Camino a Washington ( Alrededor de las 10:00 hrs)

Pensaban que todo estaba terminado, quizá ahora tendrían que luchar por la verdadera supervivencia aunada a la pelea contra los caminantes que los seguían. Estaban acostumbrados a sus rugidos, el arrastrar apaciguado y torpe de cada uno de ellos esperando alcanzarlos para darse un festín que seguramente no habían tenido en meses.

Eso ahora no importaba, simplemente no lo consideraban prioritario.

Los estaban siguiendo a paso lento, mientras ellos con su mirada fija en el horizonte esperaban encontrar algún sitio donde pudieran descansar, quizá buscar algo que cazar para alimentarse y pasar la noche montando un sinfín de guardias en territorio que no consideraban seguro. No era conveniente que aquellos caníbales los persiguieran por mucho tiempo; tarde o temprano la moraleja tan sonada del conejo y la tortuga terminaría aplicándose como una ley absoluta. Si bien aquellos monstros eran torpes, también eran constantes.

Rick Grimmes iba como siempre a la cabeza, a unos pasos más de diferencia que todos marcando como siempre el liderazgo de quien en algún momento fuera Sheriff de su pueblo. Carl sostenía a la pequeña Judith en brazos con la mirada taciturna, fría, como si aquel jovencito no hubiese conocido jamás la inocencia al tener que endurecerse a temprana edad para hacerse cargo de su hermana y de sí mismo.

Todos los demás caminaban al mismo paso, Michonne con su gélida actitud sosteniendo con su mano izquierda la vaina de su espada por si en algún momento dado llegaba a necesitarla. No deseaba pelear, el cansancio, el hastío de recorrer varios kilómetros sin sentido no le ofrecían más que falsas esperanzas. Sasha la acompañaba de su lado empuñando a pausas sus manos a causa de la impotencia, aún no podía concebir el reciente fallecimiento de su hermano. Volteaba de reojo mirando a Noah de soslayo culpándolo inconscientemente de aquella pérdida.

Abraham y Lupita caminaban unos pasos detrás de ellos preguntándose si en verdad lo lograrían, se podía apreciar el enrojecimiento en los curtidos pómulos de aquel hombre tan solo comparado con el tono de su cabello. Se sentía impotente, fracasado, culpable por haber llevado a un farsante a una misión suicida donde habían perdido a muchos hombres. Por algun motivo aún deseaba estrangular a Eugene a causa de su charlatanería.

El grupo de sobrevivientes avanzaba a paso lento, hasta que por fin se detuvieron para hacer frente a los caminantes donde Sasha por poco perdía la cordura haciendo una completa aniquilación de todos. Era comprensible su rabia, su enojo, el creer que todo estaría bien junto a su hermano después de haber presenciado tanta mierda en los últimos meses. Michonne fue la encargada de detenerla forzándola a poner los pies en la tierra y mostrarle la situación precaria en la que se encontraban si no lograba dominarse.

La guerrera de rastas no deseaba una confrontación, pues aunque todo el grupo la consideraba una mujer letal, tan silenciosa como una cobra negra y tan ágil con su arma podían asegurar que era la única capaz de mediar las cosas ante tantas opiniones encontradas y un grupo que distaba millares de veces en el común acuerdo. Mientras tanto Maggie tenía que soportar el cargo de conciencia de Gabriel; el sacerdote cobarde que salvó su pellejo antes que a sus feligreses.

Glenn decidió no hablar mucho con ella, sabía que su momento de duelo tenía que sufrirlo a su manera, y aunque no hubiese derramado lágrimas tenía por bien sentado que su espacio para el luto era indefinido. Había perdido a su padre y a su hermana en un tiempo demasiado corto.

Más allá de todo el grupo se encontraba el hombre de la ballesta, la mano derecha de Rick Grimmes con quien definitivamente contaba para los casos difíciles; caminantes, vivos, siempre estaba alerta preparando una flecha acertada ante cualquier eventualidad emergente. Le había crecido el cabello un poco, y a pesar de ser desalineado, aquel hombre renegado tenía estilo, su propia forma de ver la vida junto a una coraza fuerte que impedía a otros ver incluso su lado humano.

Para todos, Daryl Dixon era el hombre sin miedo, pero para una persona que llegó a conocerlo de cerca, tan solo era un hombre temeroso de su propio pasado. Solo permitió que dos de ellas conocieran sus lágrimas, su dolor, su pesar, aquel par de mujeres con edades y entornos distintos. Carol y Beth.

La mujer de mediana edad caminaba detrás suyo intentando dirigirle la palabra para reconfortarlo, o simplemente servir de escucha para desahogarse, sin embargo aquel hombre se había vuelto a encerrar en si mismo usando frases burdas alusivas a la búsqueda de agua, poniendo cualquier pretexto para desviarse del camino y estar algunos minutos solo. Siempre lo había estado, toda su vida tuvo una dura crianza, un padre alcohólico que lo educó a punta de golpes justificando que los hombres llorones eran considerados "maricas".

-Voy contigo—Inició Carol por fin intentando tocar su hombro, no obstante aquel individuo rudo se esquivó para evitarlo.

-No—Acotó. –Es peligroso, debo ir solo no tardaré.

La mujer sabía que era imposible hacer conexión más profunda con Daryl cuando tomaba esa actitud de lobo solitario. Había tenido la confianza de hablar con el como si de un par de amigos de antaño se tratara, no obstante aquel hombre siempre colocaba límites cuando era necesario, esas barricadas impedían a toda costa el ingreso a cualquiera que no fuese él mismo.

Sus cabellos se pegaban a su frente a causa del sudor, su piel tostada mostraba algunos raspones a causa de las batallas contra los caminantes que sostuvo en el recorrido, sin embargo su aspecto físico era el menor de sus problemas. Nunca se ocupó a si mismo de su apariencia personal, consideraba que el simple hecho de peinarse el cabello una vez lo hacía parecer afeminado; al menos, su hermano Merle se encargaba de recordárselo.

Se adentró en lo profundo del bosque, se encontró a un par de caminantes fáciles de lidiar abriéndose paso intentando encontrar indicios de algún riachuelo, charco, todo lo que tuviese agua sería de vital importancia en su búsqueda. No obstante, su atención no era dirigida a ese objetivo. Escuchó su propio crujir de pasos notando que los demás se habían detenido para descansar un poco y continuar, por lo que ese tiempo era el que necesitaba para hacerse una pausa y tratar de pensar en los recientes acontecimientos.

En ese instante logró ver un granero del cual probablemente sólo quedaban despojos. No eran los fuertes muros de la prisión, las paredes engañosas de Terminus o una comunidad amurallada como Woodbury para que todos se sintieran seguros, cómodos, sin embargo podría ser el lugar ideal para reponer fuerzas durante la noche y emprender marcha al día siguiente.

Sintió la necesidad imperiosa de estar solo sin la obligación de contestarle a cualquiera incluyendo a Carol lo que sucedía. Jamás hablaba de sí mismo, pues consideraba que su vida no era precisamente el tema de interés de muchas personas que lo rodeaban. Detestaba las cotillas, los rumores, las lenguas viperinas y sobre todo la compasión. Nunca se consideró un sentimental, un hombre que acostumbrara acudir a grupos de superación personal para ser un mejor individuo, pues su soledad le proporcionaba la única compañía que deseaba.

Sin embargo la mejor cualidad que tenía ese hombre rudimentario, tosco, primitivo y desalineado era la tolerancia y el respeto a los demás. Si bien no gustaba de algo, prefería mantener sus opiniones a raya.

Encontró una roca lo bastante confortable para sentarse, sin apartar la mirada del granero tomó un cigarrillo que llevaba guardado por algunos meses. Cabe mencionar que su necesidad de tabaco se vio reducido al mínimo a causa de la escasez del mismo, no obstante siempre tenía la suerte de encontrar algún cuerpo que si bien no moría por los caminantes, lo haría en algún momento por sus propios pulmones.

Lo contempló por un instante alisándolo para evitar vacíos. Al encenderlo sintió que sus músculos se destensaban considerablemente, su cuerpo se tranquilizaba y a su vez su mente comenzaba a tocar tierra a la realidad que kilómetro tras kilometro evitaba… La muerte de Beth.

Se negaba a si mismo a recordarla, anteponía cualquier pensamiento absurdo aún a costa del luto que le guardaban sus compañeros y en especial Maggie. No se atrevió a dirigirle la palabra en el camino, consideraba prudente mantenerse al margen para que pudiese sufrir la pérdida a su manera tal y como había hecho con Hershel. Aspiró la primer bocanada fijando la mirada al granero pensando en todo aquello como si su vida retrocediera rápido mostrándole el tortuoso pasado.

Sin embargo su mente se detenía al pensar en ella, aquella rubia de ojos claros y sonrisa de angel, pues si bien existían aquellos seres Beth era lo más cercano a uno. Así la consideró todo el tiempo a pesar de haberla conocido unos meses. Sonrió al recordar su necesidad de alcohol, su respeto ante un cadáver femenino al pedirle que lo cubriera, hizo memoria de las heridas en sus muñecas por aquel intento absurdo de quitarse la vida al no saber lidiar con la nueva ola de crímenes.

Beth era una chica de diez y nueve años, o al menos eso intuía el hombre… Nunca se preocupó por preguntar algo tan trivial como la edad o su fecha de cumpleaños; a decir verdad, era un tema tan irrelevante para el que lo pasaba por alto. Sin embargo ahora deseaba saberlo. Aquella jovencita era un tanto reservada, grácil, tan exquisita como una pluma y tan bella como una muñeca de aparador que alguna vez llegó a mirar en un centro comercial en las pocas veces que pisaba un lugar como ese.

Daryl Dixon no era un hombre que pasaría toda una tarde bebiendo un frappé cómodamente sentado en una de las bancas de dichos lugares, detestaba las aglomeraciones de personas y las pláticas superficiales que se suscitaban en dichos sitios. Sin embargo alguna vez tuvo que verse en la necesidad de acudir por un nuevo tapizado para su motocicleta, y curiosamente el único sitio donde vendían las mejores telas era en el centro comercial. Fue ahí donde se detuvo en un establecimiento para observar las muñecas que ahí se exhibían sorprendiéndose de ver a un anciano elaborarlas cuidadosamente como si todas y cada una fuesen hijas propias.

Beth era una muñeca hecha a mano, cincelada y pulida con la misma dedicación que aquel anciano les proporcionaba.

-Beth…- Alcanzó a susurrar despacio, tan lento que ni si mismo pudo escucharse, sin embargo su corazón lo había hecho fuerte y claro. En ese preciso instante rompió en un silencioso llanto, un dolor profundo que solo la soledad podía comprender, aquella tristeza donde su única compañía fiel soltaba espirales de humo.

Si tan solo hubiese permanecido con ella más tiempo, si tan solo no hubiera accedido a concederle el estúpido deseo del trago quizá ahora seguiría con vida, probablemente unida a los demás andando sin sentido como si fueran exactamente otros caminantes. Daryl no dejaba de culparse por lo sucedido, muy en el fondo, podía sentirse completamente responsable.

"Me extrañarás cuando me vaya Daryl Dixon"

Esas palabras inundaron su mente como si la misma rubia estuviese a su lado susurrando, como si el viento mismo se transformara en la melodiosa voz que le había hecho compañía durante algunos meses. Trataba de recordar la última melodía que con sus manos blancas y suaves tocaba en el piano detestando su pésima memoria.

"Estamos bien"

Esa frase logró tatuarse en sus sentidos, los ojos azules de aquella chica parecía que lo miraban. No obstante sabía muy en el fondo… Que él no estaría de la misma forma.

El no estaba bien.

**oOOo**

Sus piernas cargaban difícilmente su propio peso, sus manos temblaban un poco a causa de la insolación y la falta de agua a sabiendas que llevaba algunas botellas en su mochila; aquella que había recolectado de una tienda en un centro comercial donde tortuosamente logró salir con vida. Esa misma había resultado ser el trofeo final de un saqueo inesperado, como todos aquellos sucesos que tan repentinamente llegaron sin cuartel alguno. Decidió racionarla, dejarla intacta solo en caso de extrema necesidad, aunque en estos infernales días todo lo era.

No se detuvo a pensar en el tiempo que había llevado caminando, el tiempo como la civilización misma se iban deteriorando hasta convertirse en nada. Tan solo observaba los rayos de sol calando en su rostro, el chirrido de algunos insectos que deambulaban por los bosques junto a algunos sonidos guturales que se escuchaban a lo lejos.

Descartó la posibilidad de pelear, estaba exhausto, cansado, muerto como todos aquellos que alguna vez fueron humanos y que ansiaban a toda costa por lo menos roer las sobras de un cuerpo en descomposición tirado en las carreteras. Tomaría su arma en determinada urgencia, solo cuando aquellos hambrientos se congregaran para acorralarlo.

Debía ser la media tarde, al menos lo intuyó debido a la posición del sol. ¿Quién diría que todos alguna vez regresarían a las mediciones rudimentarias? Crear fuego con sus propias manos y recurrir a la caza para alimentarse. Definitivamente todo tenía un ciclo, y cuando este se cerraba no quedaba más remedio que sobrevivir con ayuda del entorno mismo.

Sintió una mano sobre su hombro, por lo que volteó con debilidad sonriendo a su acompañante. Al menos no tenía que pasar aquel calvario por su cuenta luchando no solo por sobrevivir y anteponer sus instintos primarios ante un ataque inminente de canibalismo, sino pelear consigo mismo para no enloquecer y consumarse en la ahogante soledad que le esperaría.

Alguien más caminaba a su lado.

Aquel toque le hizo detenerse por fin y contemplar el paisaje que llevaba recorrido desde que despuntó el alba. Sentía la necesidad de descargarse la mochila y desplomarse como si nada importara; no obstante tenía que continuar si deseaba encontrar algun lugar medianamente seguro para pasar la noche. Muertos, vivos… ahora todo era una amenaza latente.

-Debemos seguir Dan—Exhaló una gran cantidad de aire recargándose por un instante en el rugoso tronco de un abedul que encontró a unos pasos. Relamió sus áridos labios con la esperanza de humedecerlos un poco y mitigar la necesidad de agua. –Si paramos ahora, será difícil encontrar una casa vacía donde quedarnos. –Soltó un bufido quejumbroso apartando la vista de su acompañante. –Tu sabes que limpiar la zona me llevaría una hora y debemos ahorrar fuerzas para pelear.

Aquel individuo que lo seguía no le respondió, solo lo miraba con los ojos perdidos aún sosteniendo el hombro de quien dirigía la expedición.

-Debe faltar poco—Notaba en seguida que su acompañante lo aferraba contra el tronco del árbol como si deseara ser escuchado y hacer que descansara. Frunció el ceño un poco descifrando de lo que podía tratarse. –No descansaré ahora Dan, debes entender que tenemos mucho que hacer antes de dormir.

El individuo parecía no escucharlo, tan solo escudriñaba de manera tosca la mochila que su líder llevaba cargando durante horas sacando una de las botellas de agua, mientras que aquel solo se extrañaba por ese movimiento tan arrebatado e insistente de su parte. Observó con claridad que le ofrecía la bebida colocándosela en la mejilla, tan solo pudo sentir el plástico crujir contra su rostro de manera suave, al ver aquella acción no le quedó mas remedio que curvar media sonrisa y relajarse cediendo ante esa petición inesperada.

-Solo un trago ¿Quedó claro?—Miró que su acompañante asentía lentamente en señal de satisfacción.

Rápidamente desenroscó la tapa bebiendo un poco del vital líquido manteniéndolo en su garganta lo suficiente para hidratarse. No había la necesidad de desperdiciarla, tan solo remojar sus papilas gustativas para de aquella forma emprender de nuevo el paso hasta el siguiente indefinido objetivo. Pudo experimentar la gloria en ese sorbo que refrescó sus sentidos como si le hubiesen insertado un par de baterías a su ya cansado cuerpo, como si se tratara de ingerir el mismo elixir de los dioses, pues al volver a levantar la cabeza sintió que su temperatura bajaba un poco; y al sentir que su lengua salivaba concluyó que por el momento era suficiente.

-Eres terco cuando te lo propones ¿Sabes eso Daniel Clark?—Soltó una pequeña risa no sin antes voltear a ambos lados para asegurarse que ningún hambriento los hubiese interceptado. –Pronto va a oscurecer y no quiero volver a pasar la noche en el bosque con todos esos hijos de puta rugiendo cerca de mí.

Observó de repente que el otro se apartaba un poco agachando la mirada, como si aquella ultima confesión le hubiese herido o lastimado en cierta manera. Respiró ampliamente volviendo a tapar la botella de agua para enseguida ser quien lo tomara de los hombros, levantó su cabeza a la altura de sus ojos regalándole una gran sonrisa.

-Hablo de ellos, no de ti—Aclaró con suavidad haciendo que su acompañante sonriera un poco emitiendo un sonido gutural parecido a un gruñido leve.

-Así me gusta Dan, ahora debemos continuar o no encontraremos nada.

Se volvió a ajustar la mochila afianzando las correas bajo sus axilas, comenzaba a lastimarle un poco a causa de haberla cargado por varias horas consecutivas, aunque a decir verdad el tiempo era relativo para todo ese ambiente tan hostil que se vivía. El sol comenzaba a perder fuerza dando paso al crepúsculo, tan solo algunos rayos de sol le servirían para guiar su camino y observar con mayor detenimiento algunas posibles casas donde pasarían la noche.

Algunas de ellas habían sido saqueadas con brutalidad, los vidrios rotos le reflejaban la desesperación de la gente por protegerse de los hambrientos, los cristales ensangrentados esparcidos por el suelo eran una clara muestra de verdadera lucha sin cuartel por la supervivencia. No deseaba imaginarse ni recrear aquella tétrica y espeluznante escenografía, no era tiempo de pensar, tan solo deseaba buscar un lugar seguro para reponer fuerzas y hacer aquello de lo cual no tenía alternativa… Obligarse a sí mismo a continuar.

Solo se podían escuchar sus pasos, el sonido de sus zapatos crujían las hojas secas que cubrían las calles de aquel pueblo, observó sin pretenderlo a un par de zapos que saltaban de un lado a otro con la esperanza de encontrar alguna mosca que pudiese alimentarlos. Sonrió al pensar que incluso ellos eran sobrevivientes natos.

Pasaron un par de casas y a ninguna de ellas las consideraba seguras, pues las puertas habían sido forzadas a tal extremo de romperlas, mientras que en la siguiente a las anteriores las ventanas estaban por completo destruidas, por lo cual consideró que serían un acceso más para los hambrientos.

Mechones de su cabello negro se pegaban a su frente estorbándole un poco para distinguir con la escasa luz que el sol les brindaba. Serían aproximadamente las siete de la tarde y no había tiempo para seguir estudiando los posibles refugios. Fue entonces que al recorrer un par de kilómetros más observó los cuerpos de cinco hambrientos finiquitados.

-Dan—Detuvo a su acompañante. –Espera…

Aquel otro individuo que lo seguía detuvo su marcha mirando a su acompañante aún con la mirada perdida, sin embargo también observó aquellos cadáveres mutilados con orificios y cortes fulminantes en el cráneo.

-Alguien estuvo aquí antes—Se acuclilló delante de uno de ellos para apreciar la forma en que lo habían neutralizado. No quiso tocarlos, le repugnaba la sola idea de tener que lidiar con ellos a pesar de haberse defendido desde que comenzó el brote inesperado. Se levantó observando su entorno para asegurarse que nadie mas merodeara de cerca.

-Debemos tener cuidado, quizá no encontremos comida pero debemos registrar la siguiente casa.—Señalaba con su dedo índice una vivienda de fachada azul turquesa.

Su acompañante solo emitió un sonido leve comenzando a caminar junto a él a su nuevo objetivo. Al cabo de unos minutos escucharon a lo lejos a un grupo de hambrientos que se aproximaban a la zona seguramente oliendo el sudor e interceptando su calor corporal que emitía a lo lejos. Aquello no era buena señal si deseaban instalarse por esa noche.

Los sonidos eran más claros, el rugir de las ahogantes gargantas comenzaba a hacerse notar ensordeciendo un poco sus oídos, la melodía más desagradable y tétrica que estaba acostumbrado a escuchar durante mucho tiempo se acercaba a ellos para no dejar más que restos. Se aferró como pudo a su mochila, portaba su elaborada arma en el costado del muslo derecho empuñándola con fuerza; no obstante sus fuerzas estaban al mínimo de tanto pelear ese día. No había alternativa si deseaban salir con vida, le disgustaba sobremanera utilizar la táctica que lo había salvado la primera vez que comenzó el brote, no había opción, debía conservar sus fuerzas para hacer limpieza en la siguiente casa. Siempre era mejor lidiar con un hambriento que con una horda completa de ellos.

-Dan… Sabes que hacer—

Aquel acompañante asintió un poco, mientras tanto los hambrientos comenzaban a llegar uno a uno a la dirección donde ellos se encontraban. Deseaba ser como aquellos sapos que habían desaparecido escapando previamente de esos caníbales, pero ahora no existía otra opción que hacerse uno solo con el entorno y sabía la forma correcta de hacerlo.

Sintió de repente la mano de Dan cubriéndole los ojos a la par que su cuerpo se colocaba por detrás suyo, sus manos temblaban un poco, pues aquel ruido gutural taladraba sus tímpanos de tanto escucharlo día tras día, noche tras noche, incluso cuando había silencio parecía que ese sonido lo perseguiría por siempre hasta llegar a cualquier objetivo propuesto.

El miedo comenzaba a invadir cada uno de sus nervios, intentaba no pasar saliva para no hacer ningún movimiento que pudiese confundir a los hambrientos y en verdad devorarlo. Sin embargo el cuerpo de Dan se pegaba a él como si fueran uno solo; aquel acompañante lo envolvía con su brazo libre colocando la mejilla junto a la suya. Sonrió por unos instantes, pues la seguridad comenzaba a hacerse presente en ese abrazo que le brindaba.

Escuchó los arrastrados y torpes pasos de los hambrientos aproximarse, algunos de ellos tan solo olisqueaban a ese par no encontrando algo para devorar a simple vista. Se confundían, giraban sus cabezas tratando de encontrar a ese objetivo que habían rastreado, no obstante todo había sido en vano. Uno a uno se acercaban, y a medida que lo hacían comenzaban a alejarse torpemente de su presencia.

Los rugidos disminuían, tan solo el múltiple crujir de hojas les indicaban que el territorio se estaba despejando poco a poco. Su cuerpo dejó de temblar, se sentía tranquilo aunque todavía exhausto, se aferró al cuerpo de Dan como si se tratara de su propio paraíso, el único lugar feliz que recordaba, el aliciente necesario para seguir luchando contra esos caníbales abriéndose paso ante ese infierno llevado a la tierra.

Poco a poco ya no sintió la mano de Dan cubriendo sus ojos, y eso significaba que los hambrientos se habían dispersado a los alrededores esperando buscar algo que roer y carroñar. Comenzó a experimentar cierta soledad al notar que su acompañante se había separado un poco, y aunque le gustaba aquel contacto despreciaba rotundamente utilizarlo como mecanismo de defensa. Pensaba que era lo equivalente a usarlo para beneficio propio.

-No me gusta usarte así Dan—Aspiraba una gran cantidad de aire.—Vamos a la siguiente casa, es necesario hacer limpieza.

Torpemente su acompañante asentía adelantándose un paso para asegurarse de protegerlo hasta ese punto, mientras tanto él sonreía un poco al notar que aquella conexión era lo que los convertía en especiales. Esa relación simbiótica les servía a ambos para sobrevivir.

Cuando llegaron a su objetivo no hubo necesidad de forzar la chapa, aquella tenía tirado el pestillo como muestra de que alguien más la había registrado. No entraría por comida o suplementos, solo necesitaba un lugar para descansar y continuar la marcha a la mañana siguiente. Se aseguró que el picaporte tuviese funcionando el seguro para cerrarla y al comprobar su buen estado decidió que era momento de registrarla.

Dan entró junto a él a paso lento con su mirada aún perdida, sin hablar, solo uno que otro sonido leve se escuchaba de su garganta. En ese momento sintió su mano en el hombro acompañado de un sigiloso rugido, así que volteo para brindarle una sonrisa asintiendo con la cabeza y eso quería decir que todo estaría bien. No podía decir palabra alguna para no alarmar a ningún hambriento que estuviese cerca.

Observaron un pequeño recibidor aún con la mesita rustica intacta, sin embargo el florero que solía adornarlo estaba hecho añicos. Se percató de tener la mano cercana a su arma en caso de ser necesario. Aquel instrumento era poco convencional, pues había sido elaborado por sí mismo un par de meses antes de terminarse los cartuchos para pistola que alguna vez portó como protección antes del brote. En su anterior vida había sido coleccionista de armas, le gustaba tener aquellas de todos los estilos, tipos y constituciones fuera de lo común o en verdad únicas.

Aquel artefacto era una especie de guadaña corta utilizada en las épocas de las dinastías tailandesas, era de acero puro con la hoja más filosa que una katana, un arma sumamente ligera al portador, su mango tenía grabados con grafología mandarín con terminación en punta. Era lo mas parecido a tener un hacha junto a una estaca perfectamente diseñadas para aniquilar a quien se colocara frente a ella. La había costado recuperarla de su condominio cuando el brote llegó a las ciudades, no obstante le resultó más útil que cualquier arma de fuego de alto calibre contra la horda de hambrientos. Silenciosa, letal… Ahora era como se manejaban las cosas.

Caminaron un poco más notando que el comedor seguía en su lugar, las portezuelas de la cocina integral estaban abiertas de par en par mostrándose vacías, completamente saqueadas por otros visitantes. Continuaron su paso subiendo peldaño a peldaño las escaleras que daban a las habitaciones esperando hacer el menor de los ruidos posibles. Tomó la guadaña sosteniéndola con ambas manos, la izquierda empuñaba el extremo del hacha y la otra el mango para una mejor maniobra.

Poco a poco lograban quedar en el segundo piso mirando un pasillo corto con dos puertas de cada lado. Se acercó con sigilo a una de ellas cerrando sus ojos para detectar la presencia de algún hambriento encerrado, y al percatarse de carencia de ruido alguno continuó con las otras para cerciorarse por completo. Sin embargo había una donde podía escuchar claramente el sonido gutural agresivo de uno que ansiaba por abrir la puerta que lo contenía. Se sintió aliviado al pensar que solo aquel hambriento habitaba esa casa empuñando a su vez la guadaña para acercarse.

"Cuidado: Caminante encerrado, logró atrapar mi zapato pero no me atrapó a mi"

-Caminante—Dijo en susurro sonriendo por aquel nombre.

Se giró en dirección a Dan quien tan solo lo seguía como una sombra sosteniendo su hombro, notó que no hacía ningún esfuerzo por abrir esa puerta por lo que no consideraba a ese "caminante" como una amenaza. Si alguien podía detectar cualquier indicio de agresión era precisamente él.

-Me ahorraste el esfuerzo, creo que estoy muerto—Rodó los ojos. –No te preocupes no es literal.

Se dirigieron a las demás habitaciones de la casa asegurándose de que estuviese vacía, se consideró afortunado al no tener que pelear esa noche y tener que apartar los cuerpos para evitar el pestilente aroma que despedían. Atrancó la puerta donde el ahora caminante se encontraba decidiendo bajar hasta la sala donde en cualquier momento pudiesen escapar en caso de ser necesario. Notó que Dan se colocaba frente al picaporte rugiendo un poco provocando con esto que el zombie se silenciara.

Como pudo logró atrancar la de la entrada principal asegurándose que la trasera estuviese en las mismas condiciones durante la noche. Utilizó sillas, un chifonier que se encontró cerca de una de las habitaciones del primer piso y al mismo tiempo cubría las ventanas con las sucias cortinas. No necesitaba luz, cualquier cosa que llamara la atención de los hambrientos podría ser fatal si se quedaba dormido.

Observó al finalizar la tarea de aseguramiento una sala dúplex que parecía bastante cómoda, no le importó el color, ni siquiera si se encontraba limpia. Tan solo se veía a si mismo acostándose hasta perder la conciencia y despertar al día siguiente, pero antes de siquiera pensarlo la mano de Dan lo detenía.

-¿Qué sucede ahora?—Preguntaba como si en verdad fuese a contestarle.

Aquel acompañante silencioso lo tomaba de la muñeca obligándolo a caminar con él a otro punto determinado.

-Bueno, el sillón se veía cómodo—Decidió no pelear acompañándolo.

Miró que Dan tomaba el picaporte de una de las puertas haciéndola girar con lentitud hasta abrirla. Dentro de aquel cuarto se miraba una cama matrimonial bastante cómoda, la habitación era pequeña y debía ser reservada para los invitados cuando aquella casa estaba en condiciones óptimas antes del pandemonio. Contempló los libreros repletos de tomos de diferentes manuscritos, los empastados habían quedado intactos; nadie, incluso en esa especie de apocalipsis usaba su tiempo libre para leer.

Cuando estuvo lo suficientemente dentro escuchó que su acompañante cerraba la puerta, la atrancaba con una silla para asegurarla girándose a su vez intentando esbozar una sonrisa.

-Solo ven y acuéstate conmigo—Sonriendo se sentó en el mullido colchón despojándose de sus botas. Deseaba con todo su ser tomar un baño después de tantas horas expuesto al hedor de aquellos hambrientos, sin embargo aquello ahora se consideraba un lujo que escasamente podía permitirse.

Su acompañante se sentó en la cama con la mirada perdida, como si aún sumido en sus pensamientos tratara de decir cualquier cosa, sin embargo sus cuerdas bucales estaban destruidas, sus labios apaciguados deseaban temblar para con eso decir cualquier cosa y hacerle compañía de la mejor manera.

-Te portaste muy valiente allá afuera, estoy orgulloso de ti—Indicó por fin posicionando su mano en el hombro de Dan esbozando una sonrisa. –Mañana será otro día y tendremos que hacer recolección, los suplementos están acabando y necesito fabricar más.

El sueño, el cansancio, el agotamiento acumulado iban venciendo su cuerpo poco a poco. Pero antes recargó la guadaña en uno de los libreros que quedaban a unos cuantos pasos de la habitación. Extendió su cuerpo colocándose en posición fetal dándole la espalda a su acompañante cerrando sus ojos, adormeciendo segundo a segundo sus sentidos. No hubo necesidad de limpiar difícilmente la casa, un solo "caminante" no resultó ser una gran amenaza estando encerrado.

-Dan..—Balbuceó con pesadez lo suficientemente fuerte para que aquel lo escuchara. -¿Me abrazarías esta noche?

No hubo necesidad de decir palabra alguna, pues a los pocos minutos sintió la cama hundirse un poco más junto a unos brazos fríos rodeando su cuerpo, una respiración lenta y acompasada en su oído y al mismo tiempo un sonido gutural leve. Ahí estaba su acompañante, su amigo, quien lo protegía de los hambrientos cuando sus fuerzas estaban al mínimo.

No sabía dónde se encontraba, no contaba con un mapa que le indicara el destino, sin embargo sabía que el viaje sería mucho más largo de lo esperado y así tardara días, semanas, meses o incluso años llegaría. Su destino sería Alaska.

-Estamos bien—Declaró antes de ser vencido por el sueño.