Brick, desde pequeño, fue elegido sucesor de Santa Claus. Pero al negarse a dejar a sus hermanos atrás, terminó arrastrándolos. El menor, Boomer, fue dotado con poderes de nieve; aunque su parecido con un muñeco llevó a que muchos malentendieran su especie y lo denominaran «Muñeco de Nieve».


— ¡Vamos a hacer al muñeco de nieve! —Rodé los ojos.

Cada navidad sucedía lo mismo. Una gran bola de nieve abajo, una pequeña bola de nieve arriba, dos disque ojos y una estúpida zanahoria incrustada en medio. Sólo había un problema.

¡Yo en realidad no lucía de esa manera!

Correcto. Hacer un muñeco de nieve es normal, pero hacer al muñeco de nieve es lo que me saca de mis cabales. Por lo tanto, me da ganas de aplastar todo lo que venga con las palabras «muñeco» y «nieve» juntas.

Miré con recelo un muñeco de esos a mi derecha; me eché un vistazo. Diferentes. Realmente diferentes. Alguien, en algún pasado, y sin estar en sus cabales, había malinterpretado el concepto de aquel personaje que traía la nieve. ¡Que no era un maldito muñeco hecho de bolas! —No literalmente, al menos. ¿Qué culpa había tenido yo de que alguno de mis antepasados también hubiese tenido pinta de muñeco y que lo llamaran de esa manera?

Y esto sólo había empeorado cuando estrenaron toda clase de películas absurdas hacia mi especie. Esta última, Frozen, me tenía hasta la coronilla con aquella tanda de alusiones. Claro que no tenían la culpa, después de todo, ellos también creían que el Muñeco de Nieve había nacido realmente de esa clase de muñeco. Pero, en serio, no me hacía ni una pizca de gracia un grupo enorme de niños tocando puertas y cantando «¿Y si hacemos un muñeco?». Menos cuando me enteré del pobre de Olaf, ese muñeco que no sabía que se derretía.

Y ahí iba el siguiente lío.

¡Yo no estaba hecho de hielo ni nieve! Los producía, que era algo completamente diferente.

Enfundé mis manos dentro de la chaqueta luego de acomodarme el gorro. Tampoco era insensible al frío, me congelaba como cualquier persona. No naces fabricando nieve, pasas a heredar los poderes del antiguo. Por lo que a mis veinte años, aún no los dominaba del todo.

Enfadado, giré bruscamente en una esquina, por lo que me choqué con alguien. Cuánto hubiese dado porque fuese una hermosa chica de la que me enamoraría y bla bla bla.

—Magnífico. Santa Claus se viene tumbando a medio mundo. Con razón lo imaginan como alguien gordo.

—No jodas, Boomer. Este Santa se ejercita a diario —Me sonrió orgulloso antes de oír un grito y continuar la carrera. Me giré justo para ver una onda de cabello naranja perseguirlo. Decidí no prestarle más atención a Brick.

Solo había avanzado una cuadra cuando realmente choqué con una chica. O, en realidad, ella impactó contra mí. Tuve que sostenerla de los hombros para que no se hiciese daño.

— ¿Te encuentras bien? —Alzó la vista, observándome con un par de ojos zafiro. Echó un vistazo a sus espaldas y, sin dejarme hablar, haló de mi bufanda, nos envolvió con ella y me abrazó por la cintura—. Uou. Tranquila.

—Cállate, idiota.

Dos hombres con pinta de guardias venían corriendo, dieron un escaneo del lugar y continuaron buscando por otro lugar.

—Se fueron, ladrona —Me miró con el seño fruncido y rompió todo tipo de contacto entre nosotros.

—No he robado nada —Pronunció con fastidio—. Sólo creen que lo hice. Serán idiotas. Ni siquiera confirman quién robó qué.

Alcé una ceja con una sonrisa incrédula.

—Con que sí hubo un robo —Por un segundo pareció recriminarse por hablar de más, pero luego se acomodó el cabello que traía suelto y pasó una mano por el mío, lo que me descolocó.

— ¿Es que te has metido en una guerra de bolas de nieve? Tu cabello está todo blanco.

Me vi de reojo en la vitrina que había al lado, notando una especie de amontonamiento de nieve justo sobre mi cabeza. Luego de quitarlo, ella volvió a sacudir mi cabello, esta vez con algo de gracia.

—El rubio te queda mejor.


Me gustaría decir que anduve los días siguientes pensando en ella y en lo extraño que me hacía sentir. Como dije: bla, bla, bla. Pero no. En realidad estuve bastante ocupado limpiando los kilos y kilos de nieve que mi cabeza expulsaba como máquina de palomitas. Hablé con El Consejo sobre el lío que traía, y resulta que se trataban de alteraciones en mis emociones. Sí, mi manera de demostrar que me sentía extraño era convertirme en máquina de picar hielo.

Entonces volví a la plaza, esperando encontrarme con ella. En mi segundo intento de hallarla, la vi salir corriendo de una tienda, detrás de una pelinegra, a quien llamaba con fastidio. Luego de intercambiar un par de palabras, dividieron sus caminos. Vi la manera de atajarla en alguna vuelta; cuando lo logré, tiré de su muñeca y la envolví entre mis brazos por el tiempo suficiente como para que el oficial siguiera su camino.

— ¿Otro robo? —Me empujó a modo de regaño y se cruzó de brazos.

—Ya te he dicho que no robo, solo creen que sí —Le sonreí como a una niña.

—Entiendo, entiendo —Frunció la boca y desvió la vista.

Tal vez debí haberle dicho que nos oculté con una barrera de hielo y que, en realidad, abrazarla no había sido necesario. Pero, ¡vamos!, ya saben por qué lo hice. Ninguno aquí es idiota. Y ¿saben qué? Valió la pena cuando ella no pudo aguantar la sonrisa.

Comenzamos a reírnos y fuimos a dar una vuelta. Pero entonces ella quiso hacer un maldito muñeco de nieve con una niña y todo se fue por el caño. Depresión nivel personaje mágico de navidad —Léase: yo. Quería poder contarle la verdadera historia del nombre «Muñeco de Nieve» y ver su rostro cuando comprendiese que toda su vida había estado armando lo que un lunático imaginó.

—No sólo Santa Claus requiere de una mujer a su lado, ¿sabes?

Y con eso, El Consejo consiguió levantarme el ánimo. Lo había decidido. Me arriesgaría con ella. La amaría, haría que me amase y se convertiría algún día en mi novia. La novia del Muñeco de Nieve.

Aquel día la invité a salir de nuevo, era ya la séptima vez. La llevé a un pequeño parque y le sonreí.

— ¿Quieres ver algo genial? —Me lanzó una mirada de desconfianza, pero sonriente, y asintió —. Deber prometer guardar el secreto, Miyako.

—Bien —La zarandeé con diversión repitiéndole la frase, haciéndola reír—. ¡Sí, de acuerdo, Boomer!

Confiaba en ella, a pesar de las únicas tres semanas que la conocía. Así que alcé la palma de mi mano. No, no apareció un copo de nieve que resplandeció hasta explotar y volverse brillo en el cielo. Hice una réplica. Una réplica de ella. Con las ondas de su cabello marcadas y la ropa que llevaba el día que chocamos.

Y mi bufanda alrededor de su cuello.

Su sonrisa se desvaneció y una mueca de espanto y admiración se hizo presente. Por un instante me congelé de miedo. ¿Qué sucedería si ella salía corriendo? ¿Y si me creía un loco, un monstruo? ¿Me habría equivocado?

No. Su sonrisa ladeada me hizo saber que tenía aún la ilusión de una niña, que creía en todo lo mágico y que le había fascinado su estatuilla de hielo. A penas la recogió de mi mano, me abrazó por el cuello. Sonreí como idiota. Había elegido bien.

Sabiendo eso, no perdí más tiempo para probar sus labios. Era el ser mágico con más suerte de la maldita generación desde el momento en que ella me siguió el beso. Me convertí en el Muñeco de Nieve más feliz de la historia. Y ella, en la novia del Muñeco de Nieve.


¡Feliz Navidad atrasada a todos!

Este es un Three-shot, ¡así que no desesperen!

¡Comenten, por favor!

El siguiente es de Butch. ¡Nos leemos!

¡Chao, chao!