dijo— De ojos verdes, piel blanca como la mía… y adora a los animales— finalizó, sabía que los enamorados decían cosas buenas y tiernas de sus parejas aunque muchas veces eran exageraciones— Es amable con todo el mundo, y me consiente demasiado. Creo que es la mujer más buena y hermosa del mundo— Magnus sonrió.

—Que hermoso escuchar todo eso—Alec dejó caer sus brazos sobre sus rodillas para acercarse más al moreno.

—Magnus, tú puedes enamorarte. No renuncies todavía a encontrar el amor. Algún día alguien pensará en ti de la misma forma en la que yo pienso en Camille— Magnus sonrió con tristeza, pero no dijo nada al respecto.

—Quiero conocerla— dijo en su lugar.

—Prometo traerla la próxima vez— habló Alec para zanjar el tema— Ahora, hay algo que me causa curiosidad. ¿Qué opinas de los demonios? —Magnus arrugó la nariz.

—¿Los demonios?
—Sí, ya sabes, esas criaturas que andan por ahí haciendo maldades. ¿Crees en ellos?

—No lo sé, nunca lo había pensado. Supongo que de algún lado debe venir la maldad del mundo ¿No?

—Exacto.

—Entonces, en ese caso, quizás existan… ¿A qué se debe la pregunta?

—Y si pudieras elegir ¿Te gustaría ser un demonio? —Magnus abrió los ojos.

—Cielos, no, debe ser horrible ser malo todo el tiempo. Ya sea tener un alma de por sí maligna, o estar obligado a hacer el mal, ambas cosas son horribles. Además, seguramente no son muy bonitos. Con cuernos, cola…—Alec rió.

—Sí, claro. Lo que digas.

—¿Pero por qué la pregunta? —Alec pensó en algo rápido para improvisar.

—Anoche termine un libro sobre el tema, y me causó curiosidad, es todo— se puso de pie— Debo irme, a revisar el banquete y todo eso.

—¿No quieres que te acompañe? —se ofreció Magnus servicialmente.

—No, creo que Camille estaría feliz si lo eligiera yo solo. Nos vemos otro día— y con eso se apresuró a la puerta. En realidad, no pensaba volver. Magnus no quería ser un demonio, así que él no iba a decirle que lo era. Solo debía esperar un mes más, y tendría a Magnus con él de vuelta en el infierno cuando Asmodeus lo convirtiera otra vez.

—Prometiste que la traerías— le recordó Magnus— Estaré esperando que cumplas tu promesa.

—Claro que sí. Adiós, Magnus— y con eso se fue.


—¿Cuál te gusta más? —preguntó Isabelle mientras le mostraba a su hermano mayor un vestido rojo y uno negro. Alec le dio una mirada a los dos, aunque en realidad no estaba prestando mucha atención.

—Cualquiera. Te verás hermosa en ambos—respondió, dejándose llevar por la esencia demoníaca de su hermana.

—Muy cierto—comentó la chica con una sonrisa presumida. Alec se encontraba acostado en la cama de la habitación de ella. Debería volver a la tierra y seguir trabajando, pero sabía que una vez pusiera un pie entre los humanos, correría a ver a Magnus. Llevaba años preguntándose qué había sido de él, mucho tiempo anhelando verlo al menos una vez más, tanto que ahora le parecía increíble tenerlo tan solo a un chasquido de dedos. Pero no. No podía, primero porque le dolía verlo tan vulnerable, y segundo porque al fin y al cabo él era un demonio, su trabajo era dañar, destruir. Además, solo debía esperar un mes. 30 días que ya se le estaban haciendo eternos.

—¿En qué piensas? —preguntó Isabelle mientras giraba su precioso cuerpo frente a su espejo.

—En Magnus—respondió sin pensárselo mucho—Me siento tan culpable… fue mi culpa que él no hubiera trabajado aquella vez.

—¿Por haberlo dormido? —Isabelle se giró hacia él— Alec, ya lo hemos hablado.

—Sí, y hemos llegado a la conclusión de que soy culpable, pero que no fue con mala intención—repuso agrio. Isabelle suspiró y caminó hasta él para sentarse en un lado de la cama.

—Tienes un poco de culpa, no diré que no. Pero Magnus también la tiene. Y, a pesar de sus intentos de distraerte, tu sí trabajaste. Lo que le pasó es en gran medida culpa suya— respondió su hermana. Alec no estaba del todo convencido. Era sencillo dejarse vencer por los poderes de los demonios: Cuando veías a Isabelle, querías adularla. Si discutías un poco con Jace, era fácil dejarse llevar por la ira. Clary tenía una asombrosa labia que podía convencerte tanto de no dormir en toda una noche, hasta hacer cualquier tipo de favores por ella. Los demonios no eran inmunes entre ellos, pero Alec se había vuelto muy bueno evadiendo o luchando contra la lujuria que le despertaba Magnus. Al principio, porque el demonio de la lujuria no parecía mirarlo o siquiera notarlo, y luego porque esa atracción no podía ser real. Ambos se estaban dejando llevar por su esencia: Magnus porque era un promiscuo que adoraba que todos cayeran a sus pies, y no soportaba la idea de que Alec fuera una excepción. Y Alec porque se moría de celos al ver que todos podían y habían estado con Magnus, cuando él lo quería para sí. Ninguno de los dos casos estaba basado en sentimientos genuinos, básicamente parecían puros caprichos.

Pero durante esa semana de hace años, Alec se permitió perder el control sin haberse detenido a pensar en lo que estaba en juego. Se dejó llevar por sus celos, por su envidia.

—Y pensar que Magnus estaba próximo a heredar— se lamentó Isabelle. Alec frunció el ceño y la miró con confusión.

—¿Heredar qué?

—El puesto de Asmodeus— Alec levantó sus cejas.

—¿Tú como sabes eso?

—Lilith— la chica sonrió— Me rogó por algunos consejos de belleza, y le pedí información a cambio. No me dijo dónde estaba Magnus, pero sí que, si no hubiera sido castigado, habría heredado el papel de Asmodeus como uno de los tres grandes—Alec dejó que su mandíbula cayera. Aquello era importante.

—¿Y Asmodeus?

—No lo sé— Isabelle le dio una mirada a la puerta— Alec, no le vayas a contar a nadie de esto. Confío en ti—Alec entrecerró los ojos hacia ella, dudando en sí debería prometer que guardaría silencio o no.

Por su mente pasó la seguridad de que Magnus no quería ser un demonio. Pero de repente, llegó a su mente un vistazo de recuerdo:

"No puede ofenderme que me recuerden quien soy: el demonio de la envidia—dijo Alec

Exacto. ¿Lo entiendes? No es mi culpa haber estado con muchas personas. Es mi trabajo. Y amo mi trabajo, no lo cambiaría por nada. Ser el demonio de la lujuria le da sentido a mi existencia, tú deberías experimentar algo parecido"

Se sentó de golpe.

—Izzy… ¿Tú crees que Magnus era feliz como demonio? —preguntó. Su hermana bufó.

—Por supuesto. Diría que de todos nosotros, él era el más feliz. Todos hemos pasado por algún momento en el que hemos maldecido nuestra propia esencia por hacernos sentir cosas negativas, pero no creo que él alguna vez lo haya hecho. Todos lo deseábamos y hubiéramos hecho lo que fuera por él, por tenerlo. No veo qué no podría gustarle de eso. ¿Por qué? —Alec no respondió, pero meditó las palabras de su hermana— Alec, es enserio, promete que no le dirás a nadie lo que te conté—el demonio de la envidia la miró mientras se ponía de pie y acomodaba su capucha negra sobre su cabeza.

—Puedo prometer no incluir tu nombre para nada, y no esperes más. Ahora, tengo que irme.

— ¡Alec! —gritó su hermana, pero el ojiazul ya se había alejado lo suficiente como para solo oír un murmullo.


El timbre de la puerta de Magnus sonó, y Magnus se apresuró a abrir. En la calle se encontraba Alec con una botella de vino en una mano mientras que la otra estaba agarrada a la delicada muñeca de una chica de cabello rubio, ojos verde pasto y un corto y ceñido vestido rojo.

—Buenas noches— saludó cordial. Alec había sido prácticamente su primer amigo, así que para él era importante causar una buena impresión a su prometida.

—Hola, soy Camille— saludó ella con una enorme sonrisa. Magnus notó algo tras esos ojos, algo que no le gustaba. Aunque le costara admitirlo, estar con Alec era agradable porque le hacía sentir seguro, en cambio Camille no le daba mucha confianza. Aun así, eso podría deberse a que la chica era aún una total desconocida.

—Magnus, ella es mi prometida. Tal como dije, aquí estamos— dijo Alec señalando a la chica. Magnus asintió con vehemencia y se apartó para que la pareja pudiera entrar.

Una vez que todos estuvieron sentados en la sala, Magnus recibió la botella de vino de Alec y empezó a servirla sin alejarse mucho de la pareja para poder ir conversando mientras tanto. Estaba esforzándose considerablemente por no aparentar ser el hongo solitario que realmente era, sino fingir ser alguien normal.

—¿Y cómo van los preparativos para la boda? —preguntó sin mucho interés, pero sabiendo que, por educación, era necesario.

—Muy bien, ya casi tenemos todo listo—informó Alec. Magnus lo escaneó: el chico de ojos azules y profundo cabello negro estaba usando un traje como si el encuentro fuera algo elegante, además que aún sostenía la mano de Camille dentro de las suyas. Definitivamente la quería.

—Y dime, Magnus ¿Has tenido parejas? —preguntó Camille. El moreno abrió los ojos, sorprendido por la pregunta personal. Al parecer, Camille era una de esas personas que no se iban por las ramas. Notó a Alec dándole una mirada a ella, quizás preocupado porque aquella intromisión fuera demasiado, pero Magnus no iba a permitir que la situación se volviera incómoda. Prefería responder.

—Oficialmente, he salido con algunas personas. Terminé con mi último novio hace pocos días.

—Ya veo— lentamente, Camille deslizó su mano para zafarla fuera de las de Alec— ¿Y se acostaron muchas veces?

—¡Camille! —regañó Alec. Magnus, nuevamente, no quería arruinar la noche por unas tontas preguntas.

—No lo hicimos. Esa fue mi condición para que tuviéramos algo. Pero al final las cosas se complicaron, así que terminé con él. ¿Qué tal si me hablan de lo que servirán en el banquete? —Alec lo miró aliviado.

—Planeamos una comida que…

—Eso es aburrido— cortó Camille— Acabo de conocerte, no quiero hablar de mi boda. Quiero hablar de ti. Dime por favor que no eres virgen. — Alec llevó sus palmas a su rostro. Magnus suspiró. Al menos agradecía que Alec no le hubiera contado ya a su prometida la realidad que Magnus le había confesado.

—No… no lo soy—respondió sincero. Quizás fue su impresión, pero pudo notar un suspiro de alivio por parte de Camille. Magnus le dio una mirada a Alec, quien amablemente le estaba sonriendo con cariño y apoyo. Cuanta diferencia había entre esos dos prometidos. Se arrepentía terriblemente de haber querido conocer a esa mujer.

—Me alegra escuchar eso. Supongo que no has intentado seducir a nadie, ¿verdad? —Camille le dio una mirada despectiva al lugar— No pareces ese tipo de persona. Quizás, eras tú el seducido—frunció el ceño indignado. Esa mujer estaba tocando un terreno sensible para él.

—Yo no…

—En fin— Alec se puso de pie de un salto— Magnus ¿Te puedo ayudar en algo? ¿Sirviendo la comida, tal vez?

—¡Espera! —Camille se deslizó hacia adelante en su asiento— Dime qué es lo más malo que has hecho en tu vida. ¿Al menos alguna vez has aprovechado tu físico para tu beneficio?

—¿Qué beneficio?

—Lo que sea. Esfuérzate en lucir mejor, y te aseguro que no habrá nadie que se pueda resistir a todo lo que pidas. ¿Te imaginas? Podrías tener el mundo a tus pies, y todo lo que tienes que hacer es ser cariñoso y complaciente. Y sonreír más—el moreno sentía que le estaban dando una clase sobre cómo prostituirse.

—No me interesa tener el mundo a mis pies. Estoy bien como estoy— Camille bufó y se dejó caer contra el espaldar del sofá.

—No solo eres aburrido por fuera. Tu forma de pensar es común e insípida. —Magnus frunció el ceño. Ella podría ser el amor de la vida de Alec, pero no lo merecía. Él era amable, lo visitaba y lo escuchaba sin intenciones ocultas.

Magnus miró a Alec. El ojiazul estaba de espaldas dirigiendo su total atención a su prometida, pero Magnus creía que muy seguramente la estaba mirando con amor. Aún recordaba la expresión del ojiazul la primera vez que había hablado de Camille, describiéndola como un ángel a pesar de que la mujer no lo era en absoluto. Un pensamiento fugaz nació en él: Camille no lo merecía, él sí. Alec era todo lo que alguna vez deseó poder encontrar en alguien. Lo quería para sí. Apretó los puños a sus costados mientras iba dejando que la envidia por esa mujer lo carcomiera por dentro.

Como si hubiera leído su mente, Alec se giró hacia él con una expresión sorprendida. Magnus sabía que era imposible, pero por si acaso eliminó su última línea de pensamientos de su cabeza.

—Voy a traer la comida— informó, y sin esperar respuesta se giró hacia la cocina.


Alec se quedó un rato observando a Magnus perderse en la cocina, aún sorprendido por la fuerte oleada de envidia que sintió salir de aquel cuerpo. Cuando estuvo seguro de que ya no podría escucharlos, se giró hacia Camille con su ceño fruncido.

—¿Qué demonios fue todo eso? —reprendió. La chica lo miró aburrida.

—Estoy bastante segura de que en los diez minutos que llevo aquí sentada he conseguido más información de la que tú has conseguido desde que diste con Magnus, así que no me vengas con sermones—Alec respiró entre dientes.

—No tengo prisa, y recuerda que ahora él es un humano.

—No del todo, Alec— ella sonrió astuta— No creas que no siento el tirón en mi vientre, o el calor en mi pecho. Es obvio que Magnus todavía despierta lujuria, y el hecho de que no se jacte de ello me parece muy extraño. Así no es él.

—Volvió a crecer y fue educado por mundanos ¿Qué esperabas? Ahora, te voy a pedir que dejes de preguntarle tanto. No quiero traumarlo, quiero ir poco a poco.

—¿Poco a poco? —Camille se puso de pie— Debes estar bromeando. Si realmente quieres tenerlo de vuelta en Edom, tenemos que hacer algo ya. Puede que él actúe como un humano, pero es un demonio, su esencia sigue allí. Todo lo que hay que hacer es despertarla, y sé cómo hacer eso. Sólo necesito que no interfieras. Es más…—Camille miró alrededor— Ve a encerrarte en el baño hasta que te diga.

—Camille…—Alec también se puso de pie. Le causaba dudas la propuesta de la mujer.

—¿No lo quieres de vuelta? —Presionó ella— No eres inmune, obviamente también sientes atracción por él, lo deseas. Y mientras él siga manteniendo esta farsa del buen humano, nunca te corresponderá—ella sonrió con astucia. Alec tuvo miedo de esa sonrisa, y se reprendió por haber traído consigo a la chica—Es más, siempre me he preguntado… ¿No sientes envidia de ser el único demonio con el que Magnus ni siquiera ha pasado una noche? —Alec frunció el ceño. Justo ella tenía que dar en el blanco.

—¿En el baño?

—A no ser que quieras marcharte, y te prometo regresarlo en un par de horas— Alec apretó los labios. El baño era mejor que irse, por lo que se giró y empezó a dirigirse hacia él— Date prisa—habló. No era estúpido, sabía lo que Camille tenía en mente, y pensaba permitirlo. Uno, porque de esa manera recuperaría a Magnus, y dos, porque él mismo no podía hacerlo, no quería. Sus conflictos internos por sus sentimientos aún estaban presentes, no quería dejarse llevar por algo falso, ni aprovecharse de Magnus de algún modo.


Magnus salió de la cocina con una bandeja de bocadillos en sus manos, pero en la sala solo se encontraba Camille. Suspiró armándose de valor y avanzó.

—¿Y Alec? —preguntó casual mientras dejaba la bandeja sobre la mesa de centro. Camille no le quitó la mirada de encima.

—Que interesante vida la tuya— comentó ella, ignorando la pregunta de él— Puedes tenerlo todo, y te conformas con muy poco. ¿Acaso no quieres vivir mejor?

—Todo el mundo siempre va a querer vivir mejor— replicó— Pero estoy bien, viviendo a base de mis posibilidades—Camille le agarró el brazo a él y de solo un jalón lo sentó en el sofá. Magnus tardó un rato en reponerse, aquella fuerza era inhumana, en especial por el hecho de que ella ni siquiera pareció haberse esforzado. Quiso ponerse de pie, pero Camille colocó sus dos manos sobre su pecho.

—Puedes hacer más— respondió. Magnus intentó ponerse de pie, pero ella lo recostó contra el espaldar del sofá. Aquello era simplemente ridículo, a lo largo de su vida había atraído tanto a hombres como mujeres, pero en su mayoría había sido tomado por hombres, porque era contra ellos con quienes cabía la posibilidad de perder en un forcejeo. Con mujeres, en especial las jóvenes y delicadas, era sencillo resistirse y huir. Ahora bien, Camille no era una mujer mayor o robusta, pero parecía estarle ganando en fuerza, algo que ni siquiera tenía sentido considerando la anatomía de ambos.

—Camille, suéltame— ordenó, y una vez más trató de ponerse de pie, pero no pudo. Vio la cabeza de la chica acercarse a la propia, y entonces empezó a entrar en pánico, no solo porque podría ser nuevamente abusado, sino porque ella era la prometida de Alec, su mejor amigo—¡Suéltame!

—No, y te recomiendo que lo disfrutes, o de lo contrario lo repetiremos una y otra vez hasta que lo hagas— y en un segundo ya tenía los labios de la chica devorando los propios. Intentó empujarla hacia adelante, pero ella parecía hecha de pesado concreto.

—¡Ca…mi…lle! —murmuró a pesar que los labios de ella hacían un gran trabajo callándolo. Algo empezó a nacer en su estómago, intentó reprimirlo tanto como pudo, pero a veces era más fuerte que él mismo. Camille levantó sus piernas para acomodarlas a cada lado de su cuerpo, y se sentó justo sobre su miembro, haciendo que los costados de su corto vestido rojo se elevaran, revelando unas piernas hermosas y tonificadas. Camille tomó las manos del moreno y las llevó a su cintura, obligándolo a sentir bajo sus dedos la deliciosa y perfecta curva de sus caderas. Magnus cerró los ojos con fuerza, luchando contra el sentimiento que desde que tenía memoria lo había atormentado, y que ni siquiera se había sentido capaz de confesar a Alec: Deseo.

En momentos como ese se odiaba a sí mismo, debía ser una persona terrible si su cuerpo era capaz de disfrutar cada vez que un desconocido lo tocaba. Su mente gritaba, pataleaba, anhelaba que lo dejaran en paz, limpio; pero algo oscuro y caliente nacía en su pecho y abdomen cada vez que alguien lo tocaba, y odiaba ese sentimiento.

Giró su cabeza hacia un lado, buscando romper el contacto de los labios, a pesar de que sus manos no le obedecieron cuando les ordenaba que soltaran la cintura de la chica. No, ellas seguían ahí aferradas, deseosas de que aquello continuase.

Camille no se dio por vencida y bajó a su cuello repartiendo besos a lo largo de la piel, al tiempo que empezaba un vaivén con sus caderas, buscando despertar a la fiera sexual que aún estaba dentro de Magnus, escondida en alguna parte.


Alec cerró la puerta del baño con seguro, le dio la espalda, y agarró el lavamanos con fuerza. Si tuviera una cadena, seguro que la usaría para amarrarse a sí mismo al retrete y así controlar sus impulsos de salir e impedir que Camille continuara con aquello.

—¿Y Alec? —escuchó que Magnus preguntó, inocentemente. Alec apretó con más fuerza al lavamanos. Ese dulce chico estaba a punto de ser tomado contra su voluntad, otra vez.

—Que interesante vida la tuya. Puedes tenerlo todo, y te conformas con muy poco. ¿Acaso no quieres vivir mejor? —Alec rodó los ojos al escuchar a Camille. Si realmente quería poder soportar estar encerrado a sabiendas de lo que iba a pasar afuera, necesitaba que el demonio de la avaricia se apresurara.

—Todo el mundo siempre va a querer vivir mejor. Pero estoy bien, viviendo a base de mis posibilidades—dijo Magnus a través de la puerta.

—Camille, suéltame— la voz de Magnus sonaba firme, sin duda alguna en sus palabras—¡Suéltame!

—No, y te recomiendo que lo disfrutes, o de lo contrario lo repetiremos una y otra vez hasta que lo hagas— Alec apretó los dientes y bajó la cabeza. Empezó a sentir el sabor metálico en su boca cuando, de la fuerza, se lastimó el labio, pero casi en el acto la herida volvió a sanar.

—¡Ca…mi…lle! —esta vez aquella melodiosa voz masculina había estado teñida de deseo. Alec soltó un gruñido, y se esforzó en controlarse, pero a continuación ya no escuchó más protestas de Magnus, sino que su agudo oído fue capaz de captar la respiración agitada tanto de él como de ella.

Levantó la mirada de golpe al sentir su cuerpo ardiendo en envidia. ¿Cuántas veces Camille se había acostado con Magnus? Probablemente más de miles de millones. ¿Cuántas veces lo había hecho su propia hermana? Sabía que Isabelle también se podía jactar de haber compartido cama con el moreno más que alguien del común. ¡Hasta el mismo Jace había podido tener ese privilegio! En cambio, él era la enorme excepción. Conocía a Magnus desde hace siglos, y nunca, ni una sola vez, había podido tocarlo tanto como deseaba hacerlo. Sabía que lo que sentía no era bueno, estaba sintiendo la más cruel y pura envidia, pero la rabia era tanta que le nubló el juicio, y probablemente todo se debía a que nunca había escuchado a Magnus estando con alguien más.

Sintió sus piernas ligeras, y al bajar la mirada notó que la parte de debajo de sus rodillas se estaba nublando, convirtiéndose en las sombras negras que correspondían a su verdadera forma. Con el sonido de la sala atormentándolo, cerró con fuerza sus puños sobre el lavamanos. La cerámica se quebró y cayó al suelo, y casi al instante un chorro de agua saltó desde la pared hasta el frente. Alec, para evitar ser mojado, se convirtió completamente en sombras, y una vez que sintió su poder demoníaco, ya no hubo marcha atrás. Dejándose llevar por su envidia, pasó por debajo de la puerta y llegó a la sala, donde tanto Magnus como Camille ya se encontraban sin prenda alguna, tocando y besando cada porción de piel del otro que tuvieran a disposición. Su envidia volvió a arder, y antes de procesar lo que estaba a punto de hacer, sus sombras saltaron encima de Camille. Ella se levantó de golpe con un grito y agitó sus brazos, como si estuviera ahogándose en el mar. Magnus, aturdido, trató de incorporarse, pero para cuando sus parpados le respondieron y se abrieron, Alec ya había enviado a Camille de vuelta a Edom.

Se hizo corpóreo nuevamente y miró a Magnus pensando en qué excusa decirle, pero su mente no tuvo oportunidad de procesar algo coherente al estar viendo el cuerpo más sexy del mundo completamente a su merced. Dejó caer su pesado cuerpo humano sobre el de Magnus, apresándolo contra el sillón, y dejó que sus labios deseosos probaran ese pecho moreno, moviéndose jadeante y con fuerza.

Alec notó una mano de Magnus estirarse y agarrar su cabello para hacer un casi imperceptible tirón hacia atrás, intentando alejarlo, pero tan rápido como apareció aquella iniciativa, desapareció. El moreno abrió sus labios y dejó que ahogados sonidos lascivos abandonaran su garganta, convirtiéndose en gloriosa música para los oídos de Alec. Aun así, la anterior acción de Magnus lo sacó del trance de lujuria en el que, contra su voluntad, se había dejado inducir. Puede que el moreno estuviera respondiéndole, pero sabía que Magnus realmente no quería aquello. Reuniendo toda la fuerza de voluntad que le fue posible, se convirtió en sombras, durmió a Magnus dejándolo sobre la cama de la habitación, y con una rápida mirada a ese cuerpo expuesto e inconsciente, desapareció antes de poder arrepentirse.


Alec, una vez que estuvo nuevamente en casa, lo primero que hizo fue enfrentar a Camille. Obviamente la chica se defendió justificándose en que ambos habían estado de acuerdo con el plan, y que era la única forma, pero Alec, testarudo y con sus ojos brillando amenazadoramente, le advirtió que no volviera a acercarse a Magnus sin importar qué, y luego se retiró a su propia habitación.

Una vez que estuvo solo, debía pensar en lo que debía hacer a continuación. Hay una pequeña posibilidad de que el acaloramiento del momento no le hubiera dejado ver a Magnus que Camille desapareció, y que una sombra negra se materializó frente a sí mismo, pero también cabía la posibilidad de que sí lo hubiera visto, y en ese caso ¿Qué podía decirle Alec? ¿Cómo justificaba aquello?

—Quizás Camille tenga razón— murmuró. Si no podía de a poco, era mejor decirle a Magnus toda la verdad y ver cómo reaccionaba. Con un poco de suerte, las cosas saldrían mejor así.


Magnus aspiró con fuerza cuando se despertó de golpe. Intentó ponerse de pie pero notó que las cosas estaban más grandes de lo normal, además que tenían un curioso tono amarillento. Sus recuerdos llegaron a él y, mirando alrededor, la realidad lo golpeó tan fuerte que de la frustración tenía ganas de destruirlo todo.

En este momento, y por algún motivo, se encontraba en su forma demoníaca, un gato dorado. Con un gruñido se convirtió en humano, y se miró a sí mismo. Ahora en su mente tenía dos vidas, dos recuerdos: uno donde era un demonio que amaba tocar y ser tocado, le gustaba que lo vieran y que murieran por él; y otra donde lo único que deseaba era que lo dejaran en paz, que nadie se le acercara, porque se sentía sucio cada vez que lo manoseaban. Desafortunadamente, ese último pensamiento fue el más fuerte, por lo que lo único que podía hacer era sentir asco por sí mismo y por su vida de demonio.

—Un demonio…—susurró sorprendido. Él, que había estudiado con mundanos, que había tenido inocentes relaciones amorosas, que tenía un trabajo repartiendo periódicos… en realidad, era un demonio. Tenía unas terribles ganas de ir a enfrentar a su padre y reclamarle por haberle impuesto aquel castigo; ahora que había vivido como humano, sentía desprecio por su trabajo demoníaco, por lo que hacía corrompiendo a los humanos para que éstos se dejaran llevar por sus más bajos deseos carnales.

—¿Magnus? —escuchó. Perdió el aliento al reconocer la inocente voz de Alec entrar dubitativamente por la puerta de su modesta casa. Con un chasquido de sus dedos, cubrió su cuerpo desnudo con la ropa que su alter ego humano solía usar, y salió a recibir a su "mejor amigo".

—¡Alec! —saludó feliz e ingenuo, como su otra versión de sí mismo lo hubiera hecho en ese caso. El demonio de la envidia estaba usando ropa mundana y parecía preocupado, Magnus tuvo que reconocer el excelente trabajo de Alec al imitar las emociones humanas.

—¿Estás bien?

—Eso creo— Magnus miró alrededor, aún le era confuso saber que esa era su casa, que él mismo la había decorado, pero que en realidad debía ser un hogar de paso porque su verdadero y eterno hogar estaba en Edom, con los demás demonios— Dime, Alec ¿Qué fue lo que pasó? —Alec frunció el ceño.

—¿No recuerdas nada?

—Recuerdo que trajiste a que conociera a tu prometida, a… Camille—tuvo que ahogarse una carcajada, le parecía increíble que el demonio de la avaricia se hubiera prestado para aquello— Pero te fuiste y…—agachó la cabeza— Luego Camille intentó tocarme. Es todo lo que recuerdo, después, por alguna razón, despierto en mi cama. ¿Qué pasó?

—Ya veo—asintió Alec. Magnus se cruzó de brazos y lo observó curioso, esperando a ver qué mentira le inventaba el demonio de la envidia— Yo… salí un momento a verificar dónde estacioné mi auto. Luego volví y los encontré a ustedes dos. Me sentí herido. Te noqueé y me llevé a Camille, pero ella ya me explicó que fue su culpa, así que vengo a disculparme en su nombre.

Magnus suspiró y dejó caer sus brazos. Curiosamente, también estaba enojado con Alec. Tenía un hermoso sueño en el que se sentía limpio, normal, pero por culpa del demonio de la envidia había tenido que despertar y darse cuenta de que, en realidad, nunca estuvo limpio.

—Entiendo. Lamento lo que pasó, Alec. Nunca quise que Camille… bueno, te traicionara.

—Eso no importa—dijo tajante el de ojos azules— Ahora hay algo importante que tengo que…—Magnus cortó la distancia que había entre los dos, pegando su cuerpo al de Alec y levantando sus brazos para acariciar el suave cabello negro de Alec con sus dedos.

—Eres un chico muy bueno, Alec…—murmuró. Alec se cayó de golpe, sorprendido por el repentino cambio de escenario— Hice que tu prometida te fuera infiel. Deberías estar odiándome—Alec tragó con dificultad.

—Nunca podría odiarte.

—Ya veo—respondió Magnus juguetón, y acercó su rostro al cuello de Alec para hacer un suave roce con la punta de su nariz—¿Lo ves? Eres un chico bueno, y los chicos buenos merecen un premio.

—Magnus…—murmuró Alec con voz queda, quizás como protesta o quizás como simple gemido. Magnus tomó las torpes manos de Alec y las guió a su propia cintura, obligándolos a ambos a pegar sus caderas. —Mag…—lo calló al unir sus labios en un profundo beso, dejando que su lengua pasara a la cavidad bucal del contrario, explorando todo a su paso y robándole el aliento al otro. Alec apretó al agarre a su cintura y se dejó guiar por Magnus, quien lo estampó contra la pared y procedió a ir besando su cuello mientras con manos hábiles empezó a desabotonar los botones de la camisa del otro. El ojiazul no se rehusó, al contrario, empezó a ayudar a Magnus, pero este último no quería ir más allá. Se separó de golpe y miró a Alec como quien miraba a un desconocido.

—Lo sabía. Esto era todo lo que querías ¿No es así? —preguntó cortante. Alec, jadeante y aún pegado a la pared, lo miró confundido— Vamos, reacciona. Ni siquiera llegué muy lejos como para hacerte perder el control. Estoy seguro de que, al menos, puedes decir algo.

—¿Qué? —preguntó el ojiazul. Magnus rodó los ojos y dejó que sus ojos se convirtieran en los brillantes orbes de un gato. Alec abrió los ojos y por fin pareció espabilarse y darse cuenta de lo que pasaba—¿Puedes recordar?

—Claro que puedo recordar— acotó— ¿Qué pretendías al dejar que Camille violara al tonto humano para despertar al demonio?

—Yo…—Alec titubeó. Magnus volvió a ver en él a aquel tímido y reservado demonio al que solía perseguir hace años— Quería que regresaras a Edom.

—Claro—repuso— En ese caso, felicidades, lo conseguiste. Nuevamente sé quién soy y voy a regresar a mi verdadero hogar, pero no te lo voy a agradecer. Primero porque, gracias exclusivamente a ti, me siento como el ser más sucio del mundo, y segundo porque eres un egoísta. No sé a qué jugabas hace años, pero si todo lo que deseabas era acostarte conmigo, me lo hubieras dicho y yo encantado te hubiera ayudado. No era necesario que te confabularas con Camille para que ella abusara de mi traumada versión de mí mismo, o que lo intentarás tú mismo. Lo siento, pero no estoy específicamente feliz contigo—Magnus se giró para marcharse, pero Alec volvió a hablar a sus espaldas.

—¡Magnus! —llamó, y sonaba un poco enojado— No puedes ser tan injusto conmigo. Trataba de ayudarte a volver porque, por ser el hijo de Asmodeus, te corresponde tomar su lugar. Todo lo de tu castigo fue una treta para sacarte del camino—Magnus asintió comprendiéndolo todo. Eso sonaba a algo que su padre haría.

—En ese caso, iré a reclamar lo que es mío—replicó, levantó sus dos brazos con fuerza haciendo que la casa mundana que había ocupado por más de una década ardiera en llamas, y luego desapareció rumbo a Edom.

Alec, en medio del abrazante calor, ignoró el hecho de que su piel mundana se estaba quemando y se deslizó por la pared hasta tocar el suelo. Estaba tan desconcertado por lo ocurrido, por la actitud de Magnus. Quizás el hecho de haber vivido toda una vida como mundano lo había cambiado y le había dejado una corriente de pensamiento extraña que Alec no podía comprender porque él siempre había sido y siempre sería un demonio.

Pero la gran pregunta era ¿Ahora qué pasaría? Había pasado mucho tiempo buscando a Magnus porque no podía soportar la idea de haberlo perdido para siempre sabiendo que nunca había sido capaz de tenerlo, al menos por una noche. Sus razones eran egoístas, y lo sabía, pero creía que lo habían llevado a cometer acciones nobles ¿No? De otro, Camille por ejemplo, le hubiera soltado la verdad de sopetón y lo hubiera arrastrado de vuelta, o simplemente se hubiera olvidado de él, enterrándolo en el pasado. Aunque, tal parece que eso era lo que Magnus hubiera preferido: que se olvidaran de él.

No supo cuánto tiempo estuvo meditando en el suelo hasta que empezó a escuchar las sirenas de los camiones de bomberos, ambulancias y patrullas humanas. Ese fue como su llamado a la acción, por lo que se puso de pie y desapareció.


En Edom, se encontró a su hermana en mitad de uno de los pasillos mirando curiosa hacia una puerta al final de este.

—Izzy— llamó. La chica se giró y lo miró— ¿Que está pasando?

—Magnus volvió— informó ella— Todos lo vimos atravesar el corredor como un gato dorado. No nos miró, no nos dijo nada, solo se dirigió a las oficinas de los grandes y cerró la puerta—Alec miró hacia la puerta cerrada. Era obvio que Magnus debía estar allí dentro reclamando sus derechos como heredero— ¿Tú crees que se enteró de la verdad?

—Quizás—Izzy entrecerró los ojos hacia él.

—¿Y tú dónde estabas? —Alec la miró sin saber qué responderle, pero no tuvo que hacerlo porque la puerta de la oficina se abrió y Magnus emergió por ella seguido de Azazel, Lilith y Asmodeus.

—Ustedes dos—habló Magnus llamando la atención de los dos demonios— Necesito que reúnan a todos. Tenemos nuevas noticias.


Ya había pasado una semana desde que Magnus se había posesionado en el poder, sustituyendo a su padre quien fue encargado de vigilar las mazmorras para los demonios rebeldes. Nadie supo qué fue lo que hizo Asmodeus como para haber sido denigrado a tan bajo cargo, algunos demonios murmuraban que estaba siendo castigado por un terrible error, otros que todo era simplemente por la edad, y otros que porque Magnus tenía más potencial para el cargo que su propio padre, pero nada era seguro. El caso era que el demonio de la lujuria era ahora quien lideraba a los demonios capitales, y se estaba tomando su nuevo rol con toda la seriedad del caso.

Alec no había podido verlo o hablar con él debido al ajetreo del trabajo, pero una vez le llegó la oportunidad. Acababa de volver a su habitación luego de una exhaustiva tarde de trabajo en la tierra cuando Camille tocó la puerta y le informó que Magnus solicitaba verlo en su nueva habitación, en la punta más alta de una de las torres. Alec se quedó sin habla por un momento.

—¿A mí? —preguntó sorprendido. Camille chasqueó la lengua como si aquel llamado la molestara.

—Me imagino que quiere darte las gracias. Ahora es alguien poderoso, y todo es gracias a ti— Alec sabía que no podía tratarse de eso, pero entonces ¿Qué quería Magnus? Había supuesto que de ahí en adelante la relación de ambos se había roto, pero al parecer aún tenía otra oportunidad.

—Iré a verlo— informó, y se transformó en sombras que recorrieron los pasillos y habitaciones a la velocidad de la luz. Una vez que estuvo frente a la puerta de Magnus, se detuvo y tocó. El moreno ahora era uno de los grandes, debía respetársele.

—Pasa, Alec—habló Magnus desde el interior, y Alec no pudo deducir nada del tono de voz. Abrió la puerta y movió sus largas piernas hacia adelante. Adentro, la habitación de Magnus estaba más oscura de lo normal, con velas negras y aromatizadas brillando en puntos estratégicos y enviando curiosas sombras a las pareces que eran del agrado total de Alec. La enorme cama de Magnus se cernía frente a él, imponente y gloriosa con una sábana de seda roja, llamándolo a dejarse caer sobre ella. Escuchó la puerta cerrarse, y se giró justo a tiempo para captar un gato dorado cerrando la puerta y luego convertirse en un hombre moreno y hermoso, desnudo a excepción de una ligera bata azul cayendo delicadamente sobre sus hombros. Alec escaneó lo ojos brillantes de Magnus, consciente de que este último estaba lanzando todo su poder contra él.

—Creo que tengo una deuda contigo, y quiero saldarla de una vez— habló Magnus, rompiendo el encantador sueño de Alec. Aquello no era lo que esperaba.

—¿De qué hablas?

—¿No era esto lo que siempre quisiste? —preguntó Magnus mirando alrededor— ¿No fue por esto por lo que me buscaste y luego me trajiste de vuelta? Pues es hora de complacerte—Magnus caminó hasta él, empujando a Alec con su propio cuerpo hasta hacerlo caer sobre la cama—¿Sabes? Lo que tanto querías, se cumplió: Por ser uno de los grandes, ya no puedo acostarme con nadie más. Me limitaré a usar mis poderes con los mundanos, y eso es todo. Comprenderás que ahora tengo una imagen qué proteger—Alec asintió, entendiendo sus palabras. Ya había sospechado que algo así tendría que pasar— De todos modos, decidí que la última persona con la que estaría, serías tú. De esa manera, tendré que recordar este momento eternamente, ¿No suena eso a algo que querrías que pasara? — algo se agitó en el pecho de Alec y nuevamente asintió. Que algo así pasara sería perfecto para él. Magnus sonrió de medio lado, con esa mirada juguetona y coqueta que volvía loco a cualquiera que la miraba, incluido a Alec. Luego se subió sobre la cama, gateó hasta llegar al cuerpo contrario, y pasó sus manos ansiosas sobre la tela del pecho de Alec. Aunque había una prenda separándolos, el de ojos azules sintió como su cuerpo quemaba donde Magnus tocaba. Es era de lo que todos siempre habían hablado: estar con Magnus no era como estar con cualquiera, y ahora finalmente, él tenía ese honor, el honor que muchos ya habían tenido.

Alec dejó que Magnus lo besara con intensidad y hambre, haciéndolo sentir como el demonio más afortunado de todos, y luego simplemente se alejó de esa boca, atrajo al demonio de la lujuria y envolvió su cuerpo con sus fuertes brazos. Magnus se congeló por la sorpresa, pero luego, dubitativamente, también abrazó a Alec.

—Magnus—susurró el de ojos azules directamente en su oído, como si no quisiera que nadie más escuchara a pesar de que los dos estaban solos en la habitación— ¿Sabes qué es la envidia?

—Desear lo que otros poseen o han poseído—respondió.

—Exacto, pero por una vez, no quiero dejarme llevar por mi esencia demoniaca. Quiero tenerte, pero no quiero estar al nivel de los demás.

—Alec ¿Qué estás diciendo? Ya te dije que serás el último.

—No es suficiente—replicó— Te he querido toda mi vida, en lo más profundo de mi ser sé que, aunque deseo tenerte como muchos lo han hecho, no es lo que merezco. Merezco ser tratado diferente—Alec se alejó del abrazo y observó a Magnus expectante a sus palabras—No quiero que en tu mente yo sea uno más. Quiero tener un lugar especial allí, y para conseguirlo, dejaré que me recuerdes como el único demonio con el que nunca lograste acostarte pese a todos tus esfuerzos—Magnus abrió los ojos.

—Alec, ¿Seguro que eso es lo que quieres? Eres el demonio de la envidia, en ti no puede haber un sentimiento más fuerte que ese.

—Eso es lo que quiero evitar. No quiero dejarme llevar por la envidia para tener lo mismo que los demás; al menos contigo, quiero ser diferente al resto—Alec empezó a ponerse de pie y Magnus se hizo a un lado, dejándolo, más sorprendido que otra cosa. El ojiazul se cernió sobre él, dejó un beso en su frente, y se marchó sin mirar atrás, cerrando la puerta a su espalda. Magnus, mudo, observó la puerta cerrada. Luego de un par de minutos, cruzó sus piernas sobre la cama y sonrió.

—Alec, demonio de la envidia—habló— Desde que me fijé en ti, supe que eras alguien muy interesante.


¿Tan tan?