Comer todo lo que había en la mesa. Beber vino con miel hasta caerse. Y posar sus manos en bellos cuerpos femeninos.
Esa era el estilo de vida que Roma siempre amo, y mientras vivió hizo lo posible por hacerlo realidad.
Ahora tales cosas ya no parecían un pequeño postre después de la comida. No. Era algo que se venía repitiendo desde que piso ese lugar.
El más allá. El limbo. O paraíso.
No importaba cual de esos nombres era correcto, pero hacían apología a un hecho importante: ya no estaba vivo.
Con poco esfuerzo hizo a un lado a la mujer que ocupaba su brazo izquierdo como almohada y observo aquel cuarto completamente en desastre.
Volvió su vista hace la figura más estilizada. Roma no estaba muy seguro de lo que fuera esa mujer, ni las otras con quienes había estado o el resto de habitantes que se encontraban "viviendo su dia a dia" dentro de lo que juraba era una reproducción exacta de su ciudad en su mejor momento.
¿Recuerdos del pasado? ¿Apariciones? ¿Es que acaso quien estaba a cargo intentaba ponerlo cómodo?
Porque alguien debía estar a cargo de todo esto. Esa era su principal teoría.
Sacudió un poco la cabeza para deshacerse de ese pensamiento. Pero aunque lo hizo aquel sentimiento que después de un tiempo catálogo de nostalgia salió a relucir.
Un lugar así aunque tendía a dar una buena sensación dejaba un mal sabor de boca. Algo faltaba. Y tenía una idea de lo que era.
Aquella sensación de vivir al extremo. La sangre resbalando de sus heridas. Las guerras. Las penurias. La adrenalina de una batalla. Los juegos de poder. Traiciones e intrigas. El sentirse por encima de los demás. Todo ello faltaba.
Faltaba todo aquello por lo que había nacido o parte de eso. La sensación de ser una representación. Y de estar haciendo algo inigualable.
Aquí cada uno de sus conocidos parecían estar tan sumergidos en el mutismo como él. Roma se irguió y levanto de la cama. Salió de ese cuarto sin rumbo fijo. Tan solo deseando que hubiera algo que lo hiciera salir de su monotonía.
Quien diría que la respuesta llegaría pronto.
