Noche
-¿Está tan mal?
-¿El qué?
-Lo que
hacemos.
Tomó otro sorbo de vino tinto antes de responder.
Quizás lo hizo para evitar la atención. Quizás no, y lo hacía
para recapacitar; después de la enésima vez de escuchar lo mismo,
algo parecido a lo que llamamos conciencia empezó a picarle en la
nuca y murmurarle al oído. Sino, pudo haberlo hecho para evitar
reír, otra vez, de él.
Por que sed no tenía. De eso, estaba
segura.
-No somos nada.
-¿Y?
Silencio. Casi pudo escucharlo tragar saliva.
-Y nada, dulzura. No somos nada.
Por que así era. Y aunque no tenía nada que ver, una verdad
podía disfrazar otra. O eso ella pensaba. Al menos esa verdad hacía
eco en su cabeza. El suficiente para esconder otro eco que sonaba más
bajo. Uno que había dejado de repicar en su cabeza hacía rato, muy
distinto al que él escuchaba.
Ella se había dejado de sentir un
trapo apenas dejó de pensar en ello. Él, sin embargo, no dejaba de
sentir que lo que hacía estaba mal, no importaba cuanta gente
tratara de que dejara de pensar eso.
-¿Por qué a mi?
-¿Por
qué no? - preguntó ella de vuelta, para tratar de evitar responder
directamente a la pregunta
No es que a él le molestara el silencio, pero sí le molestaba ese que se producía cada vez que ella respondía así. Por que sabía, ya que no era tan idiota, que había detrás de esa respuesta.
-No puedo darte lo que
buscas.
-¿Qué busco?
-No lo sé – dijo él, obstinado –
Pero no puedo, Kitty. No puedo darte lo que buscas.
Ella rió
mientras tomaba otro sorbo de vino.
Desde ya hacía un rato que
la escena se había vuelto inocente. O lo más inocente que podía
ponerse el momento después del sexo, por supuesto.
Las sabanas
rojo oscuro, dispersas en el suelo, desordenadas, parecían manchones
de sangre. Como si hubiesen matado a alguien o algo. Quizás fuese su
conciencia, que de a poco iba decayendo.
Ya no lo entendía. No
podía comprender el porqué. Si sabía que después de tocarla, de
besarla y de satisfacer todo lo que necesitaba se sentía mal, ¿Por
qué seguía haciéndolo? No era algo lógico, eso de jugar con su
propio dolor.
Y ahí estaba ella, recostada boca abajo, apoyada
sobre sus codos, tomando su copa de vino, como si nada hubiese
pasado, mientras él seguía debatiéndose por que actuaba como
actuaba. ¿Cómo era que ella no comprendía, no sentía, no nada…?
-No sé de lo que te ríes, Kitty, pero no me causa gracia.
-No trates de ser serio. Te ves ridículo.
Era cierto,
por supuesto.
La expresión de Rabastan, con su ceño fruncido,
los ojos fijos en la pared contraria y algo así como un puchero no
pegaban con él. Por supuesto, nada pegaba con él.
-Kitty…
-Ya déjalo. No lograrás comprenderlo.
Ella no sabía de
que hablaba. Pero había sonado bien en su cabeza y esperaba que
sonara acorde a la situación. Fue así, golpe de suerte.
Se
acercó, arrastrándose, para que no existieran esos pocos
centímetros que los separaban físicamente. Él seguía en la misma
posición que hacía veinte minutos, sentado, con la espalda apoyada
en la pared y tomándose la nuca con ambas manos. No es que fuera
sexy, es que las paredes de Hogwarts estaban frías. Ella se apoyó
sobre su muslo y contempló su barbilla.
-Tienes razón. - dijo él, rendido. Por que tenía sentido.
Ella sonrió,
mientras se incorporaba y se aproximaba a él, que se paralizó en el
lugar. ¿Qué haría ahora? ¿Los servicios de Kitty ahora traían el
plus de cariño?
Lo besó en la mejilla con una sonrisa en sus
labios.
-Lo sé.
Otra vez, la culpa. Se dio cuenta
que la única razón por la que era infeliz era por él mismo.
Mierda.
Se paró y buscó su ropa en silencio, dejándola tirada
ahí, mirándolo, como un perrito faldero que reclama a su dueño un
poco de cariño. Merlín, ¿Por qué se sentía tan bien actuar mal?
No era justo para él. Y lo que era peor: ¿Por qué se sentía mal
cuando actuaba bien, o sea, cuando le daba culpa? ¿Por qué, por
qué, por qué? ¿Por qué todo parecía estar invertido cuando de
Kitty se trataba?
Tomó el pantalón del suelo pero se detuvo al
oír la voz de su acompañante.
-No te pongas eso. – ronroneó – Quédate un poco más conmigo.
La miró. No entendía. ¿Qué le estaba diciendo ella? Él sabía que no era un adonis, ni un dios del sexo. ¿Qué buscaba ella de él? ¿Qué pretendía ahora?
-No necesito estar desnudo para quedarme un
rato más – dijo él, sin saber que acotar a eso. Sin embargo,
soltó el pantalón, obediente.
-Sí necesitas estar desnudo para
volver a jugar conmigo – dijo ella alzando una ceja con una media
sonrisa
Silencio, otra vez. Se estaba haciendo difícil
responderle.
Basta de juegos, gritó algo en su cabeza. Basta de
sufrir. Eso sólo lo hacía sentirse mal.
-No necesito jugar
contigo para quedarme.
-Pero es mejor si lo haces.
