Fairy Tail y sus personajes no me pertencen, sino a Hiro Mashima
Fairy Tail: La luz de Sefirot
PRÓLOGO
Iba dando saltitos, pero casi no se podía verla al estar prácticamente tapada por la altura de los arbustos que se extendían a su paso. Los altos árboles la cubrían de la luz del sol, pero el calor de los rayos del sol que se filtraba a través de sus hojas le calentaban la piel, haciendo que aquella tarde de primavera, por primera vez, no necesitara ponerse la vieja chaqueta de lana que su madre le había cosido durante el frío y duro invierno que habían pasado.
Entonó una divertida canción que se había inventado hacía un par de años en un intento por aliviar aquella soledad que, de vez en cuando, se instalaba en su corazón debido a la ausencia de otros niños con los que poder jugar y divertirse. Su madre la invitaba a ser fuerte y a no perder nunca la esperanza, pues, algún día, dejarían atrás el sombrío bosque en el que vivían y, ante ellas, se abriría un mundo lleno de aventuras y posibilidades, un mundo que ella estaba deseando conocer y que se había imaginado de cientos de maneras diferentes.
El buen tiempo le había invitado a salir de la vieja cabaña en la que vivían. La primavera había traído consigo también la llegada de las flores que tanto le gustaba observar y recolectar. El cumpleaños de su madre estaba cerca y, como no podía alejarse mucho, se dedicaba a recoger flores durante días para, después, regalárselas a su madre de diferentes formas, ya fuera en una corona, en un ramo o haciendo dibujos con ellas. Cualquier idea era válida si podía ver a su madre sonreír.
Trotó por el camino observando a todos lados, intentado que algún color o aroma captara su atención, mientras sujetaba la cesta de mimbre con firmeza. Un destello de luz llamó su atención, haciendo que la pequeña se acercara hasta la fuente de luz, pero frenándose al notar la película casi imperceptible al ojo humano que le indicaba que no debía pasar de ahí. No obstante, un deseo de cruzar la invadió. Un rayo de luz incidía sobre un par de flores de color azul intenso, recreando una estampa propia solo de sus mejores sueños. Se quedó dubitativa unos instantes, pues no deseaba incumplir las órdenes de su madre, pero... ¿Qué podía pasar si sobrepasaba aquella línea solo unos segundos? Recogería aquellas flores y regresaría al lugar seguro antes de que pudiera darse cuenta.
La pequeña dio un paso al frente y, sorprendida por el hecho de que no sucediera nada, corrió hasta las flores. Se acercó para olerlas, dejando que el dulce aroma que desprendían acompañara a su nariz durante varios segundos, embriagándola. La maravillosa fantasía con la que parecían haber sido creadas la invitó a cortarlas y a dejarlas con delicadeza sobre el resto de flores que reposaban en el fondo de la cesta.
De repente, el cielo se volvió oscuro. Levantó su rostro para observar cómo varias nubes negras se habían acumulado a una velocidad asombrosa. Varios rayos iluminaron el cielo, asustando a la pequeña y haciendo que ésta ingresara de nuevo dentro de la zona segura. Un fuerte viento le golpeó en el rostro, agitando su corto cabello rosa. El sonido que producía al agitar las hojas le susurraba palabras de terror al oído, asustándola y obligándola a correr de nuevo hacia su casa.
Nunca había corrido tanto en su vida. Sentía como sus pulmones ardían y apretó los dientes con fuerza, animándose a continuar hacia delante.
—¡Hija mía! —la pequeña se lanzó en brazos de su madre, que había salido en su búsqueda. El viento agitaba su larga y espesa cabellera color turquesa— ¿Has salido del círculo? —la mujer tomó el rostro de su hija con firmeza, pero también con gentileza, intentando no asustar a la pequeña más de lo que estaba. La niña se mordió el labio inferior y miró para otro lado, pues era incapaz de mentir a su madre— Tienes que decírmelo.
—Sí —susurró finalmente la pequeña.
—Vaya... Tardaste más de lo que pensaba en ignorar mis órdenes.
La niña esperaba una regañina por parte de su madre, pero lo único que obtuvo fue una sonrisa tierna mientras sus ojos se cristalizaban. La mujer tomó de la mano a su hija y se apresuró a llevarla al interior de la casa. Allí, la mujer le puso la chaqueta a su hija y se agachó para que los ojos de ambas quedaran a la misma altura.
—Escúchame bien, hija mía, quiero que corras, que corras incluso cuando tus piernas digan basta. Tienes que prometerme que vas a vivir.
—Mamá —la voz de la niña se quebró, asustada por el rumbo que estaban tomando las palabras de su madre.
—Prométeme que correrás y que no mirarás atrás —los ojos de su madre se llenaron de lágrimas, pero la mujer se obligó a no derramar ninguna, no delante de su pequeña.
Juntas salieron de nuevo de la cabaña. Su madre se separó de ella y le hizo un gesto para que comenzara a correr. Sin embargo, la niña no quería moverse y dejar a su madre atrás.
—¡Márchate! —le gritó la mujer mientras abría los brazos hacia el frente, como si intentara evitar el paso de un ser invisible.
Un estruendo resonó en mitad del bosque haciendo que la niña gritara por el miedo. Su madre comenzó a recitar una oración en una lengua extraña. La mujer empezó a emitir una luz blanca mientras sus ojos se mantenían cerrados y las palmas de sus manos se extendían hacia el cielo como si implorara piedad a los dioses. El pelo de su madre se agitaba con violencia y, tras pronunciar las últimas palabras, sus párpados se abrieron mostrándole por unos instantes a la pequeña unos ojos blanquecinos hasta que recuperaron el tono dorado habitual.
—Lo siento, hija mía —una solitaria lágrima cayó por su mejilla.
Tan pronto como se disculpó, la mujer dejó de irradiar luz y su cuerpo, inerte, golpeó el suelo.
—¿Mamá? —preguntó la pequeña con la voz temblorosa y las lágrimas agolpándose en sus ojos. Pero nada, no sucedió nada. Su madre continuó en el suelo, inmóvil, y sin mostrar ninguna señal de vida.
Vive.
El viento se coló por su vestido azul, haciéndola reaccionar. Corrió en dirección hacia el bosque, corrió como nunca antes había corrido. Las finas gotas de lluvia se convirtieron en una cortina de agua que apenas le dejaba ver a través de los árboles. Sentía su cuerpo frío y dolorido, pero no podía decepcionar a su madre y debía cumplir su palabra de seguir corriendo.
Su rostro golpeó el barro al tropezar con una rama. La pequeña comenzó a tener espasmos y se rindió al darse cuenta de que estaba perdida en medio de aquel inmenso bosque en el que había vivido con su madre. Se arrastró hasta uno de aquellos enormes árboles y se apoyó en su tronco, dejando que sus incontrolables lágrimas se confundieran con la lluvia. Estaba asustada, sola y no sabía dónde se encontraba. Llamó a su madre en medio de la desesperación, pero ésta no respondió, no iba a responderla nunca más. Encogió sus piernecitas, aferrándolas con sus brazos y escondió su rostro en ellas, haciéndose un pequeño ovillo.
Pasó así, en esa misma postura, lo que a ella le pareció una eternidad. La tormenta no cesaba y ella solo quería volver a casa. Levantó lentamente su rostro al notar una presencia frente a ella. Sus ojos, hinchados por el llanto que aún no había cesado, consiguieron atisbar la silueta de un niño, sí, pero más mayor que ella. A pesar de la persistente lluvia, la pequeña vio, el que a partir de entonces sería, su alborotado pelo morado. El chico extendió su mano y sonrió con gentileza a la pequeña.
—No tengas miedo, Lorna. Yo te protegeré.
¡Hasta aquí el prólogo!
Espero que os haya gustado. Es cortito, pero el resto de capítulos, a partir de ahora, serán más largos.
¡Nos leemos!
