Disclaimer: Ni Frozen ni sus personajes me pertenecen, blablablabla.
Lucía tan pequeñísimo al lado de aquellas enormes columnas de mármol del salón en el que esperaba a ser recibido por el rey. Su mirada pasaba lentamente de un lugar a otro, analizando todos y cada uno de los asombrosos detalles del enorme palacio, pero fueron los dorados grabados sobre los mosaicos blancos del suelo los que terminaron atrapando su atención; tenían un patrón tan peculiar pero bello, como si fuera un enorme sol rodeado por soles de menor tamaño, y tan maravillado se sintió que no dudó en compartir su descubrimiento. Jaló con su manita las faldas de la mujer que lo acompañaba y señalando al suelo dijo:
-¡Un sol!
-No-le respondió fríamente ella-eso no es un sol-y acto seguido regresó a la tarea de ignorar al pequeño visitante.
Frederick sintió una profunda pena. Pero no por él, sino por la dama a su lado, porque no era capaz de apreciar aquel hermoso patrón que se extendía a sus pies. Comenzó a recorrer las figuras doradas con sus pupilas a la vez que su dedito índice trataba de recrearlas en el aire. Era entretenido, y algo así necesitaba si pretendían que siguiera esperando. Entonces el sonido de pasos lejanos llamó su atención.
-Fiona, su majestad me ha pedido que lleve al niño a su estudio, ahí lo verá-dijo un hombre alto y delgado desde la lejanía.
-Bien. Ve-ordenó a Frederick para después dar media vuelta e irse de ahí con indiferencia.
El pequeño miró al sirviente, quien le ofreció una sonrisa cálida a la vez que le extendía una mano. Fue todo lo que Frederick necesitó para echarse a correr alegremente hacia él.
-¡¿Y qué supones que haremos?!-preguntó su hermano.
-Lo necesario.
-¿No podemos simplemente mandarlo… con alguien… lejos?
-El último deseo de su madre antes de morir frente a la puerta de mi palacio fue que me asegurara de que el niño tendría una buena vida.
-Pues bah, lo mandamos con la familia más rica del reino ¡y asunto resuelto!
-Ese niño no saldrá del castillo-la serena pero potente voz de la reina madre puso fin a la discusión.
-¿Y cómo se supone que hagamos eso?-preguntó Klaus, el mayor de sus hijos.
La mujer comenzó a caminar, con paso lento y con ayuda de su elegante bastón, de un extremo al otro de la habitación.
-Ya encontraremos a alguien entre la servidumbre para que nos ayude.
-¿Ayuda?-preguntó su hijo Ulrik-¿te refieres a…
-Alguna sirvienta que quiera hacerse pasar por su madre. Si es necesario contratamos a una, le ofrecemos buen dinero, y le aseguramos que si alguien más a parte de nosotros se entera sobre esto, le cortaremos la cabeza.
-Ah, ¡pero claro! ¿Cómo no se me ocurrió antes?-Ulrik rodó los ojos, exasperado.
-Madre, ¿por qué tenemos que hacernos cargo de esto?-cuestionó Klaus-Es decir… el niño…
-No deja de ser mi nieto. Es lamentable, lo sé, pero si es sangre de mi sangre entonces tendré que lidiar con la situación.
-Bueno, pero ¿al menos tenemos la certeza de que es hijo suyo?-preguntó el menor de los presentes, el príncipe Fritz.
-A mí no me dijo nada-aseguró Ulrik encogiéndose de hombros.
-Y aunque lo hubiera hecho dudo mucho que te hubiera interesado-respondió Klaus-Seamos honestos, lo sea o no lo sea, se hubiera enterado él o no, jamás nos lo haría saber. Y con justa razón, después de todo lo que lo hicimos pasar-agregó con pesar.
Tres golpes en la puerta los hicieron girar la cabeza justo cuando el sirviente hacía su entrada.
-Majestad, aquí está el niño.
Cuando el hombre se hizo a un lado, quedó a la vista un pequeño de entre dos y tres años, con ropa evidentemente varias tallas más grandes, de piel blanca como porcelana, unos lindos ojos de un azul profundo y una despampanante cabellera rojiza. Miró con curiosidad al rey, a los dos príncipes y por último a la madre de estos, y les regaló una tierna sonrisa… de lado.
-Bueno, ¿todavía dudas que sea de él?-preguntó Ulrik a su hermano.
Un silencio pesado invadió la habitación. Klaus no dejaba de mirar al niño, por cuyas venas sin duda corría sangre Westergard, y su estupor era tanto que el hombre del servicio se vio en la necesidad de tomar la palabra.
-¿Majestad?-preguntó suavemente-¿Puedo…? Si no se ofrece nada más, me retiro.
El rey ni siquiera lo miró, simplemente asintió con la cabeza y sin aliento susurró:
-Gracias.
La partida del hombre lo puso alerta, borrando de inmediato su sonrisa.
-Tranquilo corazón-habló la reina madre, inclinándose un poco hacia él-Ven aquí-pero el niño negó-Vamos cielo, no te haremos daño.
Frederick estaba cada vez más asustado, eran demasiadas caras nuevas para procesar en tan poco tiempo, y ¿en dónde estaba mamá?
Klaus, saliendo de su ensimismamiento, dio unos pasos al frente y se agachó, colocando una rodilla en el suelo frente al pequeño.
-Hey amiguito, ¿te gustaría dibujar un poco? Tengo papel y plumas, y algunos carboncillos.
-Sí, carboncillos caros importados-se apresuró a decir Ulrik, ganándose una mirada de reproche por parte de su hermano mayor.
-Puedes quedártelos-Frederick pareció dudar-también tengo dulces.
Eso sí que lo interesó. Contario a lo que podía esperase, atravesó la puerta del estudio con paso verdaderamente decidido y se acercó a la madre de los príncipes. La mujer, con indescriptible cariño, lo guío hasta el escritorio de su hijo y le proporcionó los materiales prometidos.
-¿Debo enviar una carta para mi hermano?
-De ninguna manera-respondió su madre.
-Lo último que quiere Klaus es tenerlo en el palacio, ¿por qué crees que lo ha mandado a la casa de campo?-dijo Ulrik.
-Basta con las bromas al respecto, no es el momento. No me pregunten cómo, pero algo me dice que él no está enterado de la existencia de esta criatura, y preferiría que no se enterara, de esa forma nos será más fácil solucionar este tremendo problema.
-Bien-dijo Klaus, quien se acercaba a Frederick con un elegante recipiente de cristal en sus manos-entonces será mejor que vayamos pensando en una solución a esto-cuando llegó hasta el niño y abrió el recipiente, le ofreció uno de los deliciosos bombones cubiertos con azúcar que había en su interior.
-Pff, y ahora le regala los dulces que fueron regalo de sus majestades de Corona-susurró Ulrik a Frizt.
-¿Qué es eso que dibujas?-preguntó el rey al pelirrojito.
-Un cacallo-le respondió con orgullo mientras masticaba un bombón.
-Wow, tienes mucho talento campeón, bien hecho-y le alborotó los cabellos.
-¿Campeón? Ok, suficiente-espetó Ulrik, alterado-¡es un bastardo! Por favor díganme que no pretenden darle un título y propiedades y…
-Sólo le di un caramelo-se defendió Klaus.
-Lo voy a repetir, ¡es un bastardo!
-¡Es un niño!
-¡Y es mi nieto!-gritó su madre.
Nuevamente los hermanos dejaron su disputa de lado, guardando silencio y agachando la cabeza.
-Es difícil de asimilar, lo sé, porque en efecto Ulrik, es un bastardo. Pero no sólo eso-con voz grave y no sin antes echar un rápido vistazo al niño, agregó-Klaus, su madre era una prostituta.
-Eso es lo que asumimos, pero no sabemos si es verdad.
-En efecto madre-dijo Fritz-de buena fuente sé que mi hermano no necesitaba pagar mujeres para llevarlas a la cama. Digo, ¿qué mujer no querría ser la amante de un príncipe?
-Bueno, entonces no es prostituta, ¡pero sí una ramera!
-Madre-la reprendió Klaus.
-Aquí lo importantes es que por ningún motivo debe salir a la luz la paternidad de su hermano. La mujer no tenía más familia que este niño, y eso nos da una ventaja. Ya sólo es necesario resolver lo que haremos con él, y no tienen que preocuparse de ello, porque ya tengo una idea de cómo procederemos.
-No veo porque tiene que ser nuestro problema. Fue Hans quien no se… salió a tiempo, él debería resolver esto-señaló Ulrik, cruzado de brazos.
-¿Por qué es nuestro problema?-comenzó la madre reina, dirigiéndose expresamente a él-Porque nadie nos asegura que Hans no tenga más hijos por ahí regados y no quiero que, al enterarse la gente de que hemos recibido a este bastardo, comiencen a llegar el resto de niños ilegítimos que pudieran o no ser él. O de cualquiera de ustedes-agregó con cizaña.
Se hizo un silencio que Klaus estuvo a punto de romper con un ataque de risa al ver la clara culpabilidad en los rostros de sus dos hermanos.
-¿Qué haremos entonces?-se limitó a preguntar.
-Llama a Inga, dile que me vea en la habitación que ordené esta mañana que preparara-respondió su madre-y despreocúpense de todo. Como ya dije antes, yo me haré cargo-se acercó a Frederick, muy concentrado en sus deberes artísticos, y con dulzura le acarició la cabeza-. Y por supuesto, nada de esto sale de aquí. A fin de cuentas, y basada en los rumores que corren por el reino, tú podrías ser de los más perjudicados Ulrik.
El aludido se limitó a asentir.
Nadie cruzó palabra mientras esperaban la llegada de la criada, hasta que el rítmico sonido del carboncillo sobre el papel obligó a Fritz a abrir la boca.
-Mmmm, se los va a acabar Klaus, quítaselos.
La mirada furibunda de su hermano lo hizo arrepentirse de inmediato por lo dicho. La tensión se volvió más densa; Klaus no dejaba de mirar hacia la puerta, el golpeteo del pie de Ulrik comenzó a irritar a Fritz, quien no dejaba de bufar en espera de que su hermano captara el mensaje, mientras que la madre reina paseaba de un lado a otro por la habitación. El único que parecía inmune a la situación era Frederick, que embelesado con la suave textura del papel y los maravillosos trazos que su lápiz iba dibujando olvidó por completo que tenía compañía.
Cuando finalmente Inga llegó, los cuatro suspiraron aliviados.
-Bueno, me avisan como termina todo esto eh-dijo Ulrick abandonando con paso apresurado la habitación.
-¿Puedo retirarme?-preguntó educadamente Fritz a su hermano mayor, quien con un ligero movimiento de cabeza le concedió el permiso. Se encaminó hacia la puerta y durante el trayecto echó un último vistazo a su nuevo sobrino.
Klaus estaba seguro, ¡podría jurarlo! Que vio una pequeña sonrisa formarse en los finos labios del príncipe. Vio partir a su hermano para a continuación dirigirse a la criada.
-Inga, haga el favor de llevar al niño a su…
-No, yo lo llevaré-interrumpió la reina.
Klaus la miró, sorprendido.
-Pero madre, lo mejor sería…
-Inga-dijo, ignorando las palabras de su hijo-¿la cama está preparada? Te pedí también que llevaras un par de pijamas de alguno de mis nietos y juguetes de los que ya no usan, ¿lo hiciste?
-Sí señora, está todo listo.
-Perfecto-se dirigió a Friederick, y tendiéndole la mano, lo invitó a acompañarla.
Le costó trabajo dejar el carboncillo y el papel, pero por la forma en que la mujer apretó su manita, supo que no era buena idea rehusarse. Al pasar al lado del rey Klaus se despidió con una sonrisa a la que el monarca respondió de manera discreta. Avanzaron por los largos corredores, el eco de sus pasos acompañado por las lejanas voces del resto de los habitantes del palacio.
El camino fue largo, muy largo, hasta llegar al ala más alejada y solitaria del castillo. Fue cuando Friedrerick comenzó a preocuparse. Hicieron alto frente a una gruesa puerta de madera, y esperaron a que la mujer del servicio sacara una llave y la abriera. Cuando pretendieron cruzar el umbral, Friedrerick frenó.
-¿Moma?-preguntó con voz trémula.
La madre reina lo miró desconcertada. Él zafó su manita del agarre, la juntó con la otra y las apretó contra su pecho.
-¿Moma? ¿Anone está moma?-repitió, esta vez al borde de las lágrimas.
-¿Tu madre?-la anciana se puso nerviosa. Miró a Inga, sin saber que responder, pero ella sólo bajó la cabeza, desentendiéndose por completo de la situación-. Tranquilo corazón, ella… ya… volverá. No puede acompañarte ahora pero ¡mira! ¡Ahí hay un caballito!-abrió con fuerza la puerta, que dejó vía libre hacia el interior del cuarto.
Era una habitación espaciosa, con paredes empapeladas de colores blanco y celeste, con una gran cama al centro sobre la que se encontraban un pantaloncito y una camisa para dormir. En uno de los rincones había una enorme caja de madera con muchos juguetes en su interior, y justo al lado una mecedora en forma de caballito, que a pesar de tener evidentes marcas de uso, los hermosos detalles tallados a mano aún se podían apreciar.
Friederick de inmediato corrió hacia el equino de madera, pero antes de siquiera intentar montarlo, sus piececitos se dirigieron a la caja, de donde comenzó a sacar bloques de madera coloreados, peluches y pequeños animales inanimados.
-Son demasiados juguetes-susurró la madre reina a la sirvienta.
-Señora, ¿quiere que me lleve algunos?
-No, no lo hagas-respondió, sonriendo ante la alegría del pequeño-pero tú serás la encargada de que esto se mantenga en orden ¿escuchaste?
-¡Pero yo no…!
-Ahora ve y trae algo para que el niño meriende, no quiero que vaya a la cama sin cenar-Inga asintió y cuando estaba a punto de dejar la habitación, la anciana la detuvo-Oh, antes de que te vayas, entrégame la llave.
-¿Perdón?
-La llave del cuarto, dámela-la criada, asombrada por la petición, sacó de su delantal la llave y con mano temblorosa la entregó-. Nadie tiene permitido entrar a esta habitación ¿escuchaste? Nadie, salvo tú y yo, atenderemos a Friederick. Por las mañanas me acompañarás y te dejaré para que lo asees, limpiarás la habitación y tres veces al día subiremos, tú a traer sus alimentos y yo lo acompañaré mientras come. Nadie fuera del castillo, y más vale que les quede a todos muy claro, ¡NADIE FUERA DEL CASTILLO! Tiene porque enterarse de la presencia de este niño.
-Po-por supuesto señora.
-Bien. Ahora ve, quiero que Friederick vaya temprano a la cama y tienes que ponerle sus pijamas.
-Sí señora-respondió Inga a la vez que hacía una pequeña reverencia. Pero no alzó su cabeza, y la anciana le inquirió la razón-Es que… perdone mi intromisión pero ¿puedo saber a qué se debe tanta precaución respecto a este niño? Todos mis compañeros se preguntan si… bueno… ¿quién era la mujer que lo trajo?
La reina madre suspiró, cansada.
-Inga-dijo. La criada alzó el rostro ante la mención de su nombre, pero su gesto fue respondido con una sonora y muy dolorosa bofetada que por segundos le nubló la vista-Si quisiera que lo supieras ya te lo hubiera contado ¿no crees? Ahora, cuando bajes a la cocina para traerle la cena, asegúrate de dejar bien en claro a tus compañeros que no deben meter las narices en dónde no les incumbe, a menos que quieran perder la cabeza.
La criada no contestó. Con la mirada húmeda clavada en la alfombra asintió, sumisa, y salió con toda prisa del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
Cerrando los ojos la anciana se frotó el puente de la nariz con los dedos, exasperada, pero el súbito silencio en la habitación la alertó. Al abrir los ojos se encontró con las orbes celestes de su nieto, mirándola con extrema sorpresa. Suspiró, otra vez, tratando de infundirse paciencia y valor, y componiendo la más dulce de sus sonrisas caminó hacia él.
-Bueno cielo, ¿qué te parecieron los juguetes? Por lo que veo tienes una clara preferencia hacia los caballos… no me sorprende.
Se sentó a la orilla de la cama, mientras Friederick retomaba sus juegos. Miró la ropita de dormir extendida sobre las sábanas. Lo primero que le vino a la mente fue que seguramente le quedarían un poco grandes y eso la disgustó. A continuación maldijo al menor de sus hijos, y deseó tenerlo justo en frente para poder darle un golpe en la cabeza y obligarlo a hacerse cargo del problema que había engendrado.
-¿Cuándo dios?-susurró con pesar-mis hijos ya son adultos, ¿hasta cuándo voy a dejar de limpiar sus desastres?
Bueno, pues... aquí está, el primer capítulo. Por favor no desesperen, ya vendrán cosas mejores (eso creo...) pero por lo pronto, gracias nuevamente por su visita y ya que andan por aquí, no les tomará mucho tiempo dejar un review, tengan por seguro que todos y cada uno sin importar su contenido serán bien recibidos.
¡Hasta luego!
